domingo, 10 de diciembre de 2017

Harald I de Noruega y el poblamiento de Islandia

Saludos. Hoy hablaremos de los orígenes del reino de Noruega. Ello nos llevará por lo tanto a hablar también de vikingos, pero no  olvidemos que ser vikingo era una actividad económica y no un pueblo en sí o un rasgo étnico ni asociado a ninguna nacionalidad. Hubo vikingos de muchos sitios.
Nos fijaremos en este periodo porque precisamente fue Harald el que, sin saberlo, pondría en marcha una cadena de acontecimientos que afectó a miles de personas, y desembocó en el nacimiento de un nuevo país allí donde menos cabía imaginar.
Veamos primero cuál era la situación de lo que hoy llamamos Noruega a mediados del siglo IX. Encontraríamos una tierra poblada por lo que en su día se llamaron "tribus germanas". Se dedicaban a la agricultura y a la ganadería, y en la costa salían a pescar, a mercadear, y sí, también se convertían en vikingos. Habían desarrollado un refinado arte de construcción naval. Era una tierra rica en bosques. Eran paganos, al contrario que los reinos de las islas británicas. Rezaban a Odín, a Thor y al resto de los Ases. En la fiesta de Yule sacrificaban un caballo y se lo comían, siguiendo un ritual tan antiguo como las llanuras. Las viejas estructuras tribales habían ido evolucionando. La población estaba asentada en territorios controlados por jefes a los que difícilmente se les podría llamar reyes. Eran guerreros con un grupo más o menos numeroso de seguidores armados, equipados como podían para la guerra.
Una asamblea o Thing
La sociedad estaba formada por propietarios de la tierra, siervos, esclavos, y al mando, estos "reyezuelos" al frente de su banda de guerreros. Los propietarios tenían más o menos poder según lo débil o fuerte que fuera el jefe local, respectivamente. Donde podían, los propietarios se reunían en asambleas llamadas Thengs, que tenían cierta capacidad de decisión, y organizaban fuerzas propias de defensa y para hacer pequeñas incursiones estacionales, llamadas "leidang".  También estos propietarios se equipaban con escudos y lanzas, y cuando el señor local llamaba alguna leva, o cuando se tenían que organizar para defender su región de algún invasor, tomaban sus armas y se ponían a sus órdenes. Estos ejércitos no eran por tanto permanentes, y sus operaciones estaban condicionadas por la estación del año y las cosechas. Estos jefes solían emparentarse entre ellos, casando su descendencia entre otros jefes, o incluso enviando sus hijos a que sean criados por otros señores.
Como hemos dicho, y al contrario que los daneses o los reinos de las islas británicas, no existía un gobierno unificado en Noruega. La población había crecido y faltaban recursos y tierra. Esto empujó a muchos a la piratería. Es decir, a convertirse en vikingos. Las incursiones solían producirse en enclaves costeros de la propia Noruega, o Suecia, o Dinamarca o en las Islas Británicas, pues en estas ya existían reinos más organizados, una iglesia pujante, una herencia romana que, aunque bastardeada por los invasores sajones, les daba cierto lustre y capacidad de organización territorial más estructurada. Y en los templos y monasterios había riquezas. A bordo de sus largas naves, los vikingos noruegos y de otros países habían llegado incluso más allá, hasta el norte de África, y por el este, hasta las tierras riega el Volga e incluso hasta Constantinopla, capital del imperio romano oriental.  Las tripulaciones estaban formadas por hombres a quienes las luchas continuas habían dejado sin tierra, pero también propietarios que, una vez recogida la cosecha,  probaban fortuna a lomos de los esbeltos "dragones".
Típico mercante viking
La vida era dura para los que se quedaban en tierra también. No había muchas leyes e imperaba, literalmente, la ley del más fuerte. Era legítimo que un hombre matara a otro en duelo y se quedara con sus tierras, por ejemplo. Las sagas vikingas suelen narrar cómo había  "profesionales" de esto, que forzaban a alguien al duelo, sabiendo que tenían todas las de ganar, que hacían de esta actividad toda una forma de lucrarse. Una cosa curiosa que les parecía deleznable... no indicar a los parientes dónde había quedado el cadáver del hombre que había perdido el duelo. Muy curioso.
En las sagas también se habla de unos personajes muy peculiares: los berserkers. Los berserkers, bueno, eran hombres que en la guerra entraban en frenesí y se lanzaban sin armadura hacia los enemigos. Realmente se consideraban invulnerables y por eso no se esforzaban por protegerse. Pocos llegaron a viejo, sin embargo, a pesar de su supuesta  invulnerabilidad.
En esta era violenta nació Halfan Gudrodsson, a principios del siglo IX,  a quien por sus negros cabellos se le conoció como Halfdan el Negro. Su padre murió en combate y su madre volvió con él a Agder, donde creció grande y fuerte. Con 18 años era grande y fuerte. Reclamó Agder para sí, pues era el territorio de su padre. Reunió algunos hombres más e invadió Vingulmark, que perteneceía al rey Gandalf, y tras muchos combates consiguió arrebatarle la mitad. Luego se lanzó sobre Raumarike. Se casó con Ranghild, hija del rey Harald Barba Dorada. Su primer hijo, Harald, fue enviado a la casa de su abuelo. Pero aquel Harald murió, igual que Ranghild.  Lo que sigue es la típica dinámica de luchas entre territorios. Nuevos matrimonios, nuevas conquistas, nuevas venganzas de hijos de reyes vencidos... Una historia vista muchas veces. Pero se produjo algo diferente. Halfdan volvió a casarse con otra  Ranghild, hija del rey Sigurd. Ella  tuvo un sueño. De su vientre nacía un roble que crecía, y cuyas ramas se extendían y cubrían toda Noruega. Y Halfdan tuvo otro sueño parecido.  Entonces Ranghild, que era una mujer sabia, tuvo un hijo. Lo llamaron Harald, y fue bautizado, según nos cuenta Snorri Sturrulson en su "Hemiskringla", la saga de los reyes de Noruega. Harald crecería fuerte y espléndido, y llegaría a ser el primer rey de Noruega.


Los salones de algún reyezuelo...
Mientras crecía, Halfdan comenzó un trabajo que luego Harald prosiguió. Comenzó a legislar sobre los dominios, sin duda con la ayuda de Ranghild, que estaba emparentada con el rey de los daneses. Se destaca que incluso las cumplía él mismo. Algo extraordinario en aquellos días. Sobre todo hizo leyes para proteger a la población y evitar los actos violentos como los que hemos descrito antes. Quería traer orden y estabilidad. Se estableció un sistema de compensaciones que, si eran pagadas, anulaban el derecho de venganza, por ejemplo.
Cuando Harald tenía 10 años, Halfdan y muchos de los suyos murieron al romperse el hielo sobre un lago cuando caminaban por él. Afortunadamente, su tío Guthorm, hermano de Ranghild, le apoyó, pero todos jefes de otros territorios que estaban sometidos a Halfdan se rebelaron, lo que era habitual. Por lo tanto, Harald comenzó de nuevo la reconstrucción de los dominios de su padre. Pero Harald en cierta forma era diferente. Sin duda tenía una personalidad arrolladora, y en sus primeros años fue bien aconsejado por Ranghild y apoyado por Guthorm en el campo de batalla. Cuando tenía 18 años, dicen las sagas que ocurrió algo que le cambió para siempre. Envió un mensaje a Gyda, hija del rey
Gyda rechaza la propuesta de Harald
Eirik de Hordaland. Gyda era famosa ya por su belleza, pero también por su orgullo. Cuando recibió la proposición de Harald, que por entonces comenzaba a hacerse famoso, le respondió que solo un rey, uno de verdad, como el de los daneses,  era digno de ella. No quería unirse a  un reyezuelo que gobernara únicamente sobre varios distritos.
Se dice que los emisarios se aterrorizaron al pensar que tenían que transmitir dicho mensaje a Harald, cuyo carácter era, bueno, brusco, ejem. Pero aquella mujer había tocado la tecla que faltaba. Aquellas palabras llegaron hasta lo más hondo de Harald. Le dieron un objetivo en la vida: unificar Noruega. Ante todos hizo un voto de no cortarse ni recogerse el cabello hasta ser rey de toda Noruega y someterla a tributo. Aquel era el símbolo de que la tenía sometida. Y para ello, se dio cuenta de que necesitaba hacer un cambio de paradigma. El régimen de propiedad de la tierra y el equilibrio de poder hacía que mantener las posesiones fuera muy complicado, porque los jefes de cada región sólo eran sometidos a la fuerza, y no encontraban ninguna ventaja en formar parte de una estructura mayor. Lo primero que hizo fue derogar los derechos de propiedad en todos los distritos sobre los que gobernaba, y exigió que todos los anteriores propietarios le pagaran a la corona una renta por el uso de la tierra. Y ahora viene lo bueno. El encargado de recaudar tal tributo, y titular del derecho de retener una tercera parte de él, fueron los barones (jarls o earls) que él designó. Estos barones a veces eran los propios "reyes" que había antes, una vez aceptaban la sumisión a Harald. En otras zonas que tuvo que tomar a la fuerza, puso a hombres de su confianza. Y estos "jarls" comenzaron a darse cuenta de que recaudaban y se quedaban más dinero que antes, cuando los propietarios tenían derecho sobre la tierra. Y así fue como Harald estabilizó sus tierras. Los barones tenían la obligación de mantener un número de hombres exclusivamente dedicados a la guerra, pero salvo eso, podían hacer lo que quisieran.
Todos ganaban. Bueno, todos los "poderosos", pero claro, el pato lo pagaron los propietarios. Para empezar, pagaban en especie, lo que significa que las pequeñas propiedades ya no generaban suficiente renta como para sostener a familias. Así que estos propietarios malvendieron sus tierras o se largaron al no poder pagar. Se fueron a la costa y se embarcaron buscando un lugar mejor. Y de las regiones que no se sometían, tras ser vencidas, muchos hombres libres se negaban a someterse a las nuevas leyes de Harald, y huyeron.
¿Y a dónde fueron?  La mayoría a las Órcadas, a las islas Shetland, y entonces siguieron el camino de las islas Feroe, y más allá desaparecieron.
Bueno, no desaparecieron. Por aquel entonces Ingolfur Arnasson había encontrado una tierra de hielo y fuego al norte de las islas Feroe, y se asentó. El camino de aquella tierra se convirtió en un relato de esperanza para los que huían de Noruega. La ruta de navegación a Islandia corrió de boca en boca y fue la que tomaron los que huían de Harald y sus leyes. Allí encontraron una tierra vacía donde se asentaron y volvieron a comenzar. Huyendo de aquel nuevo régimen que tantas cargas les imponía, en Islandia fue donde se mantuvieron las instituciones de los propietarios "bondi" más tradicionales. Las asambleas, el régimen de la tierra, todo se mantuvo de forma contrapuesta a lo que ocurría en Noruega. Así fue como se pobló Islandia, y así como se fortalecieron sus instituciones tradicionales y asamblearias, que han mantenido hasta hoy.
Ingolfur Arnasson, primer poblador de Islandia
En 2016 publiqué un relato en el recopilatorio del IX Concurso de relatos históricos Hislibris, que trataba precisamente de las personas que mantuvieron en secreto la ruta a Islandia y dirigían a los huidos hacia allá desde las Órcadas, que ya habían sido conquistadas por Harald.
Mientras esto ocurría y los barcos llegaban a Islandia, Harald avanzaba y rendía distrito a distrito. Tuvieron lugar muchas batallas y muchos actos heróicos. Cada vez Harald tenía más fuerzas, y esto polarizaba a los demás reyes contra él, o bien acelerando su sometimiento. Sus enemigos se agrupaban para poder hacer frente a sus avances, y las sagas hablan de batallas donde murieron varios reyes enemigos.  Otros se vieron sorprendidos por Harald y sus incursiones, y dentro de sus propias mansiones fueron quedamos (esta era una forma de "negociación" tradicional: quemar a los reyes en sus mansiones después de bloquear la puerta desde fuera). Incluso Eirik, rey de los suecos en Upsala, ante la estrella ascendente de Harald tuvo sus más y sus menos con él, y terminó salvando el pellejo a la desesperada tras una cabalgada hasta los bosques de su país, perseguido por el propio Harald.
 Y la guerra también llegó al mar. La última batalla, la que le dio la totalidad de Noruega, se luchó en en Hafersfjord. Allí lucharon los últimos opositores de Harald: Eirik de Hordaland; Sulke de Rogaland; Kjovte el Rico, rey de Agder, y su hijo Thor Haklang y los hermanos Hroald Hryg y Had el Duro (sí, se llamaba así), de Thelemark. Reunieron muchos barcos y le lanzaron contra la flota de Harald. Este también había reunido sus fuerzas, y tenía muchos barcos, incluso el gran dragón que había hecho construir hacía varios inviernos, la nave larga más larga jamás vista. Y junto a él reunió a muchos y grandes guerreros y berserks, que aspiraban a la fama y la fortuna bajo la égida del nuevo rey. Por parte de ambos bandos se reunieron grandes guerreros, escogidos para convertirse en "guerreros de proa", el puesto de honor, de cada barco.
De Ole Peter Hansen Balling - Digitalt Museum, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=19312502
La batalla fue sangrienta y terrible, y el mar se tiñó de rojo. Las batallas navales de los vikingos no eran nada sofisticadas. Los barcos se abarloaban unos a otros, se asaltaban y se mataban a todos los que se podía. Los guerreros de proa eran los encargados de los peligrosos abordajes. En palabras de Snorri Sturrulson, el cronista islandés del siglo XIII, que escribió numerosas sagas, y era un vikingo que escribía para vikingos, "la batalla fue terrible y murieron muchos hombres, y todos fueron heridos. Todos salvo los berserks, porque el acero no podía herirlos".
Harald fue rey en el 872, año de esta batalla, y lo sería hasta el 932. Y sí, volvió a por Gyda, que ya no tenía argumentos para rechazarlo, claro. Y tuvo muchos hijos, y estos le dieron muchos quebraderos de cabeza, porque se dedicaban a molestar a los barones y a intentar quedarse con sus tierras. Harald eligió como favorito a Erik Hacha Sangrienta que era la fuerza, y su esposa Gunhild, que era el cerebro. Pero el destino quiso que el rey tras él fuera Hakon, que había sido criado en Inglaterra y había sido bautizado. Pero eso es otra historia.


Estrategia naval poco evolucionada

Ejércitos vikingos en juegos históricos
En DBA, los ejércitos de esta época están representados por la lista III/40, que tiene cuatro variedades según se use para fuerzas incursoras (vikingos) o bien ejércitos locales (leidang) de carácter defensivo. En cualquier aso, hasta el siglo CI los ejércitos se basan en las formaciones de "muro de escudos". Los generales hasta 9 peanas más son 4Bd, representando a los hombres de escudos redondos y espadas que todos tenemos en mente. Luego hay 3 peanas que pueden ser arqueros, psilois o 3 Bd o Wb, que representan a los berserk en pleno frenesí. Los vikingos tienen agresividad 4 y las fuerzas defensivas, 1. Los Leidang pueden de hecho intercambiar peanas de Bd por Ax, puesto que representan a fuerzas "no profesionales", ligadas a la tierra y peor equipadas.
Muro de escudos

En Field of Glory hicieron una interesante propuesta, y creo que muy acertada. Estos ejércitos salieron en los libros de "Lobos del mar", y en lugar de representar su comportamiento como "swordman", como si fueran legionarios romanos, los representaron más basados en su comportamiento de muro de escudos, y lo representaron como "offensive spearmen", haciéndolos más parecidos a los hoplitas. Creo que fue una buena decisión. A ello añadieron las guardias de los jefes, que eran hombres con mejor equipamiento (armoured) y armas pesadas y calidad superior.

En AdlG se optó por el camino intermedio. La lista 150 reflejaba tanto vikingos como leidangs. Los leidangs se bacan en lanceros pesados o ligeros (peor equipados), apoyados por la élite con armadura y arma pesada que escoltaba a los jefes, y luego exploradores y arqueros y tropas ligeras de ese estilo.
En cambio, para los vikingos se centraron en mostrar su comportamiento impetuoso, usando tipos de infantería media impetuosa, valga la redundancia, de élite en el caso de los berserk, junto al núcleo de la escolta armadura y arma pesada. También dan la opción de que los vikingos sean infantería pesada, sin más  habilidades, reflejando así su "muro de escudos").
Ni qué decir tiene que son ejércitos preciosos de pintar, con esos escudos redondos tan vistosos y esos berserks que ofrecen tantas posibilidades.

sábado, 25 de noviembre de 2017

El sueño de Bactriana: los últimos reinos griegos

Saludos. Hoy comenzaremos con un enigma. Imaginad la escena: es 12 de noviembre de 2001, y los talibanes ya sienten el aliento de los americanos en el cogote. En Kabul, un grupo de mulás, listo para huir a las montañas, se ha detenido en el edificio del Tesoro, construido en los años 30 por arquitectos alemanes. Bajan directamente al sótano, y al final de un estrecho pasillo hay una puerta con siete extrañas cerraduras. Los talibanes no tienen las llaves, claro, de modo que recurren a lo que tiene a mano: sopletes, palancas, balazos... Pero nada. La puerta apenas recibe daños. Por último, comienzan a disponer dinamita alrededor, hasta que un funcionario del Tesoro, horrorizado, les explica que el diseño del edificio es tal que si intentan volar la puerta, destruirán los muros de carga principales y toda la estructura caerá sobre sus cabezas. “Diseño alemán”, les asevera. Por ello, los mulás, frustrados, abandonan el edificio y huyen de Kabul sin conseguir su objetivo.



Pero, ¿qué había tras esa puerta, cuyas llaves estaban en poder de siete personas que no se conocían entre ellas, en siete lugares distintos del mundo? ¿Qué fabuloso tesoro intentaban saquear los talibanes? Preparémonos para viajar con la imaginación, queridos lectores, a través de los océanos de tiempo. Miremos ahora Afganistán en el Google Earth, y retrocedamos días, meses, años, siglos.... Porque hubo un tiempo en el esa tierra, que ahora no es más que escombros, era un país asombroso y opulento, cuna de una refinada y mestiza cultura, que fue descrito por los geógrafos como el riquísimo imperio de las mil ciudades. Pero su estrella se apagó, y cayó en el olvido, y no se volvió a saber nada de aquellos fabulosos reyes hasta hace poco más de cien años. Porque al otro lado de aquella puerta, amigos, estaba uno de los mayores y más hermosos tesoros que se hayan imaginado nunca. Y si tomáramos una sola de las miles de monedas que lo conforman, nos resultarían extremadamente familiares. Reconoceríamos en ella algunos caracteres. Sí. Algunos, incluso podrían leer fácilmente palabras escritas en griego. ¿”Cómo es posible”, podríamos pensar? Viajemos, viajemos un poco más hacia el oeste, hacia el principio de esta historia, hasta Babilonia, donde un joven rey macedonio agoniza en su lecho, rodeado por sus generales... Porque la cadena de acontecimientos que llevaron a los mulás al edifico del Tesoro, comenzó ese aciago día de verano del 323 a.d.C., en el que Alejandro, hijo de Filipo, falleció sin heredero.
Alejandro. Hubiera bastado con que dijera un único nombre con su último aliento, y todo habría sido diferente. Pero murió en silencio, y su cuerpo no estaba frío todavía cuando ya sus generales luchaban entre ellos por heredar su fabuloso imperio, que llegaba desde Macedonia hasta La India. Allí estaban, entro otros, Ptolomeo, Lisímaco, Eúmenes... y Seleúco. Sin hacer grandes esfuerzos por entenderse entre ellos, cada uno se dirigió hacia sus tropas, y comenzaron las guerras de los Diadócos.
Tras años de lucha, no les quedó mas remedio que llegar a diferentes acuerdos y repartirse las satrapías del imperio de Alejandro, que, inteligentemente, había respetado la organización territorial del imperio persa. En el reparto, Seleúco se quedó con pedazo enorme: desde Siria hasta La India, y estableció su imperio en el 305 a.d.C. Siguió respetando la estructura de satrapías persas, situando en cada una un gobernador designado por él, sátrapas, a fin de cuentas. Mientras, en La India, una nueva dinastía ascendía al poder: los Maurya. Su fundador, Chandragupta, recibió embajadores de Seleúco. El general sabía que no podría controlar las tierras del Indo ante los Maurya, y pactó con ellos: tierras, a cambio de miles de elefantes que incorporar al ejército seleúcida. Como prenda, matrimonios pactados entre ambas dinastías. Chandragupta sonrió y aceptó, y así extendió su imperio hasta las faldas del Hindukush.
Los años pasaron. A la muerte de Seleúco le sucedió su hijo Antíoco I, y a éste, Antíoco II. En este momento, el año 250 a.d.C. las guerras de Antíoco con los Ptolomeos de Egipto, alcanzan un nuevo clímax. Es entonces cuando el gobernador de la rica satrapía de Bactriana, aprovechando la oportunidad, declara unilateralmente su independencia de la casa de los Seleúcidas, y funda su propio reino: Bactria (en el norte del actual Afganistán) tomando rápidamente el control del ejército y preparándose para el posible contraataque seleúcida. Y su ejemplo cundió, porque apenas tres años después, Andrágoras, sátrapa de Partia, también declaró la independencia.
Hasta el 210 a.d.C., con un nuevo Antíoco, el tercero, los seleúcidas no fueron capaces de organizar una invasión en la satrapía rebelde. Para entonces, ya llevaba veinte años gobernando en Bactriana una nueva dinastía, la de Eutidemo, que había derrocado a Diodoto, y se había anexionado Sogdiana. Eutidemo y sus nuevos ejércitos grecobactrianos fueron inicialmente derrotados, pero en su repliegue hacia su capital se defendió con éxito, y resistió un terrible asedio durante tres años. Antíoco III, ante la imposibilidad de mantener el sitio por más tiempo, decidió pactar con Eutidemo. De esta manera, el imperio seleúcida reconocía al reino grecobactriano.
Su expansión prosiguió. Ya habían llegado a China hacia el final del siglo III a.d.C., y también se expandieron hacia el oeste, conquistando Traxiana; al norte, Fergana y al sur, más allá del Hindukush, hasta Aracosia. Para el año 180 a.d.C., el reino grecobactriano estaba a las puertas de La India.
Pero mientras, los partos, guiados por Arsaces se habían rebelado contra Andrágoras. No sólo tomaron el control de la región, sino que, bajo el mando del sucesor arsácida, Mitrídates I, siguieron como una ola imparable hacia el oeste, conquistando el corazón del imperio. La casa seleúcida fue empujada hasta el Mediterráneo, mientras Persia, Media y Babilonia volvía a manos iranias. El resultado es que el reino griego de Bactriana quedó separado para siempre de Occidente, la tierra de donde habían llegado los reyes macedonios. Para entonces, aquellos tiempos resultaban muy lejanos. En Bactria, la cultura helenística y las irania e india, a fuerza de coexistir, estaban impregnándose unas de otras. No se miró al oeste con nostalgia. Las riquezas, el poder, la gloria, estaban en el este.
En el año 180 a.d.C., la dinastía Maurya fue depuesta por los sungas. Su intolerancia religiosa hacia los budistas fue aprovechada por el rey bactriano Demetrio, que invadió La India, presumiblemente en defensa del budismo. Incorporó las tierras de la llanura del Indo a su reino, y luego prosiguió hacia el este. Los sungas dejarían registros escritos maldiciendo a los helenos, los “yavana”, feroces y sedientos de sangre.

Los sucesivos reyes bactrianos siguieron avanzando hacia el corazón de La India, hasta que el Menandro, en el año 150, conquistó la ciudad de Paliputra, en el valle del Ganges. En ese momento, la dinastía bactriana eutidémida fue depuesta por otra helenística, la eucrátida, que finalmente tomó el poder en el 140 a.d.C. El desorden en el reino bactriano fue tal que, aprovechando que las conquistas en La India eran tan extensas, el general Menandro dio un golpe de mano y formó el primer reino indogriego, una entidad política separada del reino de Bactria, que no pudo evitar la independencia de facto.
A partir de ese momento, la información que se tiene se diluye, y sólo se conoce que el reino Indogriego se fragmentó en numerosas partes con muchos reyes “yavana”, que volvían a unirse más tarde bajo otros yavana más poderosos, y que al morir éstos volvían a separarse.
Ambos reinos tuvieron una corta vida en paralelo, pues a partir del 140 a.d.C., a través de las estepas comenzó una invasión de los escitas del este, que presionados por otron pueblo indoeuropeo denominado Yue-zi, o kushan, avanzaron hacia el sur penetrando por el norte de Afganistán, y desorganizando no sólo Bactriana, sino también la frontera oriental del imperio parto. Y poco después los kushan también entraron en el reino. Entre ellos se encontraban posiblemente los tocarios, el pueblo indoeuropeo conocido que habitó más al este. A lomo de sus poderosos caballos, los impresionantes catafractos de los kushan y sus arqueros a caballo irrumperion en el debilitado y aun inestable reino bactriano. Los eucrátidas, aunque presentaron una feroz defensa, perdieron en pocos años de guerra el control de su reino, y, repliegue tras repliegue, el último rey grecobactriano, Heliocles, ordenó a sus súbditos huir hacia sus últimas posesiones en La India en el año 130 a.d.C. Los grecobactrianos, que formaban el estrato superior de la sociedad, se llevaron todo lo que pudieron, pero sus mayores tesoros tuvieron que ser escondidos y abandonados. Entre estos tesoros se contaban miles de hermosas monedas, adornos de oro, objetos preciosos procedentes del comercio con China y de los maravillosos artesanos de Bactriana. Fueron éstos tesoros los que aparecieron en el siglo XX. Éste es el origen del oro perdido de Bactriana, el tesoro de las Siete Llaves, que sólo representaba una pequeña parte del total.
Los kushan tomaron el poder en el reino, pero no destruyeron la cultura helenística, sino que la absorbieron en gran medida. Hablaremos de este poderoso imperio en otro artículo, no obstante, pues ahora debemos seguir con el último impero helenístico de Asia: los indogriegos, que bajo el mando de Menandro I, habían conquistado gran parte del norte de La India.
Los “yavana” se situaron de nuevo como estrato dominante en una sociedad también de castas, de manera que su dominio fue fácilmente asimilado. A lo largo de los años se sabe que gobernaron unos treinta reyes helenísticos. La cultura, la filosofía y la religión de ambos pueblos se fusionaron con una fuerza extraordinaria.
Sin embargo, los kushan desde su nuevo imperio bactriano, comenzaron su extensión hacia La India. La mitad occidental del reino indogriego fue conquistada hacia el 70 a.d.C. El reino indogriego quedó limitado a los territorios del Punjab. Pero los pueblos escitas esteparios siguieron presionando sin embargo más allá de las fronteras kushan, y así, en el año 10 a.d.c., el último rey indogriego, Estratón II, fue derrotado. Los últimos herederos del mundo que Alejandro había imaginado habían desaparecido. Pero no su cultura.

Los reinos grecobactrianos e indogriegos mantuvieron algunas características comunes. Los reyes y la clase dominante era de origen heleno, pero numéricamente era muy inferior a los pueblos sobre los que gobernaban. Éstos, además, eran muy variados, con lenguas, religiones y culturas distintas. La respuesta a los problemas de gobierno fue la misma que ya había empezado a adoptar Alejandro: la fusión cultural. Los gobernantes fueron asimilando la cultura local. Las lenguas comenzaron a fusionarse, y la religión pasó por un proceso de sincretismo, es decir, de unión de corrientes totalmente distintas. Estas ideas permitieron el nacimiento de culturas nuevas, con características tanto helenísticas como autóctonas. Cobró especialmente fuerza la religión budista, que muchos reyes, sobre todo indogriegos, no sólo defendieron con vehemencia, sino que llegaron a adoptar, como Menandro I. De hecho, una de las mejores muestras de este sincretismo cultural es un texto budista llamado “Milinda Phana” (Diálogos con Milinda, es decir, Menandro). Escrito en pali, refleja, copiando el más puro estilo dialéctico platónico, las conversaciones entre Mendandro y un monje budista Nagasena. En las distintas monedas acuñadas por los reyes pueden leerse inscripciones en griego y en idiomas locales, con símbolos adaptados, y referencia a dioses de todos los panteones. Hubo templos maravillosos y estatuas de belleza inigualable. La población, en su mayoría india o irania, disfrutaría junto a la aristocracia “yavana” de antiguos dramas escritos por autores de extraños nombres tales como “Sófocles”, o “Eurípides”, que hablaban de lejanas ciudades del oeste, que ya apenas eran un vago recuerdo para los nobles.

GRECOBACTRIANOS E INDOGRIEGOS EN DBA
La lista que representa a estos reinos es la II/36. Ésta tiene una variante “a” para el reino greco-bactriano y la “b” para el reino indogriego. Como características comunes, los ejércitos de estos reinos presentan una composición mixta: mando y unidades regulares de estilo helenístico y una parte mucho mayor de tropas autóctonas, tanto iranias como indias. Pero veámoslas con más detalle.
La opción “a”, grecobactriana, tiene un general 3Kn, que representa a la caballlería helenística tipo “Hetairoi”, equipada con armadura pesada y xyston, y otra peana de 3 ó 4 Kn, que representa tropas del mismo tipo o bien tipo catafractos seleúcidas. Luego hay dos peanas de LH,que representan caballería ligera bactriana, tropas iranias que combatían con arco y lanza ligera. Luego, vienen dos complejas opciones de hasta ocho peanas. La primera incluye 4 bases de picas, dos de auxiliares tipo “thureophoroi” helenísticos, y dos peanas de psilois, (arqueros mercenarios cretenses o arqueros montañeses indios), que pueden ser opcionales con una peana de elefantes y otra de Bw indios. Es decir, este grupo representa la primera etapa del reino grecobactriano, cuando todavía tenían contacto con los reinos helenísticos de occidente, y la tradición militar macedonia era mayoritaria.
Sin embargo, la otra gran opción sustituye estas últimas ocho bases por tropas exclusivamente iranias: 3 bases de caballería acorazada o catafractos iranios y más LH de caballería ligera bactriana y caballería ligera india. Es decir, es posible hacer una lista exclusivamente de tropas montadas. Con estos ejércitos hicieron frente a las invasiones kushitas.

La opción “b”, que es la del reino indogriego, es más sencilla. El general es Cv, en lugar de Kn. En las monedas indogriegas se representan jinetes helenísticos, pero equipados con arcos y lanzas ligeras. Al parecer, tuvieron que cambiar las tácticas de choque con xyston frente a enemigos más ligeros, como los indoescitas, que fueron penetrando en La India. Por ello se equiparon de aquella manera. Luego hay una peana de Lh, que representa caballería ligera india o bien mercenarios escitas. Cuatro peanas de piqueros son el último recuerdo de las tácticas helenísticas, pues luego siguen dos peanas de elefantes indios; tres peanas de arqueros indios Bw, una de las cuales puede cambiarse por Ps, arqueros montañeses indios y una peana de Bd, que representa a los lanceros indios, que luchaban con escudos grandes y estrechos, jabalinas y diferentes tipos de espada, normalmente por delante de los arqueros.
GRECOBRACTRIANOS E INDOGRIEGOS EN FOG
La lista está contenida en "Immortal fire". En FOG hicieron dos listas separadas. La primera de Grecobactrianos es muy parecida en composición. Se puede incluir una pequeña fuerza de picas, y algunos elefantes, y luego muchas tropas locales, entre los que está la caballería noble acorazada. También permite montar una lista completa de caballería.
La indobactrana presenta un número de tropas helenísticas bastante reducida, con muchos componentes indios (elefantes, arqueros, espaderos...). La caballería indogriega está disponible en número muy reducido, pero es una combinación interesante de caballería con arco y capacidad de cargar.
EN ART DE LA GUERRE
Para AdlG se hizo la lista 46 para cubrir ambos ejércitos. Tiene un núcleo común de caballería ligera bactriana, piqueros, muy pocos, y tropas "coloniales" helenísticas, como peltastas y arqueros mercenarios cretenses.
Para la opción grecobactriana se añade la caballería pesada irania, como catafractos, y la caballería pesada helenística, que es acorazada/impacto. La indogriega incorpora todas las tropas indias que hemos mencionado antes. A destacar que ya la fuerza toda montada para grecobractrianos no es posible en AdlG.
Casi todas las marcas tienen gamas útiles: Xyston, Essex, Old Glory, Magister Militum, etc.

martes, 21 de noviembre de 2017

Mi entrevista en La Biblioteca Perdida


Saludos. Esta semana estoy muy emocionado y agradecido por la entrevista que me realizó el equipo de La Biblioteca Perdida sobre mi novela, “La isla de las sombras. La batalla de Esfacteria”. Aquí tenéis el enlace. La entrevista ocupa la primera media hora del programa.

 


“La Biblioteca Perdida” es un programa de radio por internet de temática histórica. De la mano de Mikel Carramiñana, su estupendo equipo desgrana pasajes apasionantes de la Historia: personajes, civilizaciones, batallas, inventos… Su divisa es el búho, amigo inseparable de Atenea, diosa de la Sabiduría. Por eso los oyentes somos los "mochuelos".
Un día comencé a escucharlos y desde entonces me acompañan y amenizan los ratos en los que me dedico a las tareas domésticas. No puedo dejar de recomendaros sus programas.

Desde HistoriaHispano quiero enviar un enorme agradecimiento a Mikel y Bikendi por un rato tan agradabable charlando sobre libros e Historia. Y Víctor Gondra "Endakil", por tantas cosas.
 

 

sábado, 11 de noviembre de 2017

La conquista de México, parte III

Saludos. Imaginad esta escena: Cortés está terminando de escribir su segunda carta de relación al emperador Carlos desde un cobertizo. Tras él se oye el inconfundible golpeteo de la industria. Unos maderos son serrados, otros están siendo vaciados, tallados y barrenados. Diferentes conjuntos de piezas son ensambladas con espigas y pasadores. Al capitán le cuesta concentrarse. Es tanto lo que tiene que contar... Lo que ha vivido en los últimos meses es asombroso. Ha visto la ciudad del lago, ha conocido a Moctezuma, ha cerrado sus ojos y se ha despedido de él como amigo, y ha llorado por él como un hermando. Ha luchado batallas imposibles y ha tenido que huir por agua y tierra para salvar la vida después de haber tenido un imperio en la punta de los dedos. Y de todo ello, de todos aquellos prodigios debe dar cuenta a su rey. Pero aun así, no termina la carta con desesperanza. Al contrario, en los últimos párrafos le da noticias de que se dispone a recuperar lo que ha perdido, lo que por unas semanas perteneció a la Corona y a sí mismo.
                Termina la carta, suspira, se levanta y da unos pasos para estirar las piernas. Aun le duelen las heridas, pero se dedica a observar a sus laboriosos soldados. Sonríe. Otros habrían abandonado. Otros, no él. Él contempla complacido cómo construyen su arma secreta. La que le dará la victoria.
              
Carga final en Otumba
 
Nadie la hubiera creído posible la noche que huyó de Tenochtitlán. Ni el día siguiente, ni el otro, ni el de después. Pues los feroces mexicas, liberados por fin de su presencia, decidieron el exterminio de los castellanos antes de que pudieran llegar a la costa, y en pocos días, las tropas fueron convocadas, las órdenes impartidas, y por fin, en Otumba, se encontraron con sus enemigos. Españoles y tlascaltecas por un lado: derrotados, acosados cada día por hostigadores, hambrientos y pobres. Lo mejor del ejército azteca y sus aliados  por la otra parte, en formación. Hasta los guerreros jaguares y águilas habían venido. Portaban hermosos estandartes emplumados y gritaban. Aquel iba a ser el último combate.
                La carga de los mexicas fue brutal. Se lanzaron una y otra vez contra las posiciones de Cortés, y sólo la desesperación les dio fuerzas para sostener acometida tras acometida. Todo fue muy confuso. Los mexicas empuñaban espadas de acero de los caídos en la Noche Triste. Se agotó la pólvora y se dispararon todos los virotes, y los guerreros de espada y rodela hicieron todo lo que pudieron. Pero veían aterrados que cuando alguno de sus compañeros caía herido o simplemente, de agotamiento, sus enemigos no los mataban, sino que los arrastraban vivos hasta su retaguarda. Todos sabían lo que iba a pasarles, y ninguno quería bajar los brazos y rendirse. No quedaba sino morir peleando.
                Nadie sabe muy bien cómo ocurrió, pero mientras el frente combatía, un escuadrón de caballería se abrió paso y  quedó frente al general enemigo, sentado en su palanquín, con muchos estandartes y señas, y despidiéndose unos de otros, se lanzaron en una carga suicida, tal vez la última, contra él. Sólo uno de ellos consiguió sobrepasar a los guardias del general, y llegándose junto a él, lo atravesó con su lanza, lo que provocó el pánico entre los mexicas y sus aliados, y huyeron.
                Así, maltrecho pero no muerto, regresaron a Tlaxtaca. Desde Veracruz le instaban a regresar a la costa y aguardar refuerzos, y sus hombres estaban más allá del límite, pero Cortés sabía que si los tlaxcaltecas les ayudaban, no todo estaba perdido. Sabía que los aztecas no tenían mucho que ofrecer a los pueblos que se habían rebelado contra ellos al aliarse con los castellanos. Si se quedaba en el Anáhuac, tenía la posibilidad de mantener su apoyo, protegerlos de posibles represalias, reunir más hombres y asaltar Tenochtitlán. En su mente no era imposible. Tenía un plan. Tal vez lo hubiera desarrollado mientras residía junto a Moctezuma. Tal vez mientras huía y juraba para sí recuperar lo que había perdido o morir en el intento. Así que se quedó en Tlaxcala, y puesto que sus aliados eran fuertes y los mexicas necesitaban volver a someter a sus antiguos aliados, se movió rápido. Contra todo pronóstico, su huida se convirtió en una nueva ofensiva.
               
No se equivocaba Cortés. La Triple Alianza, a pesar de su victoria, se había quedado aislada. Su política exterior la había llevado a tener súbditos, no aliados, que una vez hubieron saboreado la libertad y vieron cómo los extranjeros los habían puesto en tantos apuros, y que aun así  no habían sido derrotados, sino que habían vencido en Otumba.  El nuevo Tlatoani envió emisarios a las ciudades más díscolas. Llevaron las cabezas de los caballos y los españoles que no salieron de Tenochtitlán aquella noche triste. Alardearon de su poder y les ordenaron someterse. Incluso les llegaron a ofrecer un año sin tributos a cambio de su participación en la muerte de los castellanos. Pero había un halo de debilidad en todo ello, y no cedieron a la diplomacia. Los mexicas tuvieron que organizar sus fuerzas y enviarlas a esas provincias que permanecían renuentes,  que se resistían a volver a someterse, tal vez esperando que ocurriera algo… Justo entonces supieron que Cortés había vuelto a invadir el Anáhuac…
                Su plan requería el paso franco hasta la costa. No bien se hubo rehecho , al frente de sus pocos soldados, los tlascaltecas y algunos españoles más de refresco que habían llegado con algunos barcos perdidos, invadió la provincia de Tepeaca, que era la entrada desde Veracruz hasta los territorios de la meseta. Fue un ataque fulgurante e inesperado que le rindió enormes ventajas, pues en cuanto su acción fue conocida, cuando aquellos pueblos que permanecían a la espera de acontecimientos, recibieron la noticia y a los mensajeros tlascaltecas, fueron a verle y a aliarse de nuevo con él, o a pedir perdón por haberles combatido y solicitar ponerse a sus órdenes. Y con el camino a la costa bien protegido, y una nueva ciudad fundada para asegurarlo, bautizada Segura de la Frontera, Cortés reveló el resto de su plan: para tomar la ciudad del lago construiría barcos. Trece bergantines. Concebidos además para poder ser desmontados, transportados desde Tlaxcala hasta el lago, y allí, ser debidamente ensamblados. Cada una de las embarcaciones podría llevar más de treinta hombres, artillería, tiros, ballesteros y escopeteros. Con esos barcos podría proteger los accesos a las carreteras, por donde los caballos y soldados eran vulnerables a las canoas aztecas. Podría presentar batalla naval e incluso entrar en la ciudad con ellos por las vías de agua.

                Y aun ocurrió algo más. Una espada invisible… La maldición de los dioses… La viruela. Aquellos que entraron en contacto con los españoles se contagiaron y propagaron la enfermedad por una población que jamás había estado en contacto con aquel virus. Era como si los dioses los estuvieran castigando por haberlos expulsado de Tenochtitlán. Hay numerosos testimonios gráficos en los códices mostrando las terribles secuelas de la viruela en sus cuerpos. Los que no murieron, quedaron marcados, tullidos o ciegos para el resto de su vida.
                Las acciones del capitán desde ese momento, y hasta que sus barcos estuvieron listos, se dirigieron a atacar a los pocos aliados que quedaba a los mexicas, ya fuera directamente, ya fuera peleando contra ellos en defensa de sus propios aliados. Se dedicó a socavar, en resumen, el poder de la Triple Alianza y de Tenochtitlán, pues sin los tributos y el abandono de sus aliados se enfrentaba también a otro mal: el desabastecimiento. El comercio prácticamente desapareció, y el Gran Mercado no podía suministrar alimento a su población. Esto los debilitó aun más, y los expuso a las enfermedades con más virulencia que al resto.  El hambre se convirtió en otra arma para los españoles. Los aztecas sacaron a sus tropas para someter a sus vecinos, para saquearlos, o para eliminar recursos para Cortés. Estas son las tropas que el cpaitán, en su campaña de aproximación a Tenochtitlán, va encontrando. Tropas que no se dirigen hacia él, sino hacia sus anteriores dominos, ya en franca rebeldía contra ellos, y acogidos a la protección del emperador Carlos que representaba Cortés.

                Mientras, él va atacando y descendiendo hacia el lago con la idea de conquistar toda la orilla, cortar el abastecimiento de la ciudad, ya de por sí exiguo, y rendirlos por  hambre. Tras tomar Tezcoco, hace llamar a los barcos. Una larga expedición con miles de porteadores comienza un lento descenso hasta allí, mientras se excava un canal en el que poder ensamblar las naves y entrarlas por él a la laguna.
                Fue en esos días de preparativos finales cuando Cortés intentó por última vez  conseguir una rendición pacífica. Cuenta en sus cartas que se llegó por la calzada de Tacuba hasta la primera de las albarradas, y allí pidió que viniera el nuevo Tlatoani. Estos le contestaron que se le quedaba grande. Que tenían nobleza suficiente, cualquiera de ellos, para tratar con él.  Cortés tuvo que ceder, y les recordó que pronto se quedarían sin alimento, que se rindieran. Los guerreros se rieron de él, y le dijeron que se  alimentarían de españoles y tlascaltecas. Uno de ellos le arrojó una torta de maíz con desprecio, invitándole a comer en su lugar, pues ellos no tenían necesidad.
Él no  lo sabía, pero el sucesor de Moctezuma murió de viruela. El nuevo Huey Tlatoani, el que sería el  último de su estirpe,  era un joven valeroso y orgulloso, llamado Cuauhtémoc. De las proezas de su pueblo que se verían en los meses siguientes,  que fueron muchas y muy notables, él fue el responsable. Dio fuerzas a su pueblo más allá del límite humano. Aun no sabían los castellanos realmente a qué iban a enfrentarse.
                Con los barcos ya ensamblados y sus tropas y capitanes repartidos por las calzadas (Tacuba, Tezcoco, Iztapalapa y Chapultepec), entraron los barcos en la laguna y se enfrentaron a su primera batalla con las canoas aztecas, que se vieron sorprendidas y tuvieron que regresar a la protección de la ciudad. Mientras, por tierra, comenzó el primer asalto del trágico asedio de Tenochtitlán.

La estrategia de Cortés consistía  en avanzar por las calzadas e ir ganando puentes, rellenar los huecos y demoler las barricadas. La infantería avanzaría por las calzadas, con los zapadores detrás. Mientras, los bergantines protegían los flancos de la calzada y mantenían las canoas alejadas. Por la tarde, la caballería protegería a las tropas que se retiraban, y darían media vuelta para replegarse también. Por ello, mantener el terreno ganado en perfecto estado era fundamental.  Esta estrategia se aplicó desde todas las calzadas que llegaban a Tenochtitlán. Incluso tuvieron que abrir las calzadas para dejar pasar a los bergantines al otro lado, pues en los primeros días todos quedaron del lado de la laguna dulce, y las canoas del otro lado, el de la salada, apenas tuvieron oposición. Todos los capitanes españoles tenían órdenes estrictas de no avanzar su campamento a nuevas posiciones, ni entrar en la ciudad más allá de donde hubieran rellenado y acondicionado las calzadas.
Por su parte, los mexicas levantaban los puentes y mantenían defensas y barricadas para retrasar el avance por la calzada. Desde las azoteas castigaban con dureza las entradas de sus enemigos en la ciudad. Desde las canoas intentaron acosar las calzadas, pero los bergantines las detuvieron y tuvieron que dedicarse a hostigar con menos eficacia. Al caer la noche y retirarse los españoles, los perseguían hasta que los caballos les caían encima, y tras la retirada de los invasores, volvían a excavar los rellenos, a romper las calzadas, a asegurar el paso de las calles de agua, y a esperar el nuevo ataque.
Fue una batalla  disputada a espada, maza y rodela, pero también a pico , azada y a espuerta de tierra.  Se batalló en cada calle, en cada puente, en cada paso. Los avances de cada día desaparecían al día siguiente casi en su totalidad, y todo volvía a empezar. Pero en uno de esos días Cortés avanzó hasta un cruce de la calzada en la que se ensanchaba, y había torres ceremoniales, y fortificó el lugar para no tener que retroceder a tierra, y preparó atraques para los bergantines.
La lucha en las calzadas era terrible. Los caballos ocupaban todo el ancho y hacían duras cargas contra los guerreros una vez las barricadas eran demolidas y los puentes rellenados. Mientras, desde las calzadas de Tacuba e Iztapalapa llegaban informes similares. Pedro de Alvarado cortó el acueducto de Chapultepec y cerró las pequeñas calzadas que avanzaban de la orilla. Así cerró el lazo definitivamente sobre Tenochtitlán. Pero aun así, los defensores no se rindieron. No flaquearon ni un solo día. Por mucho que sus enemigos les hubieran entrado por las calzadas, a la caída de la tarde perseguían a los castellanos y sus aliados con saña, y solo los caballos impidieron que esas retiradas se convirtieran en una carnicería. Los jinetes les tendieron emboscada tras emboscada, pero ellos valoraban menos su vida que ver a sus enemigos dentro de su ciudad.
Alvarado había conseguido avanzar hasta las proximidades del Gran Mercado de Tlatecolco, y sus hombres le animaban a tomarlo y establecer allí el campamento, pues era peonoso avanzar una y otra vez para retroceder cada noche hasta la orilla del lago.  A pesar de sus instrucciones, uno de los días se dejó llevar y avanzó demasiado, sin dar tiempo a su retaguardia para rellenar los huecos de la calzada. Los mexicas se percataron y se revolvieron. Cuando le hicieron retroceder, sin poder recibir ayuda de la caballería, muchos murieron o fueron apresados, y aquella tarde fueron sacrificados en los templos. Cortés fue informado y a pesar de su enfado, fue a inspeccionar las posiciones y vio mucha ventaja en lo hecho por Alvarado. Acordaron realizar un ataque desde el lugar de Cortés para aflojar la defensa del mercado, y entonces que Alvarado lanzara otro ataque. Pero también perdió el control de sus tropas, que avanzaron sin rellenar adecuadamente, y en su retirada quedaron empantanados, y  cuando los mexicas les cayeron encima, hasta Cortés tuvo que batirse por su vida, que a punto estuvo todo de perderse en aquel lugar, de no haber sido por su guardia personal, de la que muchos perdieron la vida para que él pudiera huir por la calzada. Los que fueron capturados murieron sacrificados, y sus corazones fueron entregados a los dioses, y hubo muchos cantos de victoria y sahumerios en las pirámides. Cuauhtémoc  debió de dirigir aquellas ceremonias.

Aquel revés fue tan duro que durante unos días, los españoles aflojaron la presión. Fue entonces cuando un capitán tlascalteca, Chichicatecl, dirigió una nueva ofensiva. Tendió una astuta trampa los mexicas en uno de los puentes. Una vez lo cruzó, emboscó a cuatrocientos arqueros. Penetró por las calles y retrocedió hasta el puente, y se tiraron al agua. Entonces los arqueros se cebaron sobre sus perseguidores, que sufrieron un gran descalabro.
Los combates siguieron y siguieron, y las tentativas sobre el mercado dieron sus frutos. En una emboscada de la caballería perecieron quinientos guerreros mexicas, y entre ellos, importantes capitanes. Aquello provocó que ya nunca volvieran a perseguir a los españoles en sus retiradas. Y en la laguna, las canoas se replegaron definitivamente. Las  otras ciudades del lago, los últimos aliados, se entregaron a Cortés. Los castellanos comenzaron a demoler los edificios de las zonas en las que entraban, arrasando la que, según las propias palabras del conquistador, era la ciudad más hermosa del mundo. Una ciudad en la que los cadáveres se amontonaban, el hambre era terrible y hasta los supervivientes que  ya casi no tenían fuerzas, rogaban a los españoles que atacasen y los matasen para acabar con todo aquello. Pero sin rendirse.  Se burlaban de los españoles.  Hasta que solo quedó resistencia en uno de los barrios, en el que los mexicas se hacinaban, caminando por encima de sus muertos, languideciendo en el suelo, aguardando un último combate.
Llevada la resistencia hasta el límite humano, Cuauhtémoc rindió a su pueblo y se entregó a  Cortés. Se acercó en una canoa a uno de los bergantines, y allí se dio a conocer. Su aspecto no era el del joven de dieciocho años que era. Parecía un anciano. Sólo su dignidad había podido conservar. Lo llevaron ante Cortés, y a través de los traductores le dijo que había cumplido con su obligación de resistir hasta el final. En una de las escenas más terribles y apabullantes de toda esta historia, Cuauhtémoc, débil y tambaleante, pero resuelto, señaló el puñal que colgaba de la cintura de Cortés y le pidió que acabara con su vida.

Allí terminó el imperio de los aztecas y nació Nueva España. Un nuevo mundo. Un mundo mestizo, como el hijo de Cortés y doña Marina. Un mundo  que aun habría de conocer muchos prodigios. Desde allí, nuevas expediciones serían enviadas hacia Yucatán y más al sur, hacia el territorio maya, y hacia el pacífico y el país de los tarascos. Toda aquella tierra quedó sometida  a la corona de Castilla, y por tanto al emperador Carlos. Cortés se hizo Capitán General de la Nueva España, y regresó rico a la península. Hubo más gobernadores primero y luego virreyes. Algunos enviados desde la península. Otros, indígenas cristianizados y bautizados, educados entre dos mundos. El emperador pidió conocer a sus nuevos súbditos, y fue entonces cuando se recopilaron los principales códices aztecas, realizados por artistas locales y glosados por frailes para explicar las bellas imágenes por ellos realizadas. SE abrieron universidades y se estudiaron las lenguas indígenas, sobre todo el náhuatl, que fue bien comprendido y utilizado por los frailes enviados a evangelizar.
Un nuevo mundo
Cortés se convirtió en leyenda, como también lo hicieron doña Marina, Alvarado, Gonzalo de Sandoval, Bernal Díaz,   Moctezuma y Cuauhtémoc, y los mexicas, y los tlascaltecas. Los templos antiguos fueron transformados en iglesias y los dioses antiguos, olvidados. Y aquel continente fue dado al mundo con sus prodigios y sus riquezas, que de mano del imperio español fueron llevados por casi todo el mundo y cambiaron la vida de millones de personas. No solo oro. El oro fue pronto malgastado por los reyes en sus guerras entre parientes. Hablamos de riquezas aparentemente humildes, pero que sin duda cambiaron la historia,  como el cacao, el maíz, el tomate, la patata, que tantas vidas salvaron.
Ha sido mucho lo que se ha escrito sobre Cortés y sus actos, pero pocos son los que han leído realmente su relato, o el de sus hombres, como Bernal Díaz. En sus páginas podremos encontrar, además de los actos de valor de unos y otros, el asombro y la admiración que aquellos pueblos les causaron. No encontraremos jamás una mala palabra o un desprecio.  Más bien al contrario: veremos asombro, admiración y respeto. Y sobre todo, como siempre debemos hacer, podremos juzgar por nosotros mismos.

domingo, 15 de octubre de 2017

Muchos encuentros...

El sonido de los cerrojos de hierro precede al chirrido de los viejos goznes, que se quejan así de llevar tanto tiempo sin ser aceitados ni usados. Un viajero permanece a la entrada, intentando atisbar en la oscuridad. De su exiguo equipaje saca un chisquero y prende una lámpara de aceite. La luz anaranjada pone color al gris de la noche. Entonces, sonríe, y da un paso al interior. Todo está más o menos como lo dejó. Los muebles siguen tapados con telas, a las que ahora cubre una buena capa de polvo. Los estandartes cuelgan silenciosos allá en el techo de la estancia. Hay tantos relatos tejidos en ellos. El hogar está frío, pero junto a él hay un pequeño montón de troncos secos, esperando el regreso, y él lleva un frasco de aceite para prenderlo. Las llamas no tardan en lamer la vieja y seca madera. El olor le transporta inmediatamente a otra época. Ahora es más viejo y más sabio. Al menos, para mirar una última vez a las paredes y evaluar el trabajo que le queda por hacer. Pero se siente feliz. Entonces echa para atrás la capucha, se quita las botas y arrastra la silla hasta la chimenea. Una nube de chispas saluda al fin al viejo caliban66.

Saludos, compañeros. Parece mentira que hayan pasado ya siete años desde la última publicación de DBAHispano. Siete años dan para mucho (que se lo digan a Alejandro). Bueno, a mí no me han servido como a él, pero tampoco puedo decir que haya perdido el tiempo... Allá por 2010 tuve que dejar esto al empezar una nueva etapa en mi vida: la paternidad. Una paternidad un tanto especial, porque empezó de golpe con un chaval de 4 años, otro de 2 y un bebé de 9 meses. Un día mi mujer y yo salimos de casa con el coche y volvimos con el asiento de atrás lleno, dicho simplificadamente.
Ahora somos cabeza de una familia numerosa, y eso lleva muuuuucho tiempo. Además, por trabajo tuvimos que viajar mucho. He vivido en México, en Marruecos y también pasé algún tiempo en Emiratos. Eso me obligó, a pesar de transportar mis minis de sitio en sitio, a aparcar un poco el hobby. Pero en cuanto mis niños pudieron, comenzamos a jugar. Echamos partidillas al AoW, a algo de DBA, pero el pequeño todavía era muy destructivo. Recuperé viejas minis del ESDLA y mazmorreamos con el "Cavern Crawl" de lo lindo, y luego vino más trabajo, así que ahora jugamos mucho a juegos de mesa, que tienen la ventaja de poder preparar una partida en "cero coma". Pero al menos se conocen el Space Hulk y hasta se han terminado con éxito la primera misión jugando yo de alien. ¡Ja! Jugamos al Dominion, a los Colonos, al Risk de Juego de Tronos, al Takenoko, al Carcassone (el mejor el de Mares del sur, jeje). En fin, que van conociendo el mundillo. De hecho, estamos trabajando en un juego que todavía tenemos en pruebas. En esto avanzamos lentamente, claro.
Si bien no podía jugar, sí crie un poco más a mi gusanillo literario. Mientras trabajaba en DBAHispano escribí un par de novelas. La segunda la acabé en México. La tercera, la paré a medias en Marruecos. Escribía de noche, robando horas al sueño, pero eso es así. Tuve una propuesta editorial que se fue al garete y, desencantado, comencé a escribir relatos cortos. En Hislibris hacen todos los años un concurso de relatos cortos de corte histórico, así que con el bagaje de DBAHispano me encontraba como pez en el agua, y comencé a participar todos los años regularmente. Y fue bien. Cada año hacen una selección de los relatos mejor puntuados, y tuve por fin mis primeros textos publicados en el libro del concurso II, V, VI, VII, VIII y IX, que ha sido celebrado este año.
Un orgullo, porque mis relatos comparten páginas con autores como Luis Villalón, Sandra Parente o Blas Malo, todos ellos autores publicados. Publiqué relatos como "La última noche de Atenea Virgen", sobre la noche que estalló el Partenón; "Dime qué hay allí donde me llevas", sobre los últimos días del Barón Rojo, o "Espíritu del agua", una historia sobre la colonización de Islandia. Pero el que de verdad lo cambió todo fue el VIII, porque ese año gané con mi relato "El bosque del inglés". Un relato inspirado y dedicado a Ramón Trecet y al equipo de Diálogos 3, de RNE3. Un relato sobre una extraña melodía que viaja desde la Escocia jacobita, por el Caribe, hasta una prisión en Estados Unidos, donde es registrada por un joven Alan Lomax en los años 20 de labios de un preso condenado a muerte.
El premio por ganar era un contrato literario, así que, ¡zas! Tuve que desempolvar mi vieja novela, esa que no pude publicar la primera vez, y, bueno, ahora está en la calle. "La isla de las sombras". Jo, como un cuarto hijo.
Fue presentada en mayo en Madrid y en junio estuvimos en la Feria del Libro. Toda una experiencia. ¿Qué tiene de especial? Pues que esa novela no hubiera existido sin DBAHispano. Así de sencillo. Me pulí como escritor en el durísimo concurso de Hislibris (durísimo porque los relatos se presentan bajo anonimato y los participantes comentan lo que les parece sin ningún tapujo ni la carga de conocer al autor), pero me formé y tomé el método en este blog, aquí, entre vosotros. Y viendo el contador de visitas, que ya ha dado varias vueltas estos años, pues, hay que hacerle justicia a esta página. Porque sin vosotros, sin los ánimos que recibí, sin los comentarios, y sin las miles de visitas que hemos tenido, todo esto no hubiera sido posible.

¿Y QUÉ PASA A PARTIR DE AHORA?

Pues bien, desde hace dos años vivo en Madrid, y ahí es donde la empresa de transportes entra en juego. Cada día dispongo de 35 minutos de ida y otro tanto de vuelta al curro. Con eso, una libreta A6 y un boli he escrito un montón, y tengo tiempo para retomar este proyecto. Tengo que compaginarlo con otros proyectos literarios, pero podré sacar artículos con cierta regularidad.  Pero ni mi colega Endakil y yo estamos tan sobrados de posiblidades como antes. Las imágenes que aquí empleábamos se han perdido casi todas. El blog está que da penica. Es  el momento de comenzar una nueva singladura con HistoriaHispano. No solo para DBA, sino para otros reglamentos (AdlG, FoG, etc.) , aunque con la misma temática y formato.  Así que anunciamos que DBAHispano renacerá en este HistoriaHispano (historiahispano.blogspot.com). Aquí, al tiempo que recuperamos las entradas de DBAHispano que han quedado desangeladas, tendremos publicaciones periódicas con la misma temática y formato, justo por donde lo dejamos. ¿Qué por dónde era? ¡Ja! Me acuerdo perfectamente. Veréis, imaginad una fría estepa, y que estáis a lomos de un veloz caballo, con el viento el pelo y un halcón en vuestro brazo derecho. No, no es el principio de "Conan, el bárbaro". Más bien se trata del fin. Del fin del mundo, o al menos del mundo tal y como era a comienzos del siglo XIII. En fin, si os pica la curiosidad, permaneced a la espera...

La conquista de México, parte II

Saludos. Imaginad la siguiente escena: el joven emperador Carlos despacha con sus secretarios los asuntos de las tierras que ahora gobierna. Enérgico, astuto, deja poco a la improvisación y estudia con cuidado los asuntos. Como soberano más poderoso de Europa, se muestra serio y grave, como si
"Una nueva carta de un tal Hernán Cortés..."
intentara compensar su juventud con un aire de madurez impostada. Entonces, el secretario informa del siguiente asunto: una nueva carta de un tal Capitán Hernán Cortés. Se la entregan, ya abierta. Tal vez se quejen de las excesivas libertades que se está tomando el auto proclamado Capitán de la Nueva España al haber fundado la  Villa Rica de la Vera Cruz, y le recomienden denegar todas sus peticiones. Carlos hace un esfuerzo por no mostrar ninguna emoción, pero da una orden silenciosa para que lo dejen solo. Ya es suficiente por hoy. Y entonces, tras asegurarse que nadie puede verle, agarra la misiva, toma una copa de vino y algunas frutas, y se dispone a leer el increíble relato de aquel extraño hombre. Y tras sumergirse en aquellas líneas, el joven emperador sonríe como un niño, apura su copa, mira por la ventana, hacia el oeste. Y tal vez piense  en aquellos escasos momentos que tiene de libertad, que se cambiaría gustoso por él.

Cortés salió de Cempoal tras dar al través con sus naves. Sus nuevos aliados le dieron ochocientos guerreros para que le asistieran. Y antes de salir, mientras hacía los preparativos, llegaron también emisarios de Moctezuma. Habían encontrado estos a los cempoaleses ya aliados de Cortés, y por lo tanto, desertores de los aztecas, y sin duda debieron vivir momentos de tensión a espaldas del recién llegados. Hicieron detallados dibujos de los hombres y caballos, armas y armaduras, y lo mandaron a su emperador. Y se ofrecieron como guías, pues el Huey Tlatoani lo invitó a verle. De aquellos emisarios, Cortés oyó por primera vez el nombre que les habían dados: "teutl". Dioses. Por algún motivo, aquellos hombres pensaban que los españoles eran dioses.
Y los guiaron, en efecto, pero no por el camino más fácil, sino por donde hallaron más dificultades y terreno desierto. Aun así atravesaron algunas tierras sometidas por los aztecas, y proveyeron estos a los recién llegados, y se mostraron amables con Cortés por orden del Alto Señor. Pero el capitán tenía sus propios planes, y a espaldas de los emisarios mexicas, los cempoaleses comenzaron a cuidar sus propios intereses. Informaron a Cortés de que el mayor enemigo de los aztecas eran Tlaxtcala y que el camino que llevaban pasaría cerca de su frontera.
Se les enviaron mensajeros en secreto, y cuando la columna pasó cerco, el capitán ordenó entrar en la región enemiga de los mexicas. Pero a pesar de los intentos diplomáticos, los cuatro tlatoanis de Tlaxcala  no se pusieron de acuerdo, y el sector más joven y belicoso se impuso. No tardaron los guerreros de la región, a pesar de los intentos de negociación y los requerimientos, en atacar. Primero en pequeños grupos, y después de que Cortés se hiciera fuerte en una colina y estableciera un campamento, con fuerzas cada vez mayores. En los textos del Capitán y de Bernal Díaz se habla con profusión de cómo les llovían flechas y jabalinas, pero el superior equipo de sus soldados los protegía de las puntas de piedra. Y luego se lanzaban al ataque en grandes grupos, muy cerrados, y ahí los tiros y artillería les hacían mucho daño, y en combate cerrado, lasr armas de acero causaban terribles daños, y los guerreros se  estorbaban entre sí.
Entre ataque y ataque, a lo largo de los días, Cortés salía de expedición con su caballería y sus aliados y atacaban a las aldeas y almacenes. En estas razzias, Cortés describe un país muy ordenado y muy cuidado, sin espacio desaprovechado, todo lleno de cultivos para sostener una densidad de población difícilmente alcanzable.
Tras muchos combates, los castellanos habían conseguido no tener muchas bajas, al contrario que sus enemigos y estos, percatándose de que podían convertir a un formidable enemigo en el mejor de los aliados contra los mexicas, retomaron la diplomacia y, ante las nuevas protestas de los emisarios aztecas, pactaron con Cortés. Establecieron una alianza que ya no se rompería y que sería clave para lo que ocurriría en los meses siguientes. Porque Tlaxcala aportó miles de guerreros a Cortés, y así su pequeña expedición ya no fue tal. Se había convertido en un poder formidable.

Desde ese momento, la relación con los emisarios de Moctezuma cambió. Las noticias debieron revolver la corte del Huey Tlatoani. Sus consejeros se dividirían entre los que optaban por atacar abiertamente, y otros, quizás más condicionados por sus creencias religiosas, que proponían ahondar en la relación entre los recién llegados y las antiguas profecías de Quetzalcóatl, para descubrir si realmente eran enviados por los dioses.  ¿Y Moctezuma? Dudaba. Había invitado a Cortés a venir a Tenochtitlán, la opción que permitía contentar a todos sus consejeros. ¿Dónde si no tratar al recién llegado? ¿Dónde si no atraparlo para eliminarlo, si se decidía a hacerlo finalmente? Pero en aquel momento le acompañaba un ejército enorme y su iniciativa ya no parecía tan buena idea. Dudaba qué hacer, pero cada día los extranjeros se acercaban, apoyado por sus enemigos.
Finalmente, mientras los españoles recuperaban fuerzas en Tlaxcala, se puso en marcha un nuevo plan. Cortés recibió nuevos emisarios con más regalos y la invitación para ir a Cholula, la ciudad más importante del culto de Quetzalcóatl, pues allí podrían proveerlos mejor. Mientras se decidía,  los tlaxcaltecas les advirtieron de que sus espías reportaban que les estaban preparando una trampa. Que por orden de Moctezuma se habían preparado material para cegar las calles, atraparlos y eliminarlos, y que un gran ejército azteca se había emboscado en los alrededores. La tensión alrededor del capitán debió de hacerse insoportable. Sus nuevos aliados lo prevenían contra los aztecas, mientras que estos le advertían que desconfiara de la alianza de los tlaxcaltecas, que aprovecharían un descuido para caer sobre él y eliminarle. Y el astuto capitán se reunía con cada uno de ellos por separado, y a todos agradecía sus consejos y les hacía creer que confiaba en ellos más que los demás. De modo que tras sopesar los riesgos, salió hacia Cholula, y los tlaxcaltecas le entregaron cinco mil guerreros para protegerle.
En Cholula fue recibido con esplendor, pero la trampa fue detectada gracias a su mejor aliada. Doña Marina, Malinali. Ella fue la que sonsacó la verdad a algunas comadres de Cholula, que la advirtieron de que abandonara la ciudad por la noche junto a las demás mujeres y los niños. Avisó entonces a Cortés, que preparó un ataque por sorpresa al día siguiente, con la ciudad llena de guerreros enemigos y, no sin cierta puesta en escena teatral, lo lanzó con tal violencia que en poco rato habían muerto miles de guerreros aztecas y cholultecas. Y tras ello, interpeló con tal dureza a los emisarios de Moctezuma que terminaron suplicando que les permitiera al menos a uno de ellos ir a consultar a Moctezuma sobre lo ocurrido, que ellos no sabían nada.
Malinali señala a los responsables de la emboscada
Todas las trampas y emboscadas habían sido desbaratadas por el gran poder de los extranjeros, pensaba Moctezuma. Decidió que no debía dejarlo entrar en Tenochtitlán, y pensó apelar a otra de las emociones humanas para ver qué tal eran... la avaricia. Les mandó muchos regalos: ropas, esclavos, abalorios. Todo se lo ofreció en una larga caravana en la  entrada de Cholula, con la condición de no ir a Tenochtitlán. Que podría hacerlos muy ricos si se mantenía a distancia. Pero Cortés ignoró la propuesta y siguieron adelante. Esquivaron de nuevo el camino marcado por los aztecas casi por accidente, pues dos hombres de Cortés subieron con unos guías al Popocatépetl. Salvaron el pellejo por poco, pero encontraron un paso para descender al valle. Ellos fueron los primeros en ver la prodigiosa ciudad del lago, brillando en todo su esplendor. Aquella ruta se conoce hoy día como "El paso de Cortés", y es una excursión más que recomendable si pasáis unos días en el D.F.
Por allí descendieron al valle, y desde allí vieron las ciudades que crecían en las orillas: Iztapalapa, Texcoco, Culhuacán... y las tres carreteras que se adentraban en el agua hasta la imponente Tenochtitlán, y el acueducto que llevaba agua dulce desde Chapultepec. Aquello era en verdad otro mundo. La impresión que aquella visión dejó en los hombres de Cortés ha quedado escrita en las crónicas del propio capitán y Bernal Díaz. Todo era deslumbrante. A lo lejos podían ver las calles rectas, las plazas, los hermosos templos de brillantes colores, los jardines. Había diques que separaban las lagunas de agua dulce y agua salada, y numerosos puentes en las carreteras, que permitían levantarlos y cortar el paso. Había un tráfico incesante de canoas entre las ciudades y que entraban y salían por los canales de Tenochtitlán.
Imagen de Tenoxtitlán. Museo Antropológico de D.F. Al fondo, el Paso de Cortés en la falda del Popocatepetl.

Enterados de su llegada, la primera delegación los esperó cerca de Iztapalapa. Eran altos dignatarios con muchos esclavos y muchas riquezas los que allí los esperaban, y los guiaron hasta dicha ciudad y pusieron el pie en la ancha calzada que se dirigía a  Tenochtitlán. Fue sobre ella que vieron llegar a Moctezuma, y un amplio cortejo, todos engalanados con sus mejores prendas . El Huey Tlatoani era llevado en palanquín por nobles mexicas. Cuatro dignatarios lo guiaron cuanto bajó al suelo y avanzó hacia Cortés y no permitieron que Cortés lo abrazaran. Sin embargo, Moctezuma y él intercambiaron hermosos regalos y un mensaje de bienvenida traducido por los intérpretes. Aquí Moctezuma, según explican Cortés y Bernal Diaz, les reveló que pensaban que ellos eran aquellos a quienes esperaban largo tiempo. Que sabían sin embargo que Cortés y sus soldados eran hombres de carne y hueso, ero que quería saber si el señor al que servían era realmente el dios cuya vuelta había sido profetizada. Pero entre los regalos, apenas había oro. Les dijeron que apenas poseían aquel metal.

Los españoles y sus aliados fueron invitados a entrar en la ciudad, y se les dio aposento. Los españoles fueron llevados a un palacio, y en los cuatro días siguientes despacharían y visitarían a Moctezuma y sus nobles, y hablarían del emperador Carlos, de la fe de Cristo. Los españoles visitarían el gran mercado y sus innumerables mercancías. Allí conocieron el chocolate, por ejemplo, y  otras viandas que nunca habían visto.  Telas, hierbas, joyas de plata y hermosas piedras,  y plumas de aves desconocidas. Se deleitarían con el asombroso vuelo del colibrí entre las flores. Para referir los prodigios que allí vieron, debemos remitirnos a los textos de aquellos hombres, pues es demasiado extenso para descubrirlo aquí. Sin embargo, apenas vieron oro.

De lo que pasó a continuación, se escribieron al menos dos versiones. Según explicó Cortés al emperador Carlos en la segunda Carta de Relación, a los cuatro días de la entrada en Tenochtitlán recibieron un mensaje de Veracruz, en el que le informaban que los mexicas habían atacado Cempoal y en la batalla habían muerto seis españoles, y muchos eran heridos. Y que por lo tanto, pensó que los aztecas planeaban acabar con su compañía allí, mismo, en su capital, tras haber eliminado su base de operaciones en la costa y por tanto, su camino de retirada. Y tras consultarlo con sus capitanes, decidieron capturar a Moctezuma, traerlo a su real como rehén y así, garantizar su seguridad.
El relato del soldado Bernal Díaz es diferente: escribió que mientras convertían una estancia en iglesia, uno de los carpinteros distinguió unas señales en uno de los muros, como si hubiera sido hecho y encalado recientemente ocultando una puerta. Consiguieron abrirse paso y accedieron una cámara que había sido condenada, y allí encontraron el oro. No era un tesoro cualquiera. Era el oro de todos los sueños. El mayor tesoro que nadie hubiera visto jamás. El que Moctezuma decía no poder ofrecer en gran cantidad por carecer de él.

Reproducción del gran mercado. Museo Antropológico D.F.
El oro los volvió locos. Era la prueba de que las buenas intenciones que mostraban los aztecas no eran sinceras. Segundo, porque fue entonces porque se dieron cuenta de que estaban atrapados. Que jamás podrían salir de allí con semejante tesoro. Y por último, porque en ese momento ni siquiera estaban seguros si serían capaces de renunciar a él para salvar la vida.
Fueron doce hombres y Cortés los que conocieron del tesoro. Volvieron a cerrar el hueco que habían abierto en la parte baja y dejaron todo como estaba. Y los capitanes de Cortés le impelieron a que detuviera a Moctezuma. Por el modo en que lo cuenta, Cortés debió de dudar. Tanto en su texto como en el de Bernal se aprecia que se sintió abrumado por lo que tenía que hacer. Pero no podía permitirse perder a sus capitanes, y aun perder lo que estaban tan cerca de ganar. A la mañana siguiente fueron a despachar con el gran Tlatoani, y Cortés, casi sonrojado de la vergüenza, le pidió que volviera con él al palacio donde se hospedaba. Y Moctezuma, para sorpresa de toda su corte, aceptó. Amable y sonriente se lo llevó Cortés. Por todo el camino fue dando órdenes Moctezuma de que nada se hiciera contra los castellanos. Que él iba de buena gana. Pero aquel día se cruzó una barrera, y el orgulloso pueblo mexica no lo olvidaría. Y si los hombres de Cortés eran conscientes de que estaban atrapados, de súbito, el desconcierto causado por la llegada de los extranjeros se desvaneció, y como si despertaran de un sueño, los grandes señores de la Triple Alianza se reunieron, y comenzaron a conspirar. Fue entonces, con Moctezuma ya prisionero, cuando les llegaron las noticias del ataque a Cempoal.
Un mes transcurrió en aquella extraña situación. Moctezuma despachaba y cumplía con sus obligaciones desde el real de Cortés. La tensión entre los nobles y por las calles fue subiendo. El rey de Texcoco se negó a obedecer a Moctezuma y este ordenó que lo capturaran en una emboscada. Los capitanes que atacaron Cempoal y mataron a los españoles fueron quemados públicamente. Humillación tras humillación, la cólera de los aztecas crecía y crecía, y no faltaron voces que comenzaron a despreciar a Moctezuma y a los españoles, y a escondidas, preparaban su final.

Cortés apresa a Pánfilo por sorpresa
Entonces Cortés recibió la segunda mala noticia. Un ejército organizado por Diego Velázquez y capitaneado por Pánfilo de Narváez había desembarcado en Veracruz y venía a detener a Cortés, incluso volviendo a los indios de su parte contra él. Supo incluso que Narváez había enviado un mensaje a escondidas a Moctezuma para informarle que venía a liberarlo.  Su reacción fue fulminante. Dejó a uno de sus capitanes, Pedro de Alvarado, a quien los mexicas llamaban "Tonatiú", el Rayo, o el Sol,  al frente de una guarnición, y marchó veloz hacia la costa. Tras cerciorarse de que Pánfilo de Narváez no disponía de poderes del Emperador, sino solo de Diego, y puesto que recibió una respuesta a su intento de negociación con un "Viva quien venza", le dio toda una lección. Atacó por la noche el campamento de Narváez, con tanta rapidez que para cuando dieron la alarma, Cortés ya estaba en el patio del campamento, subiendo por una de las torres .  Capturó Narváez y rindió a sus hombres, y ganó así ochocientos nuevos soldados, hasta cuarenta de acaballo y muchos tiros y pólvora, y volvió veloz hacia Tenochtitlán.
Pero lo que encontró allí le heló el corazón. Los mexicas tenían asediado el palacio donde estaban sus hombres y aún Moctezuma. Tuvo que abrirse paso combatiendo hasta él, y cuando llegó, Alvarado le puso al día de lo ocurrido. Había sabido que ya conspiraban para entrar a matarlos, y había decidido actuar antes. Alvarado no poseía la sutileza y astucia de Cortés. En una ceremonia sagrada, "Tonatiú" había emboscado los nobles y sacerdotes  y no había dejado a nadie con vida. Pero la noticia corrió como la pólvora, y la ciudad estalló contra los españoles. Ni siquiera los llamamientos de Moctezuma a la paz servían ya. Estaban rodeados. Las calles estaban llenas de barricadas y los puentes, tras la entrada de Cortés, habían sido levantados. El momento de librarse de aquellos extranjeros había llegado.
Cortés y Bernal Díaz hicieron un detallado y angustioso relato de aquellos días. La ferocidad con la que los mexicas se lanzaron contra ellos sólo pudo ser contenida tras los muros de su real. En uno de los asaltos Moctezuma salió a pedir que pararan, y una pedrada le rompió el cráneo. Murió entre los españoles que le habían retenido, para desesperación de todos, pues con él moría cualquier posibilidad de negociación.  Cada vez que los españoles salían para ganar un camino de salida, eran repelidos desde las calles, barricadas y azoteas. Los industriosos conquistadores construyeron
ingenios con ruedas y techos rígidos para protegerse de los ataques desde arriba, pero los aztecas sabían guiarlos hasta callejones sin salida, o caminos que acababan en el agua, y los desbarataban. Casi no tenían agua ni comida, y los heridos aumentaban cada vez más. Desde los templos se invocaba a los dioses con la promesa de entregarles pronto los corazones de aquellos extranjeros.
Fue en una de aquellas salidas, estando ya perdida toda esperanza de rellenar una de las calles, cuando la desesperación se tornó en furia. Uno de los templos, el principal de Huitzilopochtli, se elevaba junto al palacio donde vivía Cortés. De hecho, desde su real podían ver la espalda del templo.  Un gran número de guerreros les ofendía con flechas y jabalinas desde allí. La escalera frontal daba a la plaza. Había que dar un rodeo hasta ella, pero aquellos hombres, con Cortés a la cabeza, decidieron vender caras sus vidas y hacer tanto daño como pudieran, si no a sus cuerpos, sí a sus dioses. En algún momento el ingeniero en el que avanzaban fue dirigido a la plaza, hacia el templo de Huitzilopochli, y muchos de los castellanos, comprendiendo lo que su avanzadilla se proponía hacer, salió de golpe a ayudar.
Lienzo de Tlaxcala. Las calzadas cortadas y el acoso desde las canoas.
Una ola de furia recorrió a los mexicas cuando vieron a los hombres de Cortés, y a muchos de los tlaxcaltecas, al pie de su pirámide. La guarnición de arriba comenzó a arrojarles flechas, piedras y lanzas, pero en un determinado momento los que avanzaban bajo el ingenio se lanzaron a la carrera escaleras arriba, mientras en la plaza entraron grandes escuadrones de aztecas, pues se había corrido la voz de que estaban atacando el templo principal.
Aquel ataque se convirtió en una locura. Los soldados de Cortés, con él a la cabeza, comenzaron a subir la empinada escalera, mientras por todas las terrazas salían los guerreros que se protegían en la pirámide. Los tlascaltecas y los restantes castellanos protegieron la parte inferior para que no llegaran más mexicas. En los primeros metros los contuvieron, y estos gritaba y rugían, y amenazaban y juraban que se comerían sus corazones, y se lanzaban oleada tras oleada contra los atacantes. Cortés, Alvarado y los demás, totalmente cubiertos de sangre, subían escalón a escalón, mientras el valor de los defensores se fue convirtiendo en pánico. Nivel tras nivel morían sobre los escalones  o resbalaban o se caían por la terrazas. En aquella pirámide guardaban su legado sagrado, y aquello les atenazaba el corazón. Cuando vieron que los extranjeros estaban llegando a la plataforma superior, sólo pensaban en matarse contra ellos con la esperanza de quitar aunque fuera una vida antes de morir. Mas no sirvió para nada.
Llegaron a la parte superior, mataron a todos, y prendieron fuego al gran Cu de Huitzilopochli. Ardió como una gran antorcha. Como el fuego que el destino tenía preparado para todos los aztecas. Hubo gritos de terror y desesperación entre los miles de mexicas que ocupaban la plaza, pero aun así no pudieron evitar que los castellanos bajaran y volvieran a su real. El pueblo de Huitzilopochli veía con el corazón quebrado como la casa de su dios era reducida a cenizas. Aquella victoria  cambió las tornas, pues a los españoles también les dio fuerzas.
En las siguientes salidas, tomaron las calles cortadas, las rellenaron y fueron tomando puente tras puente. Y antes de salir por la noche, Cortés entró a los castellanos en el palacio, les mostró el tesoro, y les dijo que podían llevar lo que quisieran, que iban a huir y que aquella noche se lo jugaban todo.
La Historia nombró aquella noche como La Noche Triste. La desesperada huida de la expedición a través de las calles, de los puentes ganados, de los canales rellenados con escombros, perdidos, vaciados y vueltos a llenar. Escuadrón tras escuadrón fueron ganando un camino por el que tenían que pasar. Los caballeros cargaban para abrir paso y sacar a los mexicas de los caminos, los ballesteros y arcabuceros protegían, y los hombres de espada y rodela ganaban los puestos mexicas. En la ruta final, todo el orden que pudieran tener se perdió en su totalidad. Cortés tuvo que volver hacia atrás para ir rescatando a su gente. En el desorden, muchos se perdieron o tuvieron que cruzar el agua. Los que valoraron más el oro que su vida se ahogaron con la carga de riqueza. Los que fueron más listos pudieron nadar y salvar su vida al cruzar el último hueco en la calzada.
Se peleó en cada puente.
Y por fin llegaron a la orilla del lago, y se reunieron entre unas construcciones, tomaron fuerzas, y emprendieron con resignación el camino de huida hacia Tlaxcala. El grito de victoria de los aztecas les siguió, mientras en el cielo nocturno, numerosos fuegos ardían, y los castellanos capturados eran subidos a los templos antes siguiera de que amaneciera, y sus alaridos, ahogados en su propia sangre cuando les arrancaban los corazones, eran jaleados por los cánticos sagrados que se prolongaron hasta el amanecer. Porque había llegado el momento de la venganza, y los dioses querían sangre.
Con aquella lúgubre letanía a lo lejos, como un funesto, presagio, los supervivientes castellanos y tlascaltecas restañaron sus heridas, hicieron recuento, y se aprestaron para continuar hacia un lugar seguro.

Enlace a la tercera parte