martes, 23 de abril de 2019

La Primera Guerra Púnica, parte III

Saludos. Habíamos dejado a nuestros admirados romanos y cartagineses en condiciones muy diferentes. Los púnicos acababan de vencer a los romanos en los llanos de Bagradas, en batalla campal, y estos habían perdido dos flotas e innumerables recursos en África y en el Mediterráneo, de modo que desde ese momento decidieron volcar sus esfuerzos en la guerra terrestre. Eso sí, sin presentar batalla campal por temor a los elefantes. Este es un buen momento para tomar perspectiva de lo que esto significaba.
Recordemos que el objetivo de Roma era la conquista de Sicilia, no sólo por sus grandes recursos, sino para dejar a Cartago sin bases adecuadas desde las que amenazar las costas de Italia. Por ello, la intervención romana en Cerdeña también se produjo en cuanto tuvieron una flota. Cuando decidieron llegar hasta África fue con la intención de llevar la presión hasta los mismos hogares cartagineses para que así tuvieran que desviar recursos hacia su defensa en lugar de atacar Italia.
No hay como una derrota para darse cuenta de lo que es importante y lo que no. De lo que es un objetivo primario y otro secundario. Y lo importante para Roma era conquistar Sicilia, donde a lo largo de esta guerra, Cartago había ido perdiendo posiciones hasta conservar sólo Drépana y Lilibeo. De ahí el cambio de estrategia. Sin control sobre Cerdeña, bastaría tomar ambos enclaves para ganar la guerra.
Pero los cartagineses venían ahora crecidos y tras haberse impuesto en África, desembarcaron un gran ejército, con ciento diez elefantes, dispuestos a reconquistar Sicilia. Por ello, la primera acción sería recuperar Palermo.

La batalla de Palermo
El general cartaginés designado para dirigir el nuevo ejército se llamaba Asdrúbal. Por el lado romano había un nuevo cónsul, Marco Cecilio. Y este demostró ser un tipo muy listo. Asdrúbal supo que Cecilio aguardaba en Palermo con la mistad de las tropas romanas, pues desde allí debía proteger con la otra mitad a sus aliados, pues era época de recolección.
Asdrúbal desdenció a Palermo, taló los árboles y quemó cosechas, confiado en sacar a Cecilio a la batalla. Pero éste se mantuvo dentro de sus defensas. Así que el general cartaginés decidió aproximarse a la ciudad. Fue cuando cruzó el río que corría frente a ella cuando salieron los velites romanos, la infantería ligera, y los acosaron con fiereza. Esto hizo que Asdrúbal tuviera que formar línea de batalla en malas condiciones. Mandó los elefantes contra los romanos, deseosos de machacarlos. Pero se dirigieron a una trampa.
Cecilio no se dejó arredrar por los paquidermos. Había cavado defensas al pié del muro, y había contratado a los obreros del foro para que no dejaran de portar proyectiles a las tropas ligeras. Estas acosaron a los elefantes y se replegaron en las defensas, que bloquearon a los paquidermos mientras eran acribillados a jabalinas. Finalmente, los animales se desbandaron, y no pocos dieron media vuelta y cayeron en su huída entre sus propias tropas, desordenándolas e hiriendo a muchos guerreros. Entonces Cecilio sí salió al combate y acabó con la resistencia. Los elefantes fueron muertos o capturados por los romanos.
La astucia de Cecilio decidió a los romanos a emprender nuevas iniciativas, y puesto que Lilibeo era la base principal cartaginesa, se lanzaron al asedio por tierra y, decididos, también por mar, pues armaron una flota más pequeña que las anteriores, con objeto de apoyar los ataques a los puertos cartagineses coordinados con los de tierra. Estos hechos cerraron el decimocuarto año de la guerra
Mercenarios. Fuente: Wildfiregames

El asedio de Lilibeo
Debido a su extraordinaria posición, el asedio de Lilibeo resultó muy complejo para los romanos. La ciudad estaba protegida por muros y torres, y el puerto estaba situado tras un laberinto de bajos y rocas que sólo los pilotos expertos podían atravesar
Los romanos se lanzaron a construir y minar, en una guerra de ingeniería y de conocimientos técnicos. Una batalla de laboriosas hormigas, que los cartagineses supieron responder al punto gracias al general Imilcón, que puso todos sus esfuerzos en sabotear a los romanos. A cada mina, los romanos encontraron una contramina. Cada brecha en el muro daba paso a un nuevo muro levantado a toda prisa durante la noche. A cada nuevo ingenio, ariete o torre de asedio levantada por los romanos, seguía una salida por sorpresa para quemarlos. Dos campamentos romanos y una zanja de circunvalación por tierra, y la flota romana por mar no pudieron con Imilcón. Incluso tuvo que hacer frente a un complot de algunos capitanes mercenarios que planeaban entregar la ciudad a traición a los romanos. Todos fueron descubiertos y neutralizados. Ganó este noble general un tiempo precioso para que los cartagineses organizaran otra flota de refuerzo con diez mil nuevos mercenarios, al mando de Aníbal, hijo de Amílcar (en serio, tampoco es ESE Aníbal, hijo de ESE Amílcar. Parece cachondeo pero no). Pero este Aníbal también era un tipo muy listo. Aguardó en las islas Eginusas hasta que el viento le fue favorable, y ese día hizo la travesía final hasta Lilibeo a todo trapo. Llegaron desde alta mar cuando los romanos intentaban de nuevo entrar en el puerto, maniobrando torpemente con unos navíos hechos a toda prisa con la intención única de transportar tropas, no maniobrar con presteza. Cuando los romanos vieron aparecer a Aníbal, quedaron tan impresionados que se retiraron a toda prisa, y así pudo el cartaginés con sus barcos llegar lanzado a la bocana, y no arriar lasvelas y pasar a remo hasta entrar en el laberinto de rocas que llevaba a Lilibeo, ante el estupor de los asediadores y los vítores de la ciudad, en una asombrosa maniobra que mostraba una vez más la pericia marinera de los cartagineses. Este sin duda el equivalente en el mundo clásico a cuando el "Halcón milenario" sale del hiperespacio justo en la entrada del satélite de la Primera Orden en el episodio VII.
Imilcón, sabiéndose más fuerte de lo que podría estar en las siguientes semanas, preparó un ataque total al día siguiente a las trincheras. De repente, los veinte mil mercenarios de que disponía se repartieron por las trincheras y defensas romanas, con equipo especial para prender fuego a las máquinas romanas. Pero los romanos nunca fueron pillados por sorpresa, y se defendieron, que ya les tenían ganas también. Fue un día terrible y Polibio cuenta que los combates no se hacían en formación, sino como una gigantesca pelea entre bandas, a navajazos, sin cuartel. Los portadores de pez y antorchas prendían las maderas y luchaban en cada muro, torre y estacada. Pero llegó un momento en que Imilcón vio que le mataban a muchos de los suyos, y temiendo perderlo todo, ordenó la retirada. Tan agotados estaban todos que nadie los persiguió.
La salida había fracasado, pero había sabido también retirarse a tiempo. Esa misma noche Amílcar volvió a burlar el bloqueo marítimo y se refugiaron en Drépana, la otra base de Cartago en Sicilia, para no consumir los recursos de Lilibeo con todas esas bocas mercenarias, mientras preparaban una nueva estrategia.

Aníbal el Rodio
En los meses que siguieron, Imilcón resistió en gran parte debido a las hazañas navales de este gran héroe caído en el olvido. Aníbal el Rodio fue quizás el mejor navegante de todo el Mediterráneo. Con su excelente nave, salida de las atarazanas de Rodas, una nave diseñada en la era del esplendor helenístico, Aníbal el Rodio se presentó voluntario para llevar mensajes y mercancías desde Drépana a Lilibeo, lo que suponía romper el bloqueo que había impuesto la flota romana. La primera vez que lo hizo, los romanos quedaron boquiabiertos al ver a su nave, a plena luz del día, a una velocidad y una capacidad de maniobra a años luz de lo que ellos tenían, deslizándose inalcanzable entre diez navíos romanos, dejándolos atrás de forma humillante, para entrar en el laberinto de rocas del puerto de Lilibeo ante los clamores de la población. Al día siguiente, también a plena luz, intentó la salida con igual resultado, solo que aquella vez, al salvar a todos los enemigos, levantó los remos para incitarlos a perseguirlo, y él corrió a la popa, y desde allí se burló de los romanos.
Tantas veces el Rodio burló el bloqueo y tan grande fue la humillación de los romanos, y fueron tantos los que, animados, se lanzaron a imitar su osadía para mantener Lilibeo, que sus designaron un comando especial con el único fin de capturarle. Los romanos intentaron rellenar sin éxito la entrada del puerto, pero pudieron terraplenar una parte del fondo a un lado, y un rápido cuatrirreme cartaginés quedó varada una noche, y fue capturada. Aquella nave fue equipada con el comando especial anti-Aníbal, y a la siguiente vez que Aníbal el Rodio salió de Lilibeo, las naves romanas le distrajeron mientras el cuatrirreme le cortaba el paso. Aníbal intentó huir, pero su tripulación ya estaba cansada y el veloz cuatrirreme le iba comiendo terreno. Con un suspiro tuvo que dar orden de detener la nave y presentar batalla. Allí murió Aníbal el Rodio, sangrando sobre la cubierta, pidiendo a los romanos, como última merced, que no le hicieran daño a su nave. Que cortaran sus manos y le sacaran los ojos, que lo torturaran, pero que ningún daño hicieran a su hermosa nave. El Rodio habita sin duda entre los dioses antiguos del mar, si alguna vez existieron, pues nunca nadie fue más audaz, ni más valeroso, ni ejerció con más pericia el arte de la navegación. Que quien vive de forma tan extraordinaria y logra tan excelentes hazañas, no ha de temer a la muerte ni el olvido ha de alcanzarle.
Y los romanos hicieron buen uso del quinquirreme del rodio, como veremos más adelante.
El honor agrada a los dioses, y al fin un fuerte terral llegó a Lilibeo, y dice Polibio que fueron los mercenarios griegos los que avisaron a Imilcón que de era un buen momento para hacer una última salida e intentar prender fuego a las máquinas romanas. Y así lo hicieron: en una espectacular salida consiguieron acercarse lo suficiente a los ingenios y máquinas romanas, y les prendieron fuego. Sólo fueron unos puntos aislados, pero el viento hizo el resto. Para cuando los romanos se organizaron, repelieron el ataque e intentaron apagar los fuegos, el humo los asfixiaba y las pavesas les quemaban, y todos sus esfuerzos resultaron inútiles. En un solo día perdieron todas sus obras. Así que se renunciaron a los asaltos, reforzaron la circunvalación y se quedaron a la defensiva, esperando bloquear a los hombres de Imilcón y rendirlos por hambre, pues comenzaron a hacer otros planes.

La batalla de Drépana
El cónsul del año 248 a.d.C., Publio Claudio había decidido un cambio de estrategia, pues había recibido un gran contingente de marineros y soldados de refuerzo, y suponiendo que en Drépana no tendrían noticia, cargó a sus nuevos combatientes en sus naves y zarpó de noche de Lilibeo en dirección al puerto de Drépana. Allí, el general era un tal Aderbaal. Drépana, la actual Trepani, era un excelente puerto natura, también muy bien protegido. Y Aderbaal no era ningún cobarde, ni tampoco incompetente. Sus vigías avisaron de la llegada de Publio Claudio con tiempo suficiente y en un abrir y cerrar de ojos reunió a sus tripulaciones, las arengó y las preparó para presentar batalla, pues no deseaba luchar en espacio cerrado, sino donde pudiera usar la ventaja de sus naves y su pericia, en mar abierto.
Cuando Publio Claudio y su flota ya estaban entrando en la bahía, vieron con estupor que Aderbaal ya sacaba sus naves para presentar batalla. El cónsul decidió entonces dar media vuelta y esperar fuera del puerto. Cuando las naves romanas comenzaron a ciar y ciabogar para salir, se estorbarbaban, se quebraban los remos mutuamente y sufrían gran desorden. Nótese la diferencia con las maniobras de Aníbal en la batalla de Écnomo, donde los cartagineses dieron la vuelta con doscientos navíos al unísono sin el mas mínimo problema.
Para cuando Publio Claudio pudo formar sus navíos en líneas, Aderbaal y su flota habían salido de la bahía, superado la posición romana por un lado, y habían formado una línea apuntando a los romanos, que quedaron así atrapados entre la costa y la flota cartaginesa. Y entonces se lanzaron contra ellos, embistiendo, retirándose, ayudándose unos a otros, y los romanos fueron totalmente arrastrados a los bajíos, hundidos o capturados.
Si sois perspicaces os habréis dado cuenta de que aquí no aparecieron los cuervos. La razón es que Roma había abandonado la idea de plantear guerra marítima. Aquella flota tenía como función transportar hombres a Sicilia, pero no estaba ni hecha ni entrenada a la guerra naval. Y sin los cuervos, los cartagineses resultaron invencibles.
Aún habrían de sufrir más reveses los romanos. Pocos meses después, con un nuevo cónsul al frente, los romanos intentaron trabar batalla con Cartalón, lugarteniente de Aderbaal. Pero el viento cambió, los cartagineses vieron las nubes que se estaban formando y antes del combate, se retiraron huyendo de la galerna. Los romanos intentaron perseguirlos, y la tempestad les pilló frente a la costa sur, sin abrigo posible. Dice Polibio que no se salvó ni un barco, y de los restos que llegaron a la orilla no se puedo aprovechar ni una astilla.
Con mucho esfuerzo, Cartago mantenía Lilibeo y Drépana, aunque seguían asediadas, y entonces Cartago envió a su arma secreta...

Llega Amílcar Barca
Este sí, amigos. Este es el Amílcar, padre de Aníbal, que todos conocemos. Amílcar desembarcó entre Palermo y Lilibeo, y tomó una montaña que le permitió dominar el territorio con seguridad, llamada Hercle. Desde allí, durante los siguientes seis años, Amílcar Barca sembró el terror en el corazón de los romanos. Con su flota lanzó terribles ataques de devastación por toda la costa occidental de Italia, y en Sicilia mantuvo una guerra sin cuartel contra los asediadores de Lilibeo y las guarniciones de Palermo y Érice. No hubo más batallas campales, solo astucia tras astucia, emboscada tras emboscada y trampa tras trampa. Seis años de guerra sucia mantenida por el general más asuto que jamás hubiera pisado Sicilia. A pesar de su precaria situación y de la dificultad de su abastecimiento, Amílcar y sus hombres sometieron a los romanos a tal presión que estos tuvieron que admitir la dolorosa verdad: Amílcar Barca era invencible. Y con el cartaginés allí, decidieron que era mejor intentar de nuevo la guerra marítima que aspirar a derrotar al Bárquida. Y eso hicieron.
Amílcar, desde su montaña, observa a los romanos.
Fuente: Arrecaballo

El final de la guerra
Los romanos tuvieron que replantear su estrategia. Puesto que en tierra no conseguían los avances necesarios, se dieron cuenta de que la posición cartaginesa dependía exclusivamente de su abastecimiento por mar. Así que crearon una nueva flota cuyo objetivo era cortar esa línea. ¿Sabéis que nave tomaron como modelo? Pues sí, el quinquirreme de Aníbal el Rodio. Mucho fue lo que aprendieron de aquella noble embarcación, que si bien ellos eran incapaces de crear, sí eran capaces de reproducir. Doscientos navíos prepararon, y los dotaron equiparon con esmero, conscientes de que aquella flota era su última oportunidad. Pues después de más de veinte años de guerra, Roma estaba agotada y sin más recursos.
Cuando la flota estuvo lista, el cónsul Cayo Lutacio la empleó en los asedios de Lilibeo y Drépana para ir entrenando a sus tripulaciones, mientras dejaba que la noticia llegara a Cartago y estos tuvieran que concentrar a su flota y presentar batalla. Y, en efecto, así fue. Los cartagineses equiparon y cargaron sus naves con el abastecimiento para Amílcar, pero ya no tenía buenos soldados en África. Estaban todos en Sicilia, así que la dotaron con pocos y jóvenes infantes, con la esperanza de cargar a Amílcar y a sus curtidos mercenarios en cuanto tocaran Sicilia.
Batalla de las Égatas. Fuente: Ancient History
Cayo Lutacio supo por fin de la presencia del almirante Hannón, el nuevo jefe de la escuadra cartagineses, cerca de las islas Égatas. Lutacio se decidió a buscar la batalla antes de Hannón tocara tierra, pudiera descargar y aligerar sus naves, y sobre todo, pudiera embarcar a Amílcar. Cayo sobre ellos en alta mar. Y esta vez, esta batalla de las islas Égatas, fue vencida por los romanos. Lastradas y con pocos tripulantes, y todos inexpertos y sin capacidad de maniobrar, fueron vencidos por las entrenadas tropas de Cayo Lutacio, que sí puso mucho cuidado en la selección y entrenamiento de su flota.
La flota cartaginesa fue destruida cuando nadie lo esperaba, y aquel fue el revés definitivo para ellos, pues sin ella, las tropas de Sicilia quedaban abandonadas, y no tenían más recursos para hacer otra flota, ni tampoco tiempo. El Sanedrín otorgó a Amílcar plenos poderes para negociar con Roma, cosa que hizo con diligencia, pero también con amargura, pues no había sido derrotado nunca, y aun así le tocaba rendir a su pueblo. El tratado que pudo obtener fue el mejor posible, dadas las circunstancias: los cartagineses tendrían que abandonar Sicilia y pagar una cuantiosa indemnización a Roma en diez años. No sin rabia embarcaron las últimas tropas mercenarias y los últimos generales cartagineses.
Amílcar regresó a una ciudad vencida. La Primera Guerra Púnica había acabado, pero bien supo la Historia que también ese mismo y triste día, comenzó a trazar sus propios planes. Y mientras pensaba, en su casa, un niño de ocho años jugaba a su alrededor.

FIN
Parte I    Parte II

10 comentarios:

  1. "... Tampoco es ESE Anibsl, hijo de ESE Amilcar..." : Querría ud. aclararme esta cuestión, porfa? Sidmpre pense que hubo 1 Anibal y un solo Amilcar.

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  2. Amílcar y Aníbal eran nombres muy comunes. Algo como Paco y Pepe. Polibio distingue a ESOS Amílcar y Aníbal mediante el sobre nombre familiar "Barca", que quiere decir "rayo". Aún en árabe, al menos el dialecto que conozco, rayo se dice "baraq".
    Pero hubo muchos Amílcares y Aníbales. Cómo Aníbal el Rodio.

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  3. Me ha gustado mucho, espero que publiques sobre la segunda guerra púnica y tercera.

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  4. Ok! Acepto el reto. El siguiente artículo además os sorprenderá sin abandonar este escenario púnico.

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  5. Genial serie de artículos. Tenía entendido que no se disponía de tanta información como de la segunda guerra púnica. Pero la verdad que muy bien explicado y con muchos detalles históricos.

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  6. Muchas graciasE! En mis artículos trabajo exclusivamente con las fuentes originales disponibles. En este caso no puedo dejar de recomendar la lectura de la obra de Polibio, que es fascinante. Para el resto de artículos también: el libro secreto de los mongoles, la embajada a Tamerlan de Clavijo, Cartas de Relación de Cortes, Rihla de Un Battuta, Jenofontes, Herodoto... Los clásicos siempre sorprenden porque siempre son modernos!

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  7. Pues me los apunto, había leído el anibal de Gisbert Haefs, pero vamos a darle una oportunidad a las fuentes originales ;)

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  8. El Aníbal de Haefs me pareció un novelón. No conozco ninguna novela ambientada en la primera guerra púnica. Ni siquiera Salambo, de Flauvert, que comienza justo al acabar la guerra. Muy recomendable Salambó, por cierto.

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