lunes, 29 de enero de 2018

Tamerlán

Saludos. Como ya anunciamos en nuestros artículos sobre Gengis Khan, hoy hablaremos de una de sus más ilustres “descendientes”. Al menos, uno de los que dejó mayor rastro en la Historia, aunque fuera un rastro de cadáveres. Hablaremos de Timur, también conocido como Timur-i Shenk, es decir, Timur el Tullido, o como Tamerlán o Tamurbec, Señor de Hierro.

                Timur fue un hombre de su tiempo. Nació en la era en la que el gran imperio mongol, dividido, se descomponía rápidamente; cuando los turcos volvían a tomar el control de las ciudades de Siria, Irak y Persia y cuando las tribus mongolas que habían formado parte del Il-Khanato y la Horda de Oro se separaban, guerreaban entre ellas y carecían de un líder fuerte que los llevara de nuevo a la conquista.  Vino al mundo en la aldea de Qhesh, cerca de Samarcanda, hijo de un señor menor mongol caído en desgracia, y cuya hueste se reducía a cuatro o cinco jinetes. Timur heredó su pobreza, pero comenzó a destacar pronto en sus correrías, y no tardó en reunir  trescientos jinetes. Se hizo famoso por su habilidad y audacia para robar ganado, saquear huertas y asaltar caravanas. Era generoso con otros mongoles que se veían despojados de la gloria de sus padres, y vieron en él un líder a quien seguir.
 Por aquellos días, el señor de Samarcanda, que desde 1365 había vuelto a tener un líder turco, lo condenó a muerte, pues sus correrías habían sido muchas. Pero en su corte había otros nobles mongoles que le aconsejaron no eliminar a un líder tribal como Timur, que además había comenzado a propagar el rumor de que descendía del propio Yagatai, hijo de Gengis Khan. De modo que se le perdonó, y Timur fue invitado a la corte. Pero se le acusó pronto de conspirar para  y derrocar a los turcos y tuvo que huir para volver a la vida errante. Aun así aumentó su hueste y robó a muchas y ricas caravanas, algo impensable en los tiempos del Gran Khan, pero que en aquellos días era el síntoma de la ausencia de autoridad más allá de las ciudades. Fue durante un robo de ganado que tuvo que enfrentarse con los guardianes, y en la batalla fue herido de gravedad en la pierna y perdió dos dedos. Le dieron por muerto, pero por la noche despertó y se arrastró entre los cadáveres. Consiguió regresar entre los suyos. Y aunque así fue como quedó tullido, su nombre corría de boca en boca de los mongoles. Fueron a buscarle y en un kurultai, una asamblea tribal, fue elegido para liderar a los mongoles y recuperar Samarcanda. Y por fin tuvo la oportunidad en una salida que realizó el emir turco. Los mongoles atacaron por sorpresa y mataron a su escolta. El príncipe huyó, pero le encontraron más tarde. Y así fue como Timur asaltó el poder. Era el año 1370 y  acababa de obtener su primer pequeño imperio: el gobierno de uno de los estados más importantes que habían quedado tras la descomposición del Il-Khanato. Y así, como una piraña introducida en un acuario, comenzó a devorar a sus vecinos.

Tras  Samarcanda, entre 1370 y 1380, lanzó sucesivos ataques a las regiones vecinas, desde la Corasmia hasta el sur del mar Caspio. Sus conquistas eran dominadas mediante gobernadores de su confianza, que se encargaban de mantener el control y recaudar los tributos. Pero no solo prestó atención a lo militar. Timur tenía la visión de un nuevo imperio mongol unificado, pero no contaba con fuerzas suficientes.  Pero sí poseía la astucia necesaria. Sus emisarios le informaban de todo lo que ocurría. Tenía espías, también entre los mercaderes. Así supo que el kanato de las estepas estaba inmerso en interminables guerras internas. Habían vuelto al estado inicial antes de Gengis Khan. Él intentó influir y dio protección a uno de los aspirantes llamado Toqtamish. Su objetivo era ayudarle a conseguir el poder, y gobernar a través de él, ya que Toqtamish sí era de la estirpe de los kanes y eso le legitimaba. Su apoyo a este hombre fue uno de sus pocos errores.
A partir de 1385 y hasta 1398, Tamerlán combinó exitosas campañas de conquista con continuas revueltas en sus territorios. El Tullido cabalgó de este a oeste y de norte a sur. Conquistó el Irak turcomano, invadió Georgia y Armenia y llegó a atacar Siria y a luchar contra los otomanos y la dinastía mameluca de Egipto. Y todo ello mientras hacía frente a continuas invasiones desde la estepa y desde el kanato de la Horda de Oro. En estos años se forjó el aura de terror de Tamerlán. Pues el terror fue utilizado como arma política. Podríamos quedarnos con la imagen popular de esta figura: un ser malicioso, cruel y sediento de sangre. En las crónicas de los reinos que conquistó se le llama directamente "Satán". Y no es que su fama sea inmerecida, si nos atenemos a los hechos Por ejemplo, cuando atacó la ciudad de Sabastria, en territorio otomano, los gobernadores ofrecieron mucha resistencia, pero tras varios días le ofrecieron oro y plata. Tamerlán aceptó reunirse con ellos tras prometer que no derramaría su sangre. Y cumplió su palabra: los enterró vivos y así entró sin resistencia en la ciudad y provocó una masacre. A los pobres gobernadores les hubiera venido bien leer la Iliada: "No hay tratos entre leones y hombres". Y los leones cambiaban de dirección al ver llegar a Timur.
Timur y caminando con su bastón.
Hay otro ejemplo en la "Historia de Tamerlán y sus sucesores", una crónica armenia escrita por T´ovma Metsobets. Entre los muchos horrores que narra, encontramos el asedio de la fortaleza de Vana Hayots: tras cuarenta días de resistencia, los defensores fueron derrotados, y Timur ordenó esclavizar a mujeres y niños y despeñar por una torre a los hombres. Se arrojaron tantos cadáveres que el foso al pie se fue rellenando, y los últimos en ser arrojados sobrevivieron a la caída. Los cristianos armenios llamaron a ese día "El Juicio Final", pues en verdad creyeron que Timur devorarái el mundo.
Y en "Embajada a Tamerlán", de Ruy González de Clavijo, del que hablaremos más abajo, el embajador castellano describe sus espeluznantes pirámides de cráneos. Fijaos qué testimonio: " Y fuera de esta ciudad cuanto un trecho de ballesta estaban dos torres tan altas como un hombre podía echar una piedra en lo alto, que eran hechas de lodo y cabezas de hombres, y estaban otras dos torres caídas en tierra. Y estas torres que de cabezas eran hechas, eran de unas generaciones de gentes llamadas Tártaros Blancos [...] Y estando cerca de esta ciudad, llegó la hueste del Señor, que los desbarató, y mataron a cuantos de ellos hallaron, y de las sus cabezas mandó el Señor hacer aquellas cuatro torres, y eran hechas de un lecho de cabezas y un lecho de lodo, de forma alterna [...] Y las gentes de esta ciudad decían que muchas veces veían lumbre de candelas de noche encima de estas torres". Hay que destacar que la descripción, perfecta desde un punto de vista constructivo, contrasta con la típica imagen tradicional de pirámides. Me parece mucho más acertada la de Clavijo. Una sucesión de cráneos y lodo (o mortero pobre o incluso adobe) para dar rigidez y poder asentar ladecuadamente a siguiente capa de cráneos permite regularizar los apoyos y levantar torres altas, más que pirámides. Y mi idea de torre se basa también en la afirmación de Ruy de que había dos derribadas. Una pirámide no se puede "caer" tal y como él lo describe.
Ruy González de Clavijo inmortalizado frente a Tamerlán.


Damasco fue destruida tras ofrecer resistencia a la conquista de Tamerlán. Y siglo y medio después del terror que asoló Bagdad con la llegada de Gengis Khan, Timur volvió hasta ella para sofocar una rebelión, y fue por segunda vez destruida. Y si la primera vez el Tigris bajó negro de la tinta de los libros que se arrojaron al río, esta vez el río bajó rojo. Y no, no era tinta.

                Podríamos, como dije al principio,  quedarnos con esta imagen, pero solo  si fuésemos otro tipo de lector. Nosotros no haremos eso. Nosotros intentaremos contextualizar. Si leemos esos mismos textos que hemos usado en este artículo, encontraremos también mencionados años de paz en los que se reconstruyó todo lo destruido. Hasta la crónica cristiana armenia hace mención a esos monasterios reconstruidos e iglesias refundadas, que volvían a llenarse. Y Samarcanda, la que nos  ha llegado hasta  hoy, es la Samarcanda que reconstruyó Timur. González de Clavijo nos cuenta cómo este trajo a ingenieros, arquitectos y artistas de todas las nacionalidades y credos para reconstruirla y convertirla en una la ciudad tal vez más cosmopolita de su época:  chinos, mongoles, genoveses (en esta época los genoveses están por todas partes a lo largo de la Ruta de la Seda), persas, turcos… Cualquiera que destacara en su campo fue bien recibido.

Imagen tradicional de las torres de cráneos. Ruy González las
describe de forma diferente, mucho más razonable.
                No debería sorprendernos encontrar estas dos facetas en Timur y sus descendientes. Recordemos que aquellas regiones tan extensas requerían un gran esfuerzo para ser conquistadas y se sublevaban fácilmente. En estas tierras encontramos poderosas ciudades muy distantes unas de otras, rodeadas por terrenos fértiles bien cultivados y cuidados, pero entre ellas había muchos espacios vacíos difíciles de controlar. La solución de Gengis Khan fue demoler todas sus murallas. Pero en esta época, sin poder unificado, las murallas habían sido reconstruidas, y Timur no optó por demolerlas de nuevo, pues sabía que tendría dificultades para defenderlas posteriormente.  Pero esas ciudades fortificadas optaban a veces por rebelarse ante el menor símbolo de debilidad o lejanía de Timur. En esa situación, el terror era el argumento para que la ausencia de Timur no desembocara en una nueva revuelta. Las pirámides y torres de cráneos tenían el siguiente mensaje: “Si pensáis en rebelaros, adelante, pero tarde o temprano volveré a pasar por aquí con mi caballo y acabaré con vosotros, hijos de perra”.

                Timur nunca se autoproclamó Gran Khan. A pesar de que había propagado una falsa genealogía, todos sabían que no tenía la sangre de Gengis Khan, y esto no lo legitimaba para reclamar el poder total sobre el pueblo mongol. Por el contrario, gran parte de su actividad política estuvo destinada a emparentar con los grandes khanes y tomar partido por sus miembros más adecuados para ser gobernados a distancia. Pero era un plan complicado. Recordemos a Totqamish: como dijimos antes, encontró refugio en la corte de Timur durante la lucha dinástica entre los clanes mongoles de la estepa, pero finalmente se hizo con el dominio de la Horda de Oro y lanzó una campaña de “agradecimiento” invasor sobre Timur, el único que podría hacerle sombra.

Miniatura de la biografía de Timur. Batalla contra Togtamish
                Pero Tamerlán los superó a todos. Era un hombre realmente inteligente y astuto. Se dice que no sabía leer ni escribir, pero quienes hablaron con él dijeron que tenía muchos conocimientos  y conocía muchas disciplinas. Y como estratega era genial. Tal vez no tenía la sangre de Temujin, pero sí su astucia y aun más. Supo aprovechar como nadie la velocidad de sus ejércitos y buscó siempre sorprender a sus enemigos en velocidad y no estar donde se podía esperar que estuviera. Fue un maestro del engaño estratégico, y en las crónicas de sus campañas es frecuente la frase  tipo  “redujo tres jornadas de marcha a una sola”. A modo de ejemplo, nos fijaremos en la victoria final sobre Toqtamish, tal como la narra Ruy González de Clavijo. Totqamish y Timur se encontraron con sus ejércitos en un vado del río Jundurch. Toqtamish vaciló y decidió no combatir, sino subir corriente arriba por su orilla. Timur le siguió por la suya durante dos días, pero esa segunda noche disfrazó a todas las mujeres y niños (en esta época, los mongoles viajaban con toda su familia a la guerra) de soldados, mientras enviaba un destacamento río abajo para cruzar el vado. Al anochecer del tercer día cayó de improviso sobre el campamento de Toqtamish. Nadie los vio. No hubo tiempo para preparar una defensa. Podríamos imaginar a Timur, sobre su montura, observando satisfecho el campamento enemigo en llamas, iluminando la noche de la estepa, mientras los gritos de terror de sus enemigos se elevaban hacia el cielo y se extinguían, al igual que las chispas que ascendían de los incendios.

Samarcanda, hoy.
                Fue además ingenioso. Cuando invadió La India fue derrotado en su primer encuentro con los elefantes, pero a la siguiente batalla, cargó a los camellos que cargaban la impedimenta con ramas secas y brea, y en llamas los lanzó contra los elefantes. Todos los paquidermos  entraron en pánico y se volvieron contra sus propias filas. Pero si daba miedo así, resultaba aterrador cuando se ponía de buenas. Clavijo cuenta que tras derrotar a Totqamish, uno de sus propios generales se puso al frente de la Horda para intentar reclamar el poder. Timur le envió un mensaje diciéndole que él era su amigo y que no tenía nada que temer de él. Pero Edegui, ese general traidor, cuando leyó el mensaje supo lo que le esperaba. Lo había visto hacer a otros. Dio una única orden: volver grupas y perderse hacia el norte, poniendo tanta tierra de por medio como pudiera.

                Entre 1395 y 1405, Tamerlán, haciendo frente a los mencionados problemas internos, lanzó nuevas campañas: invadió La India y destruyó el sultanato de Delhi; aplastó a la Horda de Oro y llegó a atacar las tierras de los Rus e  invadió tierras del imperio otomano, Georgia y Armena y venció al sultán Bayacid de forma humillante. Su imperio llegó a controlar una franja costera del Mar Negro.

La ruta perfectamente descrita de Ruy González de Clavijo,
injustamente poco recordado.
                La victoria sobre los otomanos fue conocida en Occidente, y sus reinos vieron en él un poderoso aliado para presionar a estos, lo que ayudaría en las guerras del Mediterráneo. Con este objetivo, Castilla envió aquella famosa embajada de Ruy González de Clavijo. Esta embajada se encontró, tras un viaje de un año largo, con Timur muy cerca de donde nació este,  en una aldea próxima a Samarcanda. Clavijo escribió un estupendo relato de todo aquel viaje, un testimonio súper valioso sobre cómo se vivía en aquella región y con numerosas anécdotas sobre Tamerlán. Las relaciones fueron buenas, pero Timur estaba preparando su campaña contra China y no dio una respuesta efectiva, aunque sí positiva, a la propuesta.

                Poco después, Timur moriría al poco de comenzar dicha campaña contra China. Murió viajando, como había vivido. Sus descendientes intentaron mantener su imperio, pero ninguno de ellos estuvo a la altura. Aun así gobernaron en una época en la que Asia, demográficamente, se formó tal y como la conocemos ahora, con esa abigarrada mezcla de iranios tayikos, mongoles, turcos e indoarios que hay en Asia Central. Y una de sus ramas consiguió afianzarse en la India, los gobernantes mogoles, que la dominaron hasta el siglo XVIII y son merecedores  de otro artículo para ellos solos.

Timur y los timúridas en los wargames
Para DBA, la lista timúrida es la IV/75. Se trata de un ejército de alta agresividad (4) y
Un precioso ejército timúrida
terreno estepario, no muy diferente a otros contemporáneos. Se basa en seis peanas de Cv, una de las cuales es el general y que representan una combinación de caballería pesada mongol y alguna peana de arqueros acorazados a caballo tipo ghilmen, de origen persa o turco, pues DBA no diferencia estas diferentes tradiciones. Luego hay dos peanas de caballería ligera, caballería tribal mongola o turcomanos aliados. Hasta ahí lo habitual. Las ultimas cuatro peanas permiten hacer alguna travesura. Tiene una opcional que puede ser El (de su época en La India o 4Bw, arqueros regulares. Otra peana de 3Bw, arqueros irregulares, normalmente montañeses. Una peana de Ps arqueros o jabalineros montañeses o incluso arcabuceros,  y una última peana que puede ser 3Sp o 3Ax, que son infantería afgana, del mismo tipo que encontramos en los ejércitos de la dinastía gúrida.
Es un ejército difícil de llevar a torneos por su alta especialización y alta agresividad, pero también es cierto que tiene al menos cuatro peanas de tropas que pueden manejarse bien en terreno difícil. Sin embargo, hay que destacar que DBA propone una campaña llamada "Tamerlan", que sería preciosa de jugar. porque debe enfrentarse a un montón de ejércitos del mismo tipo, y hay que currárselo mucho. El elefante en dicha campaña es un buen elemento para los asedios. Además, se dio tortas con todo el mundo. Si recordáis, en la lista de DBA viene un renglón con los ejércitos rivales históricos, y la lista de Tamerlán tiene muuuuuuchos enemigos históricos.

Grupo de mando timúrida.

En AdlG, la lista es la 258, Timúridas. Aquí se puede apreciar mejor la tradición de caballería. El núcleo de caballería pesada de origen mongol, que puede tener la habilidad de "impacto". Hay una minoría de caballería tipo Ghilmen. La ligera la considera turcomana, pero si usamos la mongola tampoco pasa nada. Y luego tenemos los elefantes, los arqueros, los arcabuceros y los lanceros afganos y eso. Pero, ojo, aquí el autor sí nos permite tener algún juguetito más: han incluido dos peanas de SCH, que deben representarse como los camellos cargados con el material en llamas que mencionamos en la invasión a La India. Estupendo. Y también podemos usar levas sacrificables de miserables prisioneros usados como carne de cañón en los asedios, y artillería pesada. Esta última yo la echo de menos como opción en DBA. Después de todo Tamerlán tuvo que asediar muchas veces.
 

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