lunes, 29 de junio de 2020

Las Guerras Médicas. Capítulo II: La Primera Guerra Médica


Fuente: Heritage History
Saludos. En el artículo anterior habíamos dejado a Darío el Grande, tras apagar la rebelión de los jonios de Asia, con un cabreo monumental hacia los atenienses y eretrios , y a estos, con más miedo que vergüenza, lejos, en sus polis, rezando a los dioses por que los persas olvidaran pronto el mal que habían recibido su parte.
Pues bien, fue el sátrapa Artafrenes quien cerró el asunto de los jonios. Tras la deportación de los milesios, Artafrenes se encargó de negociar con el resto de ciudades, a las que trató con cierta justicia, aunque les impuso pactos entre ellas para que renunciaran a sus querellas internas. También regularizó el asunto de sus tributos, a partir de una ambiciosa y juiciosa campaña de agrimensura y catastro, y creó, en resumen, las condiciones para que los jonios lo tuvieran más difícil para hacer defección de Darío, pero también, tuvieran menos razones. Sobre todo, Artafrenes respetó los gobiernos democráticos que se habían implantado y no devolvió a ningún tirano.

LA EXPEDICIÓN DE MARDONIO (492 a.d.C.)
A la primavera siguiente, Darío, que seguía imponiendo una política expansionista, envió al nuevo estratego, Mardonio, a castigar a los atenienses y eretrios. Mardonio y su ejército descendieron hasta Cilicia. Allí, Mardonio embarcó mientras su ejército seguía por tierra hasta el Helesponto, y la flota reunida por los persas rodeó la costa jonia hasta el estrecho, tendió un nuevo puente y permitió que el ejercito pasara a Europa. Esta expedición es la primera que podemos englobar dentro de la I Guerra Púnica.
Mardonio avanzó por la costa de la Tracia que ya había conquistado el Mardonio anterior tras la campaña de los escitas, y llegó hasta Macedonia, a los que venció y sometió. Sin embargo, su flota, que le seguía por tierra, navegando alrededor del monte Atos, sufrió una terrible tempestab que la arrojó contra las rocas. Herodoto cuenta que entre los naufragios y las «bestias» (¿tiburones?), perecieron casi veinte mil persas. Este revés imposibilitó a Mardonio culminar su primera expedición con un éxito total. Incluso se vio obligado a luchar por su vida cuando su ejército se vio atacado por los feroces tracios brigos. Sin embargo, los venció y sometió, y ante la imposibilidad de descender a la Hélade con las fuerzas necesarias, regresó a Asia.
Si bien es cierto que los griegos se habían librado, los persas ya estaban a las puertas de la Hélade con la anexión de Macedonia.
Monte Atos, al final de la península. Fuente: Wikiwand

EL BREVE RECESO (491 a.d.C.)
Darío seguía con la mira puesta en Europa, y mientras preparaba la nueva expedición contra la Hélade, envió una serie de embajadores a sus ciudades para solicitar tierra y agua en señal de sumisión al rey. ¿Recordáis aquella famosa escena de la peli de «300»? Pues justo así. Los persas llevaban un cuidadoso registro de los pueblos que le entregaban tierra y agua, y si alguno de los que lo habían hecho, más tarde se revolvía contra Persia, lo tenían por traidor y su castigo era casi peor.
Tal vez sorprenda descubrir cuántas polis entregaron a los embajadores tierra y agua, pero era casi entendible: el imperio aqueménida no había sido derrotado ni rechazado nunca, y los helenos tenían muchas cuitas entre ellos. Tebas entregó tierra y agua. También lo hicieron los tesalios. Y de las islas cercanas al continentes, hubo una, muy cerca del Pireo, llamada Egina, que también lo hizo.
Atenas se sintió amenazada de forma intolerable por Egina, y, como eran colonos de los lacedemonios, fueron a Esparta a protestar. Por esta época, Esparta y Atenas se llevaban muy bien. El rey Cleómenes atendió la reclamación y se presentó en Egina a pedir cuentas.
Pero ocurrió que Cleómenes se llevaba fatal con el otro rey, Demarato, y este tenía muchos contactos en Egina, de manera que los movió para que los eginetas despidieran a Cleómenes con cajas destempladas.
Cleómenes llevó muy mal esto, y tras la fallida mediación, Egina y Atenas entraron en guerra. También hay que tener en cuenta que Atenas no era una potencia naval, ni mucho menos. No tenía todavía los muros largos, ni usaba el Pireo, sino el Falero. Apenas tenían naves para luchar contra los eginetas, y tuvieron que pedírselas prestadas a los corintios (que también se llevaban bien con ellos puesto que Atenas no estaba abierta al mar todavía). De hecho, los atenienses eran tan patéticos en el mar que unos experimentados eginetas les vencieron en batalla y los atenienses tuvieron que aguantarse.
Mientras, en Esparta, Cleómenes conspiró contra Demarato. Aprovechando las dudas que había sobre su verdadero padre. En efecto, había bastantes dudas sobre si el rey Aristón, que se había casado por tercera vez tras dos matrimonios sin hijos, con una mujer ya casada, era el verdadero padre, o bien su esposa ya llegó embarazada de su primer marido al matrimonio. La polémica fue aprovechada y removida por Cleómenes, hasta que los espartanos decidieron preguntar al oráculo de Delfos. Aquí, Cleómenes hizo valer su influencia y acordó con el Consejo Oracular que confimarían la ilegitimidad de Demarato. Así que este rey fue depuestos, y luego humillado en público. Esto provocó su autoexilio de la ciudad, para desgracia de los helenos, porque Demarato comenzaría un largo viaje hasta Persépolis, donde se puso al servicio del Rey de Reyes.

LA EXPEDICIÓN DE DATIS Y ARTAFRENES. (490 a.d.C)
Darío I. Fuente, National Geographic
Los nuevos estrategos del año para los asuntos griegos, pues cuenta Herodoto que Darío también los cambiaba cada año, fueron Datis y Artafrenes, hijo de Artafrenes el sátrapa. Se inició una nueva expedición, pero esta vez fue diferente. Aunque las tropas y sus generales descendieron también hasta Cilicia, pero allí todos embarcaron, pues la nueva misión era avanzar por el Egeo, lanzando finalmente le asalto a los pueblos helenos de las islas. Desde Samos, se lanzaron contra Naxos, Andros y el resto de las Cícladas, pues hasta ese momento se habían librado del poder del Rey, y Darío deseaba someterlas.
La flota persa era poderosa y las tropas de tierra se emplearon bien contra las islas. Una por una, las Cícladas fueron cayendo, y los persas reclutaban a los hombres y los barcos como aliados, mientras tomaba a sus hijos como rehenes y quemaba sus santuarios en algunos casos, por su participación en la revuelta.
Así llegaron a la isla de Delos, en el centro del Egeo. Esta isla era sagrada para los griegos, pues creían que allí habían nacido Artemisa y Apolo, hijos de Zeus, y había un importante templo, y un oráculo. Aquí, Datis no permitió que sus tropas la mancillaran. Al contrario, al saber que los delios habían abandonado su ciudad, los hizo llamar, los tranquilizó y dejó indemne sus templos.
Hemos de entender que esta era la política religiosa persa, que en sus conquistas respetaba las costumbres y creencias de los pueblos a los que sometían, conscientes de que los hombres son capaces de soportar casi cualquier desgracia, salvo unas pocas, y entre esas pocas está la falta de respeto a sus dioses. La maniobra persa tenía como objetivo transmitir un mensaje: los que hicieron mal al Rey, sufrirán las consecuencias. El resto, serán sometidos pero tratados con justicia.
Saltando de isla en isla, los persas lanzaron finalmente el asalto a gran isla de Eubea, situada al este de Grecia, en la que estaba la ciudad de los eretrios. Estos fueron recibiendo noticias de la llegada de sus enemigos, y llegaron a pedir ayuda a los atenienses, que les enviaron cuatro mil hoplitas clerucos que tenían en la región de los calcídicos. Sin embargo, aquella llamada había sido prematura, y la asamblea de Eretria no se terminaba de aclarar. Algunos proponían resistir en la ciudad y otros, retirarse a los lugares elevados de la isla. Sin embargo, había un bando entre los aristócratas que planeó en secreto entregar por traición la ciudad a los persas. Uno de los nobles de la ciudad, previendo un dramático final, avisó a los atenienses para que se largaran, y estos cruzaron a la desesperada el estrecho que hay entre Eubea y el continente, y así se salvaron, porque muy pocos días después, desembarcaron los persas, prepararon su ejército y marcharon contra Eretria.
La ciudad finalmente decidió resistir dentro de sus murallas, y durante siete días, los persas lanzaron asalto tras asalto a las murallas, y ambas partes sufrieron muchas bajas, pero una mina terminó derribando un trozo de muro y por ahí entraron los persas. Cayó la ciudad, y Darío se cobró así la mitad de su venganza. Los hombres de la ciudad fueron esclavizados y transportados en los barcos de la flota. Ya sólo les quedaba a Datis y Artafrenes un último paso: hacer con los atenienses lo mismo que con los eretrios.

CORRIENDO HACIA MARATÓN
Con la expedición marchaba un anciano Hipías, hijo de Pisístrato, ambos tiranos de Atenas. Fue él quien indicó a Datis dónde podría desembarcar para buscar una llanura amplia, adaptada a las tácticas persas y al uso de caballería. Ese lugar era la llanura de Maratón, y hacia allí se dirigió la flota, que llegó en un día de navegación tras descansar seis entre los rescoldos de Eretria.
Pues bien, los atenienses, sabiendo lo que se les venía encima, movilizaron a todas sus tribus y estrategos, y pensando que no iban a ser suficientes, enviaron a un veloz mensajero, un hombre que entraría en la leyenda: Filípides. Dice Herodoto que el veloz mensajero llegó a Esparta al fin del segundo días tras salir de Atenas, y les llevó el siguiente mensaje:

«Oh, lacedemonios, los atenienses os piden que vayáis en su auxilio y que no permitáis que una ciudad antiquísima entre los helenos caiga en la esclavitud por obra de unos hombres bárbaros: pues ya en la actualidad Eretria está esclavizada y, debido a esta insigne ciudad, la Hélade se ha
hecho mucho más débil».

Filípides, en una representación
idealizada. Fuente: Del blocao a la trinchera
A los espartanos les molaba la idea de ayudar a Atenas. Ya les había ayudado anteriormente con el asunto de Egina, pero, ay, pusieron una excusa infalible. Estaban en el noveno día del mes y no podían salir de Esparta hasta la luna llena. Vaya por Zeus.
Filípides regresó igual de veloz, pero, tal vez a causa del amargo mensaje que llevaba a Atenas, aderezó una historia estupenda. A su vuelta a la ciudad, tras transmitir la respuesta de Esparta, Filípides contó que en un bosque se le había aparecido el dios Pan, y le había dicho que no entendía por qué Atenas no le rezaba, pues él estaba bien dispuesto hacia ellos, y les pidió que le hicieran un altar. De momento, parecía que la única ayuda que iban a tener era la del dios de cabeza caprina. Así de cruda pintaba la cosa.
El ejército completo de Atenas marchó hacia Maratón y acampó en el santuario de Heracles. Allí fue donde le sonrieron los dioses, pues sin esperarlo, cuatro mil plateos se unieron a sus fuerzas. Platea y Atenas habían firmado ya su famosa alianza, y la ciudad ática apoyaba a Platea frente a la presión de los beocios. Y en aquella ocasión, los plateos honraron su alianza de forma decisiva.
Los dos ejercitos estaban acampados, cada uno a un extremo de la llanura. Por aquel entonces, Atenas había sacado a sus diez estrategos, uno de los cuales era Milcíades, hijo de Cimón. El tal Milcíades, nos cuenta Herodoto, ya era conocido por los persas. Había estado mucho tiempo en el Quersoneso, y vivió la revuelta jonia desde aquella estrecha península en la orilla norte del Helesponto. El territorio era muy fértil, y desde hacía tres generaciones había sido colonizado por atenienses, llamados por los tracios en su apoyo siguiendo un curioso oráculo. Pues bien, Milcíades había escapado dos veces ya de la muerte: una, consiguiendo huir de una emboscada tramada por los fenicios para capturarlo y llevarlo prisionero al Rey. Así de efectivo había sido en su apoyo a la revuelta. La segunda ocasión, tras ser acusado en Atenas de gobernar en el Quersoneso por encima de las leyes; dicho de otra manera, acusado de «tiranía». Pero también se había librado.
Milcíades era estratego aquel año, y de los diez presentes, era el que tenía más claro que en aquellas condiciones era posible vencer a los persas. Los conocía. La creencia de que la falange griega podía tumbar a la infantería persa ya circulaba por ahí. Recordemos que, en el artículo de la revuleta jonia, Aristágoras usa los mismos argumentos cuando intenta convencer a Cleómenes de Esparta para que apoyen la revuelta: los persas no llevan escudo y sus armas son ligeras. Lo que pasa es que, hasta el momento, era solo una teoría, ya que los persas habían vencido a los jonios una y otra vez, y ningún pueblo se les resistía.
Los héroes de Maratón, de George Rochegrosse. 1859
Aun así, Milcíades estaba convencido, tras ver a los persas en su posición, que era posible vencer. Pero solo había podido convencer a otros cuatro estrategos. Los votos estaban divididos y en cada consejo no se decidía nada. Se llamó entonces al consejero polemarca, que se llamaba Calímaco, para que rompiera el empate. Milcíades, antes de la votación llamó aparte a Calímaco y le dijo que el futuro de Atenas estaba en sus manos: que si luchaban, vencerían y Atenas entraría en la historia. Que los dioses preferirían la isonomía actual a una vuelta a la tiranía de Hipías el pisistrátida, pues eso les esperaba si eran derrotados. Le dijo además, que si no luchaban, los aristócratas de Atenas se harían más fuertes y se entregarían a los persas sin lucha.
El caso es que Calímaco votó finalmente a favor de combatir. Como entonces, cada día un estratego ostentaba el mando, los que habían votado a favor proponían a Milcíades cederle el mando, pero dice Herodoto que Milcíades esperó a su turno legítimo. Esto es muy llamativo, porque en mi opinión sugiere que el ateniense no tenía especial prisa en atacar pues no parecía que los persas esperaran más refuerzos. Retomaremos este asunto en los párrafos siguientes.
Pues bien, por fin llegó el día de Milcíades y este sacó al ejército, comprobó que los augurios eran buenos y arengó a las tropas. Sin duda, el estratego tenía un plan. Calímaco y su tribu, por derecho, formó el ala derecha ateniense, y a continuación se colocaron las otras nueve tribus, cada una con su estratego. Sin embargo, a estas formaciones, Milcíades les obligó a reducir su profundidad para expandir su frente, pues quería igualar la longitud de su frente a la de los persas. Finalmente, los plateos, formados en falange completa y profundidad normal, ocuparon el ala izquierda. De esta manera, las dos alas estaban bien reforzadas, pero su frente era débil.
Entonces Milcíades reveló su plan. Había dado órdenes a todos para que, en lugar de avanzar en formación a paso de combate, rompieran a correr hacia la línea persa. Les separaba algo más de 1600 metros. Jo, imaginad la escena: casi 10.000 atenienses y 4.000 plateos, totalmente acorazados, entonando el peán y rompiendo a correr por la llanura hacia sus enemigos. El suelo temblaría.
Dice Herodoto que los persas los vieron y creyeron que estaban locos, pues los griegos no tenían ni arqueros ni caballería, y cargaban directamente hacia ellos sin haberlos debilitados. Los persas y sus primos los sacas (escitas) formaban el centro persa. Eran tipos muy duros que luchaban según la formación sparabara, con un soldado en el frente sosteniendo un gran escudo, y nueve arqueros detrás. En las alas, los persas pondrían a sus aliados y, si estuvo presente, a su caballería.
Fuente: History Heritage
Bien, hagamos unos números. Para correr 1600 metros y llegar en condiciones de luchar, cargados con sus corazas y escudos, podemos pensar que los griegos no podrían correr a más de 5-6 minutos por kilómetro (10 a 12 km/h). Eso supone una carrera de 9 a 10 minutos hasta le frente persa. Desde luego no da tiempo a pensar un plan y ponerlo en marcha. Por eso los persas deciden resistir. Ahora bien, los arcos son efectivos a partir de 200 metros, más o menos. Por lo tanto, es probable que los griegos esprintaran esos 200 ó 300 últimos metros, lo cual les deja un tiempo de 1 minuto expuestos a los arcos persas. El plan de Milcíades empieza a cobrar sentido, ¿verdad? En un minuto, un arquero experimentado puede disparar de 6 a 8 flechas. Pero por Herodoto sabemos que las flechas persas eran ligeras y hacían poco daño a los guerreros acorazados helenos.
El choque de las líneas fue brutal, y los griegos se estrellaron contra los spara del centro y los aliados en las alas. Y nos dice Herodoto que fue un combate muy largo, y que los persas y sacas lucharon con gran fiereza. De hecho, el centro griego fue roto y puesto en fuga.
Pero, ay, en las alas, la falange llegó a formarse tras la carrera, y se enfrentaron tropas más débiles. Los griegos se impusieron en los extremos de la línea, y cuando ya pusieron en fuga a sus enemigos, giraron y cargaron contra el centro, sorprendiendo a los soldados persas. Pues bien, fue en ese combate de melé donde el equipo griego hizo valer su mayor protección. Los persas se vieron sorprendidos y rompieron la línea. Comenzó una terrible persecución hacia las naves persas que dejó las orillas llenas de cadáveres, pues volver a embarcar fue muy difícil, y los griegos fueron a por ellos con ganas. Capturaron siete naves. Incluso intentaron asaltar las naves que partían, pues dice Herodoto que uno de los notables griegos fue muerto tras ser cortada su mano mientras se agarraba a los adornos de la popa de un trirreme.
Cuando los persas se alejaron de la orilla, habían perdido a más de seis mil hombres, contra doscientos griegos nada más. Los persas, contra todo pronóstico, habían sido derrotados. Algo que no se había visto jamás.
Lo que ocurrió a continuación ha sido fuente de un error que se ha convertido en leyenda. Pues no es este el momento en el que Filípides regresa corriendo a Atenas a anunciar la victoria, y cae muerto. Eso no ocurrió así. Lo que ocurrió es aun más increíble. Veréis, los persas embarcaron, fueron a buscar los refuerzos que habían dejado en una isla cercana, y pusieron rumbo a Atenas, porque sabían que el ejército estaba en Maratón, y por lo tanto, la ciudad estaba desprotegida. Esto es lo que cuenta Herodoto. No fue Filípides quien regresó a Atenas corriendo. Fue TODO EL JODIDO EJÉRCITO ateniense el que, después de haber luchado toda la jornada, tuvo que volver a paso ligero para adelantarse a la flota persa.
Batalla de Maratón, por Brian Palmer
Fue el camino más angustioso y doloroso del que tenían memoria los atenienses. Pequeños grupos iban quedando rezagados. Algunos soldados quedaron muertos en el suelo, de puro agotamiento. Pero tras unas horas angustiosas, el ejército descendió al Falero poco antes de que la flota persa asomara, y puestos en la orilla, los persas no se atrevieron a lanzar un desembarco anfibio, algo que las trirremes no permitían debido a su construcción, si había fuerzas decididas a resistir en la orilla. Así fue como los persas se retiraron. Nunca supieron que a poco que hubieran presionado a los atenienses, estos se hubieran caído al suelo de agotamiento, pues se apoyaban en sus lanzas para no caer, les temblaban las piernas, y se apoyaban hombro contra hombro para sostenerse.

DESPUÉS DE LA BATALLA
En Atenas, Milcíades se convirtió en una celebridad. Había dirigido el ejército en la jornada más gloriosa que habían vivido jamás, y cuando él les pidió armas y barcos para hacer una expedición, ni siquiera le preguntaron a dónde. Se lo entregaron todo, y él la aprovechó para atacar la isla de Paros. Pero aquella expedición, que fue al año siguiente, no salió bien. Los parios se negaron a pagar la cantidad que pedía el estratego para librarse del ataque, los atenienses asaltaron la ciudad y Milcíades fue herido en el muslo y trasladado a Atenas, donde moriría semanas más tarde de gangrena.
Pero la ciudad había conseguido algo grande, y en su espíritu, había cambiado. En los años siguientes, los persas no volvieron, y una veta de plata fue encontrada en el Laurión. La ciudad acordó repartir los beneficios entre todos los ciudadanos, pero un al Temístocles (jeje) propuso otra cosa: invertir el dinero en la creación de una gran flota. Tan grande que ya no cabía en el Falero, así que tuvo que acondicionarse un nuevo puerto: el Pireo. Dicha flota no tenía como objetivo luchar contra los persas, sino contra los eginetas. Fue en esos años de guerra contra la isla de Egina cuando Atenas aprendió a luchar en el mar y se convirtió en una potencia marítima.

En Esparta, el ejército salió tras la luna llena, y llegaron a Maratón días después de la batalla, sólo para ver los cadáveres persas, inspeccionarlos y ver cómo eran sus armas y ropas, pues no habían visto jamás a los terribles persas.
Ocurrió en los meses siguientes que Cleómenes y sus intrigas fueron puestas al descubierto, y él, temiendo por su vida, y con una personalidad inestable, cayó en una depresión paranoica y esquizofrénica, a juzgar por los datos que da Herodoto. Comenzó las conspiraciones más peregrinas en contra de Esparta con sus amigos aqueos, pero los Éforos lo capturaron y lo ataron a un cepo. Sin embargo, él asustó a un hilota hasta convencerlo de que le diera un cuchillo, y se hirió a si mismo en las piernas y en el vientre, y terminaría muriendo. Esto provocó que la dignidad real recayera en un tal Leónidas (jeje), que se casaría con la hija de Cleómenes, Gorgo.

En Persia, Maratón fue un revés, pero tampoco muy grave. La expedición tenía unas capacidades limitadas. Era «pequeña» para el estándar persa. Salvo la derrota ateniense, todos los objetivos militares se habían conseguido: las islas del Egeo pertenecían a Persia, como también las tierras de Tracia y Macedonía eran tributarias del imperio. Y la isla de Eubea había sido arrasada. Darío se propuso, ahora así, realizar una expedición él mismo, y ordenó a las ciudades de su imperio preparar lo necesario. Debemos decir que los persas sabían preparar estas cosas. Durante tres años se reunieron tropas y alimentos, y Darío nombró finalmente a Jerjes como heredero, aunque no era su primogénito (pero sí el primer nacido una vez fue rey). Jerjes era hijo de Atosa, hija de Ciro el Grande. Atosa, según dice Herodoto, tenía todo el poder en la corte y desplazó a la primera esposa de Darío, aunque también nos dice el de Halicarnaso que por estos días, Demarato, el rey espartano depuesto, llegó a la corte de Darío y le sugirió que Jerjes era la mejor opción, basándose en esa misma costumbre, pues era la que se aplicaba en Esparta.
Al cuarto año hubo una revuelta en Egipto que obligó a cambiar los planes de Darío y a planear un ataque a ambos frentes. En este punto le alcanzó la muerte, y así su hijo Jerjes subió al trono.
De lo que pasó en adelante, hablaremos en el siguiente artículo.

EL EJÉRCITO ATENIENSE DE LA PRIMERA GUERRA MÉDICA
En DBA, esta lista es la I 52, variante e. Es una lista muy sencilla: 10 peanas de hoplitas, una de ellas general, y dos peanas de psilois. En esta época todavía los atenienses no habían desarrollado su ejército clásico con peltastas y caballería.
Para AdlG, la lista es completamente análoga. Masas de hoplitas, infantería pesada con lanza, acorazada, y un número muy limitado de infantería ligera con jabalina. Duro y correoso, pero muy limitado en maniobra. Se puede entender bien por qué lucharon como lo hicieron en Maratón.
Ejéricto ateniense, I 52e. Fuente: Dux Homunculorum


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