domingo, 28 de julio de 2019

La Segunda Guerra Púnica, parte II. Elefantes en los Alpes.

Paso de los elefantes. Fuente: Academia Play

Saludos. Continuamos aquí la narración que comenzamos en el artículo anterior sobre la Guerra Anibálica. Habíamos dejado a Aníbal Barca en Sagunto saqueada, a los embajadores romanos en Cartago exigiendo su cabeza y a los sufetes aceptando el órdago de la guerra contra Roma. Comenzaba así esta Segunda Guerra Púnica.
Pues bien, tras la declaración de guerra, cuando las noticias de su ciudad llegaron a Aníbal, este licenció a sus tropas íberas para que pasaran el invierno en sus hogares y volvieran con ánimos a la primavera siguiente. Mientras, él se dedicó a planificar la guerra desde Cartago Nova con sus hermanos Asdrúbal y Magón. Les dio instrucciones sobre cómo conducir los asuntos de Hispania en su ausencia, de cara a proteger cualquier intento de invasión romana en la península, pues su principal temor era que, cuando comenzara su ruta hacia Italia, los romanos pudieran cortar sus lazos con la retaguardia. Aníbal confiaba en que desde Hispania le fueran enviando tropas para lo que se proponía. Pues fue entonces cuando les reveló su plan: invadir Italia avanzando por tierra de Hispania, atravesando los Pirineos, la costa sur de la Galia, río Ródano incluido y los Alpes. Era una invasión terrestre de una escala casi sin precedentes. Sólo los persas habían conseguido algo así algo así en la Segunda Guerra Médica y en la campaña de Darío contra los escitas. Era un desafío logístico gigantesco. Pero, ¿por qué no intentó una invasión por mar? Pues muy sencillo. Recordemos que Cartago aun sigue sometida a las duras condiciones de paz que les impuso Roma al fin de la Primera Guerra Púnica. Durante esos años habían tenido la flota muy limitada en número, y con la guerra recién comenzada no tenían tiempo para hacer una nueva flota. Y si lo hubieran hecho, ya no tenían tripulaciones preparadas y expertas como antes. Había bastado una generación lejos del mar para que los cartagineses ya no se atrevieran a enfrentarse a sus enemigos en el mar, que antes era su hogar. Mientras, Roma tenía ya una ingente cantidad de barcos y tripulaciones entrenadas.
No, la invasión debía ser por tierra y Aníbal lo tenía claro, pero antes debía defender sus posiciones. Aníbal pasó miles de íberos a África para proteger Cartago, y pasó muchas tropas africanas a Hispania. Con ello se aseguró su lealtad, pues luchando lejos de casa, ignorarían cualquier distracción. Contaba con unas cincuenta quinquirremes, una flota muy reducida, para la que sólo tenía treinta y siete tripulaciones. Todas estas naves las dejó a disposición de su hermano que iba a quedar en Hispania.
Al comienzo de la primavera, Aníbal deja a Magón en Cartago Nova y se llevó a Asdrúbal con él. Cruzaron el Ebro y conquistaron rápidamente a todas las tribus al sur de los Pirineos, aunque a costa de no pocas bajas. Antes de cruzar la cordillera, dejó a Asdrúbal con trece mil soldados para que protegiera la región, y él se llevó consigo cincuenta mil guerreros de infantería y casi nueve mil jinetes, además de treinta y siete elefantes.

Reacción romana
El complicado paso de los elefantes en el Ródano.
Fuente: Babbnilonia
Los romanos tuvieron noticias de la celeridad con la que Aníbal había cruzado el Ebro. Prepararon entonces dos flotas enormes. La primera, al mando de Publio Cornelio Escipión senior (el padre del futuro Escipión el Africano), se preparó para invadir Hispania. La segunda, al mando de Tiberio Sempronio, tenía como misión invadir el norte de África y someter Cartago a asedio. Para ello se agrupó en Lilibeo y se dedicó a hacer los enormes preparativos que requería aquella misión. También aceleraron sus planes para fundar colonias en las llanuras del Po, la Galia Cisalpina que habían conseguido ganar a los celtas después de duras guerras, de las que tal vez hablaremos en otro artículo. Así fundaron, entre otras, la ciudad de Placentia, que jugará un importante papel en estos primeros impases de la guerra.
Escipión zarpó al fin, recorrió las costas de Liguria y tras unos días, llegó a la desembocadura del Ródano. Tuvo noticias entonces de que Aníbal había cruzado los Pirineos y, si bien descubrió así que el cartaginés era muy rápido y no podría interceptarlo en Hispania, sí calculó el tiempo que tenía antes de que el ejército de Aníbal llegara hasta él. Así que desembarcó sus fuerzas y envió a un nutrido grupo de jinetes hacia el norte para hacer un reconocimiento del terreno. Por allí había tribus galas que habían ayudado a los galos de la Cisalpina contra Roma, y su actitud era siempre una incógnita.
Pero en lugar de galos, lo que recibió fueron dos noticias: la primera, que los boyos, galos de la Cisalpina, abandonando los rehenes que habían entregado a los romanos tras su última guerra, se habían rebelado de nuevo. Algo, o alguien, los había animado a levantarse en armas de nuevo. Y la segunda, que a cuatro días de distancia, río arriba, Aníbal estaba ya cruzando el Ródano. Que ya mantenía contactos con los boyos, y posiblemente con otros celtas. Que las legiones que habían partido con él habían dejado las llanuras del Po casi desprotegidas, y Aníbal estaba más cerca de Italia de lo que nadie hubiera conseguido en tan poco tiempo. Pero, ¿cómo había sido posible esto?
Sin duda fue una de las muestras de genialidad de Aníbal Barca. Tal vez desde antes de atacar Sagunto había enviado mensajeros a los galos que iba a encontrar por su camino. Supo entender que estas tribus eran la clave para su plan. Los romanos y los galos llevaban décadas zurrándose y casi siempre habían ganado los galos, salvo en los últimos conflictos. Recordemos que en el artículo anterior habíamos dicho que Roma no había reaccionado en primera instancia a la expansión cartaginesa por la Península Ibérica precisamente por ese motivo. Por eso intuyó el cartaginés que la paz era para los galos tan incómoda lo había sido para los cartagineses, y que no sería difícil convencerlos para que se unieran a su causa. De modo que les había ido enviando emisarios. Habló con ellos. Negoció con ellos. Compró su adhesión, y a los que no pudo convencer ni comprar, los derrotó rápidamente cuando comenzó su marcha.
Mucho se conoce de la excelencia militar de Aníbal, pero no menos brillante fue su faceta de «hombre de estado». Era, a fin de cuentas, un fenicio, y a negociar y a hacer cosas de fenicio tampoco le ganaba nadie.
Galia Cisalpina, valle del Po. Fuente: Wikipedia
Cuando cruzó los Pirineos ya le aguardaban algunos galos, que le ayudaron y guiaron e informaron de todo. Aníbal avanzó imparable por el sur de la Galia a una velocidad increíble. Así llegó al Ródano, a cuatro jornadas de la desembocadura, donde el río seguía siendo de un solo curso antes de abrirse en su desembocadura. Aníbal compró todos los botes y esquifes a las asentamientos cercanos, pero entonces, cuando hacían preparativos para cruzar, llegó una de las tribus con las que Aníbal no había podido negociar, y estableciendo un campamento en la ribera izquierda, frente a las posiciones de Aníbal, se propusieron no dejarle pasar. En estos momento, Escipión estaba llegando con su flota a la desembocadura del Ródano, para que nos hagamos una idea.
Si habéis leído «El juego de Ender», igual recordáis la lección aquella de «no te quedes quieto donde tu enemigo sabe dónde estás». Aníbal mandó un destacamento de noche a cruzar el Ródano más abajo, sin ser detectados. Al día siguiente, cuando ya supo de su cercanía, Aníbal lanzó toda su flotilla de barcas y esquifes, sobre todo con tropas de caballería, que llevaban a sus monturas nadando detrás de las barcas, sujetas por las riendas. Los celtas bajaron al río a impedirle su desembarco, pero en ese momento, la avanzadilla cartaginesa cayó sobre ellos. Los galos cayeron en la confusión, Aníbal puso el pie en tierra, organizó a sus tropas y los puso en fuga. De ese modo cruzó con el resto de sus tropas, y sólo se detuvo para organizar el paso de sus elefantes, que sí le costó más esfuerzo.
Para ello, tendió cables de una rivera a otra, y preparó grandes balsas, con el suelo lleno de tierra. Ató las balsas a los cables para que no las arrastrara la corriente, y mediante las hembras, pudo ir subiendo elefantes sobre ellas, para luego remolcarlas al otro lado del río. Perdieron algunos mahuts, sus conductores, cuando algunos elefantes saltaron al agua, pero estos no se ahogaron. Por si no lo sabéis, nadan estupendamente y sacan su tropa por encima de la superficie para respirar.
Fue durante el lento cruce de los elefantes cuando los jinetes de Escipión se encontraron con el ejército cartaginés. En esos mismos instantes, Aníbal celebraba una asamblea con diferentes jefes de tribus galas, entre los cuales estaban los boyos de la Cisalpina, que habían venido a recoger y guiar Aníbal a través de los pasos alpinos, y a confirmarle que ya se habían rebelado contra Roma.
Escipión fue el primer sorprendido, pero es que, además, Aníbal no decidió marchar contra él. Una victoria contra Roma en ese momento no le reportaba ninguna ventaja, y una derrota le costaría todo su plan. Aníbal tenía como plan llevar el terror a Roma a través de su presencia en la península itálica. Así que los cartagineses recogieron sus cosas rápidamente y se dirigieron al norte, buscando la entrada los pasos de los Alpes.

El paso de los Alpes
Una imagen inmortal. Fuente: Hashtaglatino
Contrariamente a lo que se suele creer, los Alpes estaban bastante poblados en sus valles por tribus galas. Fueron los alóbroges los que vigilaban el paso que se proponía usar Aníbal, siguiendo el consejo de los boyos. Y los alóbroges se negaron a dejarles pasar. Cada día tomaban las alturas, y así retuvieron a Aníbal a la entrada de los Alpes un par de días. Pero cada noche se retiraban. Cuando los cartagineses se dieron cuenta, enviaron a su infantería ligera por la noche a ocupar esas posiciones, y al tercer día se lanzaron a los pasos, para sorpresa de los alóbroges.
Aun así, estos los atacaron desde más abajo, pues los caminos eran muy estrechos y el numeroso ejército de Aníbal se extendía muchos metros. Bastaba herir a un caballo o una mula dejando rodar piedras ladera abajo para que los animales se encabritaran y se lanzaran por el barranco. La infantería ligera cartaginesa descendió a luchar contra ellos, y fue una lucha terrible y sangrienta, pues sólo cuando los alóbroges fueron casi exterminados pudieron pasar. Llegaron incluso a su ciudad, y la tomaron, casi vacía que estaba. Tomaron sus animales y su grano y aprovecharon para lanzar un aviso a las siguientes tribus: la voluntad de Aníbal era pasar a través de las montañas a cualquier precio.
Durante unos días, su avance no se vio impedido, pero otra de las tribus alpinas se ofreció traicioneramente a guiarlos. Ofrecieron regalos y rehenes, y lo montaron todo muy bie, pero atrajeron a los cartagineses a un entorno donde les aguardaba una terrible emboscada. Sólo la desconfianza y la prudencia de Aníbal los salvó de la trampa, pues había hecho formar a su infantería cerrando la marcha, donde el ataque fue recibido. A costa de mucha muerte y sufrimiento consiguieron avanzar hasta las cimas, donde en un llano pelado aguardaron dos días a los rezagados y trataron de recuperar fuerzas. Allí, con la moral por los suelos, ateridos de frío (ya estaban a principios de octubre y se habían producido las primeras nevadas), la expedición estuvo a punto de fracasar, pero las nubes se despejaron y desde allí se vio a lo lejos las llanuras del Po, el lugar a donde iban a descender. Aníbal no cesó de recorrer sus tropas, hablando con cada uno en su propio idioma, animándoles y mostrándoles su objetivo. En esto llegaron muchas monturas y acémilas extraviadas, que encontraron el rastro. La impedimenta, en aquellas condiciones, era fundamental para Aníbal. Así que, animados, comenzaron el descenso.
Y este fue terrible. El hielo del año anterior permanecía cubierta bajo la nieve recién caída. En los estrechos caminos de descenso, de súbito, los hombres resbalaban tras hundir sus pies en la nieve, y la pendiente iba siempre ladera abajo, donde se despeñaban. Perdieron cientos de monturas y de hombres, hasta que Aníbal ordenó abrir un camino seguro a través del hielo. Llevó un día agotador, pero al final lo abrieron, y por allí pudieron descender.
Tardaron quince angustiosos días en atravesar los Alpes, pero al final, descendieron a Italia. De las fuerzas iniciales, apenas veinte mil soldados a pie y seis mil jinetes habían conseguido sobrevivir. Curiosamente, un buen número de elefantes consiguió sobrevivir también. Pero aquel ejército diezmado le bastó a Aníbal para realizar hazañas más allá de lo imaginable.

Y mientras, los romanos, ¿que?
Escipión no persiguió a Aníbal hacia las alturas. Consideró que la cordillera misma lo detendría, como Saruman y Gandalf en el paso de Caradras, pero sin minas de Moria. Él mientras despachó a su hermano Cneo Cornelio a Hispania con parte de su ejército para cortar el paso a los refuerzos que le pudieran enviar a Aníbal. Mientras, él regresó por mar a Italia en busca de nuevas legiones, dispuestos a hacer frente a lo que vomitaran los Alpes, si algo lograba descender, claro.
Pero, ¿y Tiberio Sempronio, el segundo general? Pues ocurrió que seguía reuniendo medios en Lilibeo para su misión en África. Se quedó helado cuando le dieron órdenes de regresar a Italia porque Aníbal ya estaba allí. Él no había tenido tiempo siquiera de zarpar.
Mientras, Escipión llegó a Etruria y convocó a todas las tropas que ya luchaban contra los boyos para ponerlas bajo su mando. Había entendido el plan de Aníbal y se precipitó a apaciguar a los galos, a adelantarse al cartaginés para que, si llegaba a cruzar los Alpes, no pudiera contar con el apoyo de estas tribus. Muchas legiones se adelantaron y ocuparon los territorios tribales, con lo que no sólo evitaron que estos se unieran con Aníbal, sino que además fueron enrolados en las legiones como auxiliares.
Los galos.

Aníbal en Italia. La batalla de Tesino
Lo primero que hizo Aníbal fue proporcionar descanso a sus tropas. Había perdido casi la mitad de sus fuerzas en los pasos de montaña, y sobre todo, muchas de sus provisiones. En ese momento hizo valer sus acuerdos previos con los galos, pero Escipión las presionaba y su determinación vacilaba. Se acercó primero a los turineses, que luchaban contra los insubres. Como no se decidían a ponerse de su lado, Aníbal, tras dos días de paciente espera, asaltó su ciudad y decapitó a los combatientes. Esa era otra de sus tácticas de negociación fenicias. De esta manera polarizaba las decisiones de los galos: o luchaban para Roma o luchaban junto a él. Y la mayoría decidió permanecer a su lado.
A continuación, Aníbal se concentró en lograr su primera victoria frente a Roma. Y era Publio Cornelio Escipión senior quien se aproximaba, nada menos. Se encontraron en la ribera norte del Po, en Tesino. En realidad fue un choque de vanguardias.
Escipión había lanzado a sus velites (infantería ligera), a su caballería y a la caballería gala por delante de su ejército. Aníbal disponía de más caballería, y de más calidad, y la hizo valer. La caballería cartaginesa y libiofenicia iba en el centro, flanqueada por los veloces y feroces númidas.
Ambas fuerzas chocaron con violencia, y aunque sólo era una parte pequeña de los ejército, ya mostró Aníbal su doctrina de combate. Su caballería pesada se lanzó de frente contra la de los galos. Los númidas en los flancos pusieron en fuga a los velites, que corrieron hasta los legionarios, y entonces dieron la vuelta y cargaron por la retaguardia a la caballería gala. Completamente rodeados, los romanos no pudieron aguantar mucho. El propio Escipión, que estaba entre los jinetes, resultó herido y huyó a toda prisa hacia sus tropas.
Caballería de Aníbal. Fuente: Rubicón
El primer tanteo era una victoria para Aníbal, y Escipión, perdida ya la caballería romana, no luchó por rescatar a los díscolos auxiliares galos. Aprovechó el tiempo que tardaron en morir para retirarse a toda prisa hacia el puente que había tendido sobre el río Po, cruzarlo y desmontarlo. Se dirigieron a Placentia para aguardar refuerzos y, sobre todo, curar sus heridas. Tiberio se dirigía hacia él, y no quería que fuera él solo quien venciera a Aníbal.
Mientras, Aníbal cruzó el Po haciendo otro puente y se acercó sin miedo al campamento romano, como si pareciera saber lo que iba o ocurrir. Y esto fue que los galos que quedaban en la legión se rebelaron en el interior del campamento y pillaron a los legionarios por sorpresa, causando una matanza entre ellos. A continuación se abrieron paso hacia fuera, se pasaron a Aníbal, y este los mandó de regreso a sus tribus con el mensaje de que se unieran a él, que ya había vencido a los romanos, y que todo eso no era más que el principio.
Aterrado, Escipión tomó a las tropas que pudo salvar y se retiró a toda velocidad hacía un río cuyo nombre sería para siempre sinónimo de derrota para los romanos: Trevia.


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