viernes, 25 de agosto de 2017

Anábasis: La retirada de los diez mil. Parte II



Saludos. Habíamos dejado a los infortunados mercenarios de Ciro sin mandos, sin patrón ni paga y con la misma esperanza de vida que la virginidad de una hermosa muchacha en el templo de Istar de Babilonia. Durante la noche en la que supieron que todos sus estrategos habían muerto, Jenofonte de Atenas tuvo un sueño premonitorio. Inspiradamente, se levantó, y descubrió que al igual que él, muchos otros soldados no podían volver a conciliar el sueño. Convocó entonces a los pocos capitanes que quedaban, y organizaron una asamblea a la que llamaron a todos los soldados, y entonces les habló. Les dijo que ya no debían seguir pasando miedo ante la incertidumbre. Que ya sabían quién era el enemigo, donde estaba, y también sabían luchar. Les inspiró de tal manera que los volvió a unir. Apelando a lo mejor de ellos, tal y como Ciro había hecho en su día, los soldados volvieron a reunir valor. A pesar de lo desesperado de la situación, no habían entregado sus armas. Que la desesperación y el miedo podían dar fuerzas inesperadas. Que podían ser escoria, sí, pero escoria acorazada, y todavía no habían sido derrotados.
Jenofontes organizó la reelección de los mandos y nuevos estrategos. Él mismo salió elegido, junto a Timasión, Janticles, Cleanor y Filesio. Finalmente, y dado que ninguno de ellos era espartano, uno que sí lo era, llamado Quirísofo, se “ofreció” también a guiar el ejército. Los demás aceptaron. Después de todo, los espartanos dominaban entonces todas las ciudades griegas.
Una vez reestablecido el mando, elaboraron el plan de actuación. Sabían que no podían volver por el camino que habían tomado por dos motivos: ya habían agotado los recursos de dichos territorios en el camino de ida, y tenían que vadear el Eúfrates. Si bien no era complicado en condiciones normales, la presencia de los enemigos hostigándoles y cambiando a voluntad los flujos de agua de los canales de la región, podía convertir aquella operación en una carnicería. De modo que decidieron buscar un nuevo paso fuera del alcance de Artajerjes: caminarían por el margen izquierdo del Tigris, remontándolo hasta las tierras altas, más allá de Asiria, donde la corriente del Eúfrates fuera muy pequeña y fácilmente vadeable. Si ahora echáis un vistazo a un mapa histórico de Mesopotamia, veréis que aquello suponía más de mil kilómetros antes siquiera de cruzar el río. De modo que apretaron los dientes y echaron a andar.

Por su parte, Artajerjes seguía con su política indecisa. No presentó resistencia a campo abierto, sino que cedió a Tisafernes doscientos jinetes y muchos honderos y arqueros para hostigar al enemigo. ¿Se equivocaba Artajerjes? En realidad, enfrentándose a los griegos, sólo estaba en juego su orgullo. Pero eso, para un iranio Rey de Reyes significaba mucho. Tal vez decidiera “ignorarlos” para no exponerse a nuevas derrotas. Les atacó, pero no con total decisión.
Tisafernes comenzó pronto el hostigamiento. Tras el primer enfrentamiento, en el que los hostigadores persas causaron mucho daño, protegidos por la caballería, Jenofonte, que dirigía la retaguarda de la marcha, tuvo que cargar contra ellos temerariamente. Por supuesto, no los alcanzó, pero ganó algo de tiempo. Esa misma noche comenzó la reforma del ejército. Para empezar, contaba sólo con un número reducido de peltastas. Necesitaba más hostigadores. Convocó a los rodios del ejército y pagándoles algo más, éstos hicieron de honderos. Como usaban proyectiles de plomo, tenían más alcance que los persas. Luego, aumentó el número de peltastas, organizó también a los arqueros y por último, consiguió reunir un pequeño escuadrón de cincuenta jinetes con caballos persas. De este modo, con tropas capaces de alcanzar a sus enemigos, siguieron avanzando.
Desde ese momento, Tisafernes y Arieo, que llegó con refuerzos, ya no fueron capaces de hacer mucho daño directamente. No obstante, siguieron hostigándoles, adelantándose y tomando cimas que controlaban el camino de los griegos, quemando aldeas y matando a las partidas de forrajeadores griegas que encontraran dispersas. Pero el grueso de los mercenarios siguió adelante.

Finalmente, llegaron al pie de las montañas de Asiria, que estaban habitadas por los feroces carducos (hoy conocidos como kurdos, según parece). Los carducos no respondían ante el Rey, y en sus montañas eran poco molestados. Se organizaban en tribus, y sus guerreros luchaban como hostigadores, equipados con arcos, debido a lo accidentado de la región. Eran extremadamente ágiles y rápidos. Sólo con gran inquietud, los griegos dejaron atrás la llanura y comenzaron la penosa
Cuando llegaron al primer poblado, los carducos huyeron llevándose lo que pudieron. Sin embargo, fueron a buscar a sus vecinos. Esa misma noche, emboscaron a los soldados de retaguardia y mataron a algunos. Cuando cayó la noche, los griegos acamparon, y observaron con aprensión cómo por todas las laderas a su alrededor, los carducos encendían decenas de hogueras. Les estaban observando.
Los días que siguieron fueron terribles. Los mercenarios tuvieron que dejar atrás gran parte del bagaje que llevaban en carros, pues sólo acémilas eran capaces de transitar por lo caminos de la montaña. Por donde menos lo esperaban, los carducos aparecían y les disparaban. Sólo cuando los soldados se lanzaban hacia ellos, retrocedían y desaparecían ágilmente tras las rocas. Era muy difícil defenderse, porque la columna griega formaba una larguísima línea por estrechos caminos. Sin embargo, desarrollaron algunas tácticas muy útiles. Si los carducos atacaban a la vanguardia, se enviaba un mensaje a retaguardia. Desde allí, una fuerza especial de peltastas y hoplitas rodeaba las montañas y trataba de alcanzar posiciones más elevadas que los carducos para atacarlos y ponerlos en fuga, o atraparlos en dos frentes. Lo mismo hacía si atacaban la retaguardia o el centro de la línea. Sin embargo, una una lucha agotadora, y los carducos no dejaron muchos alimentos que pudieran tomar los griegos.
 

En unos días, vislumbraron por fin el camino que descendía hasta el valle del río Centrites, la frontera  con la satrapía de Armenia. Los griegos se animaron y alegraron, y apretaron el paso. Atrás habían dejado los cadáveres de muchos compañeros, algunos de ellos extraordinariamente valientes, aquéllos que dirigían los temerarios asaltos contra los feroces carducos. Pero pocos duran las alegrías a un mercenario griego perdido en Asia. Tan pronto como llegaron a la llanura del río, apareció en la ribera opuesta un ejército bastante grande enviado por el sátrapa, con muchos jinetes y numerosa infantería, compuesta por mardos, armenios y lanceros cálibes. Para colmo, el Centrites venía bien alto. Los soldados no hacían pie, y tenía el río casi sesenta metros de ancho.
Durante un par de días, ambos ejércitos se vigilaron, sin decidirse a hacer nada. Pero el tiempo corría en contra de los griegos. El invierno estaba llegando, y no tenían comida. La fortuna les sonrió, no obstante, cuando un joven encontró por accidente un vado algunos kilómetros río arriba. Quirísofo dirigió el grueso de las tropas hacia el vado. En la otra orilla, los jinetes les seguían. Mientras, Jenofontes seguía a la retaguardia con las tropas ligeras.
Entonando el peán y haciendo mucho ruido, Quirísofo lanzó las tropas al vado. Al mismo tiempo, Jenofonte lanzó a las suyas hacia atrás a toda velocidad, como si quisiera cruzar por el punto por el que habían llegado por primera vez al río. Los enemigos pensaron que los griegos pretendían cruzar por dos puntos y atraparlos en una pinza. Ante la confusión, retrocedieron, retirándose de las orillas, y ocuparon el camino principal que ascendía del río. Justo en ese momento, los carducos se lanzaron contra la retaguardia de Quirísofo, que todavía no había cruzado. Confusión. Lucha en varias direcciones. Órdenes complejas difícilmente transmitidas. Jenofonte deshizo entonces el camino andado para socorrer a Quirísofo. Con mucho valor, defendieron el vado mientras el grueso del ejército griego terminaba de cruzar. Quirísofo se lanzó entonces hacia el camino, mientras Jenofonte y sus peltastas y honderos se retiraban ordenadamente, aunque con bajas, por el vado, dejando a los carducos atrás. Los griegos estaban furiosos, y cargaron contra la caballería, que no aguantó mucho tiempo antes de volver grupas y retirarse. Cuando la infantería armenia vio a los hoplitas volviéndose hacia ellos con cara de pocos amigos, decidieron que ya tenían suficiente, y huyeron.

Así entraron por fin en Armenia. Llegaron al mismo tiempo que las primeras nieves, para su desgracia. Al día siguiente, el sátrapa de Armenia, Tiribazo, se acercó y decidió negociar con ellos: tendrían paso franco y les darían mercado, pero no debían destruir nada. Los griegos aceptaron. Avanzaron con guías hacia algunas aldeas. Sin embargo, un día capturaron a un espía persa, y en el interrogatorio les confesó que Tiribazo les preparaba una emboscada en las montañas que tenían delante. Decidieron por tanto enviar urgentemente y por sorpresa a los peltastas a tomar la posición que debía controlar Tiribazo para la emboscada. La operación tuvo éxito, y capturaron muchos caballos y la tienda donde iba a dormir el sátrapa, hecha de metales preciosos. Así cruzaron y se pusieron a salvo. Tiribazo, ante la bajada de las temperaturas, decidió dejar actuar al “general invierno”, y sin arriesgar más tropas, se retiró a observar.
Tres días más tarde, los griegos vadeaban las heladas aguas del Eúfrates sin mojarse más arriba de la cintura. Poco después comenzaron las tormentas de nieve. Un día, los griegos se despertaron, y la nieve les llegaba a la cintura.
El avance desde allí fue penoso. Las acémilas se morían de frío. Muchos griegos se dejaban caer en la nieve, agotados y helados, y se negaban a seguir avanzando, abandonándose a la muerte. Pies helados. Orejas y narices congeladas... Debían descalzarse de noche para que las correas de las sandalias no se les clavaran en la piel. Fiebre. Enfermedad... Alimento para los buitres en la siguiente primavera, cuando la nieve se retirara y descubriera los cadáveres. Los carroñeros también sabían esperar.
Por fin llegaron a la región de Capadocia y sus famosas casas subterráneas. Aquí, los habitantes les dieron cobijo en las cuevas. Jenofonte describe aquí sus costumbres y modo de vida.
Aquí descansaron unos días antes de seguir.
Algunas jornadas más adelante, en los límites septentrionales de Armenia, les aguardaban tropas de infantería de cálibes y taocos, pagados por el sátrapa, en una cima que controlaba su camino. Aquí Jenofonte describe un “pique” entre espartanos y atenienses. Jenofonte reta con sorna al espartano Quirísofo a que “robe” la cima a los enemigos, ya que en Esparta se les enseña desde niños a robar (léase en “La República de los Lacedemonios”, de Jenofonte). Quirísofo replica, con cierto ingenio: “Oh, pero yo he oído que los atenienses premian con cargos importantes a los que mejor roban dinero público. Prueba tú, entonces, ya que eres ateniense”.
Tras tomar la cima, avanzaron hasta llegar al país de los Taocos. Este pueblo ofreció mercado a los griegos, y éstos les compraron numerosas reses para tener comida en las siguientes etapas. Así, llegaron al país de los cálibes, que tenían armaduras de lino y esparto y portaban largas lanzas. Los cálibes se encerraron en sus fortalezas, y no dieron mercado a los griegos. Éstos no encontraron comida en el territorio, y consumieron lo que habían tomado a los taocos.
Por fin salieron del país de los cálibes. La vanguardia griega subió al monte Teques, y se produjo un gran griterío. Los soldados de retaguardia se inquietaron, y marcharon rápidamente. Jenofonte describe entonces la alegría de aquellos famélicos, agotados y diezmados hombres, porque desde la cima, hacia el norte, vieron el mar. Los griegos lloraron, y elevaron allí un trofeo. Bajaron entonces llenos de alegría, porque pensaron que ya estarían casi en casa. Habían llegado a a la costa norte de Anatolia, donde ya había muchas colonias griegas, como Heraclea o Sínope. Pero estaban muy equivocados.


"El mar... El mar..."
 
 


Tenían todavía que avanzar por la costa hacia el oeste hasta llegar a estar frente a Tracia, en la entrada al Ponto Euxino. El camino pasaba por las colonias y territorios bárbaros alternativamente. Peo, para empezar, las colonias griegas no los recibieron precisamente con los brazos abiertos. Éstas habían establecido delicadas relaciones con los pueblos autóctonos vecinos, con los que comerciaban. La irrupción de un enorme ejército de griegos hambrientos, sin dinero y armados hasta los dientes no podía ser vista con buenos ojos. Les convenía, por tanto, para que los hombres de Jenofonte no saquearan cada región, darles mercado. Pero los mercenarios no tenían mucho dinero, y eran muchos para sostenerlos durante muchos días. Por lo tanto, la principal preocupación de las colonias era que los mercenarios siguieran su camino sin armar jaleo. Para ello, pusieron en práctica diversas políticas, unas amistosas y otras más hostiles, con resultados dispares.
En primer lugar, los mercenarios llegaron a Trapezunte,(también conocida como Trebisonda) colonia griega en la Cólquide. Comenzaron a saquear a los colcos, pero los trapezuntios intervinieron enseguida, ofreciendo mercado y acogiendo a los mercenarios. Al principio, todo fue bien, y el ejército votó por seguir el camino por mar. La colonia les cedió algunos barcos. En uno de ellos, Dexipo y unos cincuenta hombres huyeron y nunca más supieron de él el resto de los mercenarios. Quirísofo tomó otro, y argumentando que él conocía a Anaxibio, jefe de la flota peloponesia, podría traer barcos. Tampoco supieron de él en mucho tiempo. Con el otro, Polícrates de Atenas comenzó a dedicarse a la piratería, asaltando y capturando barcos para transportar a todo el ejército. Pero eran insuficientes, y mientras el ejército consumía los recursos de la región. Cuando ya no hubo comida en las cercanías, los trapezuntios se ofrecieron a guiar a las expediciones de forraje del ejército, pero no los guiaban a lugares fáciles de atacar, (tenían que cuidar sus relaciones con los colcos, después de todo), , sino que los llevaban contra tribus lejanas más hostiles, como los drilas.
Como seguían sin tener noticias de Quirísofo, Jenofonte se dio cuenta de que debían seguir el camino por tierra, ya que no quedaban más recursos en la región. Malhumorados, los griegos volvieron a ponerse en marcha.

Atravesando territorios de mosinecos y tiberenos, llegaron a la colonia de Cerasunte. Aquí, uno de los capitanes del ejército, desobedeciendo la orden de no saquear el territorio, atacó a algunas aldeas de bárbaros aliados de los cerasuntios. Los embajadores de la colonia llegaron con protestas al campamento. La tensión no cesaba de aumentar, y el camino se ponía cada vez más difícil. Tuvieron que seguir adelante.

Las noticias del avance de los mercenarios corrían veloces, y a donde llegaban, cada vez estaban más preparados. Además, la desconfianza dentro del ejército aumentaba antes las recientes muestras de indisciplina y traición por parte de algunos de sus compañeros. Su moral estaba por los suelos.
Jenofonte sabía que tenía que seguir adelante, y, siendo consciente de que las colonias estaban interesadas en que marcharan rápidamente, les enviaba mensajes por delante, ordenando que arreglaran caminos o les dieran barcos. Incluso pensó en fundar una nueva colonia con el ejército, como alternativa, pero sus hombres ya no querían estar más tiempo lejos de sus hogares.
De modo que, cuando las noticias llegaron a Sínope, que estaba todavía a muchas jornadas de distancia, los mercaderes decidieron enviar barcos al ejército para que salieran cuanto antes del Ponto. Los griegos se alegraron de esto, y, recogiendo sus escasos bagajes, montaron en las naves en la colonia de Cotiora, y se hicieron a la mar, en dirección al oeste. Cada noche tenían que acampar en tierra, pero aun así, el avance por mar fue mucho más rápido.
Una vez los griegos pasaron Sínope y llegaron a las costas de los paflagonios, encontraron a Quirísofo, que en una trirreme, había vuelto de ver a Anaxibio. Sólo les informó de que el espartano les felicitaba y les informaba de que cuando llegaran a Heraclea, serían de nuevo contratados para el ejército lacedemonio.

Desde ese momento, se sintieron muy seguros, y por lo tanto, las distintas procedencias del ejército comenzaron a pesar. Ya no eran griegos, sino un conjunto de arcadios, atenienses, rodios, etc. Los mercenarios decidieron elegir un único estratego para guiar al ejército. Se lo propusieron a Jenofonte, pero éste lo rechazó diciendo que era insensato que si había sólo un líder, éste no fuera espartano, ya que éstos ahora eran los dueños de todos los griegos. Quirísofo fue elegido entonces.
Pero éste no era apreciado por todos. Cuando la expedición llegó por fin a Heraclea, cerca ya de la entrada del Ponto, abandonaron los barcos, y el ejército se fragmentó: arcadios y aqueos por un lado, Quirísofo con los soldados más afines a los lacedemonios, por otro. Por último, Jenofonte y los soldados más sensatos, por su lado.
Pero por separado, los fieros mercenarios se volvieron vulnerables. Mientra Jenofonte planeaba la salida de la región, los demás se dedicaron a saquear y atacar a los bitinios. Pero habían olvidado que todavía estaban en territorio del Rey. La satrapía estaba al mando de Farnabazo, que había susituido a Ciro el Joven. Y Farnabazo era un guerrero astuto. Cuando los bitinios se le quejaron de las molestias y los daños que causaban los griegos, Farnabazo organizó su ejército con numerosos jinetes, y estudió los movimientos de los griegos. Esperó al momento adecuado, y en un ataque brutal, aisló un cuerpo de mercenarios, y los atacó hasta exterminar a quinientos hoplitas: más bajas que en la batalla de Cunaxa.
Rápidamente, los mercenarios llamaron al ejército de Jenofonte para que acudiera en su rescate, pues se habían dado cuenta de que ya no podían seguir separados. Éste acudió al rescate de los restantes hombres, y rechazó en batalla al ejército de Farnabazo. Éste no se decidió a atacar viéndolos fuertes, ya que, aunque podía vencerles, resultaría muy costoso y no habría ganancia alguna. Siguió hostigándolos sin arriesgar mucho, y entonces jugó la carta de la política, lo que también hacía muy bien.
Los mercenarios estaban ya muy cerca del Bósforo. Farnabazo contactó con Anaxibio, jefe de la flota peloponesia. Los espartanos debían muchos favores a los persas, y en aquellos momentos, mientras trataban de afianzar su recién conseguida hegemonía sobre todos los griegos, no estaban interesados en enfrentarse al sátrapa. Por lo tanto, Farnabazo no tuvo muchas dificultades en conseguir que Anaxibio exhortara a los griegos para que cruzaran el Bósforo y pasaran a Bizancio, ya fuera de Asia. Anaxibio no debió resultar muy caro de sobornar, seguramente. Envió embajadores al ejército, diciéndoles que si llegaban a Bizancio, tal y como había dicho Quirísofo, recibirían soldada y serían incorporados al ejército. Llenos de esperanza y alegría, los que quedaban de los Diez Mil navegaron hasta Bizancio, después de elegir a otro líder, Cleandro, que les prometió darles en mano la soldada. Jenfonte, mientras, desconfiando, se separó del ejército y comenzó a pensar en su propio retorno a Atenas.
Pero una vez en Bizancio, Anaxibio no cumplió su promesa para con los mercenarios. No les pagaba soldada. Muchos, desesperados, vendieron sus armas y se dispersaron por la ciudad. Otros comenzaron a causar tumultos. Pero no tendrían suerte. Estaban malditos. Artajerjes II los había marcado, y ningún persa los contrataría. Tampoco lo haría ningún harmoste espartano si quería llevarse bien con los persas. Juntos, habían luchado contra el Gran Rey y le habían humillado, y habían cruzado una ruta infernal hasta llegar a Bizancio, pero no habían obtenido más beneficio que su propio pellejo surcado de cicatrices y un buen número de historias que contar. Eran un estorbo para todos los bandos. Anaxibio les ordenó salir de la ciudad, con la amenaza de vender como esclavo al que encontraran dentro de la ciudad al final del día. Los soldados, agotados, sin dinero y sin patrón, de nuevo eran traicionados. Sólo que en las afueras de la polis comenzaba Tracia, país rico y lleno de feroces tribus. Los soldados no tenían ni las fuerzas ni la moral para atravesar el país. Se rebelaron en la ciudad cuando quedaban ya pocos dentro, y entonces, el harmoste de Bizancio se dio cuenta de lo peligrosos que eran aquellos hombres, que ya no tenían nada que perder. Entonces, se acordó de Jenofonte. Lo hizo llamar para que intercediera por aquellos hombres, y Jenofonte llegó a Bizancio. Por entonces, el rey tracio sin trono Seutes había contactado con él, y se mostró interesado en contratarlos. Con Seutes estaba Dexipo, el traidor, que abandonó a sus compañeros tras prometerles regresar con barcos, y que no dejaba de injuriar a Jenofonte ante Seutes. Aun así, el ateniense consideró que aquella era la mejor opción, y tomando de nuevo el mando del ejército, aplacó su ira y les condujo fuera de Bizancio, hacia el campamento de Seutes. Así empezó la última campaña de los Diez Mil.
Seutes había sido destronado por una tribu tracia, y estaba reuniendo un ejército con la ayuda de su valedor, el rey Medósades. Cuando supo de los soldados de Ciro, consideró que era una buena oportunidad para reforzar su ejército. Les prometió una buena soldada, y los contrató.
Pronto se dieron a valer los experimentados y fieros mercenarios. Tribu tras tribu, fueron derrotándolos hasta que sus jefes tuvieron que pactar con Seutes. De repente, los hostiles se convertían en amigos. Seutes avanzó imparable hasta sus antiguos dominios, y cuando llegó, había conseguido tantos nuevos aliados que ya superaban en número a los griegos. Entonces fue cuando el tracio comenzó a pensar que tal vez podía ahorrarse la soldada de los griegos. Ya tenía muchos hombres, y en caso de que se rebelaran contra él, podía hacerles frente.
Los griegos se volvieron hacia Jenofonte, y muchos clamaban que el ateniense les había engañado. Indignado, Jenofonte suplicó ante Seutes que no les traicionara, y que cumpliera sus juramentos. Seutes se había dejado envenenar contra Jenofonte por Dexipo. Pero el ateniense apeló a su honor. El discurso de Jenofonte ante Seutes es una preciosidad, y merece la pena que lo leáis.

Finalmente, Seutes accedió a pagarles en especie: ganado, algo de oro y esclavos para vender, pues el tracio argumentó que no tenía más oro con que pagarles. Furiosos por el desaire, los mercenarios aceptaron, aconsejados por Jenofonte.
Pero en aquellos meses, la guerra entre Esparta y los sátrapas Farbanazo y Tisafernes había comenzado, y el rey Agiselao preparaba una expedición a Asia. Buscaron a los mercenarios para enrolarlos. Como peones de un partida de ajedrez, volvían a ser requeridos para lugar contra los persas.
Cuando salieron de Tracia, Jenofonte no tenía dinero ni para volver a Atenas. Cruzó el Bósforo llegó a la región lidia, buscando a Tibrón para entregarle el ejército. Por el camino, asaltó una posición defensiva de uno de los generales persas, Asidates. Con un puñado de hombres, asedió su torre, perforó el muro y tomaron gran botín. Entre tanto, llegaron refuerzos persas, y los griegos tuvieron que retirarse luchando y protegiendo el gran botín que habían obtenido.
Por fin se reunieron con Tibrón. Los soldados se despidieron de Jenofonte, y le dieron muchos regalos en agradecimiento. Y así, enrolados de nuevo al mando de Tibrón y posteriormente, Agiselao, y cerca de donde había comenzado su ascensión hacia el Rey, terminó la historia de los Diez Mil. Cito el final: “ La suma del recorrido completo ascendió a doscientas quince etapas, treinta y cuatro mil seiscientos cincuenta estadios. El tiempo transcurrido, un año y tres meses.”


La importancia de la Anábasis se comprendió bien cuando el documento cayó en manos de Filipo de Macedonia y su hijo, Alejandro. A lo largo de sus páginas, Jenofonte describe con detalle el camino para invadir Asia: los lugares adecuados para alimentarse, la distancia entre aldeas, el tiempo de respuesta de los ejércitos y guarniciones persas y de otros pueblos bárbaros... Alejandro aprendió también cómo luchar contra los carros falcados, dónde cruzar el Eúfrates, y, sobre todo, qué debía hacer para convertirse en rey de los persas, y no sólo en conquistarlos. Alejandro aprendió que si quería sustituir a Darío III, debía enfrentarse a él en el campo de batalla y vencerle, para que los nobles persas pudieran aceptarle como nuevo líder. Por eso, la danza mortal del ejército macedonio en la llanura de Gaugamela tenía como fin que Alejandro llegara a Darío y lo matara. Lo demás no tenía importancia.



LOS DIEZ MIL PARA DBA.
En Fanaticus, Greg Kelleher posteó un ejército para representar a los Diez Mil, balado en la lista II/5i, sin caballería y con tres psilois como opcionales.
http://www.fanaticus.org/DBA/armiesofthefanatici/GregKelleher/Xenophon/index.html
Personalmente, después de leerme el libro, me parece una propuesta bastante acertada, y a continuación, ampliaré la adaptación.
Para empezar, debería aparecer la opción de Cv en lugar de una Sp, para representar a los jinetes que organizó Jenofonte.
Luego, la peana obligatoria de psiloi debería representar a arqueros y honderos rodios.
Las otras dos peanas opcionales, salvo Sp, podrían ser perfectamente Ax o Ps. En las batallas contra los carducos, los peltastas hicieron funciones tanto de Ps, hostigando a distancia, como Ax, buscando el combate cuerpo a cuerpo contra el enemigo, incluso incorporando hoplitas en formación dispersa a su número. Por lo tanto, una de las peanas podría perfectamente ser Ax. Yo diría que la lista ideal sería:
1Sp(gen), 1 Cv, 7 Sp, 1 Ps (honderos), 1 Ps (peltastas), 1x Ps o Ax (peltastas).
 
 

miércoles, 16 de agosto de 2017

Anábasis. La retirada de los diez mil. Parte I

Saludos. Hoy hablaremos de una de las mayores aventuras de la Antigüedad: la fallida rebelión de Ciro el Joven y la desesperada huida de sus diez mil mercenarios griegos desde el corazón del imperio persa de vuelta hacia Grecia. El mejor relato de estos hechos lo encontramos en la obra de
"J"
Jenofonte, en su “Anábasis”, ya que fue el propio Jenofonte el que tomó el mando del ejército y dirigió el retorno de los soldados. Obviamente, la obra es mucho más grande y rica de lo que puedo resumir en estas páginas, y por ello recomiendo encarecidamente que os la leáis. Seguro que no os arrepentiréis. Hay que decir que Jenofonte es uno de los personajes más fascinantes de su época, y su prosa, además de ser valorada por no pocos  filólogos como "dulce como la miel", constituye en muchos casos relatos de primera mano con altísimo valor histórico. De hecho, Jenofonte continuó la obra de Tucídides justo por el punto por donde este dejó "Guerra del Peloponeso", en sus "Helénicas". Y no solo fue historiador. Fue discípulo de Sócrates y mostró gran interés por todo tipo de conocimiento. Recopiló diversas constituciones y varios estudios sobre el uso y el entrenamiento de la caballería en el ejército  o las finanzas del Estado. Valiente, curioso, brillante... En mi novela "La isla de las sombras. La batalla de Esfacteria", me las arreglé para que hiciera incluso un pequeño cameo, porque para mí, "J", al igual que Tucídides, son como queridísimos miembros de la familia. Bien, comencemos...
La historia comienza con la muerte de Darío II Oco, en el 404 a.d.C. Según Jenofonte, Darío tuvo dos hijos con Parisátide: Artajerjes, el mayor, y Ciro, el pequeño. Artajerjes era el sucesor. Ciro, unos años antes, había sido nombrado por Darío sátrapa de Frigia. Pero Parisátide prefería a Ciro, que desde luego era mucho más capaz e inteligente que su hermano. El caso que el sátrapa de Lidia y Caria, Tisafernes, buscando el favor del nuevo rey, denunció a Ciro como conspirador ante Artajerjes. Parisátide, desesperada, intercedió por él ante su primogénito, defendiendo la inocencia de Ciro. Ya fuera real o no el complot contra Artajerjes, el Gran Rey cometió dos errores: primero detuvo a su hermano y a punto estuvo de ejecutarlo... Pero luego se detuvo, le perdonó y le devolvió el gobierno de su satrapía. Ciro, el epítome del orgullo, el valor y las virtudes iranias, tomó la decisión de no vivir más tiempo bajo el gobierno de su hermano.
Bueno, estamos ahora en Grecia en el año 401 a.d.C. Cuatro años atrás, Esparta, gracias a la ayuda activa de Tisafernes y el propio Ciro, los dos sátrapas de la costa de Asia Menor, había ganado las guerras del Peloponeso, derrotando a Atenas, y extendiendo su dominios por toda la Hélade. Las polis se ven obligadas a recibir a los harmostes o gobernadores espartanos, y a participar en las campañas que ordenara Esparta. Mientras, el joven y astuto Ciro les observaba, y hacía sus planes.
Después de la denuncia ante Artajerjes, las relaciones de Tisafernes y Ciro, cuyas satrapías eran vecinas, eran abiertamente hostiles. Ciro, un gran animal político, había sabido atraerse las simpatías de todos los pueblos sobre los que gobernaba, además de las de las ciudades helenas de la costa jonia, que estaban controladas por Tisafernes. Voluntariamente, Jonia se entregó a Ciro, salvo Mileto. Tisafernes atacó a las ciudades, y esta fue la excusa que tuvo Ciro para comenzar a reunir tropas delante de las mismísimas narices de Artajerjes II. Ya fuera mal aconsejado, o bien deliberadamente cegado por Parisátide, Artajerjes se reía de las guerras entre Ciro y Tisafernes. Como los tributos le seguían llegando enviados por su hermano, creía que mientras ellos dos estuvieran así ocupados, no harían planes para rebelarse contra él. No se extrañó, por lo tanto, cuando Ciro comenzó a reunir tropas de entre los pueblos vecinos, ni cuando comenzó a contratar generales griegos mercenarios, ni tampoco algunas guarniciones. Eran pocas tropas. No representaban un peligro.
Pero Ciro sólo mostraba parte de su juego. Porque al otro lado del mar Egeo, en Grecia, comenzó a cobrarse los favores que había hecho a los espartanos durante las guerras contra Atenas. En secreto, contrató a los mejores generales y les dio dinero para que reunieran un ejército de mercenarios como nunca se había visto. El mejor de ellos era un espartano exiliado, brutal y terriblemente aficionado a la guerra, llamado Clearco. Su llamamiento atrajo a griegos de muchos sitios: arcadios, árgivos, tebanos, aqueos, espartanos, rodios, atenienses... Uno de éstos últimos, con el grado de capitán, era Jenofonte.
A su debido tiempo, Ciro convocó a sus tropas. Todas sus guarniciones, destacamentos y exploradores que tenía dispersos por numerosas plazas se convirtieron de repente en un ejército enorme. Con la nueva excusa de realizar una campaña contra los siempre levantiscos písidas, Ciro, después de tener bastante controlada la satrapía de Tisafernes, penetró en Lidia y se dirigió hacia el interior. Comenzó así la “ascensión” hasta el interior de Asia (en griego, “ascensión” se dice “anábasis”. Se decía entonces “subir a ver al Rey”). Tisafernes, al ver los preparativos de su rival, huyó de su región y se dirigió hacia la corte del Gran Rey, para avisarle de que no creyera a Ciro: el ejército que había organizado se dirigía contra él.
Hay que aclarar que Ciro mantuvo engañado a todos los soldados, salvo a los mandos de su confianza. Ni griegos ni bárbaros estaban dispuestos a atacar por las buenas al Gran Rey en el corazón de su imperio. Todos estaban convencido de la campaña contra Pisidia. Sin embargo, cuando pasaron de largo, comenzaron a sospechar. Jenofonte describe una de las mejores escenas de su obra: los soldados, sintiéndose engañados, lanzan piedras al general Clearco cuando éste pasa cerca de ellos, y lo hacen huir hasta su tienda. Luego, Clearco se presenta con lágrimas en los ojos ante ellos y les dice llorando que confíen en él, que no piensa engañarles: auténtico carácter “mediterráneo”, oiga.
Sin embargo, conforme el camino avanza, todos se van dando cuenta. ¿Cómo consiguió Ciro que su ejército no desertase? La respuesta es sencilla: carisma. Ciro era un gran guerrero y político. Se rodeó de los mejores profesionales, los mejores colaboradores. Los agasajaba, se portaba honradamente con ellos. Cumplía con la palabra que daba. Muchos espías de Artajerjes habían sido “convertidos” por la astucia y el buen hacer de Ciro. Así, cuando llegó el momento de la verdad, Ciro no les ocultó sus planes por más tiempo, les pidió su ayuda y les prometió enormes recompensas. Luego les dio libertad para elegir. Y ellos le creyeron: porque si había alguien capaz de triunfar en aquella aventura tan audaz y peligrosa, era aquel persa. El resultado: griegos y bárbaros de su ejército se peleaban por el honor de cruzar el Eúfrates en primer lugar.
Artajerjes, informado por Tisafernes, no se mantuvo ocioso, y reunió un ejército ENORME. Decidió esperar a su hermano en Cunaxa.
Los temibles carros falcados
Formaron en la llanura. Los mercenarios griegos ocuparon el flanco derecho de Ciro, junto al río Eúfrates. La caballería paflagonia protegía el extremo de la línea. A la izquiera, se puso Arieo, un ayudante de Ciro, con las tropas bárbaras de frigios y misios. En el centro, una veintena de carros falcados y Ciro, con sus seiscientos jinetes: la élite de la caballería persa: los mejores caballos, las mejores armas y armaduras...
Pero el ejército de Artajertes era tan grande que el centro de su línea, donde estaba él mismo, desbordaba el ala izquierda de Ciro, cuya línea era mucho menor. Miles de jinetes en el flanco izquierdo (frente a los griegos), dirigidos por Tisafernes. Un enorme centro con arqueros persas, lanceros egipcios, montañeses kurdos, soldados takabara, más arqueros. Entre ellos, Artajerjes con su caballería, todos con armaduras teñidas de blanco: seis mil expertos jinetes bien equipados y entrenados... Organizado por tribus, cada componente del ejército estaba formado en un denso cuadro. Por delante de ellos, cientos de brutales carros falcados, diseñados para destrozar a los soldados de las falanges... El mayor ejército jamás visto desde Jerjes I invadiera Grecia. Su visión sobrecogió al ejército rebelde. Se hizo el silencio.
Entonces, Ciro, arrojando su yelmo, se situó al frente de sus líneas y arengó a sus tropas. “Seguidme”, les dijo, “si vencemos aquí, estará todo hecho”. Y aquel cúmulo de hombres de distintas naciones, con distintas lenguas, creyó sus palabras, rugió, y se lanzó al ataque.
Una gran nube de polvo se levantó cuando los carros falcados de Artajerjes se lanzaron contra las líneas de hoplitas. No vacilaron. Ciro había enseñado bien a Clearco, y éste había adiestrado a sus hombres: cuando los carros les alcanzaron, los griegos abrieron pasillos entre sus filas, y las terribles máquinas pasaron entre ellos casi sin hacerles daño. Los peltastas dieron buena cuenta de ellos. Entonces, los hoplitas, a doscientos metros de distancia de los enemigos, entonaron el peán, y lanzaron el grito en honor del Einalio.
Cargaron contra la caballería de Tisafernes y la infantería bárbara, golpeando lanzas contra escudos para espantar a los caballos. Como una marea imparable, los diez mil mercenarios ganaron impulso. Y sus enemigos no pudieron soportarlo. Tisafernes ordenó una retirada hacia el río, dejando descubierta a la infantería. Éstos, takabara casi todos, tampoco presentaron resistencia: huyeron. Como un inmenso dominó, el flanco izquierdo de Artajerjes se deshacía ante el empuje de los mercenarios.
Los generales felicitaban a Ciro. Los más entusiastas ya le jaleaban como Gran Rey mientras veían desintegrarse el ejército enemigo. Sin embargo, no se dejó llevar por el entusiasmo. Vigilaba a su hermano. Intentaba localizarle. Así pudo ver que el centro del ejército de Artajerjes comenzaba a pivotar hacia el flanco izquierdo de los griegos, que, al haberse adelantado, quedaba expuesto. Entonces supo lo que tenía que hacer. Llamando a sus jinetes, Ciro y su escolta salieron disparados hacia los seis mil jinetes que acompañaban a Artajerjes. Debía proteger a los griegos, y debía matar al Rey. Sabía que no había otra manera. Aunque ganara la batalla, no había sitio en Asia para dos reyes. Artajerjes no debía abandonar con vida el campo de batalla.
Los hombres de Ciro, vestidos de rojo, se lanzaron contra los jinetes de Artajerjes, con las armaduras pintadas de blanco. Como un relámpago, Ciro y sus jinetes acorazados rompieron sus líneas. Fue un choque brutal, precedido por el vuelo mortal de las jabalinas. Cuando éstas se agotaron o se rompieron, los jinetes tiraron de cuchillo. Fue tal su empuje que toda la caballería de Artajerjes, aunque muy superior en número, no aguantó y se dio a la fuga, perseguidas por la escolta del joven sátrapa. Fue entonces, cuando en la confusión, Ciro distinguió a su hermano. “Veo al hombre”- exclamó a sus fieles, y sin darles tiempo para que le protegieran, espoleó a su caballo hacia él.
"El tiempo pareció detenerse..."
Para Artajerjes, el tiempo debió detenerse. Entre el polvo y los jinetes en retirada, los gritos de los heridos y los relinchos de los caballos, cubierto de sangre de sus enemigos, Ciro emergió como una terrible aparición, lanzado hacia él. Sólo tuvo tiempo de que un escalofrío recorriera su espalda cuando su hermano le acometió empuñando su corta lanza. Luego, un impacto, y algo húmedo y caliente, sangre del Rey de Reyes que manaba desde dentro de la coraza real. ¡Estaba herido! Luego, un grito, un pestañeo, y algo que pasaba velozmente junto a su cabeza e impactaba en el hermano rebelde.
Transcurrió un segundo, y Artajerjes se vio sobre su caballo. Sin embargo, la montura de su hermano estaba vacía. Ciro el Joven, admirado y querido por sus amigos, y temido por sus enemigos, agonizaba en el suelo con el penacho de una flecha asomando por su ojo. Antes de que pudiera ordenar nada, los “comensales” de Ciro, los siete persas de máxima confianza, se abrieron paso y rodearon el cuerpo, defendiéndolo hasta su último aliento. Uno a uno, cayeron junto a su líder, hasta que el último, Artapetes, pie en tierra y manteniendo a raya a sus enemigos, sintiéndose ya agotado, se arrodilló junto a Ciro y se degolló con su propia espada.
Sólo uno de ellos no murió allí. Se llamaba Arieo, y al ver morir a Ciro, huyó junto algunos de sus hombres.
Allí murió Ciro el Joven, un hombre que causó verdadera impresión en Jenofonte, que lo tomó como modelo de virtudes y ejemplo de ética y de gobernante, como podemos leer en la Anábisis. La sombra de Ciro el Joven planea sobre la imagen de Ciro el Grande, creador del imperio persa, que Jenofonte describió en otra de sus obras: “La educación de Ciro” (o “Ciropedia”). Pero volvamos a Cunaxa.
Los mercenarios seguían avanzando sin saber que Ciro había muerto. Dejaron la batalla atrás y se lanzaron contra el campamento del Gran Rey. Éste, mientras, puso en fuga al resto del ejeŕcito de Ciro, y también se lanzó contra el campamento rebelde.
Los griegos vieron entonces que sus enemigos estaban a sus espaldas, y que podían cargarles por la retaguardia. Dieron media vuelta, y tomaron el camino de su campamento. Toda sus provisiones estaban allí, y sin ellas, estarían perdidos.
Tisafernes se reunió con Artajerjes, y decidieron no cargar de frente contra los griegos. Deshicieron el camino que habían hecho, hasta quedar frente al flanco derecho de los griegos. Clearco ordenó desplegar el ala, y así formaron una nueva línea, pero con el río a sus espaldas. Una vez ejecutada la maniobra, de nuevo cargaron, y pusieron de fuga otra vez a sus enemigos. Ni caballería ni infantería se les opuso. Entonces, después de todo un día de batalla, los griegos invictos, regresaron sin oposición a su campamento, esperando reunirse con Ciro victorioso. Allí pasaron la noche.
Pero Ciro no llegó. La primera noticia les llegó de parte de Arieo. Ciro estaba muerto. Él había retrocedido hasta el campamento anterior al de la batalla. Les informó de que les aguardaría un día, y luego tomaría el camino de regreso a Jonia. Entonces, los griegos se dieron cuenta de la verdadera situación: eran diez mil mercenarios en una tierra extraña y desconocida, a miles de kilómetros de sus hogares, rodeados de enemigos. Su campamento y sus bagajes habían sido saqueados y apenas tenían provisiones. El hombre que les había llevado hasta allí, el único que había mostrado su afecto, respeto y admiración hacia ellos, el que había sabido sacar lo mejor de cada uno, estaba muerto. Muchos pensaron que pronto le harían compañía.
Poco después, el Rey comenzó a enviar emisarios. Siguieron unos días de terrible incertidumbre para los griegos. Para empezar, había un conflicto cultural. Los griegos habían ganado la batalla. Según su punto de vista, el campo les correspondía, y si Ciro había muerto, Arieo debía ser el nuevo rey. Incluso enviaron un emisario al campamento de Arieo proponiéndole que volviera y tomara la corona. Imaginad la sorpresa del persa al darse cuenta de lo ciegos que estaban los griegos. Por supuesto, les respondió que ningún noble persa le seguiría, de modo que rechazaba la oferta. Sin embargo, bajo el punto de vista persa, una vez muerto el sátrapa rebelde, Artajerjes era el vencedor, sin importar lo que ocurriera en los combates. Por lo tanto, el primer mensaje del Gran Rey fue: “He vencido. Entregadme las armas”. Por supuesto, Clearco respondió lo que todo general griego ansiaba poder decir algún día: “Si quieres nuestras armas, ven a quitárnoslas”.
"¡Decid a los persas  qué opinamos de sus propuestas!"
Pero el caso es que Clearco sabía que no tenía más provisiones, y que habían consumido todas la que habían encontrado en su camino, de modo que no podía regresar a Grecia por la misma ruta. Y tampoco tenía guías para buscar otra. De modo que hizo una oferta a los persas: si con el dinero de Ciro habían hecho frente a Artajerjes, con el dinero de Artajerjes podían hacer frente a los egipcios, que se habían rebelado de nuevo recientemente. En principio, parecía un buen trato. Pero aun así, griegos y bárbaros no confiaban en solucionar así las cosas. Porque aquellos mercenarios habían humillado al ejército del Gran Rey. Eran una afrenta que no podía permitirse un persa. Si Artajerjes dejaba escapar con vida a aquellos hombres, posiblemente debilitara su posición entre otros persas, ya que podría interpretarse como un signo de su debilidad. No pocos nobles simpatizaban en secreto con Ciro, y le veían mucho más capaz que a Artajerjes.
Artajerjes parecía dudar. Perdonó a Arieo y le pidió que mediara con los griegos. Mantuvieron todos una tregua mientras los griegos comenzaron a avanzar. Luego, intentó otro acuerdo, y Clearco soltó otra de sus grandes frases: “Di a tu rey que todavía no hemos almorzado, y por los dioses juro que los griegos no negociaremos con el estómago vacío”. Los persas les llevaron a unas aldeas llenas de provisiones, y les proporcionaron guías. Arieo y sus tropas marchaban cerca de ellos. Por un par de días, todo pareció ir bien.
Sin embargo, la creciente buenas relaciones entre Arieo y Artajerjes pronto levantaron sospechas entre los griegos. Cada vez se dejaba ver menos por el campamento griego, y sus hombres se portaban cada vez con más altivez e insolencia. Hubo algunas trifulcas entre persas y griegos. Hubo misteriosos mensajeros que avisaban a los centinelas griegos de un ataque persa al amanecer. Hubo mucho insomnio. Esto hizo sospechar a muchos. Podría estar gestándose una traición. ¿Acaso eran necios al pensar que el Rey les dejaría marchar indemnes? Los griegos se reunían con los embajadores, y cada vez obtenían más promesas y garantías… Pero cada vez sentían también más miedo. Eran demasiadas promesas. Todo era demasiado fácil.
Sin duda, Artajerjes no sabía como gestionar aquella crisis. Los griegos eran muy poderosos, y no se sentía con fuerza para atacarles en batalla campal. Dejarles marchar era lo más fácil, pero el orgullo le escocía allí donde no es posible rascarse. Seguramente cambió de idea muchas veces, hasta que al final, confiando en sus consejeros, convocó a los generales mercenarios y a los capitanes. Se presentaron con un pequeño destacamento. Una vez en su tienda, los capturó a traición y los decapitó. Unos jinetes se lanzaron sobre la escolta de los griegos, y éstos se dieron a la huía. Allí murieron no sólo Clearco, a quien sus hombres temían más que al enemigo, sino también otros generales: Próxeno de Beocia, Menón de Tesalia, el infame, etc. Jenofonte hace un interesante retrato de estos personajes con unas pocas frases al final del capítulo II.
Sólo uno de ellos llegó al campamento griego, sujetándose las tripas con las manos. Agonizando les contó lo que había ocurrido. Entonces se presentó Tisarfernes, y dijo a los griegos que Clearco había muerto por faltar a sus juramentos. Los soldados preguntaron entonces por los demás generales, pero Tisafernes dio media vuelta sin aclarar nada más.
Para muchos, aquello significaba el fin. El Rey había decidido. Iban a morir allí.
Aquella noche fue la más terrible. No sabían qué iba a pasar. No tenían mandos. No tenían comida ni dinero. Sólo tenían miedo.
Sin embargo, aquella noche, uno de los capitanes, un ateniense llamado Jenofonte, dio una cabezada, y en sus sueños, oyó retumbar el trueno de Zeus. Entonces despertó de un salto, inspirado por su visión.
De cómo los griegos iniciaron su larga retirada versará el siguiente capítulo de esta serie.

BATALLA DE CUNAXA PARA BBDBA.
Os dejo aquí un escenario que diseñamos y jugamos hace muchos años, y que funcionó muy bien para BBDBA. Cunaxa tiene la dificultad de enfrentar a ejércitos muy diferentes en tamaño, pero nos las apañamos la mar de bien, colegas.
Caballería acorazada persa
 


Hay dos bandos: Artajerjes II (defensor) y Ciro, el Joven (atacante). Se usarán las reglas habituales de BBDBA, con las siguientes excepciones:
El flanco izquierdo de Artajerjes estará ocupado por un río. Se pondrá la mínima escenografía adicional que permitan las reglas, incluyendo el río.
a) Ejército de Artajerjes: Se compone de 3 mandos de la lista II/7. Persas aqueménidas tardíos.
1.Tisafernes, flanco izquierdo: Cv(gen), 2 Cv, 3Sch, 4Ax 2Ps, Campamento. El campamento se desplegará en contacto con el río.
Órdenes: detener a los mercenarios griegos y evitar que llegen al campamento persa.
2. Artajerjes II. Cv (CinC) ,4Ax, 4Sp, 2Cv. Los Ax se desplegarán a continuación de la línea de Tisafernes. Artajerjes debe quedar en el centro de la mesa.
3. Orontas. Cv (gen), 2Cv, 6 LH, 4 Ps

El dado más alto será para Tisafernes, el segundo más alto para Artajerjes y el menor para Orontas.

b)Ejército de Ciro: Un mando de II/7 Persas aqueménidas tardíos y otro de II/5(i), hoplitas tardíos, , con la opción de 1Cv y 3 Ps. Ciro será el CiC.
El mando hoplita desplegará pegado al río. El mando de Ciro, a continuación. El campamento también estará pegado al río.

Reglas especiales:
a) El Gran Ejército Real.- El ejército de Artajerjes es tan grande que apenas puede controlarlo. Todos sus generales tienen un rado de mando efectivo de 600 pasos.
b) El mejor hombre: Ciro es un gran general. Siempre tirará dos dados de PIP y elegirá el más alto. Además, su mando sólo se romperá si él muere O si pierde seis peanas, en lugar de cuatro.
c) "Si vencemos aquí, estará todo hecho...". Ciro tiene un +1 adicional al +1 por ser general cuando luche contra cualquier Cv del ejerćito contrario. Además, perseguirá automáticamente a la peana de Artajerjes II como si fuera impetuoso.

Condiciones de victoria:
Artajerjes obtiene Victoria Total si consigue romper los dos mandos enemigos.
Ciro ganará si rompe el ejército enemigo según las reglas o mata a Artajerjes en cualquier momento.

Se producirá un empate si se rompe el mando de Ciro pero el mando griego todavía no se ha roto y, además, consigue asaltar el campamento persa.
"Si queréis nuestras armas, venid a por ellas..."
 

jueves, 3 de agosto de 2017

La era de los kanes

Saludos. Habíamos dejado a Gengis Khan en el Cielo y a su tercer hijo, Ogodei, al frente de su nuevo imperio. Ogodei continuó la labor de su padre a la hora de estructurar su imperio, potenciando la ley, y creando los elementos que requiere un imperio tan grande para ser gobernado. Desde la entrada en la estepa en el lejano oeste de Jurasán y Corasmia hasta Pekín, toda la tierra pertenecía al gran Khan. Se establecieron impuestos, se dispusieron guarniciones, se controló totalmente la Ruta de la Seda, y por tanto, la ruta que unía cultural y económicamente Occidente con Oriente y se articuló el territorio mediante un elaborado sistema de postas. Un mensaje podía llegar en apenas unos días de una punta a la otra del imperio gracias a las estaciones de postas separadas una jornada de camino a caballo. Ninguna información escapaba del Khan. Ningún punto estaba demasiado lejos para que no pudiera enviar su ejército. Y la institución más importante para los khanes y jefes se convirtió en la Gran Asamblea, el Kurultai, que se celebraba una vez al año y en la que se reunían los khanes y jefes mongoles de todo el imperio, se elegían líderes y cargos políticos y militares, y se enjuiciaba el cumplimiento de la ley mongola en las conductas de los jefes. El Kurultai tendría una importancia decisiva en la articulación del imperio universal mongol, pues ataba a los líderes mongoles de las diferentes naciones dominadas a su origen estepario.
Territorio bajo dominio mongol o sometido a los mongoles
La política "diplomática" de Ogodei fue la misma de su padre... Las campañas se extendieron hasta la extición completa de la dinastía Jin. También lanzó dos campañas contra el reino de Corea, quienes resistieron con uñas y dientes y plantearon una férrea defensa en dos campañas sucesivas. Ante el agotamiento de las partes, Corea no pudo evitar, no obstante, convertirse en un estado tributario de los mongoles, pero conservó sus propia dinastía Koryo al frente. A lo mejor un día hacemos un artículo sobre estos valerosos coreanos, que han sido ignorados por Occidente, pero que, como todo aquello que ignoramos, cuando comenzamos a estudiarlo nos parece fascinante.
En el oeste, Ogodei puso al general Chormaqan Qorchi al frente de la campaña contra el califato abásida. Así, los mongoles fueron penetrando en Irán y se fueron abriendo paso hacia Bagdad a lo largo de los años. Con Persia bajo su poder, los mongoles tuvieron acceso a los más finos productos del sofisticado y decadente califato: acero damasquino, telas, bordados, caballos árabes que tanto les fascinaban, dromedarios y camellos para cruzar los desiertos, y un largo etcétera. Ogodei no vería el califato conquistado, pero sí sus descendientes, que establecieron en Il-kanato (ver más abajo).

LA HORDA DE ORO
La campaña más exitosa de Ogodei fue la que encargó  a los príncipes Batu, Buri, Goyuk y Monge. El ejército de estos jóvenes generales sería bautizado con un nombre, quizás mal entendido, pero inconfundible: la Horda de Oro, que también fue conocido como el kanato de  Qipchaq, que era el nombre de la estepa al norte del Mar Negro.. La Horda de Oro se lanzó hacia las tierras de más allá del Volga, y fueron los primeros mongoles en poner las pezuñas en Europa.  Derrotaron al estado de los búlgaros del Volga (ya hablamos de ellos en el artículo de lo búlgaros. Recuperaremos ese artículo para HistoriaHispano más adelante) y siguieron hacia el oeste, hacia los principados de la Rus de Kiev. Subyugados y vencidos, los habitantes de la Rus huyeron a los bosques cuando pudieron, y el poder de sus príncipes de Kiev y sus boyardos, casi desapareció. 
Pero la Horda de Oro no se quedó aquí. Entró en Europa. Pues sí, mucho antes del poder otomano, los mongoles llegaron a poner cerco a Viena en 1240, tras haber saqueado Kiev, Polonia, lo que ahora es Bohemia y Hungría y subir por el valle del Danubio. Sólo la muerte de Ogodei en 1241 salvó a los vieneses, pues en ese momento Batu decidió dar media vuelta y marchar al Kurultai que eligiría un nuevo Khan. Pero ya había establecido la base de un nuevo estado gobernado por el poder mongol. Fue uno de los imperios de los kanes.

Es aquí,  cuando nos despedimos de nuestro guía por todo este viaje  pues "Historia secreta de los mongoles" termina aquí, a final del año de la Rata, en 1241. Transcribo su hermoso final: "Este libro fue completado cuando así lo ordenó la Gran Asamblea y cuando, en el año de la Rata, en el mes del Corzo, los Palacios fueron establecidos en Dolo´an  Boldaq de Kode´e Aral, en el río Keluren".

Tras la conquista de las tierras rusas, Batu Kan no quiso asentarse en Kiev,  ni Nóvgorod, cuyo poder todavía le presentaba resistencia, y  decidió fundar su capital en Saray, en el delta del Volga, y desde allí impusieron un sistema de tributos a los príncipes y nobles rusos. Desde allí también podía gobernar toda la pléyade de tribus túrquicas y búlgaras que habitan en la estepa cercana a Rusia.
 El impacto que tuvieron los mongoles en lo que hoy es Rusia quedó por siempre grabado en su folklore, donde los mongoles son seres demoniacos que humillan a los príncipes mientras los nobles héroes patrios los impelen a resistir. Así encontramos la historia de "Aliosha Popóvich y Tugarin". Tugarin es un mongol con un caballo que tiene alas de seda (cometas) y que puede volar, y que es derrotado por Aliosha, quien le reta tras ver cómo Tugarin entra en el palacio del zarévich Ivan y devora su comida y no tiene ningún respeto. La descripción de Tugarin el mongol es muy curiosa, y se dice que una vez muerto, con sus grandes orejas se hicieron fuentes de comida. También la población que huyó al bosque elaboró toda una serie de leyendas y tradiciones que todavía perduran, como la de Babá Yagá y las niñas que se pierden entre los árboles para ser raptadas, o salvadas, por los espíritus de los oscuros bosques de aquellas tierras.
Diorama del combate entre Aliosha y Tugarin en caballo alado
La Horda de Oro, al igual que el Kanato de Yagatai, del que hablamos ahí abajo,  quedó en la zona más alejada de los núcleos culturales de intercambio, que fueron China y Persia. Por lo tanto, controlaron a los gobernantes rusos con sus tributos, pero se quedaron en los límites de las estepas sin preocuparse mucho por lo que había más allá.  De hecho, a veces incluso lucharon juntos contra enemigos comunes. Saray se convirtió en una gran ciudad, y recibía visitas de príncipes y dignatarios de Europa, pero los kanes de la Horda de Oro siempre estuvieron subordinados a los grandes kanes que elegía el Kurultai, y que siempre fueron los kanes que gobernaron China, formando la dinastía Yuan.

EL KANATO DE YAGATAI
Yagatai era uno de los hijos de Gengis Khan. Antes de que falleciera, le encargó la administración de la estepa entre Samarcanda y los territorios Uigur. Yagatai falleció en 1242, y fue su nieto Qara Hulagu el que le sucedió. Para entonces, el Gran Kan era Kubilai (ver más abajo), y Hulago guerreó contra él, pero tras su caída, el kanato volvió a estar subordinado a Kubilai, en China.
Siendo su territorio formado por estepa completamente, y siendo sus pueblos nómadas turco-mongoles, el kanato fue el que quedó más apartado de las nuevas corrientes culturales. Sin embargo, una buena parte de la Ruta de la Seda atravesaba su territorio, y el kanato jugó un papel importantísimo en el mantenimiento de la seguridad de esta ruta.

EL IL-KANATO
La expansión de los mongoles a través del antiguo califato abásida, es decir, Persia, Irak y Siria, en el sentido amplio de los nombres, la comenzó el propio Gengis Khan con su campaña Corasmia y Jurasán. Tras la muerte del kan, Ogodey y sus sucesores siguieron avanzando por Persia hacia el corazón del califato: Bagdad.  Fueron los mongoles los que acabaron con el poder de los nizaríes y demolieron la fortaleza de Alamut, la base principal de los Asesinos. Fue demolida hasta los cimientos debido  a su ventajosa posición. Los mongoles no querían dejar que volviera a ser ocupada. Que asediaran muy bien no significa que prefirieran hacerlo.
 Y para el 1258, Hulagu (no el mismo de antes, sino un nieto de Gengis Khan) y sus tropas pusieron cerco a Bagdad. El último califa abasí, Al Muta´asim se negó a entregar la ciudad, lo que le habría salvado su vida y, sobre todo, a su ciudad y a todas las maravillas que se perdieron allí. Pero el califa se limitó a asustar a los mongoles con la ira de Alá. Recordemos que los mongoles no buscaban la destrucción como fin. Su diplomacia se apoyaba en su ejército para lograr la subordinación de ciudades y pueblos. Solo si se les presentaba resistencia recurrían a su maquinaria de guerra.
Bagdad no aguantó mucho. Sin poder real, dirigidos por un califa no demasiado cuerdo y absolutamente incompetente, los mongoles entraron en Bagdad a sangre y fuego. Nadie sabe lo que se perdió allí. Pues el Tigris no bajó rojo con la sangre de los habitantes, sino azul con la tinta de los libros que fueron arrojados a él, según dice la leyenda. Así desapareció el poder califal. Aquellos monarcas de un reino universal, que habían recibido una inmensa herencia cultural desde Al-Andalus hasta Persia y La India, vieron como todo aquello se perdió en una sola semana de saqueos. En cierta forma, fue el fin de un mundo. Pero de las cenizas de un mundo puede brotar otro.
Luego terminaron de conquistar los territorios de Armenia, Azerbayán, Georgia y Asia Menor.
Hulagu fue nombrado por el Gran Kan Kubilai Il-Kan, que significa "sub-kan" o algo así, en referencia al hecho de su subordinación al Gran Kan Qubilay, que retendría en China el poder heredado de Gengis Kan.
El asedio de Bagdad
Los mongoles no pudieron aportar nada más valioso culturalmente que aquello que habían destruido. No solo libros: artesanos, sabios... Sin embargo, sí aportaron una cosa: una unión política con China. Por primera y única vez en la Historia, China y Persia estuvieron bajo un mismo poder, y esto permitió el flujo de nuevas ideas y nuevas tecnologías, y estructuró aun más la importancia de la Ruta de la Seda no solo como vía comercial, sino como nexo cultural.
Los il-kanes implantaron una libertad religiosa que permitió la recuperación del cristianismo nestoriano, el zoroastrismo y el budismo (¿recordáis los budas de Afganistán? Pues son muy anteriores. Ya había budistas en la región cuando llegó la conquista árabe). Y se recuperó también el interés por las ciencias y la cultura. Fue en la corte ilkánida donde Rasid Ad-din escribió su tratado de Historia Universal, y a dónde se atrajeron astrónomos y matemáticos de muchos lugares para hacer uno de los observatorios y biblioteca más importante de la época, en Maragheh.
Cabe destacar también que el il-kanato intentó proseguir su expansión, y fue la dinastía mameluca de Egipto quien finalmente les venció en la épica batalla de Ain Jalut, en 1260, en la que las dos mejores tradiciones guerreras a caballo (turcos y mongoles) se jugaron el destino de Egipto y el Mediterráneo.
El il-kanato terminó descompuesto en decenas de pequeños estados cuando el poderío mongol decayó, en el siglo XIV, y la región se convirtió en una pléyade de territorios con diferentes gobernantes luchando entre ellos, de manera parecida a como ocurrió en los otros kanatos, salvo el de Yuan, que veremos ahora. Este es el territorio que recorre Ibn Battuta y del que nos deja tantos testimonios tan fascinantes.

EL GRAN KANATO DE LA DINASTÍA YUAN
Recordemos que a la muerte de Gengis Khan, las tierras al sur del Río Amarillo seguían fuera del poder mongol. En ellas gobernaba la dinastía Song. La guerra definitiva contra ellos comenzó en 1256, año en el que un gran ejército mongol cruzó el Río Amarillo. Tardarían aun 15 años en completar la conquista. Y Monge, el Gran Kan que la comenzó, murió sin verla completada. Fue Kubilai, nieto de Gengis, quien terminó la conquista, unificando toda China, y proclamando el "Gran Yuan", el Mandato del Cielo. El Gran Kuriltai nombró a Kubilai Gran Kan, heredero de Gengis Khan, y por lo tanto, los demás kanes quedaron subordinados a él, aunque de facto solo el Ilkanato le hacía caso. Los demás iban un poco a su aire.
China por aquel entonces, o las tierras que lo formaban, ya llevaban dos mil años siendo reinos organizados. Había toda una estructura burocrática y una filosofía destinada a gobernar: el confucionismo. Kubilai fue lo suficientemente inteligente como para no alterar esta estructura. Dejó de lado la vida de la estepa, movió la capital de Qaraqorum hacia el sur, y cultivó su imperio.
Kubilai  y sus sucesores, al frente de un imperio casi universal, explotaron su "neutralidad". Gobernantes pragmáticos, los mongoles no mostraron prejuicios a la hora de tomar de todos los rincones de su imperio aquello que más les gustaba para llevarlo con ellos. La corte Yuan se llenó de matemáticos y astrónomos de todos los rincones del imperio. Se fundaron escuelas de Medicina. Los sabios se llamaban unos a otros y mantenían correspondencia e intercambios estables. ¿Qué en Irán había buenos ingenieros hidráulicos? Billete para China. ¿Qué en China había grandes inventos como la imprenta y la pólvora? Pues pitando en el otro sentido.
La estabilidad que el imperio Yuan y los Grandes Kanes crearon en casi toda Asia permitieron que las relaciones entre Europa, Persia y China se desarrollaran. Es la época de los grandes viajeros. Fue a Kubilai a quien Marco Polo llegó a conocer, viajando a través de la Ruta de la Seda. La Pax Mongolica había llegado, y durante unas décadas, la dominación mongola significó, sobre todo paz y prosperidad.
Hubo campañas también. Los mongoles siguieron hacia Indonesia, por ejemplo, desde China, pero no encontraron nada que les mereciera la pena. Y  en 1274, los mongoles de Kubilai lanzaron la primera de dos intentos de invasión a Japón, después de haberse asegurado la obediencia de los coreanos.  En todos los casos, los mongoles fueron derrotados, sobre todo, debido al clima y los tifones y a su escasa experiencia en el mar. Ambas invasiones provocaron profundos cambios en Japón. Algún día hablaremos de ello con más detalle. Pero también hicieron que los mongoles decidieran dejar el mar para otros, porque ellos, donde estaban a gusto, era en tierra, y preferiblemente a lomos de un buen caballo.
El Kamikaze, el Viento Sagrado, destruye la flota mongola
La dinastía Yuan se mantuvo aproximadamente un siglo, hasta que fue desplazada por una nueva dinasíta de origen Han y nombre legendario: la dinastía Ming. Estas cosas no ocurren de un día para otro. La rebelión que comenzó en 1351 siguió a una serie de desastres económicos y unas inundaciones brutales en la cuenca del Río Amarillo. Fue un desastre del que los gobernantes mongoles no pudieron reponerse, y abrió la puerta a las organizaciones secretas de Han y otras etnias chinas que habían sido desplazadas de los núcleos de poder.

LA VIDA EN EL IMPERIO DE LOS GRANDES KANES
Los kanes mongoles fueron extremadamente pragmáticos. Siendo neutrales en los primeros años de su imperio, se abstuvieron de favorecer o perseguir a musulmanes, cristianos, judíos y cuantos vivieran bajo su poder. Sí mostraron un gran interés en el budismo, que muchos adoptaron, sobre todo entre los ilkanes y los Grandes Kanes Yuan. Algunos llegaron a ayudar a la VII Cruzada contra los musulmanes, sobre todo impelidos por una esposa real de Hulagu, que era cristiana nestoriana y debía de ser una mujer ciertamente notable a juzgar por la influencia que tuvo en su gobierno. Con el tiempo, sin embargo, muchos kanes se convirtieron al islam, sobre todo en Persia y en los territorios de Yagatai, más por buscar ventaja política cuando el poder del imperio se fue desestructurando, y tuvieron que contar con los apoyos locales en mayor medida.
Entre los gobernadores de las ciudades y los territorios era costumbre agasajar a los viajeros, y muchos habían establecido zaguías y residencias temporales, y tenían instaurados banquetes regulares, y solían hacer excelentes regalos en forma de ropas y monturas para el viaje. Siempre se interesaban por las noticias y solían entrevistarse con los diplomáticos.
Como decíamos, el imperio universal de los mongoles garantizó la seguridad de los caminos, y los grandes viajeros comenzaron a circular por el mundo. No he leído el Libro de las Maravillas (pero lo haré, ¡ja!), pero sí conozco bien el viaje de Ibn Battuta, que recorrió Asia a mediados del siglo XIV y nos dejó muchos testimonios apasionantes, que nos permiten imaginar de primera mano como era la vida de aquellos imperios.
Ibn Battuta entre los mongoles
Alrededor del 1332, Ibn Battuta, que estaba en Constantinopla, fue invitado a viajar hasta Sarai, la capital de la Horda de Oro. Fijaos lo que dice: "Sarai es una ciudad muy bella y grande en extremo [...] Un día montamos a caballo, con uno de sus notables [...] nuestro alojamiento en una punta y salimos de allí a primera hora de la mañana, llegando a la otra punta después del medio día.`[...] las casas están pegadas unas a otras, y no hay ruinas, ni jardines ". Un ejemplo del cosmopolitismo mongol: "En esta ciudad hay diversas taifas: los mongoles son los habitantes del país y sus dueños, siendo musulmanes una parte de ellos; los arios, que son musulmanes; los kipchaks; los circasianos; los rusos y los griegos, que son todos cristianos. Cada taifa vive en un barrio aparte, donde tiene sus zocos[...] Los mercaderes y los extranjeros habitan un barrio amurallado para proteger los bienes de estos mercaderes".  Ese es el tipo de detalles que agrada y favorece el comercio.
Luego cuenta que desde Sarai hasta Corasmia hay cuarenta días de travesía por un desierto que sólo pueden recorrer los camellos, que también tiran de carros. Y no narra ni un solo incidente durante esa travesía, lo que contrasta con el continuo peligro que describe cuando viaja por el norte de África  o por los territorios del Sultanato de Delhi. Al contrario; zaguías, hospitales, regalos... Todo ayudaba al comercio.
Luego sigue su viaje había Bujara y Samarcanda. Entre las ciudades hay varios días de marcha por desiertos y tierras baldías, y de nuevo ni un solo incidente. Y mirad qué interesante nota sobre de qué se alimentaban los habitantes de las ciudades: "[...]Después caminamos continuamente durante un día entero entre huertos, ríos, árboles y ampos cultivados, hasta llegar a la ciudad de Bujara". Poco a poco toma forma este paisaje: tierra desierta en la que enormes islas de civilización prospera alrededor del agua: ríos y canales. Mirad la Bujará que encuentra nuestro viajero: "Esta ciudad fue la capital de las tierras situadas allende el río Yayhun. El maldito Gengis Kan la asoló. ahora, casi la totalidad de sus mezquitas, madrasas y zocos están en ruinas". Y mirad, luego llega a Samarcanda: "una de las mayores, más hermosas y espléndidas del mundo. Se alza al borde de un río conocido por Wadi el-Qassarin, con el que riegan los huertos por medio de norias. En sus riberas se reúnen las gentes de la ciudad después de la oración de la tarde para solazarse y pasear. Allí tienen bancas y asientos para descansar y tiendas donde venden frutas y otras vituallas. Bordean también el río grandes alcázares y edificios que revelan un refinado gusto. Muchos de ellos están en ruinas y buena parte de la ciudad ha sido arrasada: no tiene muralla ni puertas y los huertos están en su interior. Las gentes de Samarcanda gozan de nobles méritos y son amigables con los extranjeros".
El viaje sigue y sigue, pero hasta que llega a La India, Ibn Battuta no narra ninguna situación de peligro. Ahí reside la esencia del imperio mongol. Eso es la Pax Mongolica.
Y además, Ibn Battuta narra el final del gobierno del Gran Kan Tamarshirin. En efecto, Tamarshirin había sido elegido por el Kurultai Gran Kan a pesar de ser kan de Yagatai,  ante la pérdida de poder de la dinastía Yuan. Pero durante cuatro años dejó de asistir al Kurultai, y visitar las tierras y las guarniciones de China, y la asamblea juzgó que se había apartado de la Yasa, el código legal de Gengis Kan, y eligieron a otro Kan, que lo derrotó y lo obligó a huir y esconderse.

Samarkanda, todavía sin murallas.


La era de los grandes kanes duró un siglo aproximadamente, como decíamos. La dinastía Yuan fue despuesta, el ilkanato se fue desintegrando en pequeños estados en el que se guerreaba unos contra otros hasta que los Jalairiyidas, otra dinastía mongola islamizada,  con política de independiente, tomó el poder. La Horda de Oro fue perdiendo su influencia y volvió al olvido de las llanuras cuando los zares rusos se rebelaron con éxito, disgregada en pequeños kanatos independientes. El de Crimea perduró hasta el siglo XVIII. Sólo la estepa permaneció invariable, pero de las cenizas de aquellos estado se levantaría otro líder, otro mongol que intentaría reunificar de nuevo el imperio: Timur-i-Shank, más conocido como Tamerlán. Hablaremos de él en otro artículo.

LOS EJÉRCITOS DE LOS KANES.
Para DBA, las listas que encontramos representativas de este periodo son:
a) IV/46, Ilkanato. Tiene mucha agresividad, dos peanas de Cv, una  de ellas general, que representan a un núcleo de caballería pesada mongola y 9 peanas de  LH mongolas. La última peana puede ser Ax (guerreros kurdos), LH, Artillería (ningún mongol sin artillería, oiga) o una curiosa peana de 3Kn, que son caballeros francos enrolados durante la intervención del ilkanato en la VII Cruzada, o bien caballería pesada de tradición armenia o georgiana.
b)IV/47 Horda de Oro y Sucesores, que cubre tanto el kanato de Yagatai como la Horda de oro.  De agresividad 2 y territorio estepario, igualmente tienen un núcleo  de general y otras tres peanas de Cv, que representan mongoles (al menos el general y otra peana deberían ser mongoles), y otras de búlgaros y turcos. Luego hay 6 peanas de LH, mezcla de elementos mongoles y turcos; una peana de arqueros (hombres de las ciudades, muy útiles en asedios y contra la caballería), y una peana de 4Bw (mercenarios italianos) o Wb (tribus siberianas de los bosques) u otra LH.
c) IV/48, Yuan Chinese.- Se trata de un territorio fértil y agresividad media baja (2). Hay cinco peanas de Cv, que incluyen el general, y que son mongolas, pero también puede haber alguna peana de caballería khitana o jurgen, y 2 peanas de LH. luego viene la infantería china: 1x3Bd, 1 x 4Cb, 1x 2Ps, y luego dos peanas opcionales entre dos combinaciones: o bien 2x3Ax o 2x5Wb (infantería tribal de los territorios del sur) o bien 1x4Bd /8Bw +1 Cb (infantería regular tipo Han china)).
Concretamente esta lista me parece muy interesante, porque combina un gran poder en terreno abierto con capacidad para luchar en terreno difícil gracias a los arqueros, Ax o Wb.

Para AdlG, tenemos las listas:
a) 255 Mongoles ilkánidas. Como casi todos los ejércitos mongoles, tienen un altísimo mando (+5). Las proporciones de Cv con iguales que en DBA ,pero AdlG permite alinear más caballería como Cv y no como LH, en la proporción que deseemos, ´que puede ascenderse a élite, lo que permite configurar el ejército más a nuestra medida.
b) 240, Horda de Oro. Muy parecido al anterior, pero de mando 4 y territorio estepario o llanura. Tiene el núcleo de caballería pesada mongola (acorazada, arco e impacto), y la mayor parte del resto, caballería mongola, configurable como media o ligera, y que puede ser élite. El resto son muestras de súbditos: arqueros, caballería cumana, infantería tribal siberiana, etc.
c) 263, Chinos Yan. ídem, núcleo de caballería pesada mongola y un número menor que los demás mongoles de caballería configurable, y que puede ser élite. Pero luego hay mucha infantería china donde elegir, un fugaz elefante, artillería y la infantería mixta china (esa peana que en DBA es 8Bw), con lanceros delante y arqueros detrás. Como rareza, tiene un posible aliado javanés, con un montón de infantería media bastante enloquecida, lo que puede ser muy divertido.