lunes, 7 de octubre de 2019

La Segunda Guerra Púnica IV. Escipión el Africano y el final de la guerra

Saludos. Habíamos dejado a Aníbal victorioso en el campo de Cannas, todo cubierto con los cadáveres de sus enemigos. Roma estaba hundida, humillada y los últimos aliados que le quedaban en Italia la abandonaron para unirse al bando cartaginés. Hablamos de aliados tan cercanos como Capua, por ejemplo. Los ecos llegaron hasta Sicilia y Cerdeña, donde agitaron los sueños de los jefes y tiranos que hasta entonces se decían «amigos de Roma».
En este momento vamos a poner en contexto todo esto. Estamos en el 216 a.d.C., el tercer año de esta guerra. Y el conflicto acaba en el 201 a.d.C. ¿Qué pasó entonces? Pues os anuncio que con este artículo terminamos, así que... Veréis, veréis lo que pasó.
En Roma, la lección de Cannas les hizo recapacitar sobre la oportunidad y acierto de la estrategia de Quinto Fabio, el Procrastinador. En su hora más oscura, los romanos reunieron los hombres, las armas y los recursos que les quedaban y se dispusieron a resistir. Quinto Fabio fue elegido cónsul, y repetiría en el cargo, viendo premiados así su inteligencia y tenacidad a la hora de ceñirse a sus planes. Los ejércitos fueron divididos en pequeños contingentes que se limitaron a estorbar los movimientos de Aníbal, a debilitarlo dificultando su aprovisionamiento, esperando una ocasión propicia para atacar si llegaba, y a no dejarse arrastrar al combate en caso contrario. Esperaban un milagro. Y sus plegarias se vieron atendidas, porque dicho milagro llegó con el nombre de Publio Cornelio Escipión junior.
Recordemos que Publio Cornelio Escipión senior y Cneo Cornelio, padre y tío del joven Escipión respectivamente, seguían en Hispania. El plan de Roma incluía resistir en Italia para dar tiempo a estos dos de expulsar a los cartagineses de la Península Ibérica, pues si eso ocurría, la guerra daría un giro radical.
Aníbal, mientras, se dedicó a recorrer Italia, repartiendo la carga del mantenimiento de su ejército entre sus aliados, por turnos. No podía recibir más refuerzos, y con cada baja sufrida en el camino, o emboscado durante el forrajeo, se debilitaba un poco más, mientras que ellos romanos se iban fortaleciendo. No asedió Roma. No se atrevió con los medios de que disponía, pero sí aprovechó su gran éxito militar para llegar a un acuerdo con Filipo V para atacar a Roma juntos. Este, no obstante, tenía sus propios problemas y apenas pudo ayudar a Aníbal. Esta situación se prolongó cinco largos años, hasta el 211 a.d.C. Siracusa hizo defección de Roma, y estos, que todavía tenían su flota, enviaron a Claudio Marcelo a tomarla. Fue allí donde se encontraron con los ingenios de Arquímedes. Donde se vieron naves romanas estallar en llamas de súbito, o volar por los aires para destrozarse contra el agua merced a sus imponentes grúas. Una pesadilla. Sin embargo, Claudio Marcelo consiguió tomar la ciudad, y en la confusión del último asalto, Arquímedes, en potencia el arma más poderosa del Mediterráneo, fue muerto por un soldado romano.

Mientras en Hispania
Asdrúbal Barca, hermano de Aníbal, era un general competente. Tras los éxitos iniciales de Roma sobre territorio peninsular, Asdrúbal no dejó de intentar acabar con sus enemigos. Publio y Cneo Cornelio tuvieron que dividir sus fuerzas cuando se lanzaron a la caza de los ejércitos cartagineses, confiando en que sus nuevos aliados íberos compensarían la debilidad de cada división, pues eran muchos los que fueron haciendo defección del bando cartaginés. Sin embargo, Asdrúbal jugó bien sus cartas, y consiguió por un lado aislar a los ejércitos romanos, y por otro, lograr que los íberos abandonaran a los romanos en el peor momento, estando frente a sus enemigos. En la batalla de Baécula, Publio Cornelio fue derrotado y muerto. Pocos días después, Cneo fue puesto en fuga, atrapado y, una vez organizó su última resistencia en una fortificación, esta fue asaltada y dada al fuego. Allí murió Cneo junto a sus últimos hombres, abrasados, pero sin rendirse ni pedir cuartel a los cartagineses.
La muerte de su padre y su tío impresionó de forma terrible al joven Escipión, que en aquellos momentos estaba en Italia. Y puesto que ya era una figura prestigiosa y conocida, a pesar de su edad, y su tragedia familiar aumentó más si cabe su popularidad.
Muerte de Publio Cornelio Escipión. Fuente: Arre caballo! 
Cuando en el 211 a.d.C., Roma envió refuerzos a Hispania, y buscó un nuevo general para otorgarle poderes proconsulares. Se consideró seriamente otorgarlos a Escipión, pero su juventud (25 años) lo impedía. No le designaron, pero fue como comandante a las órdenes del verdadero procónsul.
Pero, ¿cómo había llegado a ser tan popular como para que se le considerara en serio para el cargo? Pues veréis, había sido Escipión quien, en la batalla de Tesino, siendo nombrado jefe de la caballería, había liderado una carga suicida contra sus enemigos para poder salvar a su padre. Además, había luchado en Cannas y se contaba entre los escasos supervivientes, que se habían agrupado entorno a él. A todo eso hay que añadir sus dotes innatas para el mando y su arrolladora personalidad. Era una de esas personas entorno a la cual el destino se curva ostentosamente, y todos lo percibían.
Mientras, Asdrúbal, Magón y los demás generales cartagineses, según Polibio, sucumbieron a su propio éxito y descuidaron sus obligaciones. También agobiaron más a los íberos reclamándoles tributos e impuestos, y, sobre todo, menospreciaron al nuevo ejército que envió Roma.
Desembarcado en Tarraco, con diez mil nuevos legionarios, Escipión no perdió el tiempo. Sus primeros esfuerzos fueron dedicados a informarse a través de los íberos que le apoyaban, de las posiciones de los cartagineses. Había tres ejércitos: el de Asdrúbal Barca, el de Magón y el de Asdrúbal Giscón. Los tres estaban más allá del Ebro. Pero Escipión también se informó de la posición y defensa de
Cartago Nova. La capital de Cartago en la Península Ibérica había sido, con negligencia, protegida con una guarnición muy reducida, apenas mil hombres, pues confiaba en sus fuertes defensas naturales y altas murallas. Y Escipión, antes de que nadie pudiera interceptarlo, ordenó una marcha forzada hacia allá, a donde llegó tras ocho agotadores días. Imaginad la sorpresa de los defensores de Cartago Nova. Nadie pensó nunca que tal acción fuera posible. Allí guardaban gran parte del tesoro cartaginés, todos los rehenes íberos, grandes reservas de grano, intendencia, archivos, etc. Todo ello había sido descuidado, y Escipión lo había descubierto y aprovechado.
La ciudad estaba bien amurallada y solo se unía a tierra por un istmo, pero aun así, esto era engañoso. Uno de sus lados no daba al mar, sino a una laguna salobre demasiado profunda para ser cruzada a pie, pero demasiado somera para la navegación.
Con esto en mente, preparó un asalto por la parte que daba a tierra, equipado casi únicamente con escalas adecuadas para tan altos muros. Mientras todavía estaba con los preparativos, sufrió una salida de las fuerzas de la ciudad, al mando de un tal Magón (no el general del ejército antes mencionado, sino otro de igual nombre), que asaltaron sus posiciones e intentaron meter fuego a las construcciones romanas. Pero el ataque salió mal, no supieron retirarse a tiempo, y casi la mitad de los defensores pereció allí, en un asalto que tan ventajoso les había parecido.
Tras unos días, al fin se lanzaron los romanos al asalto por el istmo. Durante toda la mañana intentaron infructuosamente de escalar las murallas, pero las escalas eran demasiado altas, se volvían muy inestables cuando estaban llenas de legionarios y los cartagineses las derribaban sin mucha dificultad. No pocos legionarios murieron allí, despeñados al pie de la muralla. Pero todo aquel ataque solo era parte del plan de Escipión. Porque mientras mantenía ocupados a los defensores por el lado del istmo, lanzaba su verdadero asalto. En su aproximación a Cartagno Nova, había llegado a saber que en determinadas condiciones de viento y marea, la laguna sufría un reflujo que permitía el paso a pie, aunque con el agua por el cuello. Por eso había esperado a asaltar la muralla, aguardando la luna y el viento adecuados. Un gran contingente de legionarios se lanzó a la laguna, por donde nadie los esperaba, y por donde la muralla era más baja. Llevaban las escalas sobre sus cabezas, y pasaron frío y penurias hasta salir de allí, pero de repente se encontraban en la zona más vulnerable de la ciudad. Para cuando los primeros romanos ya estaban por encima de la muralla, los cartagineses apenas habían reunido un contingente para hacerles frente, que sucumbió pronto a los feroces legionarios, rabiosos y deseosos de vengar las afrentas anteriores que les inflingieran sus enemigos. No tardaron después mucho en extenderse por la muralla, los combates por la ciudad se resolvieron pronto, y con un gran estruendo, las puertas se abrieron y el ejército romano entró en la ciudad.
Esquema del asalto a Cartago. Fuente: Wikipedia
Fue una victoria brillante, asombrosa, genial. De súbito, aquel imperio cartaginés, en palabras del escritor Arturo Gozalo Aizpiri, un «auténtico imperio helenístico en la Península Ibérica», había sido decapitado. Aun conservaban importantes ciudades, como Gadir, pero su verdadera capital había sido tomada. El botín para el ejército de Escipión fue inmenso.

Batalla de Baécula
Cornelio Escipión pasó el invierno en Tarraco, y al comienzo del siguiente verano se lanzó a por los ejércitos cartagineses. En ese tiempo, más y más íberos se habían pasado al bando romano. Asdrúbal Barca era consciente de que se debilitaba por semanas, de modo que decidió plantear batalla a Escipión en las mejores condiciones posibles, preparando, en caso de perder, su ruta de escape de la península hacia los Pirineos e Italia, para unirse al fin a su hermano Aníbal.
Batalla de Baécula. Fuente: Eehar
Decíamos que Asdrúbal fue un general competente. En una guerra de movimientos, consiguió cortar el paso a Escipión en un terreno que le era muy favorable, donde podía desplegar su ejército al completo, y en el que, por delante de su posición, se extendía un barranco transversalmente, cuyo borde superior podía defender con pocos hombres, y que causaría gran desorden a las formaciones romanas si se decidían al asalto frontal, pues tendrían que descender y luego, subir por el otro lado, lleno de defensores. Se sentía seguro, consideró que Escipión dudaría en atacarlo, y cuando más dudara, más tiempo tendría Magón para reunirse con él y atraparlo entre dos fuerzas.
Escipión también era consciente de esto, y sabía que tenía que atacar deprisa. Observó entonces que Asdrúbal, confiado en su posición, mantenía la mayoría de sus tropas en el campamento. Si conseguía atacar la línea con más tropas de las que Asdrúbal pudiera reunir desde el campamento, tenía una posibilidad de asaltar la línea de defensa cartaginesa. Y eso hizo. Lanzó sendos ataques totales por los flancos del barranco. Alimentado el frente con sus tropas a gran velocidad. Para cuando Asdrúbal acertó a sacar a sus hombres del campamento y reforzar las líneas, los romanos ya se estaban imponiendo, ganaron la superioridad numérica y de posición, y dieron buena cuenta de las tropas que iban contra ellos en desorden.
Asdrúbal se dio pronto cuenta de la derrota, así que retiró a todas las tropas que pudo, dio Hispania por perdida y, a toda velocidad, se dirigió hacia los Pirineos.'
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Mientras, en Italia, Aníbal sí estuvo a las puertas
Es poco conocido que Aníbal sí que estuvo a las puertas de Roma, aunque ocurrió años después de la batalla de Cannas.
Recordemos que los romanos se habían decidido a no luchar más con él. Se limitaron a acosar al propio general cartaginés y a sus aliados. Aníbal se movía por Italia para no agotar los recursos de sus aliados. Por lo tanto, no podía estar en todas partes. La guerra en Italia se había estancado, Roma se estaba fortaleciendo y las lealtades de los aliados se tambaleaban. Además, las peticiones de Aníbal de refuerzos eran ignoradas por el senado cartaginés, para quienes aquello sólo resultaba en costos y más costos. Bien caro pagarían su cicatería, pero todo a su momento.
Bien, por sus alianzas con los itálicos, Aníbal estaba obligado a prestarles ayuda. Los romanos asediaron a la ciudad que había hecho la defección más dolorosa: Capua. Aníbal acudió al rescate. Intentó hacerles levantar el asedio, cosa que consiguió en la primera intentona, pero tan pronto como se alejó, los romanos volvieron. Entonces, tuvo que idear algo nuevo.
Se dirigió hacia Roma, que él suponía mal defendida, para que los asediadores tuvieran que levantar el cerco e ir a por él. Acampó a unos 8 kilómetros de Roma. Al día siguiente de terminar el campamento, fue a inspeccionar las murallas y los mejores sitios para lanzar los asaltos, y tomó disposiciones par que sus tropas se prepararan.
Lo que de nuevo salvó a Roma fue que precisamente ese día terminaba el plazo para que se presentaran en la ciudad los nuevos reclutas de los alrededores, convocados por los cónsules Cneo Flavio y Publio Sulpicio. Así que se encontraron de súbito con numerosos defensores, aun bisoños, que salieron y formaron en el exterior de la ciudad, bloqueando la ruta de aproximación cartaginesa.
Consideró entonces el Bárquida que su caballería estaba demasiado mermada como para permitirle tomar ventaja en batalla y le protegiera en el asedio subsiguiente, así que decidió volverse a Capua a toda prisa. Claro, por el camino, dejó numerosas emboscadas, que cayeron sobre la avanzadilla romana que se lanzó en su persecución. Les obligó a pagar un alto precio por acosarlo. Y cuando llegó a Capua, obligó de nuevo a los romanos a retirarse tras atacarles por sorpresa en su propio campamento. Y con la misma, siguió avanzando hacia el sur y tomó Regio, la ciudad frente a Sicilia. Muchos botines tomó durante todo este periplo.
Pero su situación en Italia se fue haciendo insostenible. Ya no tenía la iniciativa, ni había grandes batallas que pudieran cambiar el sentido de la guerra. Los romanos aguardaban y daban golpes de mano donde Aníbal no llegaba sin gran esfuerzo. El general era consciente de eso, y no dejaba de enviar mensajes al senado cartaginés pidiendo más recursos. Pero todos se los negaron.
Cabe preguntarse por qué, cuando casi toda Italia estaba de su parte, no juntaron fuerzas y se lanzaron al asedio definitivo de Roma. Samnitas, tarentinos, sibaritas... Todos tendrían sus razones para tratar de destruir al anterior dominador de Italia. ¿Por qué no fue posible una estrategia como la de Cortés con sus aliados Tlaxcaltecas? Tal vez porque los aliados itálicos no confiaban del todo en Cartago. Su posición era cómoda, pues Aníbal luchaba por ellos y asumía los riesgos principales. Tal vez pecaran de conservadores y no quisieran cerrar la puerta ni a Roma ni a Cartago, observando quién de los dos terminaría imponiéndose. Porque Aníbal había tenido la oportunidad de eliminar a la ciudad del Tíber, y sin embargo, ahora veían que se fortalecía de nuevo.
En cualquier caso, aquello no ocurrió y Aníbal nunca podría tener la fuerza que tuvo después de Cannas. Cada año se debilitaba más, al contrario que sus enemigos.

La campaña africana
Con Asdrúbal fuera de la península, los íberos se pasaron en masa al bando romano. En los años siguientes, las ciudades y emporios que Cartago mantenía en la península, como Gadir o Kart Eia, fueron tomadas, y el último ejército cartaginés, el de Magón, fue derrotado por Escipión en la batalla de Ilipa. Magón se retiró por mar hasta las Baleares, y luego hacia Italia.
Hay que decir que ni Asdrúbal ni Magón llegaron a reunirse con su hermano. Asdrúbal fue sorprendido a su llegada a Italia a través de los Alpes, por un ejército al mando del cónsul Livio Salinator. En la batalla, el pobre Barca fue vencido y muerto, y su cabeza fue conservada y transportada hasta el sur de Italia, donde la arrojaron al campamento de Aníbal. Magón sí llegó a Italia, pero por el norte, y no pudo reunirse con Aníbal, pues el camino estaba cortado. Además, para entonces, los hechos de África determinaron la guerra.
En el 204 a.d.C., Escipión ya estaba en Sicilia, haciendo los preparativos para la campaña africana. Y como el astuto general que era, había enviado una fuerza de avanzada al mando de Cayo Lelio, que desembarcó en África, muy al oeste, en las tierras de la actual Argelia, y saqueó a placer los fértiles campos, tomando contacto con el enemigo solo en condiciones ventajosas. Pero, sobre todo, hubo un príncipe númida del reino occidental, llamado Masinisa, hijo de Gala, que había perdido su reino a manos de, entre otro, el rey de Numidida Oriental, Sífax, antiguo aliado de Cartago y que en Hispania, había cambiado de bando a favor de Roma. Masinisa vio su oportunidad junto a los romanos, y pasó a informar a Lelio que Cartago estaba pasando muchas penurias por su guerra con Sífax, que estaban muy debilitados, y que si Escipión se movía rápido, abatiría a su enemigo con facilidad.
Celtíberos contra legionarios.
Fuente: Fundación Rueda Solar
Mientras, Cartago reunió sus fuerzas y jugó de nuevo al juego de las alianzas. A través de Asdrúbal Giscón concertaron una nueva alianza. Para ello, Asdrúbal le entregó a su hija, Sofonisba, una mujer asombrosa de la que veremos que llegó a depender gran parte de la salvación de su ciudad. Sífax cambió de bando merced a los dones de Sofonisba, y esto dio nuevas esperanzas a la ciudad. Además, se enviaron nuevas tropas a Aníbal, con órdenes de atacar y hacer todo el daño posible, pues no querían que Escipión se embarcara hacia África, sino que los romanos decidieran enfrentarlo con Aníbal en Italia.
No obstante, Roma continuó con su plan, no cedieron a las provocaciones de Aníbal, y Escipión no fue enviado a Italia. Eso sí, su partida se vio retrasada debido a diversas rebeliones que tuvieron que aplacar en algunas ciudades aliadas, pero díscolas.
Fue a la primavera siguiente, en el 203 a.d.C, cuando Publio Cornelio Escipión llegó al fin a la tierra de la que tomaría el sobrenombre.
Lo primero que hizo, además de saquear y obtener grandes reservas de grano, fue atacar Útica y ponerle sitio. Por tierra y por mar, Escipión cerró su puño de hierro alrededor del principal aliado de Cartago, y los cartagineses dudaron entre traer a Aníbal de vuelta, pactar con los romanos o plantarles cara. No tenían confianza excesiva en Asdrúbal Giscón, a quien Escipión había derrotado anteriormente en Hispania. Pero he aquí que el senado, debido a que por aquel entonces tenía un cuerpo de cuatro mil mercenarios celtíberos, que por número y fiereza eran capaces de hacer frente a los romanos, decidieron seguir la guerra. En torno a aquella infantería construyeron un nuevo ejército con la caballería de Sífax a un flanco y nuevos escuadrones de caballería cartaginesa, de nueva leva, al otro.
Escipión había dejado algunas fuerzas en el asedio de Útica y había avanzado hacia Túnez y Cartago cuando se encontró con Giscón. Tras varios días de escaramuzas, los dos ejércitos se encontraron en lo que se llamaba las Grandes Llanuras. Escipión formó a sus legiones en el centro, a Masinisa y sus númidas frente a la caballería cartaginesa, y a la caballería romana frente a Sífax. Cuando se lanzaron al combate, la caballería del bando romano puso en fuga a los cartagineses en ambas alas, y la lucha quedó pendiente del centro. Allí, los valerosos celtíberos, conscientes de que no habría cuartel hacia ellos, ni lo pidieron ni lo dieron. Acabaron con la primera oleada, los princeps, pero cuando los hastati llegaron hasta el frente, ya estaban debilitados. Aun así no huyeron. Tardaron horas en matarlos a espada, uno a uno, y allí mismo, en el sitio donde habían luchado, cayeron. (por si algún wargamer dudó alguna vez de si los celtíberos luchaban en formación cerrada).
Sin embargo, aquellos mismos soldados vieron pasar poco después una flota cartaginesa, totalmente equipada, que se dirigía a Útica, a romper el asedio. Así que los agotados vencedores tuvieron que dar media vuelta a toda prisa.
La flota romana, al avistar a los cartagineses, improvisó una suerte de defensas enlazando cargos de carga, uniéndolos con maromas y pasarelas para luchar desde ellos, mientras las fuerzas principales se ponían a salvo, y sólo la timidez de los cartagineses, enterados de la derrota terrestre, les salvó de un desastre mayor. Aun así, los cartagineses capturaron la mayor parte de los cargueros, y con ellos se retiraron a Cartago. Pero Escipión salvó sus navíos de guerra, en franca inferioridad.
A continuación, los romanos se lanzaron a la persecución de Sífax, que se había retirado a su reino, con fuerzas dirigidas por Masinisa y Lelio, mientras Escipión tomaba Túnez y se preparaba par asediar Cartago. En su reino, Sífax reunió a toda prisa un gran contingente de caballería, y tomó incluso infantería a la que había estado preparando a modo de imitación de legionarios, y se lanzó a por Lelio y Masinisa, que devastaban su reino.
Fue una dura batalla, y llegado el momento decisivo, puesta en fuga la infantería africana, Sífax decidió entrar en combate con su escolta en una de las alas para dar un vuelco a los acontecimientos. Y quiso la fortuna que su caballo fuera herido, él cayera entre sus enemigos y fuera capturado. El viejo león de las montañas se vio así prisionero de Roma.
El rey de Numidia había acudido al combate con su familia, y entre ellos estaba su nueva esposa, Sofonisba. Tan pronto como se enteró de que Masinisa había derrotado a su esposo, le envió un mensaje, rogándole que se reuniera con ella y que la protegiera, que no dejara caer en manos romanas. Después de todo, era un rehén muy valioso, hija del principal general cartaginés en África. Masina se entrevistó con ella, obnubilado por tal mujer, le concedió su petición. Y cuando en frío, pensó qué hacer, volvió a la tienda y la tomó como esposa, pues creyó que Escipión no se atrevería a arrebatársela. Lo hizo allí mismo, ante los dioses e ídolos de Sífax, antes de que Lelio pudiera hacer nada, y antes de que Escipión se reuniera con ellos al día siguiente. Aquella noche la amó desesperadamente y el amanecer, y aun el destino de África, los descubrió enlazados, exhaustos y tristes.
La muerte de Sofonisba, por Gianbattista Pittoni
Pero Sofonisba era demasiado peligrosa al lado de Masinisa. Escipión debió de considerar que ella sola podría convencerlo para que se aliara con Cartago si aquel matrimonio seguía. A su llegada, llevó a Masinisa a su tienda y le exigió la entrega de la mujer. Y Masinisa cedió, pero advirtió al romano que no incumpliría su promesa.
Entró en la tienda donde ella estaba y entre lágrimas le contó lo que había ocurrido, y ante sus ojos preparó una copa llena de veneno, que le ofreció. Ella la tomó de su mano, y espetándole con desprecio que el destino de Cartago había estado a su alcance si hubiera querido, la bebió y al punto cayó muerta. Luego Masinisa cargó el cadáver en sus brazos, la dejó en la entrada de la tienda de Escipión y se retiró. No habló en varios días.
El final de la guerra
Aquella derrota convenció a Cartago para enviar una embajada a Roma a pedir la paz, mientras enviaban barcos a Aníbal y le ordenaban abandonar Italia y regresar a África. Aparentemente era un gesto a favor de la paz. En realidad, intentaban ganar tiempo negociando para que Aníbal organizara un ejército nuevo y derrotara a Escipión.
Aníbal abandonó Italia amargamente. Habían pasado dieciséis años desde que llegara a Italia. Catorce desde la batalla de Cannas. Todas sus peticiones de refuerzos a Cartago para destruir Roma habían sido denegadas, y ahora, los responsables de ello le ordenaban regresar a luchar desesperadamente por la supervivencia de su ciudad. Consiguió llevarse a sus lanceros africanos, los temibles veteranos de Aníbal, y a algunos itálicos. Los demás se quedaron en Italia, a seguir la lucha. Todos ellos murieron en los meses siguientes, muchos de ellos quemados vivos en el templo en el que se habían acogido a sagrado.
Escipión ya estaba cercando Cartago cuando Aníbal desembarcó. Los sufetes se las habían apañado para reunir más mercenarios mientras: macedonios, celtas, ligures, númidas... Hasta ochenta elefantes pusieron a su disposición. Con la mitad de lo que habían gastado en aquel último ejército, Aníbal podría haber acabado con Roma.
Escipión y Aníbal, frente a frente. Por Peter Dennings.
Aníbal avanzó hasta la llanura de Zama, donde Escipión le aguardaba. En la distancia se veían los muros de Cartago. Entonces, ambos generales tuvieron un encuentro que quedaría para la historia. Hablaron del destino, de los reveses de la fortuna, de la paz y de la guerra. De la sabiduría y de la fuerza. Las palabras que en realidad se dijeron se perdieron en el ardiente viento de África, pero cuando se separaron, fue para dirigir las últimas arengas a sus tropas y lanzarse al combate.
Aníbal habló a cada tropa en su idioma, diciendo las palabras que cada uno precisaba. Conocía a muchos de aquellos hombres por sus nombres y sus hazañas, y las proclamaba en voz alta ante el resto de sus escuadrones. A los cartagineses, les señaló los muros de su patria. A los que odiaban a los romanos, les recordó sus razones para hacerlo. Colocó entonces los elefantes delante de las tropas, a su caballería en ambas alas. Su centro de infantería lo organizó en tres líneas. La primera, las tropas auxiliares de ligures y celtas, los menos sólidos. Tras ellos, los lanceros cartagineses y las falanges mercenarias de Macedonia. La tercera, la reserva, sus temibles veteranos de la campaña de Italia. En ellos confiaba para la victoria final.
Escipión había interiorizado perfectamente la doctrina de Aníbal. Por ello se había esforzado en superar en caballería las alas cartaginesas. Masisinia y sus númidas se pusieron a un lado y la caballería romana en el otro. Sus legiones estaban en el centro, formando también en tres filas: hastati, princeps y triarios. Los primeros manípulos dejaron grandes espacios, protegidos por los velites, para dirigir a los elefantes entre ellos sin que hicieran daño.
Estampida de elefantes contra sus propias líneas.
La batalla comenzó con la terrible carga de los elefantes hacia los romanos, y ahí se destacaron los velites, que los rodearon y no dejaron de agobiarlos con proyectiles, hasta que estos entraron en estampida, dieron media vuelta y cayeron sobre los propios cartagineses. La caballería púnica de Aníbal se vio desordenada por estos elefantes, y así Lelio, al frente de la caballería romana, aprovechó y cayó sobre ellos, poniéndolos en fuga. En el otro flanco, Masinisa también puso en fuga a los mercenarios númidas de Aníbal, que vio así su infantería desprotegida. Entonces, con un gran rugido, se lanzaron al combate ambas líneas.
Asalto a la segunda línea de Aníbal. Por Peter Dennis.
La primera línea de Aníbal cedió rápido, y retrocedió deshecha. Los legionarios se abrieron paso así contra la segunda línea de Aníbal, que ya presentó una resistencia considerable, y fue entonces cuando Aníbal movilizó sus reservas y llevó a sus veteranos al combate.
Pero entonces, Lelio y Masinisa, que habían perseguido a la caballería enemiga, regresaron y encerraron a Aníbal por la retaguardia. Era el modo de batalla de Aníbal. Escipión lo había vuelto contra él mismo.
Aníbal escapó por los pelos con una pequeña escolta y entró en Cartago tras treinta y seis años fuera. Había sido derrotado. Aquella era la última esperanza, y ya no quedaba sino reconocer la derrota y pedir la paz. Y eso hicieron.
Las condiciones de Roma fueron durísimas, y Cartago no tuvo más remedio que aceptar: compensaciones de guerra, limitaciones al tamaño de su flota, renuncia a todos sus territorios, incluso los africanos, y lo más doloroso: la pérdida del derecho a la propia defensa. Cartago no podía defenderse de ningún enemigo sin permiso de Roma. Y esto, junto a la instauración de Masinisa al frente del reino vasallo de Numidia, provocaría un enorme sufrimiento a la ciudad, y a la larga, provocaría la última guerra final entre Roma y Cartago. Pero eso, amigos, es otra historia.

FIN


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