lunes, 29 de junio de 2020

Las Guerras Médicas. Capítulo II: La Primera Guerra Médica


Fuente: Heritage History
Saludos. En el artículo anterior habíamos dejado a Darío el Grande, tras apagar la rebelión de los jonios de Asia, con un cabreo monumental hacia los atenienses y eretrios , y a estos, con más miedo que vergüenza, lejos, en sus polis, rezando a los dioses por que los persas olvidaran pronto el mal que habían recibido su parte.
Pues bien, fue el sátrapa Artafrenes quien cerró el asunto de los jonios. Tras la deportación de los milesios, Artafrenes se encargó de negociar con el resto de ciudades, a las que trató con cierta justicia, aunque les impuso pactos entre ellas para que renunciaran a sus querellas internas. También regularizó el asunto de sus tributos, a partir de una ambiciosa y juiciosa campaña de agrimensura y catastro, y creó, en resumen, las condiciones para que los jonios lo tuvieran más difícil para hacer defección de Darío, pero también, tuvieran menos razones. Sobre todo, Artafrenes respetó los gobiernos democráticos que se habían implantado y no devolvió a ningún tirano.

LA EXPEDICIÓN DE MARDONIO (492 a.d.C.)
A la primavera siguiente, Darío, que seguía imponiendo una política expansionista, envió al nuevo estratego, Mardonio, a castigar a los atenienses y eretrios. Mardonio y su ejército descendieron hasta Cilicia. Allí, Mardonio embarcó mientras su ejército seguía por tierra hasta el Helesponto, y la flota reunida por los persas rodeó la costa jonia hasta el estrecho, tendió un nuevo puente y permitió que el ejercito pasara a Europa. Esta expedición es la primera que podemos englobar dentro de la I Guerra Púnica.
Mardonio avanzó por la costa de la Tracia que ya había conquistado el Mardonio anterior tras la campaña de los escitas, y llegó hasta Macedonia, a los que venció y sometió. Sin embargo, su flota, que le seguía por tierra, navegando alrededor del monte Atos, sufrió una terrible tempestab que la arrojó contra las rocas. Herodoto cuenta que entre los naufragios y las «bestias» (¿tiburones?), perecieron casi veinte mil persas. Este revés imposibilitó a Mardonio culminar su primera expedición con un éxito total. Incluso se vio obligado a luchar por su vida cuando su ejército se vio atacado por los feroces tracios brigos. Sin embargo, los venció y sometió, y ante la imposibilidad de descender a la Hélade con las fuerzas necesarias, regresó a Asia.
Si bien es cierto que los griegos se habían librado, los persas ya estaban a las puertas de la Hélade con la anexión de Macedonia.
Monte Atos, al final de la península. Fuente: Wikiwand

EL BREVE RECESO (491 a.d.C.)
Darío seguía con la mira puesta en Europa, y mientras preparaba la nueva expedición contra la Hélade, envió una serie de embajadores a sus ciudades para solicitar tierra y agua en señal de sumisión al rey. ¿Recordáis aquella famosa escena de la peli de «300»? Pues justo así. Los persas llevaban un cuidadoso registro de los pueblos que le entregaban tierra y agua, y si alguno de los que lo habían hecho, más tarde se revolvía contra Persia, lo tenían por traidor y su castigo era casi peor.
Tal vez sorprenda descubrir cuántas polis entregaron a los embajadores tierra y agua, pero era casi entendible: el imperio aqueménida no había sido derrotado ni rechazado nunca, y los helenos tenían muchas cuitas entre ellos. Tebas entregó tierra y agua. También lo hicieron los tesalios. Y de las islas cercanas al continentes, hubo una, muy cerca del Pireo, llamada Egina, que también lo hizo.
Atenas se sintió amenazada de forma intolerable por Egina, y, como eran colonos de los lacedemonios, fueron a Esparta a protestar. Por esta época, Esparta y Atenas se llevaban muy bien. El rey Cleómenes atendió la reclamación y se presentó en Egina a pedir cuentas.
Pero ocurrió que Cleómenes se llevaba fatal con el otro rey, Demarato, y este tenía muchos contactos en Egina, de manera que los movió para que los eginetas despidieran a Cleómenes con cajas destempladas.
Cleómenes llevó muy mal esto, y tras la fallida mediación, Egina y Atenas entraron en guerra. También hay que tener en cuenta que Atenas no era una potencia naval, ni mucho menos. No tenía todavía los muros largos, ni usaba el Pireo, sino el Falero. Apenas tenían naves para luchar contra los eginetas, y tuvieron que pedírselas prestadas a los corintios (que también se llevaban bien con ellos puesto que Atenas no estaba abierta al mar todavía). De hecho, los atenienses eran tan patéticos en el mar que unos experimentados eginetas les vencieron en batalla y los atenienses tuvieron que aguantarse.
Mientras, en Esparta, Cleómenes conspiró contra Demarato. Aprovechando las dudas que había sobre su verdadero padre. En efecto, había bastantes dudas sobre si el rey Aristón, que se había casado por tercera vez tras dos matrimonios sin hijos, con una mujer ya casada, era el verdadero padre, o bien su esposa ya llegó embarazada de su primer marido al matrimonio. La polémica fue aprovechada y removida por Cleómenes, hasta que los espartanos decidieron preguntar al oráculo de Delfos. Aquí, Cleómenes hizo valer su influencia y acordó con el Consejo Oracular que confimarían la ilegitimidad de Demarato. Así que este rey fue depuestos, y luego humillado en público. Esto provocó su autoexilio de la ciudad, para desgracia de los helenos, porque Demarato comenzaría un largo viaje hasta Persépolis, donde se puso al servicio del Rey de Reyes.

LA EXPEDICIÓN DE DATIS Y ARTAFRENES. (490 a.d.C)
Darío I. Fuente, National Geographic
Los nuevos estrategos del año para los asuntos griegos, pues cuenta Herodoto que Darío también los cambiaba cada año, fueron Datis y Artafrenes, hijo de Artafrenes el sátrapa. Se inició una nueva expedición, pero esta vez fue diferente. Aunque las tropas y sus generales descendieron también hasta Cilicia, pero allí todos embarcaron, pues la nueva misión era avanzar por el Egeo, lanzando finalmente le asalto a los pueblos helenos de las islas. Desde Samos, se lanzaron contra Naxos, Andros y el resto de las Cícladas, pues hasta ese momento se habían librado del poder del Rey, y Darío deseaba someterlas.
La flota persa era poderosa y las tropas de tierra se emplearon bien contra las islas. Una por una, las Cícladas fueron cayendo, y los persas reclutaban a los hombres y los barcos como aliados, mientras tomaba a sus hijos como rehenes y quemaba sus santuarios en algunos casos, por su participación en la revuelta.
Así llegaron a la isla de Delos, en el centro del Egeo. Esta isla era sagrada para los griegos, pues creían que allí habían nacido Artemisa y Apolo, hijos de Zeus, y había un importante templo, y un oráculo. Aquí, Datis no permitió que sus tropas la mancillaran. Al contrario, al saber que los delios habían abandonado su ciudad, los hizo llamar, los tranquilizó y dejó indemne sus templos.
Hemos de entender que esta era la política religiosa persa, que en sus conquistas respetaba las costumbres y creencias de los pueblos a los que sometían, conscientes de que los hombres son capaces de soportar casi cualquier desgracia, salvo unas pocas, y entre esas pocas está la falta de respeto a sus dioses. La maniobra persa tenía como objetivo transmitir un mensaje: los que hicieron mal al Rey, sufrirán las consecuencias. El resto, serán sometidos pero tratados con justicia.
Saltando de isla en isla, los persas lanzaron finalmente el asalto a gran isla de Eubea, situada al este de Grecia, en la que estaba la ciudad de los eretrios. Estos fueron recibiendo noticias de la llegada de sus enemigos, y llegaron a pedir ayuda a los atenienses, que les enviaron cuatro mil hoplitas clerucos que tenían en la región de los calcídicos. Sin embargo, aquella llamada había sido prematura, y la asamblea de Eretria no se terminaba de aclarar. Algunos proponían resistir en la ciudad y otros, retirarse a los lugares elevados de la isla. Sin embargo, había un bando entre los aristócratas que planeó en secreto entregar por traición la ciudad a los persas. Uno de los nobles de la ciudad, previendo un dramático final, avisó a los atenienses para que se largaran, y estos cruzaron a la desesperada el estrecho que hay entre Eubea y el continente, y así se salvaron, porque muy pocos días después, desembarcaron los persas, prepararon su ejército y marcharon contra Eretria.
La ciudad finalmente decidió resistir dentro de sus murallas, y durante siete días, los persas lanzaron asalto tras asalto a las murallas, y ambas partes sufrieron muchas bajas, pero una mina terminó derribando un trozo de muro y por ahí entraron los persas. Cayó la ciudad, y Darío se cobró así la mitad de su venganza. Los hombres de la ciudad fueron esclavizados y transportados en los barcos de la flota. Ya sólo les quedaba a Datis y Artafrenes un último paso: hacer con los atenienses lo mismo que con los eretrios.

CORRIENDO HACIA MARATÓN
Con la expedición marchaba un anciano Hipías, hijo de Pisístrato, ambos tiranos de Atenas. Fue él quien indicó a Datis dónde podría desembarcar para buscar una llanura amplia, adaptada a las tácticas persas y al uso de caballería. Ese lugar era la llanura de Maratón, y hacia allí se dirigió la flota, que llegó en un día de navegación tras descansar seis entre los rescoldos de Eretria.
Pues bien, los atenienses, sabiendo lo que se les venía encima, movilizaron a todas sus tribus y estrategos, y pensando que no iban a ser suficientes, enviaron a un veloz mensajero, un hombre que entraría en la leyenda: Filípides. Dice Herodoto que el veloz mensajero llegó a Esparta al fin del segundo días tras salir de Atenas, y les llevó el siguiente mensaje:

«Oh, lacedemonios, los atenienses os piden que vayáis en su auxilio y que no permitáis que una ciudad antiquísima entre los helenos caiga en la esclavitud por obra de unos hombres bárbaros: pues ya en la actualidad Eretria está esclavizada y, debido a esta insigne ciudad, la Hélade se ha
hecho mucho más débil».

Filípides, en una representación
idealizada. Fuente: Del blocao a la trinchera
A los espartanos les molaba la idea de ayudar a Atenas. Ya les había ayudado anteriormente con el asunto de Egina, pero, ay, pusieron una excusa infalible. Estaban en el noveno día del mes y no podían salir de Esparta hasta la luna llena. Vaya por Zeus.
Filípides regresó igual de veloz, pero, tal vez a causa del amargo mensaje que llevaba a Atenas, aderezó una historia estupenda. A su vuelta a la ciudad, tras transmitir la respuesta de Esparta, Filípides contó que en un bosque se le había aparecido el dios Pan, y le había dicho que no entendía por qué Atenas no le rezaba, pues él estaba bien dispuesto hacia ellos, y les pidió que le hicieran un altar. De momento, parecía que la única ayuda que iban a tener era la del dios de cabeza caprina. Así de cruda pintaba la cosa.
El ejército completo de Atenas marchó hacia Maratón y acampó en el santuario de Heracles. Allí fue donde le sonrieron los dioses, pues sin esperarlo, cuatro mil plateos se unieron a sus fuerzas. Platea y Atenas habían firmado ya su famosa alianza, y la ciudad ática apoyaba a Platea frente a la presión de los beocios. Y en aquella ocasión, los plateos honraron su alianza de forma decisiva.
Los dos ejercitos estaban acampados, cada uno a un extremo de la llanura. Por aquel entonces, Atenas había sacado a sus diez estrategos, uno de los cuales era Milcíades, hijo de Cimón. El tal Milcíades, nos cuenta Herodoto, ya era conocido por los persas. Había estado mucho tiempo en el Quersoneso, y vivió la revuelta jonia desde aquella estrecha península en la orilla norte del Helesponto. El territorio era muy fértil, y desde hacía tres generaciones había sido colonizado por atenienses, llamados por los tracios en su apoyo siguiendo un curioso oráculo. Pues bien, Milcíades había escapado dos veces ya de la muerte: una, consiguiendo huir de una emboscada tramada por los fenicios para capturarlo y llevarlo prisionero al Rey. Así de efectivo había sido en su apoyo a la revuelta. La segunda ocasión, tras ser acusado en Atenas de gobernar en el Quersoneso por encima de las leyes; dicho de otra manera, acusado de «tiranía». Pero también se había librado.
Milcíades era estratego aquel año, y de los diez presentes, era el que tenía más claro que en aquellas condiciones era posible vencer a los persas. Los conocía. La creencia de que la falange griega podía tumbar a la infantería persa ya circulaba por ahí. Recordemos que, en el artículo de la revuleta jonia, Aristágoras usa los mismos argumentos cuando intenta convencer a Cleómenes de Esparta para que apoyen la revuelta: los persas no llevan escudo y sus armas son ligeras. Lo que pasa es que, hasta el momento, era solo una teoría, ya que los persas habían vencido a los jonios una y otra vez, y ningún pueblo se les resistía.
Los héroes de Maratón, de George Rochegrosse. 1859
Aun así, Milcíades estaba convencido, tras ver a los persas en su posición, que era posible vencer. Pero solo había podido convencer a otros cuatro estrategos. Los votos estaban divididos y en cada consejo no se decidía nada. Se llamó entonces al consejero polemarca, que se llamaba Calímaco, para que rompiera el empate. Milcíades, antes de la votación llamó aparte a Calímaco y le dijo que el futuro de Atenas estaba en sus manos: que si luchaban, vencerían y Atenas entraría en la historia. Que los dioses preferirían la isonomía actual a una vuelta a la tiranía de Hipías el pisistrátida, pues eso les esperaba si eran derrotados. Le dijo además, que si no luchaban, los aristócratas de Atenas se harían más fuertes y se entregarían a los persas sin lucha.
El caso es que Calímaco votó finalmente a favor de combatir. Como entonces, cada día un estratego ostentaba el mando, los que habían votado a favor proponían a Milcíades cederle el mando, pero dice Herodoto que Milcíades esperó a su turno legítimo. Esto es muy llamativo, porque en mi opinión sugiere que el ateniense no tenía especial prisa en atacar pues no parecía que los persas esperaran más refuerzos. Retomaremos este asunto en los párrafos siguientes.
Pues bien, por fin llegó el día de Milcíades y este sacó al ejército, comprobó que los augurios eran buenos y arengó a las tropas. Sin duda, el estratego tenía un plan. Calímaco y su tribu, por derecho, formó el ala derecha ateniense, y a continuación se colocaron las otras nueve tribus, cada una con su estratego. Sin embargo, a estas formaciones, Milcíades les obligó a reducir su profundidad para expandir su frente, pues quería igualar la longitud de su frente a la de los persas. Finalmente, los plateos, formados en falange completa y profundidad normal, ocuparon el ala izquierda. De esta manera, las dos alas estaban bien reforzadas, pero su frente era débil.
Entonces Milcíades reveló su plan. Había dado órdenes a todos para que, en lugar de avanzar en formación a paso de combate, rompieran a correr hacia la línea persa. Les separaba algo más de 1600 metros. Jo, imaginad la escena: casi 10.000 atenienses y 4.000 plateos, totalmente acorazados, entonando el peán y rompiendo a correr por la llanura hacia sus enemigos. El suelo temblaría.
Dice Herodoto que los persas los vieron y creyeron que estaban locos, pues los griegos no tenían ni arqueros ni caballería, y cargaban directamente hacia ellos sin haberlos debilitados. Los persas y sus primos los sacas (escitas) formaban el centro persa. Eran tipos muy duros que luchaban según la formación sparabara, con un soldado en el frente sosteniendo un gran escudo, y nueve arqueros detrás. En las alas, los persas pondrían a sus aliados y, si estuvo presente, a su caballería.
Fuente: History Heritage
Bien, hagamos unos números. Para correr 1600 metros y llegar en condiciones de luchar, cargados con sus corazas y escudos, podemos pensar que los griegos no podrían correr a más de 5-6 minutos por kilómetro (10 a 12 km/h). Eso supone una carrera de 9 a 10 minutos hasta le frente persa. Desde luego no da tiempo a pensar un plan y ponerlo en marcha. Por eso los persas deciden resistir. Ahora bien, los arcos son efectivos a partir de 200 metros, más o menos. Por lo tanto, es probable que los griegos esprintaran esos 200 ó 300 últimos metros, lo cual les deja un tiempo de 1 minuto expuestos a los arcos persas. El plan de Milcíades empieza a cobrar sentido, ¿verdad? En un minuto, un arquero experimentado puede disparar de 6 a 8 flechas. Pero por Herodoto sabemos que las flechas persas eran ligeras y hacían poco daño a los guerreros acorazados helenos.
El choque de las líneas fue brutal, y los griegos se estrellaron contra los spara del centro y los aliados en las alas. Y nos dice Herodoto que fue un combate muy largo, y que los persas y sacas lucharon con gran fiereza. De hecho, el centro griego fue roto y puesto en fuga.
Pero, ay, en las alas, la falange llegó a formarse tras la carrera, y se enfrentaron tropas más débiles. Los griegos se impusieron en los extremos de la línea, y cuando ya pusieron en fuga a sus enemigos, giraron y cargaron contra el centro, sorprendiendo a los soldados persas. Pues bien, fue en ese combate de melé donde el equipo griego hizo valer su mayor protección. Los persas se vieron sorprendidos y rompieron la línea. Comenzó una terrible persecución hacia las naves persas que dejó las orillas llenas de cadáveres, pues volver a embarcar fue muy difícil, y los griegos fueron a por ellos con ganas. Capturaron siete naves. Incluso intentaron asaltar las naves que partían, pues dice Herodoto que uno de los notables griegos fue muerto tras ser cortada su mano mientras se agarraba a los adornos de la popa de un trirreme.
Cuando los persas se alejaron de la orilla, habían perdido a más de seis mil hombres, contra doscientos griegos nada más. Los persas, contra todo pronóstico, habían sido derrotados. Algo que no se había visto jamás.
Lo que ocurrió a continuación ha sido fuente de un error que se ha convertido en leyenda. Pues no es este el momento en el que Filípides regresa corriendo a Atenas a anunciar la victoria, y cae muerto. Eso no ocurrió así. Lo que ocurrió es aun más increíble. Veréis, los persas embarcaron, fueron a buscar los refuerzos que habían dejado en una isla cercana, y pusieron rumbo a Atenas, porque sabían que el ejército estaba en Maratón, y por lo tanto, la ciudad estaba desprotegida. Esto es lo que cuenta Herodoto. No fue Filípides quien regresó a Atenas corriendo. Fue TODO EL JODIDO EJÉRCITO ateniense el que, después de haber luchado toda la jornada, tuvo que volver a paso ligero para adelantarse a la flota persa.
Batalla de Maratón, por Brian Palmer
Fue el camino más angustioso y doloroso del que tenían memoria los atenienses. Pequeños grupos iban quedando rezagados. Algunos soldados quedaron muertos en el suelo, de puro agotamiento. Pero tras unas horas angustiosas, el ejército descendió al Falero poco antes de que la flota persa asomara, y puestos en la orilla, los persas no se atrevieron a lanzar un desembarco anfibio, algo que las trirremes no permitían debido a su construcción, si había fuerzas decididas a resistir en la orilla. Así fue como los persas se retiraron. Nunca supieron que a poco que hubieran presionado a los atenienses, estos se hubieran caído al suelo de agotamiento, pues se apoyaban en sus lanzas para no caer, les temblaban las piernas, y se apoyaban hombro contra hombro para sostenerse.

DESPUÉS DE LA BATALLA
En Atenas, Milcíades se convirtió en una celebridad. Había dirigido el ejército en la jornada más gloriosa que habían vivido jamás, y cuando él les pidió armas y barcos para hacer una expedición, ni siquiera le preguntaron a dónde. Se lo entregaron todo, y él la aprovechó para atacar la isla de Paros. Pero aquella expedición, que fue al año siguiente, no salió bien. Los parios se negaron a pagar la cantidad que pedía el estratego para librarse del ataque, los atenienses asaltaron la ciudad y Milcíades fue herido en el muslo y trasladado a Atenas, donde moriría semanas más tarde de gangrena.
Pero la ciudad había conseguido algo grande, y en su espíritu, había cambiado. En los años siguientes, los persas no volvieron, y una veta de plata fue encontrada en el Laurión. La ciudad acordó repartir los beneficios entre todos los ciudadanos, pero un al Temístocles (jeje) propuso otra cosa: invertir el dinero en la creación de una gran flota. Tan grande que ya no cabía en el Falero, así que tuvo que acondicionarse un nuevo puerto: el Pireo. Dicha flota no tenía como objetivo luchar contra los persas, sino contra los eginetas. Fue en esos años de guerra contra la isla de Egina cuando Atenas aprendió a luchar en el mar y se convirtió en una potencia marítima.

En Esparta, el ejército salió tras la luna llena, y llegaron a Maratón días después de la batalla, sólo para ver los cadáveres persas, inspeccionarlos y ver cómo eran sus armas y ropas, pues no habían visto jamás a los terribles persas.
Ocurrió en los meses siguientes que Cleómenes y sus intrigas fueron puestas al descubierto, y él, temiendo por su vida, y con una personalidad inestable, cayó en una depresión paranoica y esquizofrénica, a juzgar por los datos que da Herodoto. Comenzó las conspiraciones más peregrinas en contra de Esparta con sus amigos aqueos, pero los Éforos lo capturaron y lo ataron a un cepo. Sin embargo, él asustó a un hilota hasta convencerlo de que le diera un cuchillo, y se hirió a si mismo en las piernas y en el vientre, y terminaría muriendo. Esto provocó que la dignidad real recayera en un tal Leónidas (jeje), que se casaría con la hija de Cleómenes, Gorgo.

En Persia, Maratón fue un revés, pero tampoco muy grave. La expedición tenía unas capacidades limitadas. Era «pequeña» para el estándar persa. Salvo la derrota ateniense, todos los objetivos militares se habían conseguido: las islas del Egeo pertenecían a Persia, como también las tierras de Tracia y Macedonía eran tributarias del imperio. Y la isla de Eubea había sido arrasada. Darío se propuso, ahora así, realizar una expedición él mismo, y ordenó a las ciudades de su imperio preparar lo necesario. Debemos decir que los persas sabían preparar estas cosas. Durante tres años se reunieron tropas y alimentos, y Darío nombró finalmente a Jerjes como heredero, aunque no era su primogénito (pero sí el primer nacido una vez fue rey). Jerjes era hijo de Atosa, hija de Ciro el Grande. Atosa, según dice Herodoto, tenía todo el poder en la corte y desplazó a la primera esposa de Darío, aunque también nos dice el de Halicarnaso que por estos días, Demarato, el rey espartano depuesto, llegó a la corte de Darío y le sugirió que Jerjes era la mejor opción, basándose en esa misma costumbre, pues era la que se aplicaba en Esparta.
Al cuarto año hubo una revuelta en Egipto que obligó a cambiar los planes de Darío y a planear un ataque a ambos frentes. En este punto le alcanzó la muerte, y así su hijo Jerjes subió al trono.
De lo que pasó en adelante, hablaremos en el siguiente artículo.

EL EJÉRCITO ATENIENSE DE LA PRIMERA GUERRA MÉDICA
En DBA, esta lista es la I 52, variante e. Es una lista muy sencilla: 10 peanas de hoplitas, una de ellas general, y dos peanas de psilois. En esta época todavía los atenienses no habían desarrollado su ejército clásico con peltastas y caballería.
Para AdlG, la lista es completamente análoga. Masas de hoplitas, infantería pesada con lanza, acorazada, y un número muy limitado de infantería ligera con jabalina. Duro y correoso, pero muy limitado en maniobra. Se puede entender bien por qué lucharon como lo hicieron en Maratón.
Ejéricto ateniense, I 52e. Fuente: Dux Homunculorum


jueves, 4 de junio de 2020

Las Guerras Médicas. Capítulo I: La revuelta jonia


Mapa de la revuelta. Fuente: Wikipedia
Saludos. Comenzamos aquí una serie en la que repasaremos con detalle los enfrentamientos entre griegos y persas, que quedaron narrados en la inmortal obra de Herodoto de Halicarnaso, y que inició así lo que ahora conocemos como Historia.
La obra de Herodoto, un jonio de Halicarnaso, se ha utilizado a veces como germen de una concepción dialéctica entre los pueblos helenos y persa, no tanto desde el punto de vista geográfico y militar, sino como la de dos mundos opuestos enfrentados: uno democrático y amante de la libertad, y otro que es sinónimo de esclavitud y sometimiento. Como casi siempre, acercarnos a las fuentes originales, siendo «Historia» una obra escrita por un griego, sobre los griegos y para los griegos, podemos descubrir que esa óptica no la tenían los protagonistas de estos acontecimientos. Por el contrario, leyendo el texto de Herodoto, descubrimos un texto escrito desde el respeto y la admiración por todos los pueblos de los que habla. El propio historiador explica en su obra que si se preguntara a cada pueblo cuáles son las mejores costumbres, todos responderían que las suyas propias, y que por lo tanto era necio considerar a un pueblo por encima de otro. Nótese esa capacidad para relativizar y poner en cuestión la propia concepción del mundo.

LOS JONIOS EN LA CAMPAÑA PERSA CONTRA LOS ESCITAS.
Para narrar la historia que me propongo, debo elegir un momento en el tiempo, y ese será la campaña de Darío I contra los escitas. Hacía poco que Darío había terminado de controlar el imperio tras su dificultoso asalto al poder presa, cuando se propuso pasar a Europa atravesando el Helesponto, y lanzar una invasión terrestre de la estepa euroasiática cruzando el río Istro (Danubio). Darío convocó a muchos pueblos de su imperio para ello, y, puesto que estaban muy cerca, y tenían la flota que Darío necesitaba, los helenos de Jonia, en la costa occidental de la actual Turqúa, que habían sido incorporados al imperio persa desde los tiempos de Ciro, recibieron las órdenes pertinentes.
Fueron los jonios los que tendieron en su mayor parte el asombroso puente flotante que usó Darío, al final del siglo VI, para cruzar con un enorme ejército el Helesponto. Destaco esto porque se tiende a pensar que el imperio persa era desorganizado y bárbaro en el peor de sus sentidos. Pero nada más lejos de la realidad. En un momento en el que la propia Roma no había salido del valle del Lacio, los persas tendían puentes a voluntad para cruzar de Asia a Europa sin ninguna dificultad. Y no fue este el único prodigio que acometieron.
Cruce del Helesponto. Fuente:Heritage History
Bien, como el Istro también era una gran barrera natural, mientras el ejército avanzaba por Tracia hacia el norte, los jonios recibieron instrucciones para deshacer el paso, entrar en el Mar Negro y remontar el Istro hasta el punto por donde Darío había pensado cruzarlo y entrar en la estepa, y así hicieron. Luego, una vez cruzado el Istro, Darío  ordenó a los jonios que le aguardaran sesenta días.
Bien, lo que ocurrió en aquellos días en los que sus tropas se adentraron en la estepa, lo narraremos en un futuro artículo, pero adelantaremos que, pasado el plazo, los propios escitas se acercaron a los jonios para incitarlos a retirar el puente. Y entonces, los jonios que allí aguardaban, deliberaron si debían marcharse o no.
Las polis de la Jonia estaban gobernadas por tiranos apoyados por los persas. Algunos de esos tiranos estaban allí, y muchos pensaban que debían abandonar a Darío y así, volver a recuperar la ansiada libertad que habían perdido frente a Ciro el grande, una generación de hombres atrás. Pues es cierto que existía entre los jonios el deseo de Pero entre ellos estaba uno de nuestros protagonistas, Histieo, tirano de Mileto. Fue él el que se reunió con los demás tiranos, y les dijo que sin los persas, sus tiranías carecerían de apoyo, y sus ciudadanos los terminarían expulsando o acaso algo peor. Pues bien, aquel grupo de tiranos, convencidos por Histieo, esperaron a Darío escondidos en la orilla sur, y cuando éste llegó con su ejército a toda prisa, volvieron a tender el puente, y así pudo el Rey de Reyes regresar a salvo a Asia. No obstante, Darío dejó a su general Megabazo en Tracia, con la orden de conquistarla y, enterado del papel de Histieo en su salvación, se propuso recompensarle. Histieo, siendo ya tirano de Mileto, no le pidió otro gobierno, sino una posición llamada «Mircino», una ciudad junto al río Estrimón, no muy lejos de la futura Anfípolis., cosa que Darío concedió encantado.
Histieo no tardó en fortificar Mircino y fortalecer sus nuevos dominios. Aquella región era muy interesante por su riqueza de madera y en potencial humano. Estaban cerca las colonias helenas de Calcídica, y aun más cerca, las tribus tracias de los feronces edones, que podían ser poderosos aliados.
La cosa tomó tal cariz a las órdenes del más que competente Histieo, que el general Megabazo, a su regreso a Asia, informó a Darío y le advirtió de que Histieo estaban tomando todas las medidas necesarias para lanzar una revuelta contra los persas. Y, en efecto, así era. Con barcos y tropas, los jonios podrían «encerrar» a los persas tomando el Helesponto, y una vez hecho esto, amenazar las costas de las satrapías persas y ponerse a salvo en las islas jonias frente a Asia.
No obstante, Darío sentía verdadero aprecio por Histieo. Se resistió a creer que tuviera malas intenciones hacia él, así que encontró otra solución: le llamó a Susa.
Histieo no desconfió de la llamada de Darío. Cruzó a Sardes, y de ahí, por el Camino Real, (los romanos no eran los únicos competentes haciendo carreteras) llegó a Susa. Allí Darío le informó de que deseaba que se quedara con él, pues tenía grandes planes para Asia, e Histieo, como hombre suyo de confianza, era parte de esos planes. Así se vio de repente el milesio encerrado en una jaula de oro, apartado de los suyos. Apreciado, pero prisionero. Cerca del poder, pero lejos del mar de los jonios. Y no tardó Histieo en sufrir por su nueva situación, y en pensar cómo salir de ella.
Puente sobre el Helesponto. Fuente:The Crafoord Collection


LA CHISPA DE LA REBELIÓN
Mientras todo esto tenía lugar, en Mileto, en nombre de Histieo, gobernaba Aristágoras, yerno y primo del tirano. Aristágoras, desde luego, no era tan competente como su primo. Sin embargo, sí tenía la misma ambición o aún mayor.
Ocurrió aquellos días que desde la isla de Naxos, llegaron unos desterrados de la isla de Naxos perteneciente al partido oligárquico. Estos nobles fueron recibidos por Aristágoras, y le pidieron una flota y tropas para poder regresar a su patria y cambiar el sistema político, para ponerse al frente. Hay que saber que aun los persas todavía no dominaban las islas del mar jónico: Samos, Lesbos, Quíos, Rodas... Eran islas con polis ricas y poderosas, y Darío todavía no había lanzado ninguna campaña decisiva contra ellos. Es decir, todavía eran un imperio continental. Se hizo cuentas Aristágoras
Pues bien, Aristágoras sabía que Naxos era poderosa, «capaz de formar ocho mil escudos en combate», y él tenía una flota ni un ejército parejo. Pero sí tenía dinero, y unos «socios» persas que mantenían la tiranía en Mileto. De modo que Aristágoras acudió a Artafrentes, sátrapa de Jonia, que estaba en Sardes, y le propuso el «negocio»: a cambio de una flota y tropas, que el propio milesio podría pagar, y el gobierno de Naxos, Artafrentes podría presentar a Darío al fin la conquista de las islas, pues de Naxos dependían Paros y Andros, y así podría lanzar la conquista de las islas Cícladas, y, aun más, hasta Eubea. Artafrenes vio el trato ventajoso, pero no en los términos descritos por Aristágoras. Pues él ponía las tropas, tenía la fuerza, y sin decir nada a Aristágoras, anotó sus propios objetivos en su agenda oculta. Y aunque formalmente el ejército persa estaría a las órdenes de Aristágoras, el estratego persa que Artafrenes puso al frente recibió sus propias instrucciones, que en su momento tendría que cumplir.
Salida de la flota hacia Naxos. Fuente: Ancient History
Pues bien, ocurrió que Aristágoras se dio cuenta pronto de que los persa no le obedecían demasiado. Hubo también un enfrentamiento entre el estratega persa y el propio Aristágoras, a cuenta de un severo castigo que recibió un trierarca heleno. El persa no accedió a levantar el castigo, Aristágoras liberó al reo sin hacerle caso, y aquello terminó en una monumental bronca. Aristágoras, durante la travesía, se enfadó tanto que reveló en un mensaje secreto el plan de invasión a los propios naxios. Y estos, así, tuvieron unos preciosos días para tomar las medidas necesarias para protegerse. Fortificaron las murallas e hicieron acopio de alimentos. Y tan bien se prepararon que cuando la flota persa desembarcó y se comenzó el asedio, cuatro meses más tardes no se había hecho ningún progreso.
La situación para Aristágoras era desastrosa. Los persas decidieron retirarse tras cuatro meses de fracaso, de modo que Aristágoras no pudo entregar a Artafrenes todo lo que le había prometido. Para colmo, el milesio se había comprometido a pagar la expedición, pero contaba con que el poderío persa doblegara a Naxos en pocos días. Ahora, en cambio, el sátrapa le reclamaba todos los gastos , y este no era capaz de asumirlos. Arruinado, desprestigiado y sometido a un noble persa furioso por su fracaso, temió que le destituyeran. Y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para evitar eso. Cualquier cosa.
Fue entonces cuando llegó un mensaje de parte de Histieo, desde Susa. Un mensaje secreto, tatuado meses atrás en la piel de la cabeza de un esclavo, y oculto con el crecimiento de los cabellos. Un mensaje nacido de la astucia y la desesperación de un tirano jonio atrapado en Susa: «Rebelión».
En efecto, Histieo, desesperado por volver a su tierra, había pensado que si se declaraba una pequeña revuelta en Jonia, él podría convencer a Darío para que le permitiera aplastarla. Aquella era su única esperanza de volver a ver su ciudad. Y Aristágoras, entendió.
No se trató de un movimiento ciudadano que luchaba por su libertad. Aquella revuelta, lo que hizo, fue aprovecharse de las aspiraciones de los ciudadanos a los que gobernaban para ponerlas a favor de sus intereses y mantener el poder a toda costa. Esos dos hombres se propusieron cambiarlo todo para que todo siguiera igual.
El milesio convocó un consejo rebelde, y decidieron aprovechar las fuerzas helenas que acababan de retirarse de Naxos, pues aún viajaban juntas de regreso, y estaban ya organizados. Entonces, y esto es la prueba de mi afirmación del párrafo anterior, Aristágoras declaró abiertamente la revuelta, y concedió una «isonomía» nominal a su ciudad, para motivarlos a luchar por lo que ahora «les pertenecía». Por supuesto, nadie hubiera dado la vida por defender a un tirano del poder que le ha respaldado. Pero sabía que los jonios sí lucharían por su libertad, y así lo hizo. Se autoproclamó estratego, y su primera instrucción fue ordenar la detención de los tiranos que iban en la flota. Estos tiranos, una vez capturados, fueron entregados a sus ciudades, cargados de cadenas, y así estas se vieron libres de tiranías, y, de nuevo en isonomía, se unieron a la rebelión.
A su debido momento, los jonios no pagaron su tributo a Artafrenes. La defección era oficial. La guerra comenzaba, y Aristágoras se embarcó, aprovechando los escasos meses de que disponía mientras los persas reunían nuevos ejércitos para lanzarse contra ellos, buscó aliados. Corría el año 500 a.d.C.

ARISTÁGORAS EN GRECIA
Aristágoras hablando a los atenienses.
Fuente: Alchetron
Las dos potencias en ese momento eran Esparta y Atenas. Aristágoras fue en primer lugar a Esparta, a pedir tropas. En aquel momento, uno de los dos reyes era Cleómbroto. Este nombre puede que no nos diga nada, pero sí el de su medio hermano menor. Un tal Leónidas.
Bien, Cleómbroto recibió a Aristágoras, y este le presentó un mapa hecho en una lámina de bronce, de Asia. Ese extraño arte de la Cartografía era desconocido para los griegos continentales, culturalmente muy atrasados respecto a sus parientes de la jonia (no obstante, los filósofos presocráticos, que sobre todo eran científicos, procedían en su mayoría de esta región). Cleómbroto no escuchó los ruegos de Aristágoras, y cuando este le siguió hasta su casa y le siguió rogando, la pequeña hija de Cleómbroto, llamada Gorgo, le dijo a su padre: «Échalo, padre, o te corromperá el extranjero». Y este hizo caso de su nenita. Así se fue el pobre tiranillo a buscar ayuda al plan «B», Atenas.
Hacía menos de diez años que Clístenes había dotado a Atenas de sus leyes democráticas. La ciudad ática bullía confiada en su futuro, optimista y sabiéndose fuerte. Cuando en nombre de sus parientes jonios (muchas ciudades de Asia fueron originariamente colonias atenienses), pidieron ayuda, estos se vieron obligados moralmente a contestar. Aristágoras regresó a Jonia, pero poco después le llegaron veinte trirremes atenienses, y cinco más de Eretria, una importante polis situada en Eubea. Y también recibió noticias de Chipre, donde la mayoría de las polis habían hecho defección de los persas, y contactaron con los jonios para unir fuerzas. Chipre estaba habitada por polis helenas, descendientes de los aqueos. Tenía muchas particularidades culturales, y poseía el templo de Afrodita más importante del Mediterráneo.

COMIENZA LA GUERRA
Aquellas veinte más cinco trirremes fueron más que bien recibidas, y tan pronto como llegaron, planearon una incursión tierra adentro. Los persas no habían tomado muchas medidas contra la rebelión, y estaban todavía llamando a las tropas, pues consideraban que la amenaza era baja. Y era cierto: la rebelión en Jonia no podía triunfar porque las principales ciudades jonias estaban en el continente, y no podían librarse de los persas. Estos eran expertos en asedios y asaltos, y ha las habían conquistado en más de una ocasión.
Sin embargo, aquellas fuerzas expedicionarias de Atenas y Eretria, reforzadas con algunas tropas de Mileto y otras polis, se adentró hasta más allá del río Halis. Aristágoras, tal vez temiendo lo que iba a pasar, no se unió a la expedición. En su lugar designó a otro estratego. No quería que su nombre se asociara a una incursión a Sardes si algo salía mal, tanto de cara a los griegos, como de cara a una futura reconciliación con los persas.
La quema de Sardes.
Los griegos cayeron sobre Sardes. Pero aquella incursión se les fue de las manos. Sardes tenía una ciudadela central, con la fortaleza y los palacios donde vivía el sátrapa y su guardia. Pero dicha ciudadela estaba rodeada por arrabales de casas de madera y paja. Durante el saqueo, una de ellas salió ardiendo. Gracias al viento, el fuego se extendió, antes de que pudiera controlarse, Sardes ardió. En el ágora hubo amargos combates, y los persas del interior de la ciudadela tuvieron que abrirse paso al exterior para no perecer asfixiados. En el desastre, el templo principal de la diosa Cibeles, que era la deidad principal de la región (todavía no era conocida en el Medidterráneo, pues fueron los romanos los que extendieron su culto). Pues bien, este templo ardió, y cuando se retiraban, los griegos miraron en silencio todo el daño que habían hecho. Y se asustaron. Porque eran atenienses y nunca habían recibido mal de los persas, se asustaron. Porque habían quemado una de las principales ciudades del imperio, y todos sabían que la venganza de Darío sería terrible. Los atenienses debieron de observar la destrucción con el corazón encogido, como niños que rompen la posesión más preciada de su severo padre. Regresaron corriendo a la costa, asustados, y en su huida cayó sobre ellos una avanzadilla persa y les mató a muchos. Luego, atenienses y eretrios se volvieron a su patria sin oír más a los jonios. Los dejaron tirados.. Pero, ay, era demasiado tarde. Los informes que recibiría el Rey de Reyes dirían que fueron los atenienses los que quemaron Sardes, y así comenzaría la cadena de acontecimientos que terminaría llevando a los persas a Grecia. Pero antes de contar eso, tenemos que seguir con la revuelta jonia.
Bien, en los meses siguientes, sin aliados continentales, Aristágoras consiguió convencer a los carios, vecinos de los jonios, de que se unieran a la rebelión. Los carios eran un pueblo asiático, muy belicoso, y de los que se dice que los griegos tomaron la costumbre de adornar los yelmos con crines de caballo.
Asimismo, Aristágoras, al frente de la flota jonia, se lanzó al Helesponto y consiguió que las polis de allí hicieran también defección de los persas.

LA REACCIÓN PERSA
Histieo veía que los acontecimientos transcurrían según sus deseos. Darío, tras las noticias de la revuelta, le convocó para echarle una bronca, y el hábil milesio, en cambio, terminó convenciéndolo de que la revuelta era culpa suya por haberlo apartado de Jonia. Que la región tenía muchas ganas de rebelarse, desde hacía mucho tiempo, pero él siempre había mantenido bajo control a los rebeldes. Y Darío le dejó ir para que ayudara en la detención de la rebelión.
Pues bien, pocas semanas después los persas ya estaban preparados para la guerra. Los fenicios aprestaron sus excelentes barcos, y lugar que Darío designó para lanzar su campaña por mar fue la isla de Chipre, pues era rica y preciada. El rey Onésilo de Salamina envió un mensaje a los jonios pidiendo auxilio, y estos enviaron una flota apoyarle. Decidieron que los jonios lucharían por mar contra los fenicios, mientras que las ciudades de Chipre unirían fuerzas para luchar contra el ejército invasor. Los jonios rechazaron a los fenicios, pero en la batalla terrestre, los guerreros de la ciudad de Cures hicieron defección del bando rebelde en plena batalla. Y aunque el rey Onésilo, gracias a su astuto maestro de armas cario, mató en combate singular al estratego persa en uno de los combates más épicos de su tiempo, (y del que casi ochenta años después, Herodoto se haría eco en su «Historia»), los chipriotas fueron derrotados, y los persas invadieron la isla y pusieron sitio a las ciudades principales. Les llevó cinco meses someterlas a todas, pero así apagaron uno de los principales focos de la rebelión. Entonces pusieron sus ojos en la propia Jonia.
Hay que destacar que en esta época, los gobernantes persas eran tipos hechos a la guerra. Darío acompañó a su ejército en suj campaña esteparia, e incluso su hijo Jerjes marchó al frente de su ejército en la invasión de Grecia que ocurriría en los siguientes años. Y también los sátrapas y estrategos designados por el rey eran elegidos de entre una nobleza militante, hábil, comprometida con el rey y con muchos conocimientos técnicos.
Ejército persa. Fuente: Time toast
Tras Chipre, los ejércitos terrestres persas se dirigieron al Helesponto, donde los generales Daurises, Ótanes e Himayes se repartieron las ciudades rebeldes y entraron al asalto en ellas. Daurises, el favorito de Darío, se dice que tomó cuatro ciudades en cuatro días, y cuando tuvo noticia de la rebelión de los carios, dejó allí a los otros dos estrategos, y se dirigió a toda velocidad hacia ellos. Pues Caria estaba al sur de la Jonia. Los persas perseguían aislarlos por el norte (el Helesponto) y por el sur (la propia Caria).
Los carios eran grandes guerreros. Mucho debían los helenos a ellos en cuanto al arte de la guerra. No dudaron en hacer frente a los persas, y aunque fueron derrotados en la primera batalla, se fortificaron y resistieron, aguardando la llegada de refuerzos. Los milesios les mandaron tropas, e igualmente presentaron batalla a Daurises, y de nuevo fueron derrotados, pero los supervivientes se echaron al monteo, juraron venganza, y cuando este se retiraba, cayeron sobre los persas en una terrible emboscada en la que al fin los exterminaron, y aun al propio general de Darío, que bien poco pudo disfrutar de su matrimonio con una hija del rey Darío. Así, este frente quedó estabilizado.
Pero por el norte, Ótanes, Himayes y ya el propio sátrapa Artafrenes se lanzaron a por las polis eolias de la Tróade y la propia Jonia. La irrupción de estas fuerzas fue imparable. Cime de los eolios y Clazómenas de los jonios cayeron sin poder resistirse a los persas, y aquí, Aristágoras de Mileto, vio claro que iban a perder. Reunió a los suyos y huyó a Mircino, la polis con la que Darío había recompensado a Histieo tras la campaña contra los escitas. Allí murió poco después, a manos de los feroces tracios.
Pero la huida de Aristágoras no apagó las ansias de libertad de los milesios y demás jonios, que ya no luchaban por los tiranos, sino por ellos mismos.
Por esta época llegó también Histieo desde Sardes. Artafrenes, que lo tenía mucho más calado que Darío, le culpó directamente de lo que había ocurrido y el milesio, que no temía a Darío, pero sí a su sátrapa, huyó de los persas, volvió a Jonia. Huyendo pasó a Quíos, y de aquí, los quiotas lo quisieron devolver a Mileto. Pero los milesios ya habían probado el sabor de la libertad, y en lo desesperado de la guerra, no aceptaron de nuevo a un tirano que los había llevado a aquella situación. Histieo se vio así desterrado de todas partes. Pero Histieo no era un cobarde, y en cierta forma era un hombre terrible una vez decidido a dar guerra. Convenció a los lesbios para que le prestaran una pequeña flota, ocho trirremes, y embarcó en ellas con sus pocos partidarios. Navegaron hacia el Helesponto, desembarcaron cerca de Bizancio, y se dedicaron a hacer la guerra por su cuenta, a la piratería, y a convertir aquel enclave crítico en una pesadilla.

EL ASEDIO DE MILETO
Batalla de Lade
Llegados a ese punto, los persas entendieron que rendir Mileto era la manera más rápida de acabar con lo que quedaba de los rebeldes. Sabían que por tierra lo tenían todo hecho, pero también sabían que frente a Mileto, la isla de Lade podía servir de refugio a la flota combinada de los jonios. Tenían que reunir una gran flota, y los fenicios se aprestaron gustosos contra los helenos. Seiscientos trirremes se dice que reunieron y lanzaron contra los jonios.
Estos, por su parte, reunieron las últimas flotas de las islas. Cien trirremes de quíos, ochenta de los propios milesios, pero también de las polis de Priene, de Miunte, de Samos, de Eritrea y de los focenses. Trescientas naves en total, que confiaron entonces al estratego focense Dioniso.
Sin embargo, los persas conocían bien a los jonios. Mientras reunían las tropas, enviaron mensajes individuales a cada uno de los aliados jonios, prometiéndoles que si hacían defección no serían castigados. En cambio, si se quedaban y luchaban, sufrirían los más terribles castigos.
La primera oleada de respuestas a los persas fue un no, pero desde ese momento, la desconfianza comenzó a reinar entre los contingentes jonios. Dionisos, además, había impuesto una férrea disciplina, con ejercicios diario de la flota, preparándose para la gran batalla. Pero pasada una semana, la moral y la disciplina jonias saltaron por la borda, todos comenzaron a quejarse, y cuando cada uno vio que el equipo no respondía, dejaron de pensar como aliados, y comenzaron a pensar cada uno en sus intereses. Los samios fueron los primeros en pactar con los persas en secreto.
El ejército terrestre persa se acercaba a Mileto, pero la flota fenicia se presentó a dar batalla a los jonios, y estos, una vez formados, se lanzaron contra ellos. Y fue entonces cuando la diplomacia persa se mostró más dañina que sus propias armas. Los samios y los lesbios abandonaron de súbito la batalla, y esto provocó el pánico entre los demás jonios, que se fueron desbandando. De todos ellos, quedaron los quiotas en la batalla, y se enzarzaron con los fenicios, y dieron una gran batalla en la que hicieron hazañas asombrosas. Capturaban una nave por cada una que perdían. Embestían, cortaban remos, asaltaban naves capitanas... Finalmente perdieron, pero a un alto coste para los persas. Estos quiotas tuvieron que huir a tierra en los pecios que les quedaron, los encallaron y huyeron tierra adentro, donde uno a uno fueron cazados y exterminados.
Rodeados por mar, el asedio de Mileto se volvió desesperado. Los persas se lanzaron contra sus murallas en terribles asaltos que los jonios rechazaron con mucho dolor y muchas pérdidas. Finalmente, fue la mina de las defensas y el uso de todo tipo de ingenios (arietes, terraplenes, torres de asedio), finalmente cayó. Sin embargo, Darío no quería su destrucción, sino un ejemplo para las demás, y deportó a sus pobladores hacia el interior de Asia. Desde entonces, Mileto fue ocupada por persas y carios.
Los muros milesios no resisten.
A destacar el destino de dos personajes: Dionsisos, el estratego focense, e Histieo. Dionisos consiguió abrirse paso fuera de la batalla, reunió tres trirremes y se dedicó a la piratería el resto del año en las aguas de Fenicia, pues les había jurado odio eterno. Y, habiéndose enriquecido a su costa, y habiendo saciado su venganza y causado mucho daño, navegó hasta Sicilia, donde siguió siendo un gran pirata para terror de cartagineses y etruscos. Pero nunca perjudicó a los helenos de aquellas tierras.
Histieo, en cambio, tenía planes mayores. Aprovechó la derrota jonia para , con sus naves, intentar construir una nueva nación dedicada a la piratería, acosando a los que de los jonios, habían perdido más naves en la batalla: los quiotas. Lo saqueó a placer, y aun extendió más sus correrías por la Jonia, rapiñando y robando todo lo que podía, hasta que en una incursión terrestre fue capturado por el general persa Harpago, y dándose a conocer, con la esperanza de ser entregado a Darío, de quien sabía que le personaría, fue para su desgracia entregado a Artafrenes, que mandó empalarlo, aun a sabiendas que Darío se lo reprocharía.
Así terminó la rebelión de los jonios, el sueño de libertad imposible. Seis años transcurrieron desde que Aristágoras se rebeló en el año 500 a.d.C. Tres años estuvieron libres, pues la represión persa comenzó en el 497 a.d.C., con el asalto a Chipre. La campaña naval de Mileto duró entre el 495 y el 494 a.d.C. Fueron los tiranos los que avivaron las ansias de libertad que guardaban los jonios, como un rescoldo avivado hasta convertirse en un gran incendio. Lo hicieron por sus propios intereses, no por los de su pueblo, y de hecho, los causantes fueron los primeros en abandonar a su propio pueblo cuando las cosas se torcieron. Acaso quede esa lección para la historia.
Sin embargo, Darío no olvidó la afrenta que los atenienses y los eretrios de Eubea le habían hecho. Y comenzó a hacer planes de venganza. Pero eso, es otra historia.