martes, 18 de septiembre de 2018

La dinastía búyida III. El ocaso

Malik ar-Rahlm, el último príncipe
Búyida

Saludos. En el artículo anterior nos quedamos en el fallecimiento de Adud-ad-Daula, con el que el imperio de los Búyidas alcanzó el cénit de su esplendor. En este artículo trataremos del ocaso de esta dinastía, pues sólo nos quedan tres generaciones de príncipes dailami antes de que su estrella se apagara para siempre.
                La sucesión de Adud no fue sencilla. Su hijo Samsam ad-Daula, que gobernaba en Fars, estaba en Bagdad en ese momento. Su hermano Sharaf ad-DAula gobernaba Kirman. Mu´ayd, hermano de Adud, gobernaba en Rei. Samsam ocultó la muerte de su padre y distintas cartas con sus ello fueron enviadas, con el nombramiento de Samsam como “Emir Mayor”. Pero Sharaf tenía sus apoyos en Bagdad. En secreto se le envió una carta informándole de la muerte de Adud. Reunió entonces a sus tropas y en cuanto estuvo listo, invadió Fars desde Kirman, cortando así el acceso a Samsam a su fuente principal de recursos. Este se mantuvo en Iraq, pero en los meses siguientes tuvo muchas dificultades con sus mercenarios turcos y dailami, y su debilidad fue aprovechada por Badr, el príncipe kurdo, que tomó la provincia de Diyabakr y obligó a Samsam a reconocer su legitimidad en dicho territorio.
                Mientras, el viejo tío Mu´ayd agonizaba. Su visir, llamado Sahib bin Abbas, que también sirvió a Rukn ad-DAula y el propio Adud ad-Daula, y que fue el verdadero ideólogo del imperio, hizo llamar entonces al hermano rebelde de Adud, Fakhr ad-Daula, que se había refugiado primero junto a Quabus, príncipe de los Ziyáridas en Tabaristán, y que ante el ataque de Adud, ambos habían huido a Bukhara, hogar de la casa Samánida. Sahib llamó a Fakhr, y este se apresuró a retornar. La decisión del visir respondía a la preferencia de los guerreros dailami, que eran la verdadera base de su poder. Y Fakhr, aconsejado por Sahib, no dejó que Quabus regresara, sino que se apropiaron de sus dominios en Tabaristán, que no eran nada despreciable, a pesar de haber ayudado a Fakhr cuando lo necesitó y haber soportado el destierro junto a él.
                Pero Adud tenía dos hijos más jóvenes que también querían una oportunidad. Se llamaban Taj ad-Daula y Diya ad-DAula, que marcharon a Khuzistán cuando Sharaf invadió Fars. Khuzistán era la provincia entre Irán e Iraq, punto de paso obligado. Allí se proclamaron “reyes”.
De modo que ya no había tres aspirantes, sino cinco. Esta situación tan caótica fue el resultado de una condición endémica de esta dinastía: la falta de una política establecida de sucesión. Cuando a la muerte de un Emir Mayor no había un sucesor fuerte y que todos respetaran o temieran, los emires o príncipes se lanzaban unos contra otros hasta que la situación se equilibraba de nuevo tras muchos y duros combates y otras acciones escasamente diplomáticas. Pero tras la muerte de Adud, ningún aspirante tenía una posición clara. Ninguno era lo suficientemente poderoso como para recibir la aceptación sin lucha de ninguno de los demás.
Samsam pasaba grandes apuros en Bagdad. Aunque convenció al gobernador de Omán para que hiciera defección del emirato de Fars (entre otros argumentos, Samsam custodiaba al hijo del gobernador, que estaba estudiando en Bagdad), su hermano Sharaf no dudó en enviar  a uno de sus mejores generales y en una gran batalla recuperó la región. Poco después, Samsam tuvo noticias de los Qarmasíes: habían invadido Iraq desde Arabia. Los Qarmasíes eran una feroz tribu árabe, de confesión chií, que habitaban la costa este de Arabia y sus islas en el Golfo Pérsico. Habían sometido al resto de la península a un régimen de terror y depredación que les hace merecedores de un artículo separado en el futuro. Baste decir que tenían un visir permanente en Bagdad, con acceso directo al emir mayor de los Búyidas. Pues los Qarmasíes, viendo la debilidad de Samsam, entraron en Iraq y tomaron Kufa. La ciudad pudo ser recuperada, pero los turcos se rebelaron de nuevo en Bagdad y proclamaron al joven hijo de Sharaf como Emir.  Hasta el califa les apoyó, pues prefería a un joven poco hábil al propio Samsam. Y en verdad estuvo a punto de perderlo todo. Cuando aquella noche fue a  ver al Califa, se encontró que este le daba con la puerta en las narices. Ahí fue cuando se sintió perdido de verdad pero Samsam se apoyó en uno de los generales turcos que traicionó la revuelta y en un ataque por sorpresa puso en fuga a los rebeldes. Y, ¿sabéis qué? El propio Califa le otorgó de nuevo vestidos y honores y le felicitó por el control de la rebelión. Porque así de complejo era ese mundo.
Todos los nombramientos venían acompañados de las vestiduras honoríficas.

Al final Samsam tuvo que rendirse a Sharaf. En una de sus subsecuentes crisis, Sharaf avanzó desde Fars y Samsam decidió entregarse en contra de la opinión de sus visires cuando acampó a las puertas de Bagdad. Sharaf le encerró en una tienda de campaña y fue allí, tal y como dice la crónica, tumbadobo sobre dos cojines, con la cabeza colgando por uno de ellos y mirando la tela, lo único que impedía que los soldados de Sharaf, a los que se habían unido los mercenarios no pagados por Samsam, entraran a matarlo, cuando lamentó haberse entregado sin lucha. Así fue como Sharaf unificó los dos emiratos, tras enviar a Samsam a Fars. Sin embargo, al año siguiente Sharaf comenzó una campaña contra los kurdos que no pudo terminar, pues entró en ese selecto club lleno de jóvenes talentosos y malogrados que murieron con la misma edad: Jim Morrison, Kurt Cobain, Janis Joplin y Sharaf ad-daula. La crónica de la época dice que cuando estaba en su lecho de muerte, se dejó convencer por fin de que era necesario matar a Samsam. Bien, Sharaf no permitió que lo mataran, pero sí ordenó que lo cegaran, cosa que solo lograron parcialmente.
Cuando Sharaf murió, el tercer hijo de Adud-ad-Daula, que recibió el título de Baha ad-Daula, tomó el poder en Iraq. Mientras, Samsam escapó y tomó el control de Fars, y Fakhr intentó entrar desde Rei. Pero este último movimiento sólo hizo que Baha y Samsam se aliaran contra su tío y lo rechazaran. Desde este momento, Baha y Samsam se toleraron y decidieron que ambos podían llamarse “reyes” en lugar de “emires”. Fue una decisión quizás infantil, pero lo que mostró es que el imperio unificado de los Búyidas era cosa del pasado y ya no habría poder para volver a unirlo.
En cuanto al emirato de Rei y Fakhr ad-Daula, este estaba concentrado en recuperar esa unidad. El visir Sahib convenció a Fakhr de que en lugar de centrarse en Iraq, debería volver la vista al este y conquistar Khurasán. Pero por aquellos días, los Samánidas, en horas bajas, como vimos en su artículo, habían cedido el control a los Gaznávidas, y Mahud era un hueso demasiado duro de roer. Entre el 984 y el 988, los Búyidas se desgastaron y se estrellaron contra los elefantes turcos. Y para colmo de males, Sahib falleció, por lo que el emirato de Rei perdió el último sostén del imperio que una vez tuvieran los dailami.
El poder también se hallaba en el harem y en las dependencias
de las Reinas Madres

En fars, Samsam se vio agobiado en este periodo por el avance de los Safáridas desde Kirman (ver Dinastías Jorasaníes I), donde habían sobrevivido como vasallos durante el dominio Samánida y el Búyida, y en ese momento se veían con fuerza suficiente para lanzarse sobre Fars. De modo que Samsam buscó apoyo en Fakhr, y terminó por reconocerlo como “Emir Mayor”, pero le serviría de poco, porque el viejo dailami falleció dejando dos hijos demasiado jóvenes para gobernar: Majd y Shams ad-Daula. Y una viuda, una mujer con arrestos y carácter, y que tomó las riendas de la regencia con mano de hierro. La Reina Madre, la “Saída”, es decir, la “Señora”.
Esto no debe sorprendernos, aunque en las crónicas se evita mencionar los logros políticos de las mujeres de la casa Búyida (o de cualquier otra casa, en realidad), esos mismos textos dejan indicios inequívocos de la importancia de las Reinas Madres y Reinas Consortes en este periodo. En la “Continuación a la experiencia de las naciones”, en un pasaje se cuenta el consejo de un visir al propio Samsam sobre la elección del secretario de su madre. El candidato ya se había hecho también con un cargo importante y controlaba los almacenes del emir, y el visir le previene que si además controla la secretaría de la Reina Madre, se haría demasiado poderoso y terminaría “tutelándolo”. Es de suponer (en mi opinión, tras leer las crónicas), que las mujeres búyidas tuvieran un gran peso en las relaciones entre las casas de los emires. Eran los vínculos entre ellas. La Saída, por ejemplo, cuando tuvo que defender una de sus provincias y no tenía medios, asignó dicho gobierno a una rama kurda de su familia, los Kakuyíes. En otro pasaje, también  se menciona que la madre de Samsam influye fuertemente en el nombramiento de otros visires, y llega a conseguir que Samsam otorgue idénticos poderes a su visir favorito y al candidato de su madre. Imaginad, dos visires con idénticos poderes y rivales políticos. Aquello fue un desastre.
Mientras la Saída tomaba las riendas de Rei, Baha se había fortalecido y estabilizado en Iraq y se vio con fuerzas para invadir Fars. Se alió con los kurdos para ello. Samsam ya no le reconocía y se convirtió en su enemigo. Entonces, la tragedia se consumó, pues uno de los hijos de Izz-ad-daula, un primo de Samsam, escapó de su confinamiento y mató a Samsam, ejecutando una larga venganza por haber desplazado su rama de la línea hereditaria de Iraq. Fars quedó sin líder y cayó rápido, y Baha ad-Daula unificó de nuevo dos emiratos.
                Mientras, el emirato de Rei, gobernado de facto por la Saída, tenía sus propias dificultades. Para empezar, un príncipe ziyárida llamado Qabus, que había ayudado a Fakhr ad-Daula y juntos habían huido a la corte de los Samánidas,  regresó a la muerte de su anterior amigo y tomó Gurgan. Lo hizo por venganza, pues Fakhr, tras regresar a Rei, en lugar de ayudarle a regresar a su trono, le arrebató sus provincias y le pidió a los Samánidas que lo retuvieran lejos. Pues Qabus regresó y tomó la provincia de Gurgan. La Saída organizó un contraataque, pero dice la crónica que a la primera carga de los dailami de Qabus, el ejército del pequeño Majd ad-Daula, dirigido por uno de sus peores visires, se descompuso. Por otro lado, como mencionamos antes, puso la Saída puso a los Kakuyíes al frente de Isfahan. Pero estos parientes se volvieron díscolos, y en los años que restaban de poder búyida serían un incordio y se aliarían con sus peores enemigos.
Fueron casi veinte años de guerras del emirato contra los Gaznávidas y Ziyáridas, guerras que agotaron los recursos de la anteriormente rica región. Y todo se perdió. Khurasán, Gurgan y Tabaristán y tuvieron que reconocer finalmente a Baha para poder contar con su apoyo, en el año 1010. Parecería que por fin iban a unirse los emiratos, pero en 1012 falleció Baha ad-Daula, cuando de nuevo nada estaba estabilizado, tras haber perdido Iraq casi por completo frente al avance fatimí y de las nuevas dinastías beduínas que le fueron arrebatando el país. Y de nuevo el violento juego de sucesiones comenzó, aunque en esta última generación de príncipes búyidas la partida se jugaría entre los cuatro hijos de Baha. Pongo sus títulos, no sus nombres persas: Sultan, Musharraf, Jalal y Qarwam ad-Daula.
Mahud de los Gaznávidas. Fuente: Epic World History 
Sultán ad-Daula fue reconocido como “Emir Mayor” y heredero de Baha, y recibió sus ropas ceremoniales de califa. Sus hermanos marcharon como emires a los demás principados y reinos, pero la situación no les contentó y pronto comenzaron las disputas. Disputas alentadas además por los Kakuyíes en Isfahan y los Gaznávidas en el este, pues no deseaban un nuevo estado dailami bien estructurado y fuerte, sino que se pelearan entre ellos, y aquellos príncipes búyidas antepusieron sus intereses personales a los de su propia casa, y sentenciaron su imperio. Desde el 1018, Qarwam atacó  desde Kirman al emirato de Fars, antiguo núcleo de Adud ad-Daula, la  tierra que conoció veinte años de paz y prosperidad. En otro momento, el ejército se rebeló a Sultán y le forzó a nombrar como jefe a Musharrif, etc. Las traiciones y maniobras se sucedían, pero ninguno tuvo poder para imponerse sobre los demás, lo que provocó conflictos más largos y profundos que socavaron completamente su poder.  Los cuatro hermanos acordaron incluso llamarse “reyes”, en lugar de “emires”, compartiendo aquellos honores a los que aspiraban. Prostituyéndolos, en realidad, pues ni aun así les satisfizo.
                En 1025, Musharrif y Sultán habían muerto. Poco después les siguió Qarwam, envenenado (las crónicas relatan las escenas en las que dichas muertes son decididas y las órdenes impartidas. Da escalofríos).  Las tropas dailami eligieron a Jalal como nuevo “Emir Mayor”, en perjuicio del hijo de Sultán, Abu Kalijar, que contaba con muchos partidarios. Y mientras estos peleaban, el primer emirato en caer fue Rei. Un torpe y apenas emancipado de su madre Majd ad-Daula tuvo la ocurrencia de pedir ayuda a Mahud de los Gaznávidas para sofocar una revuelta de sus mercenarios dailami. Sus parientes no le ayudaron. Y Mahud estaba muy por encima de Majd. Le arrebató Rei.  Indiferentes al verdadero significado de aquella pérdida, Abu Kalijar y Jalal siguieron disputando hasta que, con la bendición califal, el primero se hizo con el título que tan caro lo había costado.
Entonces la estepa vomitó una nueva oleada de jinetes turcos, los Seljuk. Hablaremos de ellos más adelante, pero baste decir que entre el 1036 y el 1040 destruyeron a los Gaznávidas y tomaron la Transoxiana, Khurasán, Kirman  y parte de Fars. Se convirtieron en una nueva potencia, y todos los enemigos que les quedaban a los Búyidas se volvieron hacia los Seljuk para pedirles ayuda y acabar con la dinastía dailami. Y Togrul Bei, su jefe por aquellos días, había comprendido cómo aprovechar la estructura de poder que habían creado los Búyidas alrededor del califato, y poco a poco, los suplantaron.

                En 1040 murió Jalal y en el 1048, Abu Kaljar. El último príncipe búyida se llamó Malik ar-Rahl. Demasiado joven, demasiado engreído, criado en la corte entre almohadones, Malik nunca llegó a entender que su mundo se venía abajo. No debemos pensar que la corte le dio la espalda. Al contrario. Todo seguiría como siempre: le ofrecerían honores, se postrarían ante él, el Califa le recibiría… Todo ello mientras éste intercambiaba mensajes secretos con los Seljuk y conspiraba, creyéndose lo suficientemente inteligente como para engañar a turcos y dailami.
En el 1053, el califa envió el nombramiento a Togrul Bei como “Segundo Emir Mayor”, sólo por debajo en honores a Malik. Togrul estaba lejos y no parecía querer pisar Bagdad. Esto debió tranquilizar a Malik. Pero el viejo turco era un hombre muy asututo. Tres años tardó en presentarse en la capital, y no lo hizo al frente de un ejército, sino vestido de peregrino y con una escolta reducida, para que su visita no pareciera una amenaza militar. Togrul llegó por sorpresa para todos menos para el califa, claro, que “se vio obligado” a recibirle y darle su hospitalidad, mientras Malik miraba todo aquello sin entender. Aquella tarde, la escolta de Togrul entró en Bagdad y causó grandes destrozos. La población se volvió hacia Malik y le pidió que castigara a aquellos brutos turcos. Entonces Malik lo hizo, pero al día siguiente, Togrul, “ofendido” por la osadía de Malik, lo hizo llamar a su campamento. Malik se presentó con una escolta muy reducida, exigiendo explicaciones a Togrul, mientras este sonreía y sus hombres daban buena cuenta de la escolta de Malik. Para eso había ido a Bagdad. Para detener a Malik y deponerlo. Él, el único con honor y poderes suficientes como para detener a un “Emir Mayor”. Así acabó el poder de los Búyidas, y comenzó el dominio turco del Islam. Pero esa es otra historia, amigos.
Estupendo árbol genealórico realizado por  Carmen Chorda
para su blog "Genealogía Universal de los Pueblos hasta la Edad Moderna"




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