martes, 26 de septiembre de 2017

La conquista de México, parte I

Saludos. Si alguna vez han existido historias que han superado con mucho los límites de la imaginación, la conquista d México es sin duda una de ellas. Si alguna vez alguien vivió una aventura en tierras lejanas, con ciudades prodigiosas; terribles batallas; oro, inmensas cantidades de oro y otros tesoros que hacen perder el alma, el honor, la prudencia y aun la vida, fueron sin duda Hernán Cortés y los hombres que le acompañaron a Culúa, el asombroso país de los mexicas. Acompañadme pues, lectores, a contemplar la grandeza del mundo perdido de los aztecas y de los hombres, pocos pero terribles, que los conquistaron, y a ver nacer un nuevo mundo sobre las cenizas de la tragedia y la gloria de aquellos años,  pues caras son de la misma moneda.
Cortés... El destino se arremolinaba alrededor de sus pasos como hojas secas arrastradas por el viento. Había nacido en una era asombrosa en la que sus reyes se habían convertido en el mayor poder del Viejo Mundo y uno nuevo había sido encontrado, pero no descubierto. Era un hombre para una nueva época. O tal vez, fue una  nueva época para un hombre como él. Natural de Medellín y natural de una familia de la baja nobleza, podemos imaginar a un joven Hernán enfebrecido con las noticias que llegaban de aquella tierra al otro lado del mar y de sus sueños, donde un corazón valeroso, un brazo fuerte y una mente despierta podrían tal vez proporcionar lo que en su tierra solo era accesible por nacimiento. Su familia pudo pagarle algunos estudios en Salamanca, pero ¿cómo contener su espíritu en aquellas aulas más de dos años? ¿Cómo domeñar sus ansias de aventuras con legajos y largas horas de estudio, cuando bajo los pergaminos y pliegos escondería las obras de otros como él, tal vez Julio César, Jenofonte o Polibio, para leerlas sin que sus maestros se dieron cuenta.
Era altivo Cortés, y valiente y bien plantado. Lengua y espada tenía bien afiladas, y si con la segunda era hábil, con la primera era dos veces peligroso, pues en uno de sus filos sabía poner palabras agudas como puñales y en el otro, dulces y lisonjeras, que igual inflamaban el espíritu de sus amigos y compañeros de armas que el corazón de las mujeres.
Al final, tras sólo dos cursos en la villa salmantina, algún tiempo trabajando de escribano y un intento fallido de marchar con el Gran Capitán a las guerras de Italia, en 1506 se embarcó finalmente hacia el Nuevo Mundo, a la isla Fernandina o Cuba, como comenzaba a ser llamada, a ponerse al servicio de Diego de Velazquez, a la sazón Teniente Almirante de dicha colonia.

Mientras, más o menos en los mismos días en los que el joven Cortés llegaba a Salamanca, en las altas tierras del Anahuac, en el lago protegido por las montañas sagradas, el Popocatépetl y el Itzaccihuatl humeaban, el pájaro zenzotle cantaba con sus cuatrocientas voces y Huitzilopochli, el dios de los aztecas, sonreía complacido en el cielo y bebía la sangre de las víctimas que se le ofrecían, pues un nuevo Huey Tlatoani,  un Gran Rey Sacerdote era elegido para proseguir la gloriosa era de los mexicas, señores del mundo, cuyas tierras llegaban de un océano a otro. Se llamaba Moctezuma Xocoyotzin, hijo de Axayactl e Izelcoatzin, hija Nezahualcóyotl,  el rey poeta  de Texcoco. Era sabio en cuestiones de la guerra, pues había dirigido a los ejércitos del Tlatoani anterior, pero también había estudiado a los sabios del pasado y la historia de su pueblo, pues su cometido no era solo preservar el orden en su reino y las provincias tributarias. También, al adquirir los atributos divinos de Tlatoani, debía cuidar el orden del cielo. Conocía bien la épica de su pueblo. Originarios de la mítica ciudad de Atzlán, los mexicas, junto a otros siete pueblos, siguiendo el dictado del dios Huitzilopochli, comenzaron una larga emigración desde el norte, casi trescientos años atrás. El algún momento, Huitzilopochli les envió una señal o un prodigio que les convenció de que debían separarse de los demás. Fue entonces cuando su primer Tlatoani recibió del propio dios el atlatl, ordenándoles así tomar el camino de la guerra para conseguirle sangre y corazones.



Fragmento de la Tira de la Peregrinación. Los mexicas derrotados
ante del rey de Colhua .

Siguieron su camino, año tras año. Todos fueron cuidadosamente registrados. Se asentaban unos años y luego seguían. Del pueblo de Chalco aprendieron el arte de la agricultura, pero tras veinte años, siguieron hacia el sur, hasta llegar al valle del lago. En sus orillas, en el bosque de Chapultepec, se asentaron y comenzaron a guerrear con los pueblos vecinos. Por aquel entonces el valle estaba dividido en numerosas ciudades-estado sobre las que imperaba una Triple Alianza entre Cohuatlichán, Texcoco y el último reducto de los toltecas, la poderosa Colhuacán, heredera de la grandeza de la extinta Teotihuacán.
Teotihuacán. Pirámide de la Luna.
Los colhúas derrotaron a los recién llegados y los expulsaron de los bosques, pero algo vieron en ellos, pues eran fieros guerreros, y pensaron que serían útiles tenerlos de su lado en las guerras del valle. Así fueron invitados a Colhúa, donde se les asignó un barrio, y entraron así en contacto con la estirpe más distinguida de los pueblos del valle. De los colhúas, los mexicas aprendieron los modos imperiales y ennoblecieron sus costumbres. Absorbieron su cultura y decidieron escribir su historia.
El cuidadoso registro del pasado
Años después estalló una violenta guerra contra Xochimilco. Coxcox, el Tlatoani de Colhuacán, siendo consciente del poderío y la influencia creciente de los mexicas, que aspiraban a tener más parcelas de poder, los lanzó a la guerra con la promesa de darles más libertades si acababan con los enemigos. Lucharon en los lugares más peligrosos, pues Coxcox casi prefería deshacerse de ellos, pero allí donde nadie hubiera triunfado, los mexicas vencieron, y le entregaron  sacos llenos de miembros cortados de los jefes enemigos. Obligado, les permitió salir de la ciudad y gobernarse a sí mismos, y entonces, Huitzilopochli les envió una  nueva señal: un águila capturando una serpiente bajo un nopal en un pequeño islote en el lago. Así les indicó que era allí donde debían construir una ciudad y templos para honrarle. Así se fundó Tenochtitlán, en el lago en cuyas orillas estaban las demás ciudades. Una ciudad prácticamente inexpugnable para los modos de guerra de sus rivales. Una ciudad construida al modo de Colhuacán, y aun mejorada. En ella pusieron toda su sabiduría, arte e ingenio. La adornaron con hermosos templos, y ganaron tierra al lago construyendo las ingeniosas y fértiles chinampas. Un acueducto fue construido desde el bosque de Chapultepec hasta la ciudad para abastecerla de agua dulce. Faltaban doscientos años todavía para que Cortés llegara hasta ella.
Colhuacán estaba condenada. Años después, los mexicas los derrotaron con ayuda de Texcoco, y el equilibrio de poderes cambió de nuevo. La Triple Alianza se refundó con Tenochtitlán, Textoco y los tepanecas de Tlacolpán. Aquella alianza formó el imperio azteca, y de ellas, Tenochtitlán no tardó en alzarse con la principalía. Pero aquella tierra mantuvo el nombre de Colhúa, pues aquello unía a los aztecas con la gloria del pasado.

Siendo Moctezuma el Huey Tlatoani, los aztecas conquistaron Achiotlan, Huexotzinca, Chichihualtacán, Alotepec y otros señoríos y estados que les permitieron aislar a su gran enemigo, Tlaxcalan, que desde entonces vivieron rodeados por tierras del imperio azteca. Construyeron estos fuertes murallas, pues muy fieros y muy decididos era el pueblo tlaxcalteca, y Moctezuma tuvo que aguardar y presionar para debilitarlos poco a poco, mientras sus dominios seguían creciendo en todas direcciones.
Un día, una columna de fuego apareció en el cielo, y Moctezuma Xocoyotzin enmudeció  mientras la miraba. Y recordó las extrañas profecías que recitaban los sacerdotes de Quetzalcóatl, el dios que tomaron de los colhúas, que estos tomaron a su vez de Teotihuacán. ¿Sería aquella la venganza de los viejos dioses toltecas? Y se acordó también del lúgubre canto de la Llorona, que plañía por la muerte de los aztecas. Y la semilla de una inquietud se enterró en su pecho, donde comenzó a crecer alrededor de su corazón, como hiedra asfixiante.


Trece años pasó Cortés en Cuba. Los primeros le dejaron un buen recuerdo, pues mucho se combatía con los indios de la isla, y Velázquez confiaba en él. Hasta le entregó a su sobrina en matrimonio. Pero poco después llegó el hastío, y de nuevo sintió aquella picazón en su pecho. Dos expediciones vio organizar a Diego de Velázquez con barcos, hombres y mercancías para explorar aquellos mares y rescatar oro, negociando con las tribus que pudieran encontrar. Poco fue el que trajeron, pues los pueblos de la costa guerrearon más que negociaron. Descubrieron sin embargo que aquellas tierras del oeste no eran islas, sino un gran continente, donde había distintas tribus, pero también ciudades. Aquello le enfebrecía, y un nuevo deseo se apoderó de él.
Diego de Velázquez organizó una más, pero esta vez buscó organizar una mayor, con diez naves al menos. Por entonces Cortés ya había reunido capital y aportó más de la mitad de los recursos. Fue designado como capitán de la expedición. Sin embargo, su arrollador carácter pronto se hizo notar, y no faltó quien habló con malicia a Velázquez, con tanta insistencia que lleó a enviar hombres para detenerle. Pero el futuro gobernador de Nueva España les convenció para unirse a su bando, y zarpó de noche sin que nadie pudiera detenerle. En su bolsillo llevaba los poderes que le diera Diego de Velázquez, como un tesoro, pues eran los documentos que daban base legal a todo lo que pretendía hacer.
Hablemos de la tripulación de esos barcos. Las órdenes que tenía eran rescatar oro, es decir, intercambiarlo con los indígenas que pudiera encontrar a cambio de cuentas de vidrio y prendas de buen tejido. Las expediciones anteriores habían acabado sin mucho éxito debido a la respuesta agresiva de los nativos. En esta ocasión, la expedición había sido concebida para poder hacer frente a dicha amenaza y forzar el intercambio.  Por ello había embarcados cuatrocientos infantes bien armados con espadas, mosquetes y ballestas y buenas piezas de armadura, e incluso se enrolaron dieciséis jinetes con equipo completo. Pero Cortés estaba convencido de que con semejante fuerza podría hacer mucho más.
Había entre estos soldados miembros de la baja nobleza, no pocos hijosdalgo y mucha gente humilde, todos en busca de fortuna en el Nuevo Mundo, quizá desencantados con lo que habían encontrado en la isla Fernandina, donde su suerte no había mejorado mucho. No pocos tenían experiencia en la guerra, pues los reyes de Castilla y Aragón y sus descendientes no habían conocido  ni un año sin guerras. Pero también había escribanos y secretaros y notarios reales, pues la expedición había sido concebida de acuerdo a una estricta legalidad, si aquello significaba algo en tan remoto lugar. Sin embargo, aquel era un detalle al que Hernán Cortés prestó mucha atención.
Iban también en aquellas naves pilotos y hombres de las expediciones anteriores. Entre ellos había uno al que Cortés jamás llegó a conocer con detalle, un tal Bernal Díaz del Castillo. Gran parte de lo que sabemos hoy de aquellos días se lo debemos a las plumas y talento de ellos dos.


A su debido tiempo, la flota llegó primero a la isla de Cozumel donde, a pesar de las dificultades, consiguió que aceptaran ser vasallos del Emperador Carlos. Estos indios le dieron noticias de algunos españoles que habían naufragado en las expediciones anteriores, y que languidecían como esclavos de algunos caciques del continente. Fueron los indios a buscarlos, y unos días después apareció ante los españoles un tal Jerónimo de Aguilar, con apariencia tan mudada que de no haber hablado, no habrían podido darse cuenta de su origen. Fue él el que les contó la historia de los náufragos y de cómo fueron sacrificados a los extraños dioses de aquella tierra, hasta que sólo quedaron él y otro más, que se había convertido en capitán de guerra del cacique, tenía mujer e hijos, y no quería saber nada más de su pasado. Fue gracias a Jerónimo de Aguilar que Cortés se enteró de muchas noticias de tierra adentro, del gran señor al que llamaban Moctezuma, y de su  reino en el país llamado Culúa.  Y puesto que conocía la lengua maya perfectamente, hizo de intérprete para el resto de la expedición.
Prosiguieron el viaje hacia el continente por la costa norte de Yucatán, hacia la desembocadura del río Grijalba, mientras Cortés hacía planes con la nueva información que tenía. Hubo intentos de comerciar, pero todas los encuentros terminaron con hostilidad. En uno de aquellos encuentros rescató a unas muchachas, una de las cuales sería fundamental en su expedición: Malinali. De familia noble, estuvo a punto de ser entregada a sacrificio. Hablaba náhuatl, la lengua de los aztecas, y maya, por lo que se podía entender con Aguilar y por ende, con Cortés. Malinali fue bautizada como doña Marina, pero los indios la llamaron "Malitzin", de donde viene el nombre "Malinche".
Malintzin, o Doña Marina, desde que se encontraron, siempre se mantuvo
junto a Cortés.
Poco después cuando subieron por el río en lanchas y una tribu no les permitió desembarcar. Cortés leyó el Requerimiento Real, solicitando el vasallaje voluntario a Carlos, y Aguilar lo tradujo, pero respondieron con más flechas, y el capitán, habiendo cumplido el requisito del Consejo de Indias, se vio autorizado para abrir fuego y darles guerra.
En primera instancia, los indios parecieron rendirse y aceptar el requerimiento, pero huyeron y dejaron sin alimentos a los españoles, mientras reunían tropas de otros territorios cercanos. Tras tres días, varios miles de indios se lanzaron contra ellos.
Aquella fue la primera batalla campal de Cortés, donde puso a prueba sus mejores tácticas  y equipo contra ejércitos muy superiores en número.. Allí los mosquetes, el acero y el acertado uso sorpresivo de la caballería, le dieron la victoria, y los indios se rindieron y acataron así a su nuevo señor. Le suplicaron perdón y explicaron que hasta entonces habían sido súbditos del señor de Culúa, que habitaba en la ciudad de lago.
Lectura del Requerimiento.

Entonces, el capitán terminó de perfilar su plan. Siguió hacia el norte y fundó la primera ciudad cristiana del continente, la Rica Villa de la Vera Cruz, a pesar de no tener poderes para hacerlo. Pero lo hizo, y con el cabildo constituido según la ley que tan bien conocía, les entregó los poderes que tenía. Lo astuto de la jugada fue que si bien Velázquez no le había dado poderes para penetrar en el continente, el cabildo sí podía actuar en nombre del Emperador. Y el cabildo dio poderes a Cortés para iniciar la conquista, puesto que los aztecas eran ahora enemigos de sus nuevos aliados. Y aunque todo esto estaba sujeto a la aprobación del Emperador y un barco fue enviado con las cartas y dos emisarios para presentar el asunto en la Corte,  tardaría meses en volver, dando tiempo al capitán para proseguir sus planes. Aquel barco llevaba la primera "Carta  de Relación" de Cortés al Emperador, ahora perdida, así como la presentación del cabildo de Veracruz, aderezado con un tesoro nada despreciable, perfectamente catalogado en los documentos del Cabildo, que sí ha llegado a nosotros.

Después, Cortés dejó una guarnición en Veracruz, y zarpó con los barcos que le quedaban. Dio con ellos al través cuando desembarcó para que nadie pensara en el retorno, se encomendó a Dios, y comenzó su ascensión hacia el país de los aztecas, la misteriosa Culúa, donde había un rey que vivía en un lago, con objeto, como él mismo escribió a Carlos I en su segunda carta, de capturarlo, matarlo o bien hacerlo súbdito del Emperador.

LA CONQUISTA DE MÉXICO EN LOS WARGAMES
En DBA,  la lista que representa al imperio azteca es la IV/63. Se trata de una lista de alta agresividad, 3, compuesta únicamente por infantería, pues los caballos eran desconocidos en América antes de la llegada de los españoles. El general es 4Bd, que con guerreros Jaguar, la élite guerrera de los aztecas. Se trataba de un culto de guerreros cuyo templo se encontraba en la ladera de los volcanes. Hay dos peanas más de guerreros jaguar. Luego hay 1 peana de 4Wb y 5 de 5 Wb, que representan a los feroces guerreros aztecas, y una última peana que pueden ser más Wb, Ps o bien arqueros mercenarios. Es un ejército vistoso y con un buen trabajo de pintura, espectacular.
DBA de hecho propone una interesante campaña llamada "imperio azteca", en la que se muestras sus grandes enemigos, que también están listados:
Guerreo del Culto del Jaguar/Águila
a) Tlaxcala, el gran rival, con la lista IV/19 (tarascos y toltecas-chichimecas). Se trata de una lista con un núcleo de 3 peanas 4 Bd, como los aztecas, y el resto arqueros, y una peana de Ps con otra opcional de Ps, Bw o Wb.
b) El rival que no cita, Colhua, representado también por esa lista, puesto que representa a los toltecas-chichimecas con la opción Wb.

En DBM, Barker y Bodley Scott consiguieron meter la opción de aliados españoles en la lista de Tlaxcala, pero lo veremos en el próximo artículo. Y en la de Aztecas detallaron un poco más, encontrando tropas en plan Bd(I) más que Wb.

En AdlG, la lista azteca es la 272. Se trata de un ejército de muy alto mando, +5. Se compone de un núcleo reducido de guerreros del culto del Jaguar y algunas tropas más de choque, pero el núcleo mayoritario está formad por infantería media con jabalina (atlatl), y no tanto de comportamiento impetuoso como proponían DBA.

Enlace a la segunda parte