jueves, 24 de junio de 2021

II Guerra Médica. La quema de Atenas y la batalla de Salamina.

Saludos. Tras la rápida retirada de los griegos mientras Leónidas y los suyos retenían a los persas un día más, este ejército terrestre regresó al Peloponeso, a sus ciudades. En cambio, la flota que protegió el Artemisio se concentró en la isla de Salamina, cerca de Atenas, y la razón fue la siguiente: los atenienses pidieron a los lacedemonios dejar la flota allí porque ya habían abandonado el Ática y se habían refugiado allí, pero si la flota se marchaba, los atenienses se quedarían atrapados en la isla sin posibilidad de salvación.

A Salamina y al istmo fueron llegando las noticias del avance de los persas hacia el interior de la Hélade. Supieron así que el ejército se dividió en dos columnas: una marchó hacia Delfos, para llevarse el tesoro que había depositado y que era enorme; la segunda atravesó Beocia sin hacer daño, puesto que los tebanos y aliados se les habían pasado, salvo en el territorio de Platea, que arrasaron, y entraron por fin en el Ática.

               

EL ASALTO A DELFOS    

Delfos. Fuente: Sinnaps

Esta historia está casi olvidada, pero un importante contingente marchó hacia “el ombligo del mundo”, hacia el santuario de Delfos. Desesperados, los delfios consultaron al oráculo, y este les dijo que él, como dios, bastaría para defenderse. Que podían hacer lo que quisieran. Por lo tanto, la mayoría abandonó la ciudad en dirección a la Acarnania, pero sesenta defensores se quedaron en el santuario, haciendo terribles juramentos. Herodoto nos cuenta que se produjo un prodigio entonces, pues aparecieron las armas del dios, panoplias para los últimos defensores.

Bien, ocurrió que los persas sabían que se dirigían a uno de los lugares más sagrados del mundo, y eso les infundía mucha inseguridad. Los defensores se las apañaron para provocar varios desprendimientos a lo largo del tortuoso camino de acceso a Delfos, lo que provocó el pánico entre las filas medas, y que los defensores aprovecharon para caer sobre ellos en un lugar propicio, poniéndolos en fuga y causándoles numerosas bajas debido a lo escarpado del terreno. De esta manera, sesenta hombres no menos valerosos que los 300, mantuvieron el santuario a salvo.

 

LA QUEMA DE ATENAS

La huida de Atenas y la quema de la ciudad.
Fuente : Arts.dot

Mientras, Jerjes y el grueso de su ejército entró en el Ática y se dirigió a Atenas, ya abandonada. Pero ocurrió que sí quedaron un grupo de defensores en la Acrópolis, que fortificaron con un muro de madera (la acrópolis que nos ha llegado es la que fue reconstruida después de estos hechos, claro). Durante varias semanas, los persas fueron rechazados en sus asaltos a la ciudadela.  Los defensores pasaron terribles penurias, sin agua ya y sin comida, y en un asalto de las tropas de montaña de Jerjes, estos entraron por la noche trepando por las rocas, abrieron la puerta, y el resto del ejército se coló por ahí.

En ese momento se registraron los eventos más dramáticos. Cuenta Herodoto que, desesperados, los defensores se arrojaban al vacío, o sin fuerzas, tendían los brazos hacia los invasores, pidiendo clemencia en vano, y cayeron bajo sus golpes. Entonces, Jerjes, tras conquistar la ciudad alta ordenó la quema de los templos y la total destrucción de la ciudad. Imaginad esto: para los atenienses, era el fin del mundo.

Estas fueron las terribles noticias que llegaron a los atenienses refugiados en Salamina. En ese momento ya no tenían patria, pues había sido reducida a cenizas.

 

LAS DUDAS DE LOS GRIEGOS

 Con tan terribles noticias, la flota griega en la isla de Salamina realizó su consejo de guerra. Euribíades de Esparta, el estratego, quería llevar la flota al istmo y prepararse para la defensa del Peloponeso. Sin embargo, el ateniense Temístocles no estaba de acuerdo. Había luchado con los persas en el Artemisio, y sabía que si bien a mar abierto estaban perdidos, la isla, en la entrada del golfo Sarónico, creaba unos estrechos en los que sus enemigos no podrían aprovechar su ventaja numérica, y aun les sería un estorbo, si hubiera una batalla. Sin embargo, debía convencer a los demás, y durante ese consejo, no encontró el argumento.

Temístocles, pensativo.

Sin embargo, en un receso, tras haber decidido la retirada, un ateniense se acercó a Temístocles y le preguntó cuál había sido el resultado de las deliberaciones. Cuando este se lo contó, chasqueó la lengua y le dijo: “Si luchan con el Peloponeso a sus espaldas, cada uno pensará en su patria y se retirará para luchar por ella. En cambio, aquí lucharíamos por todos los griegos”.

Al estratego le pareció que era el argumento que necesitaba. Convenció a Euribíades para volver a retomar la sesión, y llevó el nuevo asunto a la discusión. Curiosamente, el que más se opuso fue el estratego corintio, que gritó a Temístocles que guardara silencio, puesto que ya no tenía patria a la cual representar. Entonces, el ateniense jugó su última baza: amenazar a la flota con retirar los barcos atenienses, y marchar al oeste, a Italia, siguiento un oráculo, y fundar una nueva ciudad.

Las naves atenienses eran más de la mitad de la flota griega. Sin ellos, cualquier intento de resistencia en el istmo frente a los barcos persas estaba condenado al fracaso. La estrategia espartana no serviría. De este modo, la flota griega aceptó a regañadientes el planteamiento de Temístocles, que esperaba defender en Salamina todo el Peloponeso. En efecto, si el ejército terrestre de Jerjes hubiera avanzado hacia el istmo sin la flota, los griegos podrían desembarcar a su espalda y atacarles por retaguardia. Por lo tanto, la flota persa debía avanzar. Pero para avanzar, debían pasar junto a Salamina…

 

EL CONSEJO DE GUERRA DE JERJES.

Mientras, Herodoto nos cuenta lo que ocurría en el campamento persa. Jerjes convocó un gran consejo de guerra en el que fue preguntando por orden a sus diferentes generales si debía presentar batalla naval a la flota griega. Pues bien, todos los presentes le animaron a entablar batalla, pues tras la quema de Atenas, lo que les quedaba era infligir la última y definitiva derrota a los griegos. Sin embargo, hubo una voz discordante. Una estratego extremadamente competente. Una reina caria que comandaba la escuadra jonia de Halicarnaso. Su presencia en la flota, en su lucha contra la Hélade, fue tan mal recibida por su sexo que de todos los enemigos, solo Artemisia tenía puesto precio a su cabeza por parte de los helenos. Y aun así, no había dudado en seguir a Jerjes hasta allí.

Artemisia era muy apreciada por Jerjes, y ella le recomendó no atacar inmediatamente. Buena conocedora de la política interna de los griegos, en su lugar recomendó a Jerjes esperar, pues las polis no serían capaces de mantenerse unidas. Que no atacara por mar, sino que dejara ver que su ejército de tierra se dirigía al istmo. Esto haría derrumbarse cualquier intento de unidad por parte de los griegos, que correrían cada uno a su ciudad o al istmo, comenzando por los espartanos.

Y aunque Herodoto nos cuenta que Jerjes recibe con agrado el consejo pero no le hace caso, los hechos que nos cuenta desmientes su afirmación previa, pues el ejército fue en efecto movilizado, al menos una avanzadilla, hacia el istmo, y marcharon cerca de la costa para ser vistos desde Salamina.  Y como Artemisia había predicho, esto hizo tambalearse la unidad de los griegos.

 

El consejo de Jerjes. Fuente: Fineartamerica

EL DÍA ANTES DE LA BATALLA

En efecto, la vista del ejército persa avanzando hacia el istmo hizo que los griegos, ansiosos, volvieran a convocar una nueva asamblea para tomar una nueva decisión y marchar al istmo. Esta vez ni las razones de Temístocles los convencían. Viendo que todo su esfuerzo iba a arruinarse, Temístocles tomó una decisión que sería uno de los puntos de inflexión de la historia.

Sitial de Jerjes en el Eleusis. Fuente: Pinterest

Escribió un mensaje para el rey Jerjes y envió un mensajero en barco para entregarlo. En poco tiempo llegó al Pireo, y entregó la carta. Y en ella, Temístocles informaba a Jerjes que era el momento propicio para atacar a los griegos  y vencerlos, ya que estaban muy asustados, y que en tal caso, se acordara de que Temístocles de Atenas le había hecho un gran servicio.

Que Temístocles era un experto navegando entre dos aguas, Herodoto mismo nos lo dice. Pero ya fuera para asegurarse su futuro si eran derrotados por los persas, o bien para dirigir a los persas a la batalla a pesar de que ni griegos ni persas lo deseaban, para aprovechar la última oportunidad que tenían los griegos para vencerlos, es imposible de saber.

Sin embargo, la carta convenció a Jerjes de que debían atacar ya, y al caer la tarde, siguiendo una estrategia parecida a la del Artemisio, ordenó que los trirremes egipcios aprovecharan la oscuridad de la noche y rodearan Salamina por el sur, para cerrar el estrecho al otro lado. De esta manera, a la mañana siguiente, la flota persa entraría por la otra entrada y los griegos estarían atrapados.


Fue una larga noche, pero los egipcios no supieron que desde la isla de Egina, unos kilómetros al sur de Salamina sí era posible detectarlos. De forma de esa madrugada, una nave egineta cruzó hasta Salamina y llegó antes del alba, encontrando a los griegos reunidos en consejo, decidiendo la retirada. Les informó que estaban bloqueados y sin escapatoria, así que acabaron la reunión y se dirigieron a los barcos, pues ya solo esperaban que la flota principal entrara en los estrechos desde el Pireo.

 

LA BATALLA DE SALAMINA        


La flota persa, en efecto, avanzó desde el Pireo. En primer lugar desembarcó muchos guerreros en la pequeña isla de Sitalia, que cerraba el estrecho, y luego fue penetrando en él buscando el combate con los griegos.

La flota griega salió a toda prisa y en mal orden desde dos playas. Se dice que a la luz del alba, Temístocles habló a sus hombres, arengándoles para que lo dieran todo en la batalla.

Los persas se dividieron en dos columnas, una a cada lado de Sitalia. El contingente jonio se enfrentó a los atenienses, mientras que las naves fenicias se adentraron más para encontrarse con las naves peloponesias. El resto de la flota fue entrando poco a poco, pues no había espacio.

Mucho se ha hablado sobre la supuesta genialidad táctica de Temístocles, como si tuviera un plan perfectamente pensado, todo al detalle. Sin embargo, lo que nos cuenta Herodoto no es eso. La noticia de la presencia persa llega en una asamblea en la que se está discutiendo la retirada, no la estrategia para la batalla. Los griegos se ven forzados a pelear, por lo que no hay tiempo para establecer una táctica complicada. Sin embargo, la batalla es ventajosa. He ahí el plan de Temístocles, cuyas previsiones no iban más allá de “atraer a los persas a un lugar estrecho y luego ya veremos”.

La batalla. Fuente: Deadliestblogpage

Pero solo unos pocos griegos estaban mentalizados para combatir. Para desesperación de los estrategos, no pocas naves comienzan a ciar hacia la orilla rehuyendo el contacto con los persas. Algunas vuelven incluso a la orilla. Hizo falta que una de las naves atenienses fuera embestida por otra persa, y pidiera ayuda, para que rompiera el combate al fin, y la lucha comenzara.

Desde el sitial en el Eleusis, Jerjes y sus secretarios tenían una visión clara de los estrechos, y fueron testigos del violento encuentro de las flotas. El relato nos sugiere que precisamente esto fue lo que más perjudicó a los persas. Su flota se componía de contingentes muy diversos, y sus trierarcas, conscientes de las ventajas y premios que Jerjes da a los que luchen con más valor, comienzan a realizar acciones en desorden, pensando únicamente en destacar. Por el contrario, dice Herodoto que los griegos mantuvieron cierta formación, lo que en los lugares estrechos les dio ventaja.

La lucha se dio a través de embestidas y abordajes, sin espacio posible para ninguna táctica más elaborada. Las naves se trababan unas con otras. Pero en cierto momento, según nos deja entender el padre de la Historia, los persas en primera fila empezaron a retroceder mientras el resto de su flota seguía entrando en los estrechos, lo que provocó un monumental atasco que trabó a la mayoría de las naves, dejando libres a los griegos para perseguir, con superioridad, a las pocas naves que aun estaban libres. Al menos, eso dice Herodoto, que muchas naves se perseguían y se abordaban.

Así pasó, por ejemplo, con Artemisia, que siendo perseguida, y consciente de que su cabeza tenía precio para los griegos, decidió embestir una nave persa para hacer creer a sus perseguidores que se había pasado a su bando como jonia.  Irónicamente, Jerjes interpretó desde la distancia que la nave de Artemisia había hundido una nave enemiga, en lugar de una amiga.

Artemisia de Caria. Fuente: Pinterest

Las naves de la flota persa vendieron caro el pellejo, no obstante. Hay noticias de una nave samia que embistió a unos egesteos, para luego ser embestida. Y estos samios, aliados de Jerjes, abandonaron su nave, subieron a la nueva, la capturaron y siguieron luchando, por ejemplo.

Pero finalmente, la flota persa fue puesta en fuga, y fue entonces cuando comenzó la masacre, porque una pequeña flotilla desde Egesta se había detenido en la entrada del canal, aguardando el resultado de la batalla. Cuando vieron a las naves de Jerjes huir en desbandada, comenzaron a atacarlas por sorpresa, e hicieron mucho daño. Y fue entonces cuando un ateniense vio a  la infantería desembarcada en Sitalia, que estaba atrapada en la isla, y tras reunir varias naves, desembarcó allí por una punta y salió por la otra, sin que los griegos dejaran a uno solo enemigo con vida en esa isla.

Contra todo pronóstico, la flota persa había sido derrotada, y por primera vez, Jerjes había sido detenido.

 

AL DÍA SIGUIENTE DE LA BATALLA.        

Los griegos se retiraron a descansar y a reparar sus naves, pues esperaban que al día siguiente los persas volvieran a hacer un intento. No sabía, pues, lo que ocurrió en el campamento de Jerjes.

Aunque este se resistía a reconocer la derrota, y se dieron instrucciones para cerrar el estrecho con una cadena de barcos, hizo un nuevo consejo, en el que Mardonio le aconsejó retirarse. Puesto que Jerjes había cumplido su venganza contra Atenas, su honor estaba a salvo y podía retirarse victorioso. Que él terminaría la conquista, y Jerjes reconoció que tenía razón, y se preparó para la vuelta.

Obviamente, Jerjes no pensaba huir en su flota. Retomó el camino por tierra, tras dejar a Mardonio un gran contingente con las mejores tropas, y volvió por el camino inverso al hecho. Eso sí, confió sus hijos a Artemisa, que regresó con la flota a la Jonia.

¿Por qué tantas prisas? Pues veréis, la preocupación de Jerjes era la siguiente: si la flota persa era vencida y destruida, nada impediría a los griegos navegar hasta el Helesponto, cortar los puentes, y dejar al rey atrapado en Europa. Ese fue su principal temor. Por ello se retiró por tierra mientras su flota se adelantaba al Helesponto y se disponía a protegerlo. Tardó 45 días en regresar así a Asia.

¿Y qué hizo la flota griega? Pues lanzarse en persecución de la flota persa, recapturando las islas del Egeo que habían caído en poder persa. Sin embargo, cuando llegaron a mitad de camino, el estratego espartano decidió, al no encontrar rastro de los persas, que habían ganado más y que perseguir a los persas era ya demasiado arriesgado. Temístocles, frustrado por no rematar la faena, no dejó escapar la oportunidad de beneficiarse personalmente de todo: por una parte, usó a sus tropas para extorsionar a las islas griegas que habían ayudado a Jerjes para enriquecerse personalmente a cambio de levantar los asedios contra ellas. Por otro, envió un mensaje personal a este, diciendo que gracias a él, los griegos habían sido convencidos para no demoler los puentes del Helesponto y permitirle así el regreso a Asia. Que no se olvidara de la ayuda que le había prestado. Este fue Temistocles.

Embestidas y maniobras. Fuente: Pinterest

 

Así terminó el año 479 a.d.C., con las tropas persas de Mardonio pasando el invierno en Tesalia, y la liga griega, regresando a sus hogares. Entre ellos, los atenienses, que regresaron a una Atenas destruida, ennegrecida de los fuegos, pero sobre la que edificaron a toda prisa unos pobres refugios y comenzaron la reconstrucción, rumiando su venganza contra los causantes de su desgracia.

 


sábado, 10 de abril de 2021

II Guerra Médica. La batalla de las Termópilas

Diagrama de la batalla. Fuente: Mozaiz web
Saludos. Mientras la flota de Euribíades y Temístocles aguardaba en el Artemisio, Leónidas y sus Trescientos salieron de Esparta, tomando aliados de diversas polis del Peloponeso, como Orcómeno de la Arcadia. Cruzaron el istmo de Corinto y entraron en Beocia, reuniendo allí los últimos efectivos: cuatrocientos tebanos, tomados casi como rehenes, pues Tebas había entregado tierra y agua a los persas, y ochocientos tespieos. Eso era todo. Cinco mil hoplitas, la avanzadilla que debía ganar tiempo bloqueando a los persas en las Termópilas mientras el resto de contingentes griegos se organizaban y marchaban al norte.

                Difícilmente se hubiera podido encontrar un lugar mejor para la defensa que las Termópilas. En la estrecha franja entre las montañas de la Focidia y el estrecho de Eubea, el exiguo camino terrestre tenía, en su punto más reducido, el ancho justo para que pasara un único carro. En una antigua guerra entre los focenses y los tesalios, los primeros habían cerrado el paso con un muro y una puerta fortificada, no lejos de un manantial de aguas termales. De ahí el nombre del paso: las Puertas Calientes.

                Cuando llegaron, Leónidas ordenó reparar el muro. Distribuyeron el espacio y los turnos para proteger la fortificación. Cuando los persas llegaron, era el turno de los espartanos de aguardar fuera. Aquí se produjo una de las escenas más míticas.

                Pero el paso tenía una debilidad. Había un camino que rodeaba las Termópilas por las montañas, y daba acceso al otro extremo del paso. Fueron los propios focenses los que avisaron a los generales griegos. Pero Leónidas los tranquilizó, y tomó una sabia decisión: reservar sus mil hoplitas de la Focidia para proteger ese paso. Era su propio territorio.

                Se dijo que los persas establecieron su enorme campamento alejados del paso, dispuestos a descansar unos días, y enviaron entonces exploradores al paso. Uno de estos vio a los espartanos haciendo ejercicios, peinando sus cabellos, y, en resumen, aguardando despreocupadamente la lucha. Imagino que verían al explorador a caballo, lo comentarían entre chanzas, y lo ignorarían bastante. El jinete regresó entonces y contó ante Jerjes y su consejo lo que había visto.

                Hubo un rey vilipendiado en Esparta. Se llamó Demarato, de la casa de los Europóntidas. Sus disputas con el otro rey, Cleómenes, incitaron a este a urdir una trama de desprestigio que desembocó en una reclamación sobre su verdadero padre (que no tuvo hijos en sus dos primeros matrimonios, pero que se casó con la esposa de otro espartano y de la que se dijo que se casó ya embarazada de aquel). Las mentiras o las verdades de Cleómenes fueron oídas, Demarato fue desposeído del trono y maltratado por los partidarios de Cleómenes. Así, furioso, despechado, abandonó el Peloponeso con la firme intención de hacerles pagar por todo ello.  De esta manera llegó a la corte de Jerjes, y se convirtió en un leal asesor.

El explorador, por Steve Noon.

Demarato estaba en este consejo, y cuando Jerjes le consultó qué significaba aquella actitud, Demarato le explicó que los espartanos se disponían a luchar. Que tal era su costumbre, aguardar con relajo la batalla, ya que en su vida diaria el entrenamiento era continuo y que en campaña se veían liberados de tal carga, y decorar sus cabellos, pues por encima de todo, los espartanos no querían entregarse a la muerte sin el aspecto adecuado.

Jerjes y sus nobles persas no lo creyeron. Resistir al mayor ejército del mundo… Cuatro días más descansaron, mientras llegaban todos sus efectivos, y todos los días observaban a los griegos, que se turnaban para guardar el paso. Al final, se decidió a atacarlos, seleccionando para ello a los pueblos en los que más confiaba: los medos y los sacas.

Así se comenzaron al fin los enfrentamientos.

PRIMER DÍA

No cuenta Herodoto, pero sí Plutarco, que antes de combatir, los persas fueron a negociar con los espartanos, a proponerles que se rindieran y les entregaron las armas. La respuesta de Leónidas pasó a la posteridad: “¡Venid a cogerlas!”. Porque si estás con trescientos compañeros frente a un ejército de decenas de miles de hombres, y a una oferta de paz, respondes eso, entonces entras en la leyenda.

Monumento a Leónidas y sus 300. Fuente: Grecotour
Sí. Fueron Leónidas y sus Trescientos los que estaban frente al muro focense aquel día. No sin aprensión verían acercarse a las unidades enemigas, con sus músicos y sus estandartes. Los griegos entonarían el peán al Einalio, cerrarían escudos, y se dispondrían a aguantar. Porque tenían una ventaja: no había espacio. Las masas de soldados persas se estrecharon, se estorbaron y avanzaron con dificultad, taponándose unos a otros, mientras se acercaban. Así quedó desbaratada su ventaja, pues no podían formar sus escudos “spara” y protegerlos con los arqueros. Sin espacio, empujados por los que venían detrás, impactaron contra el muro de lanzas y escudos, y los espartanos comenzaron a trabajar como una picadora de carne. Con las primeras bajas entre los persas, sin espacio para retirar los cadáveres, los soldados del Rey se veían estorbados, y las lanzas griegas, más largas y que acometían una y otra vez, no tardaron en provocar el pánico. Pero no se podía retroceder. Más y más hombres avanzaban de manera implacable, empujando a los desgraciados de la vanguardia hacia los espartanos, que implacables, acababan con ellos sin muchas dificultades. Fue una carnicería, tanto más por cuánto tardaron los oficiales en percatarse de lo que ocurría allá adelante. Se retiraron a mediodía, y los espartanos aprovecharon para comer y recuperar fuerzas.

                Mucho tuvo que preocuparse Jerjes con lo que le dijeron sus generales. Tanto, que por la tarde decidió enviar los mejores guerreros que tenía, sus Inmortales. Un batallón de élite. 10.000 guerreros con el mejor equipo disponible. Dichos batallones corrieron al paso, dispuestos a acabar de un golpe con los griegos, más la historia de lo que pasó por la mañana volvió a repetirse. En el paso estrecho, tenían desventaja frente al equipo griego, y no podían usar sus arcos ni sus formaciones complejas. Simplemente podían atacar a los espartanos, que en tales condiciones, y tras una vida entera dedicado al oficio de las armas, tuvieron el combate que necesitaban. Si hubo una diferencia, fue la tenacidad de los persas. Su resistencia a reconocer la derrota. Los Inmortales aguantaron mucho más que los demás sin retirarse, y así, cuando lo hicieron, sus bajas alcanzaron un número terrorífico.

                Así acabó el primer día, y los griegos se retiraron a descansar, confiados en que sus planes iban bien. Que podían ganar.

 

SEGUNDO DÍA

Sin mejores ideas ni posibilidades, los persas enviaron de nuevo diversos contingentes de muchas naciones. Aquel día no lucharon los espartanos, sino el contingente al que le llegó el turno. Pero, avisados por Leónidas, y ya precavidos, la dramática escena se repitió. Cuenta Herodoto que los oficiales persas quedaron atrás, fustigando a sus tropas para que avanzaran y avanzaran sin detenerse, su única posibilidad. Pero con los muertos, el paso se taponaba, y las lanzas masacraban. Muchos cayeron al mar por el borde del camino. Muchos otros se arrastraban cuando fueron pisoteados por el resto de sus compañeros. Pero los griegos no cedían. La falange funcionó perfectamente, y en los leves descansos, se alternaban para reposar y recuperar fuerzas. A la caída de la tarde, sin ningún avance, Jerjes está desesperado.

                Pero he aquí que el destino jugó a su favor. Había un hombre, un focense, se dijo, llamado Epialtes. Deseoso de conseguir una mejor vida, y sabedor de que Jerjes era generoso con quien le ayudaba, reveló el secreto del camino que rodeaba las Termópilas. Era poco más que un camino de cabras, pero el Rey y sus generales no tardaron en darse cuenta de que era su única posibilidad. De modo que reunieron a los Inmortales que quedaban, y los mandaron aquella misma noche, guiados por Epialtes a cruzar el camino y rodear a los griegos.

De esta manera pasaría a la historia el infame Epialtes. Su nombre perduró, como el reverso de la gran gesta que estaba a punto de suceder. Pero los helenos no lo recordarían con orgullo, sino que lo maldecirían y escupirían al oír su nombre. Hubo recompensas, tras la guerra, por la cabeza de Epialtes. Pero eso no había ocurrido todavía, mientras, a oscuras, la tragedia se cernía sobre los defensores del paso.

Mientras, en el campamento de Leónidas, el adivino de la expedición, Megistias de Acarnania, estudió las entrañas de su última víctima, y a pesar del optimismo de los griegos, que desconocían que su sentencia estaba siendo firmada, habló circunspecto a Leónidas: “Mañana a la hora de la cena estaremos todos muertos”.

Mucha y pesada fue la carga que Leónidas llevaría en sus hombros. Se acostó, pero apenas durmió, mientras las palabras de una antigua profecía. Herodoto nos la transmitió:

Mirad, habitantes de la extensa Esparta,

o bien vuestra poderosa y eximia ciudad es arrasada por los descendientes de Perseo, o no lo es;

pero, en ese caso, la tierra de Lacedemón llorará la muerte de un rey de la estirpe de Heracles.

Pues al invasor no lo detendrá la fuerza de los toros o de los leones, ya que posee la fuerza de Zeus.

Proclamo, en fin, que no se detendrá hasta haber devorado a una u otro hasta los huesos


El ataque a la posición focense. Por Steve Noon.

Cuenta también Herodoto que los Inmortales y focenses se encontraron en el camino que rodeaba, casi por sorpresa, apenas la luz comenzaba a despuntar, antes de la salida del sol,  pues ningún bando esperaba encontrarse con el otro. Sin embargo, los persas eran soldados profesionales. Fueron los primeros en responder, y organizaron un primer asalto. Los focenses entraron en pánico y se retiraron ante el empuje de sus enemigos. Entonces, los persas vieron su oportunidad: mientras un destacamento mantenía aislados a los defensores, el resto pasó por el camino a toda prisa, comenzando así el descenso hacia el otro lado del monte y la retaguardia de Leónidas. Impotentes, los helenos no pudieron hacer nada, salvo enviar un valiente mensajero que con el riesgo de despeñarse en la oscuridad del nuboso amanecer, tuvo que descender por la cara menos accesible hasta el campamento de Leónidas.

Apenas había salido el sol, y los hombres ya preparaban los fuegos para el desayuno, cuando el mensajero llegó con la terrible noticia. Entonces se reunieron todos los estrategos, que insistieron en que debían abandonar la posición.

                Había una ley en Esparta que impedía a los hombres retirarse del combate. Al menos, la encontramos mencionada en Herodoto, pero no en Tucídides ni Jenofonte. Mas, aunque sí fuera, no se estableció tal ley pensando en un enfrentamiento tan desigual, y posiblemente no pesara tanto en las decisiones de Leónidas. Pero, imaginemos al rey. El más respetado de los presentes, sabía que si huían a toda prisa, la caballería persa cruzaría el paso y les daría alcance antes de que cayera el sol, y todo el ejército se perdería. Sumad a eso el peso de aquella extraña profecía de Delfos. Cómo de repente, todo cobró sentido en su mente. Así que levantó la mano, pidiendo silencio a todos, y manifestó la decisión que había tomado para sí y para sus hombres: quedarse a proteger el paso y así dar tiempo a los demás para retirarse con seguridad. Entonces, en el consejo, se hizo el silencio.


Las órdenes, por lo tanto, para los aliados peloponesios de los espartanos, eran regresar y plantear una última defensa en el istmo de Corinto. Sin embargo, Leónidas no había terminado. Se volvió a los tebanos, los señaló con el dedo, y les ordenó quedarse con él y compartir su destino.

El destino de los que se quedaban estaba sellado. Pero aun así, el general de los tespieos habló con el rey espartano, y le dijo que no pensaban abandonarlo. Y Leónidas, que no tenía más poder sobre ellos que el de su prestigio, les dio las gracias. Y uno más se quedó: Megistias, el adivino. A pesar de que Leónidas lo liberó de su servicio, pues de nada le servía un adivino cuando su muerte era segura, el bravo Megistias decidió quedarse y compartir destino con Leónidas. Así comenzó el tercer día.

 

TERCER DÍA

Jerjes había calculado cuánto tardarían sus tropas en rodear a Leónidas, pero no contaba, claro, con el retraso provocado por el combate en el camino contra la guarnición focense, de manera que cuando preparó sus tropas y las dirigió a la entrada de las Termópilas, los griegos todavía no estaban rodeados.

Leónidas ordena retirarse a las tropas. por H.M. Herget.

                Además, Leónidas le tenía preparada otra sorpresa. Consciente de la inutilidad de permanecer en el paso, decidió ofrecer, al menos un gran espectáculo. Como si hubiera dicho a los que se quedaron con él: “Vamos a morir, pero lo haremos a lo grande”. De manera que cuando las líneas persas se acercaban al paso, les llegó el canto al Einalio, el terrible peán de los dorios, y, de repente, vieron como por la entrada del paso salían los griegos, formaban, y cargaban contra ellos antes de saber qué les estaba pasando.

                Aquella última carga los pilló por sorpresa. Como un muro de bronce y acero, los griegos cayeron sobre ellos y atravesaron sus filas. Poco más de mil hombres contra decenas de miles, que no obstante tampoco podían ayudar a sus compañeros. Los primeros en recibir la carga cedieron y huyeron, y los griegos los persiguieron, según nos cuenta Herodoto, hasta las proximidades del campamento persa.

Aspecto actual del paso.
  Pero pasada la sorpresa inicial, los números persas comenzaron a pesar. Los griegos se detuvieron, formaron y resistieron durante mucho rato. Las lanzas se rompían, los escudos se hendían, y uno a uno, los griegos fueron cayendo. Allí, en el exterior, murió Leónidas, tras haberse comportado como un hombre valerosísimo. Entonces, todo el combate se convirtió en una inmensa pelea arrabalera por conseguir el cadáver del rey. Persas y medos por un lado, los Trescientos, los tespieos y los tebanos por otro, mordiendo, pateando y empujando, para recuperar el cuerpo del hombre que los había llevado a la inmortalidad. Tres veces lo perdieron los griegos, y tres veces lo recuperaron.

                Entonces, los vigías dieron la señal de que los Inmortales ya estaban al otro lado del paso, y los griegos decidieron entonces retirarse al interior, perseguidos por sus enemigos. Los que consiguieron llegar, se agruparon en una pequeña colina que había en un punto ancho del paso. Pero no todos cabían. Los tebanos quedaron junto a la pequeña elevación. Entonces, se presentaron los enemigos por ambos lados, y en la carga final, los tebanos arrojaron las armas y tendieron los brazos, rindiéndose a los persas entre gritos y maldiciones de sus compañeros. Y los persas tampoco reaccionaron bien, que llegaron a matar a algunos, y a aherrojar a los otros. De modo que sólo quedaron los defensores del montículo, quienes fueron cargados y masacrados por las flechas persas. Un exterminio, en el que ya no se pidió cuartel ni se ofreció, pues hasta al punto había llegado la ira de los persas, que, en contra de sus costumbres, como dice el propio padre de la Historia, no respetaron ni a los que habían luchado mejor. Los Trescientos, y los tespieos cayeron en aquella colina, y así terminó por fin la batalla. Herodoto rescató los nombres de muchos de ellos, tanto espartanos como de los tespieos, que lucharon hasta el final. Y es justo que se les mencione, pues hasta el siglo XX, los soldados de Tespias nunca tuvieron ningún monumento que recordara que los Trescientos no cayeron solos.

Resistencia final. Fuente:Web de la Cultura

Sin embargo, es poco conocido el hecho de que, de los espartanos, no formaron los Trescientos. Faltaron tres. El primero de ellos se llamaba Pántitas. Leónidas lo había enviado de mensajero a Tesalia, y regresó al día siguiente de la batalla, para encontrar a todos sus compañeros muertos. No pudo soportar la vergüenza y el dolor, y se ahorcó.

Otros dos hombres se quedaron en el campamento y no formaron aquella última vez con Leónidas. Ambos por el mismo motivo: una grave oftalmía (conjuntivitis) que no les permitía ver. Sin embargo, uno de ellos, Eúrito, no bien Leónidas entró en combate, pidió a su esclavo que lo llevara de la mano hasta los combates, lo orientara correctamente y le indicara cuándo podía correr para cargar con el enemigo. Así lo hizo, y tanto su hilota como él murieron en la batalla.

                Sólo quedó uno: Aristodemo. De él dice Herodoto que le faltó el valor, y que en lugar de buscar la muerte, se retiró y llegó a Esparta. Mas la vergüenza acompañó el resto de sus días. Viviría despojado de sus derechos, como un mendigo, hasta que el destino lo pondría en otro punto de esta historia. Un momento crítico.  Pero eso lo contaremos más adelante.

                En cuanto a Jerjes, se dijo que buscó el cuerpo de Leónidas y cortó su cabeza, algo que era contrario a las costumbres persas, y que con ello ofendió a su dios. Pero por fin pudieron entrar en Grecia, atravesar Beocia, entrar en el Ática y asaltar Atenas y su acrópolis.

Pero esa historia ha de ser contada otro día.

viernes, 26 de febrero de 2021

II Guerra Médica. La batalla del Artemisio

Combates en el Artemisio. Fuente: AntenaHistoria
Saludos. En el artículo anterior dejamos a los persas ya en Tesalia, y a los griegos enviando una flota a la entrada del estrecho de Eubea, a una zona llamada el Artemisio, mientras una fuerza a pie se dirige al paso de las Termópilas a impedir que el ejército persa entre en el resto de la Hélade.

 Las Termópilas… Su mero nombre nos retrotrae a la leyenda. En tiempos recientes, hasta el cine y el cómic se han encargado de recrear los acontecimientos de este estrecho paso. Sin embargo, recomiendo como siempre acudir a las fuentes. Porque es cierto que Leónidas capitaneó a sus Trescientos, pero también es cierto que fueron muchos más hoplitas, hasta 5000, de muchas otras polis, y que, desde luego, Leónidas no fue contradiciendo a los éforos. Según Herodoto, lo que ocurrió es que por aquellos días se celebraban juegos ístmicos y las leyes sagradas impedían la movilización de los ejércitos. Fueron los éforos los que ordenaron la movilización de una pequeña vanguardia espartana, al frente de Leónidas, para dar ejemplo y motivar a las polis a enviar sus respectivas vanguardias. De este modo se reunieron unos cuatro mil hoplitas de muchas polis del Peloponeso, incluyendo los Trescientos, que además, al adentrarse en Beocia y dirigirse a las Termópilas, se reunieron con unos mil hoplitas procedentes de Tespias, y unos cuatrocientos tebanos. Estos, que habían dado tierra y agua a los persas, fueron obligados por Leónidas de Esparta, que los tomó casi como rehenes.

                Bien, la flota en el Artemisio y Leónidas en las Termópilas componían el último intento de bloquear el avance persa. Si superaban su posición pues... solo quedaban opciones desesperadas.  Así de crudo. Estas dos batallas, el Artemisio por mar, y las Termópilas por tierra, se lucharon simultáneamente. No obstante, nos centraremos primero en el Artemisio.

 

BATALLA DEL ARTEMISIO

La flota estaba al mando del estratego espartano Euribíades, que mandaba a todos los jefes de los distintos contingentes. El principal eran el ateniense, al mando de Temístocles (220 naves), y el corintio, al mando de Adimanto (40 trirremes), pero también había eginetas, calcídeos focenses, etc.  La flota tomó como base el extremo norte de Eubea, y desde allí enviaban naves de exploración para vigilar el avance persa. Cuando por fin supieron, merced a una trirreme que huyó de los persas en el último momento, que ya estaban cerca y cuántos trirremes traían, el espartano Euribíades decidió la retirada. Y esto hay que explicarlo.

                Veréis, la mentalidad de Esparta era muy conservadora. Aunque su prestigio los pusiera al frente de la liga helena, ellos no estaban dispuestos a arriesgar el Peloponeso. Y su visión estratégica era fundamentalmente terrestre. Bajo su óptica, la mejor posición era defender el istmo, bloqueándolo con un muro. Claro, si esto se hubiera hecho así, la flota persa hubiera rodeado esta posición y listo, y solo este hecho los convenció de que la flota ateniense era necesaria en la liga. Pero no sabían nada del combate marítimo. Pensaban que en aguas abiertas, la flota griega podría parar a los persas. Si los espartanos aceptaron defender las Termópilas fue porque era el único sitio por donde realmente se podría bloquear a los persas, pero una vez superado, su plan era retroceder al istmo, fortalecerse allí y a la Hélade al norte del istmo, pues que le dieran. Por lo tanto, Euribíades debía conservar la flota intacta. Seguramente tendría órdenes de los éforos de no arriesgarla.

                Sin embargo, Temístocles sí sabía combatir en el mar, y sabía que los persas podrían ser derrotados por mar en lugares estrechos, pero no a mar abierto. Así que la orden de Euribíades fue discutida por Temístocles. Pero no penséis que lo hizo por Grecia ni por la libertad, ni nada de eso.

               

Temístocles. Fuente: ArteHistoria

Herodoto nos cuenta que los eubeos no querían que la flota abandonara la posición, pues la necesitaban allí para darles tiempo a evacuar la isla. ¿Qué hicieron? Pues sobornar a los estrategos. Concretamente, Temístocles, según Herodoto, era un fiera usando las tropas de la polis para forrarse personalmente. Pidió a los eubeos 30 talentos de plata, y les aseguró que él convencería a Euribíades. Y vaya si lo hizo. Sólo le costó 5 talentos de plata quebrar la voluntad del espartano. Y además, lo hizo con tanto arte que Euribíades creyó que el dinero procedía directamente de los ahorros de Temístocles, ignorando que el ateniense todavía tenía en el bolsillo muuuucha plata eubea. Y en cuanto al corintio, que fue el que más protestó, le costó aun menos. 3 talentos pidió Adimanto para apoyar quedarse. Así que Temístocles hizo una interesante carambola, rentabilizando su interés por luchar en los estrechos de Eubea.

                No nos escandalicemos todavía. Herodoto es el primero en ensalzar a Temístocles, pero el sabio de Halicarnaso nos muestra aquí estos personajes son héroes porque hicieron algo heroico en un momento determinado, y esto no es incompatible con una conducta más oscura durante el resto de su vida. Esa es una importante lección para nosotros. En nuestra sociedad, tal vez con la visión heredada del Romanticismo, consideramos que los héroes patrios se comportan de forma correcta todo el tiempo, y que hasta mean colonia. Los griegos tenían claro que no era así. Si sus dioses estaban podridos de defectos y pasiones humanas, sus héroes también.

                Por otro lado, la inmensa flota persa sufrió un revés terrible. Llegaron a una bahía cercana y fondearon, pero como eran 1200 trirremes, no cabían, y una terrible tormenta que se desató por la noche dio al traste con 400 embarcaciones. Hubo miles de ahogados. Sin embargo, su número todavía era temible, así que siguieron su travesía hasta llegar a la entrada del estrecho de Eubea, quedándose en una playa llamada Afetas, desde la que podían observar la posición griega.

                Y los persas, que no eran mancos, idearon un plan. Pensando que si los griegos huían, tendrían que enfrentarse a la flota griega más tarde, concibieron un plan para destruirla de una vez. De noche, enviaron una flota a que circunnavegara Eubea por el este, para entrar en los estrechos por el sur, remontar hacia el norte y así, cortar la retirada de los griegos. Calculando el tiempo de navegación, fijaron una fecha para lanzar un ataque desde Afetas al Artemisio, ponerlos en fuga y atraparlos en los estrechos con la segunda flota.

                Sin embargo, hubo un heleno entre los persas que desertó del bando del Rey de Reyes, y por la noche, se escapó con su barco, cruzó al Artemisio, e informó a Euribíades de los planes enemigos.

                Al día siguiente, los persas de Afetas quedarían a la espera, mientras su avanzadilla navegaba alrededor de Eubea. Ese día, Euribiades aguardó, pero al caer la noche, ordenó zarpar con todos sus barcos hacia el sur, y sorprender así a la fuerza que los rodeaba, en una interesante  aplicación de la teoría de la posición central que tan bien explotó Napoleón en su día.

                Pero, ¿sabéis qué pasó? Que esa noche se dirigieron al sur y por la mañana aguardaron en la posición a la que habían calculado que llegarían los persas. Pero allí no había nadie. De modo que a mediodía, pusieron rumbo al norte, con el objetivo de llegar a la entrada del estrecho con la tarde avanzada y atacar a los persas en Afetas en ese momento.

Desastre de la flota persa

                ¿Qué pasó con esta flota que rodeaba Eubea? Pues veréis. ¿Recordáis cuando en la peli de “300”, Leónidas llega con sus tropas durante la noche y una tormenta está destrozando barcos persas. Pues eso pasó. Solo que el cómic, y la peli de “300”  muestran ese desastre dentro del estrecho de Eubea, el mar que puede ver Leónidas avanzando hacia las Termópilas. En realidad, el estrecho quedó bastante resguardado por la propia isla de Eubea, y por eso los griegos navegaron al sur de noche sin incidentes. La tormenta pilló a los persas al este de Eubea, en el lado de mar abierto, y los machacó. En realidad, Leónidas debió de ver a los griegos que navegaban hacia el sur.

                Bueno, pues como decíamos, por la tarde los griegos llegaron de nuevo frente a la playa de Afetas, y los persas salieron contra ellos. Fue un combate duro, y Herodoto nos cuenta que si los griegos resistieron, fue gracias a la formación que hicieron en círculo, con las proas hacia fuera, que impidió que el ataque poco coordinado de los persas fuera muy efectivo. Este sería un defecto de la táctica persa: siendo una flota compuesta por diferentes naciones, sus estrategos pensaban más en destacar ante Jerjes más que en trabajar de manera coordinada, fiándolo todo a su número. El caso es que los griegos salían de súbito de su formación y atacaban a las naves persas que quedaban expuestas al maniobrar. Debemos pensar además que en esta época, la guerra en el mar se basaba en el abordaje, y no en la maniobra. Los griegos se mostraron superiores en este campo, debido quizás al mejor equipo de sus hoplitas embarcados y mayor experiencia. Capturaron ese día 30 naves enemigas, y al caer la tarde, cada bando se retiró a su base.

                Esa noche, la mala mar llevó a la playa de Afetas a los muertos de la primera tormenta y del combate del día, lo que los llenó de malos presagios.

                Contemporizamos en este momento: en este día, el ejército de tierra de Jerjes, que ya llevaba varios días acampados frente a las “Puertas calientes” (es decir, no estaban con su flota, que seguía enfrentada con la griega más al norte de su posición, en Afetas)  aguardando que esos miserables griegos huyeran de miedo, atacaron al fin la posición de Leónidas y se llevaron una desagradable sorpresa.

 

                SEGUNDO DÍA

                Euribíades recibió  buenas noticias de Leónidas, y como el día anterior también le había ido bien, decidió atacar a los dubitativos persas, que pasaron esa mañana analizando el combate del día anterior. Esta vez llevó él la iniciativa, pero aguardó a la tarde. ¿Por qué? Pues, aconsejado por Temístocles, sabía que debía aprovechar su velocidad para atacar rápidamente, hacer daño y retirarse. Al atacar por la tarde, como hicieron el día anterior, la caída de la noche limitaba el tiempo de respuesta persa.

                Así hicieron.  Cayeron sobre las naves persas protegidas en la bahía de Afetas. Muchas estaban todavía ancladas. Casi todas las que hundieron eran cilicias, pues por turnos habían quedado en el exterior de la bahía. El ataque fue fulminante, y al menos otros 60 trirremes fueron hundidos. Para cuando los persas salieron a hacerles frente, los griegos ya se retiraban al Artemisio protegidos por el manto de la noche. Fue un día memorable.

Posición del Artemisio. Fuente: Blog de Gonzalo

 

                TERCER DÍA

                Esta vez los persas no se dejaron atrapar por segunda vez, ni cometieron los mismos errores. Aprovechando la zona de mayor amplitud, formaron en media luna y cayeron sobre el ARtemisio bien temprano. Los brazos de la media luna cerraron la zona y los griegos se quedaron sin escapatoria, así que no les quedó más remedio que luchar. Y lo hicieron. Vaya si lo hicieron.

                Herodoto nos habla de combates desesperados ese día, pues toda la ventaja griega había sido anulada. Aquel día, los trirremes egipcios dieron buena cuenta de los griegos. Pero los helenos no quedaron atrás, y también nos dice Herodoto que Clinias se destacó por encima de los demás trierarcas. ¿Sabéis quién es este Clinias? Pues veréis, este joven trierarca  perteneciente a la familia de los Alcmeónidas, sobreviviría a esta guerra y tendría un hijo, al que le pondría el nombre de su abuelo: Alcibíades. Sí, amigos, Alcibíades de Atenas, discípulo de Sócrates y famoso general durante las guerras del Peloponeso, era el hijo de este Clinias.

                Cuando cayó la noche, los griegos habrían sufrido muchas bajas, pero los persas también. Y se estaban replanteando su estrategia cuando les llegaron las peores noticias: Leónidas había muerto, los griegos se retiraban de las Termópilas y ya no había nada que hacer. Euribíades decretó entonces la retirada, y esa misma noche, la flota se deslizó de nuevo por el estrecho de Eubea hacia el sur.

                Pero Temístocles había podido enfrentarse con los invasores y eso le bastó para comprobar sus teorías: era posible vencer a Jerjes en el mar, en un lugar estrecho. Y también, debían separar a los jonios del bando persa. Y entonces, al astuto ateniense se le ocurrió un plan brillante: como sabía que la flota persa los perseguiría al día siguiente, y que harían la aguada en los mismos lugares que él mismo, dejó en esos lugares mensajes escritos, bien visibles, en griego, incitando a los jonios a separarse de Jerjes, y dándoles instrucciones sobre cómo reunirse con la flota de la liga helena.

                Cuando los almirantes persas vieron esos mensajes, hicieron lo lógico: comenzaron a  desconfiar de los jonios. Ya estaba. El astuto Temístocles había dado un golpe maestro: si los jonios desertaban, ganaría. Y si  no lo hacían, al menos los persas no confiarían en ellos y evitarían ponerlos en lugares críticos de la batalla.

                Así,  la flota griega en retirada, bastante entera a pesar de las naves perdidas, recaló en la isla de Egina, a la espera de tomar nuevas decisiones.

                De lo que pasó esos días en las Termópilas hablaremos en el siguiente artículo. Hasta entonces, un cordial saludo, amigos.