Paso de los elefantes. Fuente: Academia Play |
Saludos. Continuamos aquí la narración
que comenzamos en el artículo anterior sobre la Guerra Anibálica.
Habíamos dejado a Aníbal Barca en Sagunto saqueada, a los
embajadores romanos en Cartago exigiendo su cabeza y a los sufetes
aceptando el órdago de la guerra contra Roma. Comenzaba así esta
Segunda Guerra Púnica.
Pues bien, tras la declaración de
guerra, cuando las noticias de su ciudad llegaron a Aníbal, este
licenció a sus tropas íberas para que pasaran el invierno en sus
hogares y volvieran con ánimos a la primavera siguiente. Mientras,
él se dedicó a planificar la guerra desde Cartago Nova con sus
hermanos Asdrúbal y Magón. Les dio instrucciones sobre cómo
conducir los asuntos de Hispania en su ausencia, de cara a proteger
cualquier intento de invasión romana en la península, pues su
principal temor era que, cuando comenzara su ruta hacia Italia, los
romanos pudieran cortar sus lazos con la retaguardia. Aníbal confiaba
en que desde Hispania le fueran enviando tropas para lo que se
proponía. Pues fue entonces cuando les reveló su plan: invadir
Italia avanzando por tierra de Hispania, atravesando los Pirineos, la
costa sur de la Galia, río Ródano incluido y los Alpes. Era una
invasión terrestre de una escala casi sin precedentes. Sólo los
persas habían conseguido algo así algo así en la Segunda Guerra
Médica y en la campaña de Darío contra los escitas. Era un desafío
logístico gigantesco. Pero, ¿por qué no intentó una invasión por
mar? Pues muy sencillo. Recordemos que Cartago aun sigue sometida a
las duras condiciones de paz que les impuso Roma al fin de la Primera Guerra Púnica. Durante esos años habían tenido la flota muy
limitada en número, y con la guerra recién comenzada no tenían
tiempo para hacer una nueva flota. Y si lo hubieran hecho, ya no
tenían tripulaciones preparadas y expertas como antes. Había
bastado una generación lejos del mar para que los cartagineses ya no
se atrevieran a enfrentarse a sus enemigos en el mar, que antes era
su hogar. Mientras, Roma tenía ya una ingente cantidad de barcos y
tripulaciones entrenadas.
No, la invasión debía ser por tierra
y Aníbal lo tenía claro, pero antes debía defender sus posiciones.
Aníbal pasó miles de íberos a África para proteger Cartago, y
pasó muchas tropas africanas a Hispania. Con ello se aseguró su
lealtad, pues luchando lejos de casa, ignorarían cualquier
distracción. Contaba con unas cincuenta quinquirremes, una flota muy
reducida, para la que sólo tenía treinta y siete tripulaciones.
Todas estas naves las dejó a disposición de su hermano que iba a
quedar en Hispania.
Al comienzo de la primavera, Aníbal
deja a Magón en Cartago Nova y se llevó a Asdrúbal con él.
Cruzaron el Ebro y conquistaron rápidamente a todas las tribus al
sur de los Pirineos, aunque a costa de no pocas bajas. Antes de
cruzar la cordillera, dejó a Asdrúbal con trece mil soldados para
que protegiera la región, y él se llevó consigo cincuenta mil
guerreros de infantería y casi nueve mil jinetes, además de treinta
y siete elefantes.
Reacción romana
El complicado paso de los elefantes en el Ródano. Fuente: Babbnilonia |
Los
romanos tuvieron noticias de la celeridad con la que Aníbal había
cruzado el Ebro. Prepararon entonces dos flotas enormes. La primera,
al mando de Publio Cornelio Escipión senior
(el padre del futuro Escipión el Africano), se preparó para invadir
Hispania. La segunda, al mando de Tiberio Sempronio, tenía como
misión invadir el norte de África y someter Cartago a asedio. Para
ello se agrupó en Lilibeo y se dedicó a hacer los enormes
preparativos que requería aquella misión. También aceleraron sus
planes para fundar colonias en las llanuras del Po, la Galia
Cisalpina que habían conseguido ganar a los celtas después
de duras guerras, de las que tal vez hablaremos en otro artículo.
Así fundaron, entre otras, la ciudad de Placentia, que jugará un
importante papel en estos primeros impases de la guerra.
Escipión
zarpó al fin, recorrió las costas de Liguria y tras unos días,
llegó a la desembocadura del Ródano. Tuvo noticias entonces de que
Aníbal había cruzado los Pirineos y, si bien descubrió así que el
cartaginés era muy rápido y no podría interceptarlo en Hispania,
sí calculó el tiempo que tenía antes de que el ejército de Aníbal
llegara hasta él. Así que desembarcó sus fuerzas y envió a un
nutrido grupo de jinetes hacia el norte para hacer un reconocimiento
del terreno. Por allí había tribus galas que habían ayudado a los
galos de la Cisalpina contra Roma, y su actitud era siempre una
incógnita.
Pero
en lugar de galos, lo que recibió fueron dos noticias: la primera,
que los boyos, galos de la Cisalpina, abandonando los rehenes que
habían entregado a los romanos tras su última guerra, se habían
rebelado de nuevo. Algo, o alguien, los había animado a levantarse
en armas de nuevo. Y la segunda, que a cuatro días de distancia, río
arriba, Aníbal estaba ya cruzando el Ródano. Que ya mantenía
contactos con los boyos, y posiblemente con otros celtas. Que las
legiones que habían partido con él habían dejado las llanuras del
Po casi desprotegidas, y Aníbal estaba más cerca de Italia de lo
que nadie hubiera conseguido en tan poco tiempo. Pero, ¿cómo había
sido posible esto?
Sin
duda fue una de las muestras de genialidad de Aníbal Barca. Tal vez
desde antes de atacar Sagunto había enviado mensajeros a los galos
que iba a encontrar por su camino. Supo entender que estas tribus
eran la clave para su plan. Los romanos y los galos llevaban décadas
zurrándose y casi siempre habían ganado los galos, salvo en los
últimos conflictos. Recordemos que en el artículo anterior habíamos
dicho que Roma no había reaccionado en primera instancia a la
expansión cartaginesa por la Península Ibérica precisamente por
ese motivo. Por eso intuyó el cartaginés que la paz era para los
galos tan incómoda lo había sido para los cartagineses, y que no
sería difícil convencerlos para que se unieran a su causa. De modo
que les había ido enviando emisarios. Habló con ellos. Negoció con
ellos. Compró su adhesión, y a los que no pudo convencer ni
comprar, los derrotó rápidamente cuando comenzó su marcha.
Mucho
se conoce de la excelencia militar de Aníbal, pero no menos
brillante fue su faceta de «hombre de estado». Era, a fin de
cuentas, un fenicio, y a negociar y a hacer cosas de fenicio tampoco
le ganaba nadie.
Galia Cisalpina, valle del Po. Fuente: Wikipedia |
Cuando
cruzó los Pirineos ya le aguardaban algunos galos, que le ayudaron
y guiaron e informaron de todo. Aníbal avanzó imparable por el sur
de la Galia a una velocidad increíble. Así llegó al Ródano, a
cuatro jornadas de la desembocadura, donde el río seguía siendo de
un solo curso antes de abrirse en su desembocadura. Aníbal compró
todos los botes y esquifes a las asentamientos cercanos, pero entonces,
cuando hacían preparativos para cruzar, llegó una de las tribus con
las que Aníbal no había podido negociar, y estableciendo un
campamento en la ribera izquierda, frente a las posiciones de Aníbal,
se propusieron no dejarle pasar. En estos momento, Escipión estaba
llegando con su flota a la desembocadura del Ródano, para que nos
hagamos una idea.
Si
habéis leído «El juego de Ender», igual recordáis la lección
aquella de «no te quedes quieto donde tu enemigo sabe dónde estás».
Aníbal mandó un destacamento de noche a cruzar el Ródano más
abajo, sin ser detectados. Al día siguiente, cuando ya supo de su
cercanía, Aníbal lanzó toda su flotilla de barcas y esquifes,
sobre todo con tropas de caballería, que llevaban a sus monturas
nadando detrás de las barcas, sujetas por las riendas. Los celtas
bajaron al río a impedirle su desembarco, pero en ese momento, la
avanzadilla cartaginesa cayó sobre ellos. Los galos cayeron en la
confusión, Aníbal puso el pie en tierra, organizó a sus tropas y
los puso en fuga. De ese modo cruzó con el resto de sus tropas, y
sólo se detuvo para organizar el paso de sus elefantes, que sí le
costó más esfuerzo.
Para
ello, tendió cables de una rivera a otra, y preparó grandes balsas,
con el suelo lleno de tierra. Ató las balsas a los cables para que
no las arrastrara la corriente, y mediante las hembras, pudo ir
subiendo elefantes sobre ellas, para luego remolcarlas al otro lado
del río. Perdieron algunos mahuts, sus conductores, cuando algunos
elefantes saltaron al agua, pero estos no se ahogaron. Por si no lo
sabéis, nadan estupendamente y sacan su tropa por encima de la
superficie para respirar.
Fue
durante el lento cruce de los elefantes cuando los jinetes de
Escipión se encontraron con el ejército cartaginés. En esos mismos
instantes, Aníbal celebraba una asamblea con diferentes jefes de
tribus galas, entre los cuales estaban los boyos de la Cisalpina, que
habían venido a recoger y guiar Aníbal a través de los pasos
alpinos, y a confirmarle que ya se habían rebelado contra Roma.
Escipión
fue el primer sorprendido, pero es que, además, Aníbal no decidió
marchar contra él. Una victoria contra Roma en ese momento no le
reportaba ninguna ventaja, y una derrota le costaría todo su plan.
Aníbal tenía como plan llevar el terror a Roma a través de su
presencia en la península itálica. Así que los cartagineses
recogieron sus cosas rápidamente y se dirigieron al norte, buscando
la entrada los pasos de los Alpes.
El
paso de los Alpes
Una imagen inmortal. Fuente: Hashtaglatino |
Aun
así, estos los atacaron desde más abajo, pues los caminos eran muy
estrechos y el numeroso ejército de Aníbal se extendía muchos
metros. Bastaba herir a un caballo o una mula dejando rodar piedras
ladera abajo para que los animales se encabritaran y se lanzaran por
el barranco. La infantería ligera cartaginesa descendió a luchar
contra ellos, y fue una lucha terrible y sangrienta, pues sólo
cuando los alóbroges fueron casi exterminados pudieron pasar.
Llegaron incluso a su ciudad, y la tomaron, casi vacía que estaba.
Tomaron sus animales y su grano y aprovecharon para lanzar un aviso a
las siguientes tribus: la voluntad de Aníbal era pasar a través de
las montañas a cualquier precio.
Durante
unos días, su avance no se vio impedido, pero otra de las tribus
alpinas se ofreció traicioneramente a guiarlos. Ofrecieron regalos y
rehenes, y lo montaron todo muy bie, pero atrajeron a los
cartagineses a un entorno donde les aguardaba una terrible emboscada.
Sólo la desconfianza y la prudencia de Aníbal los salvó de la
trampa, pues había hecho formar a su infantería cerrando la marcha,
donde el ataque fue recibido. A costa de mucha muerte y sufrimiento
consiguieron avanzar hasta las cimas, donde en un llano pelado
aguardaron dos días a los rezagados y trataron de recuperar fuerzas.
Allí, con la moral por los suelos, ateridos de frío (ya estaban a
principios de octubre y se habían producido las primeras nevadas),
la expedición estuvo a punto de fracasar, pero las nubes se
despejaron y desde allí se vio a lo lejos las llanuras del Po, el
lugar a donde iban a descender. Aníbal no cesó de recorrer sus
tropas, hablando con cada uno en su propio idioma, animándoles y
mostrándoles su objetivo. En esto llegaron muchas monturas y
acémilas extraviadas, que encontraron el rastro. La impedimenta, en
aquellas condiciones, era fundamental para Aníbal. Así que,
animados, comenzaron el descenso.
Y
este fue terrible. El hielo del año anterior permanecía cubierta
bajo la nieve recién caída. En los estrechos caminos de descenso,
de súbito, los hombres resbalaban tras hundir sus pies en la nieve,
y la pendiente iba siempre ladera abajo, donde se despeñaban.
Perdieron cientos de monturas y de hombres, hasta que Aníbal ordenó
abrir un camino seguro a través del hielo. Llevó un día agotador,
pero al final lo abrieron, y por allí pudieron descender.
Tardaron
quince angustiosos días en atravesar los Alpes, pero al final,
descendieron a Italia. De las fuerzas iniciales, apenas veinte mil
soldados a pie y seis mil jinetes habían conseguido sobrevivir.
Curiosamente, un buen número de elefantes consiguió sobrevivir
también. Pero aquel ejército diezmado le bastó a Aníbal para
realizar hazañas más allá de lo imaginable.
Y
mientras, los romanos, ¿que?
Escipión
no persiguió a Aníbal hacia las alturas. Consideró que la
cordillera misma lo detendría, como Saruman y Gandalf en el paso de
Caradras, pero sin minas de Moria. Él mientras despachó a su
hermano Cneo Cornelio a Hispania con parte de su ejército para
cortar el paso a los refuerzos que le pudieran enviar a Aníbal.
Mientras, él regresó por mar a Italia en busca de nuevas legiones,
dispuestos a hacer frente a lo que vomitaran los Alpes, si algo
lograba descender, claro.
Pero,
¿y Tiberio Sempronio, el segundo general? Pues ocurrió que seguía
reuniendo medios en Lilibeo para su misión en África. Se quedó
helado cuando le dieron órdenes de regresar a Italia porque Aníbal
ya estaba allí. Él no había tenido tiempo siquiera de zarpar.
Mientras,
Escipión llegó a Etruria y convocó a todas las tropas que ya
luchaban contra los boyos para ponerlas bajo su mando. Había
entendido el plan de Aníbal y se precipitó a apaciguar a los galos,
a adelantarse al cartaginés para que, si llegaba a cruzar los Alpes,
no pudiera contar con el apoyo de estas tribus. Muchas legiones se
adelantaron y ocuparon los territorios tribales, con lo que no sólo
evitaron que estos se unieran con Aníbal, sino que además fueron
enrolados en las legiones como auxiliares.
Los galos. |
Aníbal
en Italia. La batalla de Tesino
Lo
primero que hizo Aníbal fue proporcionar descanso a sus tropas.
Había perdido casi la mitad de sus fuerzas en los pasos de montaña,
y sobre todo, muchas de sus provisiones. En ese momento hizo valer
sus acuerdos previos con los galos, pero Escipión las presionaba y
su determinación vacilaba. Se acercó primero a los turineses, que
luchaban contra los insubres. Como no se decidían a ponerse de su
lado, Aníbal, tras dos días de paciente espera, asaltó su ciudad y
decapitó a los combatientes. Esa era otra de sus tácticas de
negociación fenicias. De esta manera polarizaba las decisiones de
los galos: o luchaban para Roma o luchaban junto a él. Y la mayoría
decidió permanecer a su lado.
A
continuación, Aníbal se concentró en lograr su primera victoria
frente a Roma. Y era Publio Cornelio Escipión senior quien se
aproximaba, nada menos. Se encontraron en la ribera norte del Po, en
Tesino. En realidad fue un choque de vanguardias.
Escipión
había lanzado a sus velites (infantería ligera), a su caballería y
a la caballería gala por delante de su ejército. Aníbal disponía
de más caballería, y de más calidad, y la hizo valer. La
caballería cartaginesa y libiofenicia iba en el centro, flanqueada
por los veloces y feroces númidas.
Ambas
fuerzas chocaron con violencia, y aunque sólo era una parte pequeña
de los ejército, ya mostró Aníbal su doctrina de combate. Su
caballería pesada se lanzó de frente contra la de los galos. Los
númidas en los flancos pusieron en fuga a los velites, que corrieron
hasta los legionarios, y entonces dieron la vuelta y cargaron por la
retaguardia a la caballería gala. Completamente rodeados, los
romanos no pudieron aguantar mucho. El propio Escipión, que estaba
entre los jinetes, resultó herido y huyó a toda prisa hacia sus
tropas.
Caballería de Aníbal. Fuente: Rubicón |
Mientras,
Aníbal cruzó el Po haciendo otro puente y se acercó sin miedo al
campamento romano, como si pareciera saber lo que iba o ocurrir. Y
esto fue que los galos que quedaban en la legión se rebelaron en el
interior del campamento y pillaron a los legionarios por sorpresa,
causando una matanza entre ellos. A continuación se abrieron paso
hacia fuera, se pasaron a Aníbal, y este los mandó de regreso a
sus tribus con el mensaje de que se unieran a él, que ya había
vencido a los romanos, y que todo eso no era más que el principio.
Aterrado,
Escipión tomó a las tropas que pudo salvar y se retiró a toda
velocidad hacía un río cuyo nombre sería para siempre sinónimo de
derrota para los romanos: Trevia.
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