jueves, 19 de julio de 2018

La dinastías jorasarníes III: Los sucesores de Ismail y el fin de la dinastía samánida


Emir Ismail
Saludos. En el artículo anterior nos quedamos junto al lecho de muerte de Ismail, en el 907. Fue sucedido por su hijo Ahmed. En su corto y feroz reinado, que se caracterizó por sus numerosas y agresivas campañas y por su carácter paranoico.  Lo primero que hizo fue deshacerse de su tío, que gobernaba en Samarcanda. Luego atacó sin aviso a su propio virrey en Tabaristán, acusándole de quedarse con los impuestos. Luego, entre 910 y el 911 se lanzó contra Sistán, el último bastión de los Safáridas, y los derrotó finalmente. Tras dejar a un pariente suyo en la región como nuevo gobernador, se llevó a su prisionero, el último safárida de Sistán, Muadil, a Bojara, y portarse con él como no hubiera hecho Ismail.

                En el 913, los Álidas o Ziyáridas, que aguardaban su oportunidad en Tabaristán, echaron al nuevo gobernador y recuperaron el control de la región. Esto hizo que Ahmed profundizara en su comportamiento perturbado. Cuando dormía, hacía que dos leones custodiaran sus aposentos. Se dice que de nuevo en otra campaña, sus fieros guardianes no fueron liberados de sus jaulas, cosa que sus sirvientes aprovecharon para entrar en su tienda y acabar con su vida.

                Pero, ¿por qué harían algo así? No podemos pensar solo en su hartazgo. Tenemos que introducir un nuevo factor en esta historia. Habíamos dicho que estos ejércitos contaban cada vez mas con  una casta militar esclava, los ghilmen (mozos) compuesta por soldados turcos. Era tal su valía en combate que incluso en la corte samánida,  sus jefes ascendían en la jerarquía y aportaron un nuevo elemento de tensión. Cuando servían a un líder fuerte, los turcos actuaban con prudencia. Pero cuando detectaban a un líder débil, tomaban posiciones. Y aunque todavía quedaban muchos años de dinastía samánida,  desde el reinado de Ahmed, los turcos fueron tomando posiciones.

                Algo así debía de olerse el hijo de 10 años de Ahmed: el príncipe Abul Hasan Nasr, o Nasr II. Se dice que cuando los ministros de su difunto padre y sus generales fueron a buscarlo para investirlo con poderes sometidos a un gobierno regente, el pobre muchacho saltó de la cama gritando que no lo mataran. No fue un comienzo glorioso, sin duda, pero Nasr II  creció y heredó lo mejor de su abuelo, pues no solo mantuvo todos los territorios que recibió de él, sino que consiguió incorporar nuevas tierras. Fue un periodo dichoso, y así fue conocido: “el Emir Afortunado”. De hecho, recupero Tabaristán de manos de los Álidas, y gracias a su brillante general Hamuye, consiguió tras muchas victorias en sus fronteras, que nunca descuidó,  y frente a las ambiciones de sus familiares, como su tio Ishak. Y también gestionó, y ahí estuvo la clave, el poder de sus generales turcos. Fatik se llamaba el primero en rebelarse contra él, como un augurio de lo que estaba por venir, y llegó a tomar incluso la ciudad de Rei. Pero la mayoría del ejército era todavía fiel a los samánidas. Y, ¿sabéis por qué hay tan buen recuerdo del Emir Afortunado? Porque continuando con la labor de mecenazgo de las artes, amparó al primer gran poeta persa de la era, Rudeki, quien dedicó no pocos versos a la gloria de la casa de los samánidas. Es este un personaje digno de ser conocido, pues se le considera el padre de la poesía persa. Anterior a Firdowsi, y a pesar de que todavía se debate si era ciego o no, Rudeki es el padre de más de un millón y medio de hermosos versos en lengua persa.
Os dejo aquí algunos.
He visto un pájaro cerca de la ciudad de Sarajs. Había
elevado su canción al cielo. He visto un velo
tintado  sobre él. Tantos colores había en el velo…

              
Monedas acuñadas por los samánidas
 
Nasr II el Afortunado murió en el 943, tras gobernar veintiocho gloriosos años.  Por desgracia para él, su hijo falleció antes que él, por lo que el reinado lo continuó su hermano mayor, Nuh, que fue conocido como el Emir Hamid. Su toma de poder no fue sencilla y hubo numerosas revueltas, pero supo ser duro al tiempo que magnánimo y no dudó en premiar a sus detractores con el objetivo de repartir el pastel del poder y conseguir una situación estable. Sin embargo, si por algo se caracterizó el reinado de Nuh fue por el inicio de  las hostilidades con otra importante dinastía irania, de la que espero hablar próximamente: los Búyidas, originarios de la región de Dailam, la provincia montañosa situada al oeste de Tabaristán. El lugar del inicio de las hostilidades fue  la ciudad de Reï, siempre disputada. Rukn-ad-dowleh, el líder de los Búyidas, supo explotar las diferencias entre Nuh y su general Abu Ali, y lo tentó para que se rebelara contra él, cosa que Abu Ali no dudó en hacer.

                En aquellos momentos, la estrella de los Búyidas, la más importante de las dinastías dailamitas, le había elevado por encima de la de los Samánidas. Fue la casa de los Búyidas la que llegó a tomar Bagdad de nuevo en “defensa del califa”. Se convirtieron en sus nuevos protectores, por decirlo así, y este legitimó su gobierno en todo Jurasán. A diferencia de los Samánidas, los Búyidas sí se trabajaron a los califas, puesto contaban con la fuerza, pero no con la legitimidad, que al fin obtuvieron. En unos años, a partir de Reï, los dailami entraron en Jurasán y expulsaron a los samánidas. Nuh fue derrotado, y  vio sus dominios limitados a la Transoxiana, al lugar de dónde habían salido.

                Nuh  falleció en el año 954, y de nuevo, tuvo que ser sucedido por un niño de diez años. Imaginaos. El favorito de los generales turcos. Se llamaba Abdul Malik, también conocido como Emir Rashid. Tuvo una vida corta, aunque se dice de él que fue un gran jinete, y se le conoció como el “Padre de caballeros”. Y los grandes generales que le rodeaban intentaron recuperar Jorasán, pero los Búyidas para entonces eran demasiado poderosos, aunque llegaron a firmar un tratado honorable, sin quedar sometidos a Rukn-ad-dowleh. El “Padre de Caballeros”, aficionado a todo tipo de deportes ecuestres, falleció tras una terrible caída, y el poder recayó en su hermano Mansur bin Nuh.

Persia alrededor del año 1000.
                Fue con él cuando otro general turco al servicio de los samánidas,  llamado Alptekin, vio su oportunidad  y se rebeló contra el nuevo rey en la ciudad de Nishapur. Fue la intervención de las tropas de la frontera con la estepa las que impideron que las tropas que el rebelde había llamado se unieran a él, y Alptekin tuvo que huir hasta Ghazna. Allí recuperó fuerzas e hizo otra intentona, y esta vez le fue mejor, pues fue nombrado gobernador en Nishapur.

Portaestandarte búyida
                Por otro lado, Mansur de nuevo hacer frente a los Búyidas, pero sin éxito.  Mantuvo, eso sí, una cierta estabilidad. Falleció en el 976, con un reino recortado y una estrella en decadencia, tras un reinado mediocre de trece años.

                La siguiente  sucesión fue aun más turbulenta. Said Abul Kasim dedicó sus primeros años a tomar las riendas de la Transoxiana, por aquel entonces estaba revuelta y lo que es más peligroso: la descomposición del estado samánida dejaba desprotegida la frontera esteparia.

Os contaré una anécdota. Abul Kasim tuvo que ser atendido por un médico por una herida de gravedad. Le atendió un joven de 18 años. Un médico brillante a pesar de su juventud. ¿Imagináis quién era? Pues sí. Ibn Sina, o Avicena.

                La disputa más peligrosa, y que a la larga causó la caída de los samánidas, fue entre el virrey de Jorasán,  Tash, “ Espada del Reino”, nombrado por el propio Abul Kasim en el 981, y un hombre de gran valía, y un cortesano con ansias de medrar, y con aspiraciones a ocupar el lugar de los samánidas: Abul Hussein Simdjuri. Este resultó un hombre mucho más hábil en el salón del trono, y consiguió que Abul Kasim desconfiara de Tash. Simdjuri derrotó a Tash, y los siempre bien informados Búyidas lo acogieron. Ese es otro de los rasgos de los reinos en decadencia: las figuras valiosas se acaban marchando con el enemigo.  “Espada del Reino” fue amado y respetado entre los Búyidas, que le asignaron una provincia, la Djordana. Mientras, Simdjuri y sus descendientes, victoriosos, en el gobierno de Jorasán y contando con la confianza del samánida Abul Kasim, no cesaban de conspirar en su contra. Cuando Simdjuri sufrió una apoplejía que lo dejó en cama, su hijo Abu Ali rompió quizás el último tabú en el campo del “vale todo” para ocupar el lugar de los samánidas. Envió mensajeros al norte, a la frontera con la estepa. Allí había un pueblo túrquico que se había extendido desde el corazón de China hasta el mar Caspio: los uigur. Y de toda su confederación, la tribu de los Qarajaníes, llevaba ya un siglo con su kanato independiente establecido. A principios del siglo X se habían convertido colectivamente al Islam.  Ilik Khan los guiaba, y Boghra Khan era su lugarteniente. Pues bien, Abu Ali hizo un pacto con ellos para que invadieran la Transoxiana.  Abu Ali pensó que Boghra Khan destruiría a los samánidas en la Transoxiana, y que mientras, él, desde Jorasán, podría controlarlos o, al menos someterlos. Se disponían a ser el pan y a convertir al pobre Abul Kasim en el una loncha de jamón de sándwich.

Miniatura de campamento estepario
               

                Abul Kasim tuvo que huir de Samarcanda cuando Boghra Kan entró en la ciudad.   Acompañado por un reducido grupo de fieles, el desgraciado samánida pidió ayuda, inocente, al propio Abu Ali, que había preparado su caída. Diplomáticamente, este le respondió que no tenía medios para hacer frente a Boghra Khan. Pero entonces, Abul Kasim tuvo una idea brillante. Se dirigió a Gazna, donde había aparecido un nuevo líder que daría lugar a una gloriosa dinastía turca: hablamos de Sebuktekin, fundador de la casa Gaznávida, y de su hijo Mahmud, el futuro Mahmud el Grande. Sebuktekin y Mahmud son el equivalente turco a Filipo II y Alejandro. Habían atacado en numerosas ocasiones los territorios de La India, desde Gazna, en la actual Afganistán, y disponían cientos de elefantes de guerra. Además, Sebuktekin  había crecido como líder en la órbita samánida, y el prestigio de la casa no le era desconocido.  Fueron ellos los que dieron apoyo a Abul Kasim. No porque fueran buena gente, claro, sino porque Abul Kasim los recompensaría con los territorios de Jorasán. Además, quien sostiene la espada de un rey, puede también hacer que dicho rey se caiga sin querer encima de ella. Los gaznávidas apoyaron a Abul Kasim y machacaron no solo a Abu Ali, sino también al propio Ilik Khan, de los uigur. Los gaznávidas fueron el último escudo de la casa de los samánidas, y Abul Kasim murió tras veintiocho años de reinado, en el 997.

El joven Avicena
                Ya solo quedan siete años de gobierno samánida. En ellos se sucedieron los tres hijos de Abul Kasim. En resumen, el primero fue un necio cuya primera acción fue humillar a Mahmud el Grande, y luego seguir molestando, hasta que uno de los generales turcos le invitó a su casa y le sacó los ojos. Su segundo hermano, Abdul Malik, quizás temiendo la ira del humillado Mahmud, se acercó a Ilik Khan, y este, con la excusa de venir a visitarlo, entró en la Transoxiana  con su ejército, asedió y tomó  Bokhara y derrocó el último gobierno de los samánidas, en el 999.

Pero aun quedaba un tercer hermano. El único que sobrevivió. Huyó disfrazado junto a un pequeño grupo de sirvientes de la caída de Bokhara. Se convirtió en un príncipe destronado. Sin reino, sin tropas, vagó durante cuatro años buscando a alguien que lo ayudara a recuperar para la casa de los samánidas sus antiguas posesiones. Se alió con los turcomanos, venció en dos batallas a Ilik Khan, pero sin resultados definitivos,  y consiguió llegar y tomar Nishapur. Finalmente fue derrotado por el jovencísimo hijo de Mahmud el Grande, y sus hombres lo traicionaron, y lo entregaron a Ilik Khan. Murió finalmente asesinado en el 1005, siendo prisionero de los qarajaníes.

                Así se extinguió la casa de los samánidas. Pero no así su legado. Porque en futuros artículos veremos como su lugar en la Transoxiana fue ocupado por los gaznávidas, y estos mantuvieron los principales rasgos del gobierno de los samánidas, y de hecho, sería bajo su gobierno cuando el gran poeta persa Firdowsi escribiera una obra sobrecogedora: “Shahnameh”, el “Libro de los Reyes”. Aquel relato sería la cumbre de la poesía persa  y un canto a la gloria del pueblo iranio, que durante ciento cincuenta años había recuperado el poder perdido frente a los árabes, y que veían que iban a volver a perder en manos de los turcos. Turcos que, curiosamente, lejos de borrar su legado, lo mantuvieron vivo y asumieron como suyo.  Y cuando llegaron los Selyúcidas, la siguiente dinastía turca, que gobernaría el Islam y a la que se enfrentaron los Cruzados, mantuvieron también las formas samánidas, a través de sus vizires, sobre todo Nizam-al-Mulk.

                Oh, Nizam-al-Mulk, por cierto, tuvo dos amigos muy especiales: el matemático y poeta Omar Khayan, y Hassan Ibn Sabbah, también conocido como “el viejo de la montaña”… El creador de la secta de los asesinos. Pero todo eso, como se dice, es otra historia.

 LOS EJÉRCITOS SAMÁNIDAS EN WARGAMES    
Duelo a mazazo limpio
Cabe hablar ahora de los ghilmen, los arqueros acorazados a caballo, y de su panoplia. Sabemos a través de textos como el propio “Shanameh” que la caballería acorazada a caballo era la espina dorsal del ejército. Esos jinetes portaban buenas armaduras, ligeras pero con mucha protección, y luego solían llevar una lanza, arco compuesto, una espada (con una función muy secundaria) y una maza. La maza  era la principal arma de combate cuerpo a cuerpo, y eso nos dice que las finas y estilizadas armas de filo  no eran efectivas para las armaduras de los jinetes.  En el Shahnameh, el gran héroe Rostán tiene una poderosa maza en forma de cabeza de vaca. Y el uso del arco era también muy importante, sobre todo en los duelos, que en las batallas solían darse entre campeones. A mí me encanta el pasaje en el que se enfrenta a seis jinetes enemigos, y, desmontado, toma seis flechas, las clava en el suelo delante de él, y uno a uno los va derribando mientras cargan hacia él. Es un estilo de combate que requiere dedicación y muchos años de aprendizaje, propia de tribus nómadas que pasan la vida a caballo, o bien de la nobleza persa y de sus huestes, que mantenían a su cosa. Pero eran las tribus turcas las que tenían más efectivos, sin duda, pues sus rebaños no requerían mucha vigilancia, y su escaso apego a la tierra permitía tener grandes ejércitos en movimiento.

                Esta dualidad entre pueblo sedentario civilizado y tribu esteparia más salvaje se ve también en el Shahnameh, en el que los grandes enemigos son los turanios, o “turans”, que es el gentilicio precisamente de la estepa o “Turya”. El término se aplicaba tribus turcas que habitaban la estepa más allá de la Transoxiana.
Batalla de Ghilmen

Veamos ahora cómo representan los juegos de estrategia histórica de estos ejércitos.

a)      En DBA, la lista es la III/43, opción c. Consiste en tres peanas de Cv, una de ellas general. Estas peanas deberían repartirse entre nobles persas y ghilmen turcos. Luego tiene una LH, caballería ligera tribal, tipo túrcica o sogdiana, o incluso beduina podría encajar, puesto que había tribus beduinas en Persia, que le asentaron durante la conquista. Una peanan de elefantes, 3 de lanceros (acorazados mejor), y luego 3 peanas a elegir entre 2Ps o 4Bw, que representan a los arqueros regulares de las ciudades. La última es una peana de 4Ax, que representan a los feroces mercenarios dailami, de los que ya hablamos.

Ghilmen
b)      En FoG, las reglas representan mejor las diferencias entre la caballería acorazada, pues los nobles son irregualres y los ghilmen, regulares. Los lanceros son de tipo defensivo, lo habitual en las listas islámicas, pero tienen la particularidad de poder ir acorazados. La lista está en el libro Decline and Fall. A mí me encanta ese libro. También tiene caballería ligera beduina, muy interesante, tipo “lancer”. Muy bonita, por cierto.

c)       En AdlG, es la lista 137. No se diferencia tan bien entre las habilidades, pero sí permite subir algunos a élite.  Luego permite enrolar los diferentes tipos de ligera: con arco (jorasaní), con arco élite (turca) y ligera impacto (beduinos). También tiene los dailami como infantería media, impacto y élite, y luego otras medias de diferente calidad. Incluso algunos jabalineros afganos. Y la lista de aliados está muy bien: ziyáridas, Turcos en Asia central, Gaznávidas… Me chiflan los gaznávidas.

 
Imagen de uno de los ejércitos, de Madaxeman

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