Saludos. Habíamos dejado a nuestros
admirados romanos y cartagineses en condiciones muy diferentes. Los
púnicos acababan de vencer a los romanos en los llanos de Bagradas,
en batalla campal, y estos habían perdido dos flotas e innumerables
recursos en África y en el Mediterráneo, de modo que desde ese
momento decidieron volcar sus esfuerzos en la guerra terrestre. Eso
sí, sin presentar batalla campal por temor a los elefantes. Este es
un buen momento para tomar perspectiva de lo que esto significaba.
Recordemos que el objetivo de Roma era
la conquista de Sicilia, no sólo por sus grandes recursos, sino para
dejar a Cartago sin bases adecuadas desde las que amenazar las costas
de Italia. Por ello, la intervención romana en Cerdeña también se
produjo en cuanto tuvieron una flota. Cuando decidieron llegar hasta
África fue con la intención de llevar la presión hasta los mismos
hogares cartagineses para que así tuvieran que desviar recursos
hacia su defensa en lugar de atacar Italia.
No hay como una derrota para darse
cuenta de lo que es importante y lo que no. De lo que es un objetivo
primario y otro secundario. Y lo importante para Roma era conquistar
Sicilia, donde a lo largo de esta guerra, Cartago había ido
perdiendo posiciones hasta conservar sólo Drépana y Lilibeo. De ahí
el cambio de estrategia. Sin control sobre Cerdeña, bastaría tomar
ambos enclaves para ganar la guerra.
Pero los cartagineses venían ahora
crecidos y tras haberse impuesto en África, desembarcaron un gran
ejército, con ciento diez elefantes, dispuestos a reconquistar
Sicilia. Por ello, la primera acción sería recuperar Palermo.
La batalla de Palermo
El general
cartaginés designado para dirigir el nuevo ejército se llamaba
Asdrúbal. Por el lado romano había un nuevo cónsul, Marco Cecilio.
Y este demostró ser un tipo muy listo. Asdrúbal supo que Cecilio
aguardaba en Palermo con la mistad de las tropas romanas, pues desde
allí debía proteger con la otra mitad a sus aliados, pues era época
de recolección.
Asdrúbal
desdenció a Palermo, taló los árboles y quemó cosechas, confiado
en sacar a Cecilio a la batalla. Pero éste se mantuvo dentro de sus
defensas. Así que el general cartaginés decidió aproximarse a la
ciudad. Fue cuando cruzó el río que corría frente a ella cuando
salieron los velites romanos, la infantería ligera, y los acosaron
con fiereza. Esto hizo que Asdrúbal tuviera que formar línea de
batalla en malas condiciones. Mandó los elefantes contra los
romanos, deseosos de machacarlos. Pero se dirigieron a una trampa.
Cecilio no se
dejó arredrar por los paquidermos. Había cavado defensas al pié
del muro, y había contratado a los obreros del foro para que no
dejaran de portar proyectiles a las tropas ligeras. Estas acosaron a
los elefantes y se replegaron en las defensas, que bloquearon a los
paquidermos mientras eran acribillados a jabalinas. Finalmente, los
animales se desbandaron, y no pocos dieron media vuelta y cayeron en
su huída entre sus propias tropas, desordenándolas e hiriendo a
muchos guerreros. Entonces Cecilio sí salió al combate y acabó con
la resistencia. Los elefantes fueron muertos o capturados por los
romanos.
La astucia de
Cecilio decidió a los romanos a emprender nuevas iniciativas, y
puesto que Lilibeo era la base principal cartaginesa, se lanzaron al
asedio por tierra y, decididos, también por mar, pues armaron una
flota más pequeña que las anteriores, con objeto de apoyar los
ataques a los puertos cartagineses coordinados con los de tierra.
Estos hechos cerraron el decimocuarto año de la guerra
El asedio de
Lilibeo
Debido a su
extraordinaria posición, el asedio de Lilibeo resultó muy complejo
para los romanos. La ciudad estaba protegida por muros y torres, y el
puerto estaba situado tras un laberinto de bajos y rocas que sólo
los pilotos expertos podían atravesar
Los romanos se
lanzaron a construir y minar, en una guerra de ingeniería y de
conocimientos técnicos. Una batalla de laboriosas hormigas, que los
cartagineses supieron responder al punto gracias al general Imilcón,
que puso todos sus esfuerzos en sabotear a los romanos. A cada mina,
los romanos encontraron una contramina. Cada brecha en el muro daba
paso a un nuevo muro levantado a toda prisa durante la noche. A cada
nuevo ingenio, ariete o torre de asedio levantada por los romanos,
seguía una salida por sorpresa para quemarlos. Dos campamentos
romanos y una zanja de circunvalación por tierra, y la flota romana
por mar no pudieron con Imilcón. Incluso tuvo que hacer frente a un
complot de algunos capitanes mercenarios que planeaban entregar la
ciudad a traición a los romanos. Todos fueron descubiertos y
neutralizados. Ganó este noble general un tiempo precioso para que
los cartagineses organizaran otra flota de refuerzo con diez mil
nuevos mercenarios, al mando de Aníbal, hijo de Amílcar (en serio,
tampoco es ESE Aníbal, hijo de ESE Amílcar. Parece cachondeo pero
no). Pero este Aníbal también era un tipo muy listo. Aguardó en
las islas Eginusas hasta que el viento le fue favorable, y ese día
hizo la travesía final hasta Lilibeo a todo trapo. Llegaron desde
alta mar cuando los romanos intentaban de nuevo entrar en el puerto,
maniobrando torpemente con unos navíos hechos a toda prisa con la
intención única de transportar tropas, no maniobrar con presteza.
Cuando los romanos vieron aparecer a Aníbal, quedaron tan
impresionados que se retiraron a toda prisa, y así pudo el
cartaginés con sus barcos llegar lanzado a la bocana, y no arriar
lasvelas y pasar a remo hasta entrar en el laberinto de rocas que
llevaba a Lilibeo, ante el estupor de los asediadores y los vítores
de la ciudad, en una asombrosa maniobra que mostraba una vez más la
pericia marinera de los cartagineses. Este sin duda el equivalente en
el mundo clásico a cuando el "Halcón milenario" sale del
hiperespacio justo en la entrada del satélite de la Primera Orden en
el episodio VII.
Imilcón,
sabiéndose más fuerte de lo que podría estar en las siguientes
semanas, preparó un ataque total al día siguiente a las trincheras.
De repente, los veinte mil mercenarios de que disponía se
repartieron por las trincheras y defensas romanas, con equipo
especial para prender fuego a las máquinas romanas. Pero los romanos
nunca fueron pillados por sorpresa, y se defendieron, que ya les
tenían ganas también. Fue un día terrible y Polibio cuenta que los
combates no se hacían en formación, sino como una gigantesca pelea
entre bandas, a navajazos, sin cuartel. Los portadores de pez y
antorchas prendían las maderas y luchaban en cada muro, torre y
estacada. Pero llegó un momento en que Imilcón vio que le mataban a
muchos de los suyos, y temiendo perderlo todo, ordenó la retirada.
Tan agotados estaban todos que nadie los persiguió.
La salida había
fracasado, pero había sabido también retirarse a tiempo. Esa misma
noche Amílcar volvió a burlar el bloqueo marítimo y se refugiaron
en Drépana, la otra base de Cartago en Sicilia, para no consumir los
recursos de Lilibeo con todas esas bocas mercenarias, mientras
preparaban una nueva estrategia.
Aníbal el Rodio
En los meses que
siguieron, Imilcón resistió en gran parte debido a las hazañas
navales de este gran héroe caído en el olvido. Aníbal el Rodio fue
quizás el mejor navegante de todo el Mediterráneo. Con su excelente
nave, salida de las atarazanas de Rodas, una nave diseñada en la era
del esplendor helenístico, Aníbal el Rodio se presentó voluntario
para llevar mensajes y mercancías desde Drépana a Lilibeo, lo que
suponía romper el bloqueo que había impuesto la flota romana. La
primera vez que lo hizo, los romanos quedaron boquiabiertos al ver a
su nave, a plena luz del día, a una velocidad y una capacidad de
maniobra a años luz de lo que ellos tenían, deslizándose
inalcanzable entre diez navíos romanos, dejándolos atrás de forma
humillante, para entrar en el laberinto de rocas del puerto de
Lilibeo ante los clamores de la población. Al día siguiente,
también a plena luz, intentó la salida con igual resultado, solo
que aquella vez, al salvar a todos los enemigos, levantó los remos
para incitarlos a perseguirlo, y él corrió a la popa, y desde allí
se burló de los romanos.
Tantas veces el
Rodio burló el bloqueo y tan grande fue la humillación de los
romanos, y fueron tantos los que, animados, se lanzaron a imitar su
osadía para mantener Lilibeo, que sus designaron un comando especial
con el único fin de capturarle. Los romanos intentaron rellenar sin
éxito la entrada del puerto, pero pudieron terraplenar una parte del
fondo a un lado, y un rápido cuatrirreme cartaginés quedó varada
una noche, y fue capturada. Aquella nave fue equipada con el comando
especial anti-Aníbal, y a la siguiente vez que Aníbal el Rodio
salió de Lilibeo, las naves romanas le distrajeron mientras el cuatrirreme le cortaba el paso. Aníbal intentó huir, pero su
tripulación ya estaba cansada y el veloz cuatrirreme le iba comiendo
terreno. Con un suspiro tuvo que dar orden de detener la nave y
presentar batalla. Allí murió Aníbal el Rodio, sangrando sobre la
cubierta, pidiendo a los romanos, como última merced, que no le
hicieran daño a su nave. Que cortaran sus manos y le sacaran los
ojos, que lo torturaran, pero que ningún daño hicieran a su hermosa
nave. El Rodio habita sin duda entre los dioses antiguos del mar, si
alguna vez existieron, pues nunca nadie fue más audaz, ni más
valeroso, ni ejerció con más pericia el arte de la navegación. Que
quien vive de forma tan extraordinaria y logra tan excelentes
hazañas, no ha de temer a la muerte ni el olvido ha de alcanzarle.
Y los romanos
hicieron buen uso del quinquirreme del rodio, como veremos más
adelante.
El honor agrada
a los dioses, y al fin un fuerte terral llegó a Lilibeo, y dice
Polibio que fueron los mercenarios griegos los que avisaron a Imilcón
que de era un buen momento para hacer una última salida e intentar
prender fuego a las máquinas romanas. Y así lo hicieron: en una
espectacular salida consiguieron acercarse lo suficiente a los
ingenios y máquinas romanas, y les prendieron fuego. Sólo fueron
unos puntos aislados, pero el viento hizo el resto. Para cuando los
romanos se organizaron, repelieron el ataque e intentaron apagar los
fuegos, el humo los asfixiaba y las pavesas les quemaban, y todos sus
esfuerzos resultaron inútiles. En un solo día perdieron todas sus
obras. Así que se renunciaron a los asaltos, reforzaron la
circunvalación y se quedaron a la defensiva, esperando bloquear a
los hombres de Imilcón y rendirlos por hambre, pues comenzaron a
hacer otros planes.
La batalla de Drépana
El
cónsul del año 248 a.d.C., Publio Claudio había decidido un cambio
de estrategia, pues había recibido un gran contingente de marineros
y soldados de refuerzo, y suponiendo que en Drépana no tendrían
noticia, cargó a sus nuevos combatientes en sus naves y zarpó de
noche de Lilibeo en dirección al puerto de Drépana. Allí, el
general era un tal Aderbaal. Drépana, la actual Trepani, era un
excelente puerto natura, también muy bien protegido. Y Aderbaal no
era ningún cobarde, ni tampoco incompetente. Sus vigías avisaron de
la llegada de Publio Claudio con tiempo suficiente y en un abrir y
cerrar de ojos reunió a sus tripulaciones, las arengó y las preparó
para presentar batalla, pues no deseaba luchar en espacio cerrado,
sino donde pudiera usar la ventaja de sus naves y su pericia, en mar
abierto.
Cuando
Publio Claudio y su flota ya estaban entrando en la bahía, vieron
con estupor que Aderbaal ya sacaba sus naves para presentar batalla.
El cónsul decidió entonces dar media vuelta y esperar fuera del
puerto. Cuando las naves romanas comenzaron a ciar y ciabogar para
salir, se estorbarbaban, se quebraban los remos mutuamente y sufrían
gran desorden. Nótese la diferencia con las maniobras de Aníbal en
la batalla de Écnomo, donde los cartagineses dieron la vuelta con
doscientos navíos al unísono sin el mas mínimo problema.
Para
cuando Publio Claudio pudo formar sus navíos en líneas, Aderbaal y
su flota habían salido de la bahía, superado la posición romana
por un lado, y habían formado una línea apuntando a los romanos,
que quedaron así atrapados entre la costa y la flota cartaginesa. Y
entonces se lanzaron contra ellos, embistiendo, retirándose,
ayudándose unos a otros, y los romanos fueron totalmente arrastrados
a los bajíos, hundidos o capturados.
Si
sois perspicaces os habréis dado cuenta de que aquí no aparecieron
los cuervos. La razón es que Roma había abandonado la idea de
plantear guerra marítima. Aquella flota tenía como función
transportar hombres a Sicilia, pero no estaba ni hecha ni entrenada a
la guerra naval. Y sin los cuervos, los cartagineses resultaron
invencibles.
Aún
habrían de sufrir más reveses los romanos. Pocos meses después,
con un nuevo cónsul al frente, los romanos intentaron trabar batalla
con Cartalón, lugarteniente de Aderbaal. Pero el viento cambió, los
cartagineses vieron las nubes que se estaban formando y antes del
combate, se retiraron huyendo de la galerna. Los romanos intentaron
perseguirlos, y la tempestad les pilló frente a la costa sur, sin
abrigo posible. Dice Polibio que no se salvó ni un barco, y de los
restos que llegaron a la orilla no se puedo aprovechar ni una
astilla.
Con
mucho esfuerzo, Cartago mantenía Lilibeo y Drépana, aunque seguían
asediadas, y entonces Cartago envió a su arma secreta...
Llega Amílcar Barca
Este
sí, amigos. Este es el Amílcar, padre de Aníbal, que todos
conocemos. Amílcar desembarcó entre Palermo y Lilibeo, y tomó una
montaña que le permitió dominar el territorio con seguridad,
llamada Hercle. Desde allí, durante los siguientes seis años,
Amílcar Barca sembró el terror en el corazón de los romanos. Con
su flota lanzó terribles ataques de devastación por toda la costa
occidental de Italia, y en Sicilia mantuvo una guerra sin cuartel
contra los asediadores de Lilibeo y las guarniciones de Palermo y
Érice. No hubo más batallas campales, solo astucia tras astucia,
emboscada tras emboscada y trampa tras trampa. Seis años de guerra
sucia mantenida por el general más asuto que jamás hubiera pisado
Sicilia. A pesar de su precaria situación y de la dificultad de su
abastecimiento, Amílcar y sus hombres sometieron a los romanos a tal
presión que estos tuvieron que admitir la dolorosa verdad: Amílcar
Barca era invencible. Y con el cartaginés allí, decidieron que era
mejor intentar de nuevo la guerra marítima que aspirar a derrotar al
Bárquida. Y eso hicieron.
Amílcar, desde su montaña, observa a los romanos. Fuente: Arrecaballo |
El final de la guerra
Los
romanos tuvieron que replantear su estrategia. Puesto que en tierra
no conseguían los avances necesarios, se dieron cuenta de que la
posición cartaginesa dependía exclusivamente de su abastecimiento
por mar. Así que crearon una nueva flota cuyo objetivo era cortar
esa línea. ¿Sabéis que nave tomaron como modelo? Pues sí, el
quinquirreme de Aníbal el Rodio. Mucho fue lo que aprendieron de
aquella noble embarcación, que si bien ellos eran incapaces de
crear, sí eran capaces de reproducir. Doscientos navíos prepararon,
y los dotaron equiparon con esmero, conscientes de que aquella flota
era su última oportunidad. Pues después de más de veinte años de
guerra, Roma estaba agotada y sin más recursos.
Cuando
la flota estuvo lista, el cónsul Cayo Lutacio la empleó en los
asedios de Lilibeo y Drépana para ir entrenando a sus tripulaciones,
mientras dejaba que la noticia llegara a Cartago y estos tuvieran que
concentrar a su flota y presentar batalla. Y, en efecto, así fue.
Los cartagineses equiparon y cargaron sus naves con el
abastecimiento para Amílcar, pero ya no tenía buenos soldados en
África. Estaban todos en Sicilia, así que la dotaron con pocos y
jóvenes infantes, con la esperanza de cargar a Amílcar y a sus
curtidos mercenarios en cuanto tocaran Sicilia.
Batalla de las Égatas. Fuente: Ancient History |
Cayo
Lutacio supo por fin de la presencia del almirante Hannón, el nuevo
jefe de la escuadra cartagineses, cerca de las islas Égatas. Lutacio
se decidió a buscar la batalla antes de Hannón tocara tierra,
pudiera descargar y aligerar sus naves, y sobre todo, pudiera
embarcar a Amílcar. Cayo sobre ellos en alta mar. Y esta vez, esta
batalla de las islas Égatas, fue vencida por los romanos. Lastradas
y con pocos tripulantes, y todos inexpertos y sin capacidad de
maniobrar, fueron vencidos por las entrenadas tropas de Cayo
Lutacio, que sí puso mucho cuidado en la selección y entrenamiento
de su flota.
La
flota cartaginesa fue destruida cuando nadie lo esperaba, y aquel
fue el revés definitivo para ellos, pues sin ella, las tropas de
Sicilia quedaban abandonadas, y no tenían más recursos para hacer
otra flota, ni tampoco tiempo. El Sanedrín otorgó a Amílcar plenos
poderes para negociar con Roma, cosa que hizo con diligencia, pero
también con amargura, pues no había sido derrotado nunca, y aun así
le tocaba rendir a su pueblo. El tratado que pudo obtener fue el
mejor posible, dadas las circunstancias: los cartagineses tendrían
que abandonar Sicilia y pagar una cuantiosa indemnización a Roma en
diez años. No sin rabia embarcaron las últimas tropas mercenarias y
los últimos generales cartagineses.
Amílcar
regresó a una ciudad vencida. La Primera Guerra Púnica había acabado, pero bien supo la Historia que también
ese mismo y triste día, comenzó a trazar sus propios planes. Y
mientras pensaba, en su casa, un niño de ocho años jugaba a su
alrededor.
Gracias
ResponderEliminarA ti.
ResponderEliminar"... Tampoco es ESE Anibsl, hijo de ESE Amilcar..." : Querría ud. aclararme esta cuestión, porfa? Sidmpre pense que hubo 1 Anibal y un solo Amilcar.
ResponderEliminarAmílcar y Aníbal eran nombres muy comunes. Algo como Paco y Pepe. Polibio distingue a ESOS Amílcar y Aníbal mediante el sobre nombre familiar "Barca", que quiere decir "rayo". Aún en árabe, al menos el dialecto que conozco, rayo se dice "baraq".
ResponderEliminarPero hubo muchos Amílcares y Aníbales. Cómo Aníbal el Rodio.
Me ha gustado mucho, espero que publiques sobre la segunda guerra púnica y tercera.
ResponderEliminarOk! Acepto el reto. El siguiente artículo además os sorprenderá sin abandonar este escenario púnico.
ResponderEliminarGenial serie de artículos. Tenía entendido que no se disponía de tanta información como de la segunda guerra púnica. Pero la verdad que muy bien explicado y con muchos detalles históricos.
ResponderEliminarMuchas graciasE! En mis artículos trabajo exclusivamente con las fuentes originales disponibles. En este caso no puedo dejar de recomendar la lectura de la obra de Polibio, que es fascinante. Para el resto de artículos también: el libro secreto de los mongoles, la embajada a Tamerlan de Clavijo, Cartas de Relación de Cortes, Rihla de Un Battuta, Jenofontes, Herodoto... Los clásicos siempre sorprenden porque siempre son modernos!
ResponderEliminarPues me los apunto, había leído el anibal de Gisbert Haefs, pero vamos a darle una oportunidad a las fuentes originales ;)
ResponderEliminarEl Aníbal de Haefs me pareció un novelón. No conozco ninguna novela ambientada en la primera guerra púnica. Ni siquiera Salambo, de Flauvert, que comienza justo al acabar la guerra. Muy recomendable Salambó, por cierto.
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