lunes, 26 de agosto de 2019

La Segunda Guerra Púnica, parte III. Aníbal a las puertas

Saludos. Habíamos dejado a Aníbal victorioso tras el encuentro de Tesino y a Publio Cornelio Escipión senior lamiéndose las heridas mientras se retiraba a un entorno donde esperaba estar más protegido, esperando a que el ejército de Tiberio Sempronio se reuniera con él en las proximidades del río Trevia.
Antes de seguir, tenemos que entender los problemas a los que se enfrentaba Aníbal. El general cartaginés había concebido un audaz plan para invadir Italia por tierra, llevando elefantes a través de los Alpes, y lo había conseguido. Su estrategia había sido, por lo tanto, llevar la guerra hasta el país de los romanos. Pero ahora ya estaba allí y necesitaba convertir esa estrategia general en acciones tácticas, prácticas y contundentes, pues que sabía que, si bien el apoyo galo era importante, estos eran volátiles y la inacción o la derrota los llevaría a desertar. Una ven en Italia, Aníbal no tenía un plan completamente desarrollado, como sí lo tenía al cruzar los Alpes. A partir de ese momento debía improvisar, reaccionar a las oportunidades que fueran saliendo para derrotar a los romanos y, sobret odo, hacerlo lo más rápido posible. Por eso, lo que encontraréis a continuación es el relato de una de las campañas más asombrosas de la Historia. Aníbal necesitaba ser asombroso.

Batalla de Trevia
Cuando Tiberio Sempronio llegó donde Escipión, unos galos de lealtad dudosa, le pidieron ayuda en contra de Aníbal. Envió entonces una avanzadilla que se encontró con otra avanzadilla cartaginesa, lucharon y la pusieron en fuga, persiguiéndola hasta su campamento. Aníbal retuvo a sus tropas sin dejarlas salir a pesar de que la vanguardia de Tiberio había quedado muy cerca tras la persecución.No quería entrar en batalla sin un plan que le asegurara la victoria. Sempronio aprovechó la aparente cobardía enemiga, así como la baja de Escipión, para intentar llevarse la gloria de la primera victoria contra Cartago en esta guerra. El cartaginés supo leer bien las intenciones de Escipión en las patrullas y posiciones que tomaba el ejército de Sempronio, que acampó cerca, al otro lado del río, tras llegar a las posiciones adquiridas por la vanguardia, y necesitado también de un golpe de mano, planeó la batalla para el día siguiente.
Había una llanura entre ambos campamentos, junto al río Trevia, muy despejada, por la que circulaba un riachuelo en cuya ribera crecían grandes zarzas y otras plantas muy tupidas. Esa noche emboscó allí cien jinetes y otros tantos guerreros de infantería ligera. Si la lucha tenía lugar donde él quería, el riachuelo quedaría a la retaguardia romana.
Despliegue inicial. Fuente: Autor
Por la mañana, muy temprano, antes de que los romanos desayunaran, Aníbal envió a los númidas a acosar el campamento enemigo. Sempronio respondió enviando a su propia caballería y a los velites, su infantería ligera. Mientras, los cartagineses salieron a campo abierto y formaron su infantería pesada. Sempronio tuvo que sacar así a sus legiones, que tuvieron así que cruzar el río Trevia, ateridos de frío y sin haber comido.
Las escaramuzas iniciales terminaron. Aníbal había desplegado toda su infantería pesada en el centro y diez mil jinetes repartidos en las dos alas, con los elefantes entre ellos.
Los romanos formaron como siempre, con las legiones en el centro y sus caballerías en las alas. Su infantería ligera formaba delante, pero habían sido los primeros en entrar en combate por la mañana y no tenían muchos proyectiles ni energías. Tras los encuentros de las ligeras, las infanterías pesadas chocaron.
Los frentes chocan.Las alas de caballería chocan
 en los flancos. Fuente: Autor
Entonces Aníbal puso en fuga a la caballería romana en ambas alas enemigas, pues entre los elefantes y sus jinetes, tenía superioridad manifiesta. Después, mientras algunos escuadrones perseguían a la caballería en fuga, el resto atacaron el flanco de la infantería romana, que comenzó a pasarlo verdaderamente mal. Y en ese momento, salieron las tropas embocadas y atacaron por la línea de retaguardia. Así dejó totalmente rodeado a los romanos.
Estos no cedieron rápido. El frente romano que luchaba contra los galos, venció a estos y los puso en fuga, y pasaron a liderar una retirada ordenada, sometidos un acoso continuo que les costó muchas vidas. La caballería puesta en fuga fue diezmada al intentar cruzar el río, por su parte. Al final solo unos pocos llegaron a Placentia, haciendo gala de una extraordinaria resistencia y moral. Pero el camino desde el campo de batalla hasta allí estaba sembrado de cadáveres.
La caballería cartaginesa pone en fuga a la romana. Una parte
los persigue, y otra  carga contra los flancos. Las tropas
emboscadas atacan la retaguardia romana. Fuente: Autor.
Aníbal estaba satisfecho. Había tenido bajas, pero casi todas eran galos, a los que podía reponer sin problemas. Sus íberos y africanos no se habían portado brillantemente. Eso sí, Trevia fue la última batalla en la que pudo usar elefantes. Ese invierno se le murieron todos menos uno.
Los romanos regañaron a Sempronio. Tomaron más medidas, reforzando posiciones. Cneo Emilio y Cayo Flaminio fueron nombrados nuevos cónsules, y estos enviaron refuerzos a Sicilia y Cerdeña, porque temían que Cartago, aunque no tuviera barcos, no podían confiarse en ningún punto.
La sangrienta persecución en el paso del Trevia. Angus Mcbride
Mientras en Hispania...
Cneo Cornelio, nombrado por su hermano comandante de la flota, costeó el sur de la Galia y al fin desembarcó en Ampurias. La llegada de este general, en el 218 a.d.C., marca la entrada de Hispania en la esfera de Roma. Pusieron el pie en la orilla y sería para siempre.
Cneo se dedicó a atraerse a los pueblos íberos al norte del Ebro, conquistando a los que se le resistían. El general Hannón, designado por Aníbal para controlar esta región, le plantó batalla pero fue derrotado. Su rico bagaje, que tenía como objeto equipar futuros refuerzos para Aníbal, cayó así en manos romanas.

Cneo Cornelio desembarca en Hispania. 

Asdrúbal acudió en ayuda de Hannón desde el sur. Cruzó el Ebro y descubrió que los romanos habían desprotegido su flota, así que se lanzó por sorpresa por tierra y la destruyó. Luego volvió a cruzar el Ebro hacia el sur y comenzó a tomar posiciones para contener a los romanos en la ribera sur. El encuentro inicial fue un empate táctico, pero estratégicamente, Cneo había cortado el camino para enviar refuerzos por tierra a Aníbal.
Cneo invernó en Tarraco, mientras Aníbal veía morir a sus elefantes durante el frío invierno y Publio Cornelio se lamía las heridas en Placentia.

Invasión de Etruria y batalla de Trasimeno.
Al verano siguiente, el cónsul Flaminio avanzó y se plantó en Etruria, esperando bloquear a Aníbal. Pero este, que ansiaba abandonar el territorio galo para que estos no se quejaran, y pudieran también tener acceso a botines romanos, encontró un camino secreto directo para invadir la Etruria a través de unos pantanos. Un camino ignorado y despreciado por los romanos, porque nadie en su sano juicio podría pensar en atravesar ese paso con un ejército..
En verdad fue una parcha penosa, y se dice que Aníbal cruzó los pantanos a lomos de su último elefante, lo que no le sirvió para evitar una penosa infección en un ojo que terminó por dejarle tuerto. Sus tropas sufrieron lo indecible. Durante tres días y noches avanzaron sin poder detenerse, pues no tenían dónde dormir,salvo sobre los cadáveres de alguna acémila que cayera muerta de agotamiento. Los galos no dieron media vuelta y huyeron porque Aníbal había tenido la precaución de cerrar la marcha con su caballería cartaginesa.
Al final salieron de los pantanos e invadieron Etruria más allá de la posición que tenía Flaminio. Aníbal quería dar la impresión de despreciar su amenaza, pues se había informado sobre el carácter del cónsul. Supo que no tenía mucha experiencia militar y que ansiaba sobre todo la popularidad y el prestigio que le proporcionaría vencer a los cartagineses. Y Aníbal acertó. Cayo Flaminio lanzó su ejército a perseguir a Aníbal sin aguardar las fuerzas que Cayo Servilio tenía en Rímini, bloqueando otras de las posibles salidas de Aníbal hacia el sur. Flaminio quería toda la gloria para él. He aquí otro gran ejemplo de por qué Aníbal era mucho más que un gran general: para él, el carácter de sus oponentes era un factor estratégico más a usar según sus intereses. Era, después de todo, un fenicio.
Aníbal dirigió sus tropas al lago Trasimeno. Era este un lago que cerraba el paso a un desfiladero. Sólo había un estrecho camino que bordeaba el lago y permitía entrar en el angosto valle. El Bárquida pasó por el camino y, una vez en el desfiladero, ocultó sus tropas por las laderas, confiado en que Flaminio lo seguiría. Ya había usado emboscadas en Trevia, pero en Trasimeno, Aníbal emboscó con todo su jodido ejército.
Las tropas emboscadas en las laderas caen sobre
la larga columna romana, que marchaba bordeando
el lago. Fuente: Autor.
Sus tropas aguardaron escondidos toda la noche. A la mañana siguiente, muy temprano, Flaminio ordenó marchar por aquel camino y penetrar en el desfiladero. Y he aquí la genialidad del cartaginés: no reveló la emboscada hasta que la larga columna romana estuvo totalmente dentro del desfiladero. Entonces, sin espacio para maniobrar, en una zona en la que unos pocos podrían estorbar a miles, el ejército cartaginés cayó sobre ellos con un enorme rugido.
Polibio cuenta que aquella fue una mañana neblinosa, y las columnas romanas no podían verse unas a otras a lo largo del camino. Cuando los íberos, galos y libios cayeron sobre ellos, ningún romano podía saber qué estaba pasando. Sin poder apoyarse, ni maniobrar, allí cayeron más de quince mil legionarios a espada o ahogados en el lago. Fieles a su doctrina, la mayoría de legionarios no huyó. Se mantuvo en su posición, pero sin formaciones ni órdenes ni organización, los feroces soldados de Aníbal acabaron con ellos.
La agonía romana en Trasimeno. Fuente: Tuscanyumbria
Fue una derrota humillante y sangrienta. Y mientras los victoriosos mercenarios de Cartago aun despojaban los cadáveres romanos, Aníbal supo de la avanzadilla que había enviado Sempronio. Los emboscó con su propia caballería, y en la sorpresa y persecución, acabó con la mitad de la avanzadilla. El desastre para los romanos, tras perder a un ejército consular y la caballería del segundo, fue total.

Comienza el Giro d´Italia
Aníbal no avanzó hacia Roma en aquella ocasión. Sabía que sus hombres habían pasado muchas penurias. Los caballos estaban también maltrechos. Así que se dirigió a la costa del Adriático. SE asentó en una rica región y aprovechó para reponer fuerzas, mandar mensajes a Cartago, repartir botines, reequipar sus tropas con el equipo romano capturado, etc.
En Roma, aterrados por las pérdidas sufridas, nombraron un dictador, un cónsul único con plenos poderes. Hablamos de Quinto Fabio Máximo. Y este adoptó una estrategia nueva por la que le llamarían el «Procrastinador». ¿Recordáis cuando en «Astérix en Britania», César decide atacar a los britanos sólo de viernes a domingo, aprovechando su descanso? Pues Quinto Fabio plantea algo parecido: si Aníbal vence siempre en batalla, no lucharán más batallas. Así de simple.
Tomó el mando de cuatro legiones y se dedicó a seguir a Aníbal de cerca, pero sin abandonar el terreno escarpado, evitando los llanos donde pudieran forzarle a plantar batalla. Se limitaría a esperar una buena oportunidad, o a atacar a las partidas de forrajeadores... El tiempo corría a favor de Quinto Fabio, siempre bien abastecido Si véis en un mapa la cordillera de los Apeninos, sus laderas les permitieron seguir la ruta de Aníbal por toda la zona costera, desde el Adríatico hasta el Mar Tirreno.
En primera instancia, Aníbal quedó perplejo. Él fue moviendo su ejército hacia el sur, saqueando, tomando ciudades, aumentando su enorme y rico botín, mientras los romanos se dedicaban a observarlo desde lo lejos. Se paseó impunemente hasta la punta Yapigia, llamando a las ciudades aliadas de Roma a levantarse contra la ciudad del Tíber. Rebasó el lado este de los Apeninos y entró en Campania y el país de los samnitas, hasta llegar a Capua. Aquellas tierras eran el corazón de la riqueza de Roma, y su saqueo era especialmente doloroso para Roma. Pero ni aun así, Quinto Fabio consintió en ceder a las provocaciones de Aníbal. Esto le supuso enormes críticas por parte de su propia ciudad.
El ejército de Aníbal en Capua. Fuente: Total War Wiki
Pero Quinto no cedió. Nótese que algo así sólo puede ser gestionado por un político que considere que su éxito no es permanecer en su puesto, sino cumplir con la obligación que le había impuesto la ciudad al darle los poderes de dictador. La popularidad de Quinto Fabio durante aquellas semanas bajó al fondo de la Cloaca Máxima, pero él estaba seguro de su estrategia, y no cedió.
Sin embargo, Quinto Fabio tenía un segundo, llamado Marco Minucio. Aunque era leal, Minucio no tenía la entereza ni el estoicismo de Quinto. Él sí veía su «hombría», su «honor» en peligro. Las humillaciones a las que les sometían los cartagineses le escocían de forma intolerable. Y llegó el día en que Quinto Fabio tuvo que regresar a Roma, y dejó a Marco Minucio al mando...

Hispania
Al comenzar el verano, Asdrúbal equipó sus cuarenta naves, preparó su ejército terrestre y avanzó con todo hacia el norte. Cneo Cornelio tuvo conocimiento de ello gracias a sus informadores íberos. Consciente de las muchas tropas de Asdrúbal, decidió rehuir batalla terrestre y combatir con su flota. Embarcó muchos soldados y se lanzó contra ellos antes de que los cartagineses cruzaran el Ebro.
Fueron las embarcaciones de Masilia las que avistaron a la flota cartaginesa. Así salió Cneo a dar batalla naval. El combate tuvo lugar en algún punto frente al delta del Ebro. Tras mucho tiempo de combate igualado, los cartagineses fueron finalmente puestos en fuga. Cometieron además el error de huir hacia tierra, dejando los barcos en la orilla y saltando a las playas, para unirse al ejército terrestre. Cneo sólo tuvo que acercarse a los barcos, lanzar garfios y robárselos todos sin que los hombres de Asdrúbal pudieran evitarlo.
Asdrúbal se retiró veloz hacia el sur, y entonces Cneo Cornelio se decidió a cruzar el Ebro por primera vez. Avanzó presto y llegó a Sagunto, ciudad a la que puso sitio. Y aun sufrieron los cartagineses otro revés del todo inesperado.
En Sagunto permanecían todos los rehenes íberos con los que Cartago confiaba en ganarse la lealtad de sus pueblos. Había también un lídero íbero llamados Ábilix, que resolvió que el futuro estaba con los romanos. Cuando Sagunto fue sitiada por ellos, convenció a Bóstar, el jefe cartaginés de la guarnición, para que le entregara los rehenes, que él los entregaría a los líderes íberos, que le estarían por siempre agradecidos. Bóstar, que temía que si Sagunto caía, esos rehenes podrían pasar a manos romanas, hizo caso a Ábilix. Pero este, tan pronto como salió de la ciudad con los rehenes, corrió al campamento romano y se los entregó, explicándoles que si los entregaban ellos, se ganarían el favor de los íberos que hasta entonces habían apoyado a Cartago.
Y así fue como un íbero engañó una vez a un fenicio.

El gran susto de Aníbal
Aníbal penetró en Apulia con Marco Minucio pisándole los talones. Tomó la ciudad de Gerunio y exterminó a sus habitantes, aunque no demolió sus murallas pues la tomó como base. Se dedicó a seguir reuniendo trigo y botín, aprovisionándose para el invierno siguiente. Minucio decidió entonces bajar al llano a presentar batalla. Cuando Aníbal lo vio, ordenó que solo salieran a forrajear un tercio del ejército. El resto debería permanecer en el campamento.
Sin embargo, puesto que Minucio no pareció tomar ninguna iniciativa, Aníbal se arriesgó a volver a enviar dos tercios de su ejército a forrajear en los días siguientes. Y Marco Minucio lo vio y atacó. De repente, rodeó el campamento de Aníbal y le cortó su salida de él, mientras con su caballería se dedicaba a perseguir las partidas dispersas de forrajeadores, que fueron siendo pilladas aisladas y vulnerables. Sin darse cuenta, el Bárquida había caído en su propia trampa.
Ataque por sorpresa de Marco Minucio. Fuente: Wikivisuals
Los romanos rodearon su campamento, y les incitaban a salir y luchar. Su audacia fue en aumento, y algunos romanos incluso subieron a la estacada cartaginesa y les arrancaron algunas defensas. Los cartagineses lo pasaron muy mal, y Aníbal tuvo que dejar que le mataran a muchos valiosos e irreemplazables soldados que habían salido a forrajear.
Al final, su segundo al mando, que estaba en el exterior, reunió y organizó a cuatro mil de los mercenarios y atacó a los romanos, lo que Aníbal aprovechó para hacer una salida. Marco Minucio fue rechazado, pero su retirada le sabía a victoria, pues sabía que había hecho mucho daño a Aníbal.
Cuando Quinto Fabio regresó, Minucio, ensoberbecido, se volvió intratable, así que decidieron repartirse las tropas. A Quinto Fabio le daba igual incluso el que el éxito de Minucio hubiera animado a Roma a exigir una actitud más beligerante. Él seguía siendo el dictador y se aferraba a su plan, consciente de que la responsabilidad última era suya. Se establecieron en dos campamentos separados.
Aníbal se enteró de esto a través de algunos prisioneros y lo explotó de forma brillante. Había otro monte cerca rodeado de terreno irregular. Allí emboscó tropas y por la mañana, subió a la luz de día a la colina con su infantería pesada. Y Marco Minucio mordió el anzuelo.
El combate en aquella colina fue duro y largo. Aníbal fue llevando más y más tropas para incorporarlas al combate, obligando a Minucio a hacer lo mismo. Y cuando este ya tenía todas sus tropas comprometidas en la lucha de la colina, los emboscados salieron, rodearon a los romanos y comenzó la masacre.
Sólo salvó del desastre total a los romanosel hecho de que Quinto Fabio seguía sintiéndose responsable de aquellos legionarios y salió en su rescate. Aníbal se retiró, pero para entonces, Minucio había perdido la mayor parte de sus tropas. La herida en su orgullo casi fue lo peor.

Y entonces, llegaron a Cannas
Quinto Fabio ejerció su poder y aplicó su estrategia esta el término de su mandato, tras lo cual, este no fue renovado. Los nuevos cónsules fueron Lucio Emilio Paulo y Cayo Terencio Varro.
Aníbal, ávido de más victorias, abandonó Gerunio cuando llegó la primavera y se dirigió hacia la localidad de Cannas, cuya ciudadela tomó al asalto. Allí, en un campo de batalla que él había elegido, decidió esperar a los romanos, enterado de los nuevos nombramientos y de la no prolongación de la dictadura de Quinto Fabio. Aníbal sospechaba que iban a cambiar de nuevo de estrategia e iban a ir a por él.
Cneo Servilio había sivo designado por los cónsules para dirigir cierto número de tropas, con la misión de seguir a los cartagineses, estorbarle y dificultar su forrajeo, pero no de entrar en batalla. Cuando este llegó a Cannas, los cónsules estimaron que el lugar era óptimo para enfrentarse a él. Reunieron entonces ocho legiones aumentadas, que habían estado entrenando todo el año, y se dirigieron hacia aquel campo.
Cuando las noticias de dicho ejército llegaron a Aníbal, se alegró, porque llevaba a los romanos a su terreno. Él disponía sólo de 30.000 soldados que hablaban una multitud de lenguas distintas, pero él era un líder extraordinario, y había sangrado con sus hombres. Todos y cada uno de aquellos soldados era un curtido veterano. Aníbal, aunque corto de recursos, confiaba plenamente en la victoria.
El general cartaginés esperó a los romanos en la llanura de Apulia, cerca de Cannas, una importante ciudad romana. Así se aseguró que no saldrían suministros de esta ciudad hacia el ejército consular, por lo que los forzaba a atacarles. Cuando el ejército romano se acercó a la posición de Aníbal, vio que éste los esperaba en la margen izquierda del río Efido. Aquel día comandaba Lucio Emilio Paulo, quien, observando a Aníbal, decidió que la posición no les favorecía, y no ordenó atacar. Sin embargo, al día siguiente comandaba Terencio Varro, cuyo carácter era bastante más arrojado e insensato, y aceptó la batalla que planteaba Aníbal. Comenzó así un día aciago para Roma.

Despliegue inicial. Fuente: Autor
El ejército romano ordenó en varias líneas sus legiones manipulares: al frente las tropas ligeras, seguidas de los hastati y los prínceps, legionarios equipados con gladius, escudo, cota de malla y jabalinas. La última línea era la de los Triari, los más veteranos. El fondo de la formación se aumentó mucho, de manera que los soldados acabaron conformando un cuadro enorme, con un frente relativamente reducido, similar al presentado por Aníbal. A ambos flancos situaron la caballería. El río quedó en su flanco derecho. Varro intentaba presionar el centro cartaginés, pues sabía que durante la batalla de Trebia, las legiones ya habían conseguido romper la línea cartaginesa por ahí.

Aníbal, que contaba con menos de la mitad de soldados, volvió a adaptar la doctrina cartaginesa para luchar contra Roma, esa que ya vimos en la Primera Guerra Púnica y en la batalla de Trevia. No tenía elefantes, y su infantería estaba muy mermada, así que no podía contar con formar un centro muy fuerte. Pero supo convertir su debilidad en fortaleza. Formó en una delgada línea. En el centro, él, a pie, se situó entre los íberos y celtas. Eran tropas fieras, pero con menos capacidad de mantener la lucha que los legionarios romanos. En los extremos de su línea situó a sus lanceros cartagineses y libios, la verdadera infantería pesada cartaginesa. Finalmente, su caballería también se colocó repartida a ambos lados de la formación, enfrentada a las dos alas de caballería romana. Luego, Aníbal curvó el su línea de tropas auxiliares hacia delante, en forma de media luna, y adelantó a los hostigadores.
Al fin dio comienzo la batalla. Los hostigadores de ambos ejércitos se enzarzaron en una lluvia de proyectiles, hasta que las tropas ligeras romanas fueron repelidas. A continuación, el cuadro romano entre avanzó. La tierra temblaba con el paso uniforme de ochenta mil legionarios avanzando hacia los cartagineses. Aníbal gritó las últimas instrucciones en los segundos inmediatamente anteriores a la carga romana, y por fin, miles de gargantas rugieron y se lanzaron al combate.
Los frentes colisionan. Fuente: Autor.

Los frentes colisionaron. Las jabalinas de los legionarios silbaban mientras la primera fila acuchillaba sistemáticamente. Fue entonces cuando los legionarios descubrieron la terrible hoja de las espadas íberas. Las tropas del centro cartaginés buscaban pegarse a los escudos de los legionarios, y entonces los legionarios veían como la punta de una corta espada de acero terriblemente duro les entraba por los riñones. Esta espada, el gladius ibérico, sería adoptada por el ejército romano hasta la época imperial, pero eso es otra historia.
El combate se recrudecía, pero el mejor equipamiento de los romanos se hacía notar. Entonces llegó el momento de Aníbal. Las dos alas de la caballería cartaginesa se lanzó hacia la caballería romana de cada flanco enemigo. Los númidas eran excelentes jinetes, y sus rápidas monturas los mantuvieron a distancia de los jinetes romanos mientras los hostigaban con jabalinas y lanzas, mientras que la caballería pesada cartaginesa se lanzó hacia la romana de manera imparable. Los romanos no tenían por entonces una caballería de mucha calidad, y no fueron rivales para unos guerreros que, en su mayoría, habían aprendido a montar antes que a andar.

El frente romano se desordena persiguiendo el retroceso
cartaginés. Los lanceros africanos rodean los flancos de la legión.
Fuente: Autor.
La caballería cartaginesa cierra el cerco
y comienza el exterminio. Fuente: Autor.
La huida de la caballería romana había dejado los flancos romanos desprotegidos. Entonces, Aníbal dio la orden de replegar su línea. Paso a paso, sus mercenarios íberos y celtas mantuvieron la formación mientras su frente convexo se curvaba hacia tras, formando de nuevo una media luna, pero invertida. Así, el cuadro romano se lanzó hacia delante, creyendo que los cartagineses cedían terreno porque estaban siendo vencidos. En su impetuoso avance, las formaciones comenzaron a abrirse y a estorbarse unos a otros. Y Aníbal reveló su golpe maestro: los lanceros cartagineses y libios, su infantería pesada de élite, que estaba en los flancos de la infantería cartaginesa, comenzó a avanzar superando el curvado frente romano, llegando así a contactar con los dos flancos enemigos. Así bloqueado por el flanco, mientras el centro romano seguía estirándose, los legionarios comenzaron a sentir verdadera presión, porque Aníbal ya no ordenó retroceder más, sino avanzar, avanzar y presionar por todo el frente. Los romanos comenzaron a flaquear cuando entre la formación se fue corriendo la voz de que estaban rodeados. Atrapadas, las formaciones intentaban retroceder, pero se entorpecían mutuamente. El espacio entre los soldados se fue cerrando y cerrando, mientras el sol los calentaba, el polvo los asfixiaba y cegaba y la sangre de sus compañeros les hacía resbalar. El pánico se propagó rápidamente, pero ya era demasiado tarde, porque la caballería cartaginesa, que se había reagrupado, volvió a aparecer en la retaguardia romana, y cargó. El cuadro estaba cerrado por todos sus lados, y de allí ya no saldría ningún romano vivo. Los gritos de dolor y de miedo fueron aumentando y pronto superaron a las órdenes que los oficiales chillaban en vano. Ya no eran soldados, sino simples ciudadanos aterrados. Eran niños que lloraban llamando a sus madres mientras intentaban en vano despertar de una sangrienta pesadilla, que se arrancaban los cabellos con sus manos y cavaban en el suelo para introducir la cabeza en un vano intento de dejar de ver el horror a su alrededor. Se aplastaban unos contra otros, pisoteaban a sus propios amigos si caían al suelo, mientras las espadas, lanzas y hachas de los soldados de Aníbal se iban abriendo paso golpe a golpe, vida a vida. Mientras, Aníbal, el primero entre sus hombres, no dejaba de gritar y de animar a sus soldados. No habría prisioneros. Roma debía ser derrotada aquel día, derrotada y humillada para que nunca volviera a levantarse. Tardaron horas en matar a espada a los legionarios uno a uno.

Aquel día, casi cincuenta mil romanos perdieron la vida, en una de las batallas más sangrientas de la Antigüedad. No sólo murieron ciudadanos. Ochenta senadores, el cónsul Emilio Paulo, dos cuestores y veintinueve tribunos, además de los cientos de experimentados centuriones. Desde Roma se elevó un lamento como nunca antes se había conocido. 

En la próxima entrega cerraremos la serie, con la aparición en escena del gran Publio Cornelio Escipión, hijo de Publio Cornelio Escipión senior y sobrino de Cneo Cornelio. Aquel a quien la histoira nombraría como "Africanus".