sábado, 29 de diciembre de 2018

Hijos de las llanuras III. El imperio parto

El general Surena. Fuente. Historias de la
Saludos. Hoy, queridos lectores, haremos un viaje con la imaginación, a vista de pájaro, más allá del mar y de las arenas del tiempo, hasta la desértica llanura cercana a la ciudad Carrae, al sur de Armenia. Corre el año 53 a.d.C. y hasta donde podemos ver, el suelo está cubierto de cadáveres, los restos de lo que fue un magnífico ejército romano justo hasta el día anterior, con tropas aliadas celtas y armenias. Junto a nosotros, los buitres flotan en el aire sobrevolando su comida. Entre los cadáveres, un pequeño grupo de jinetes nos llama la atención. Avanzan entre los cadáveres, explorando el campo de batalla, con la arrogancia de los vencedores. De todo el grupo destaca el jinete que encabeza la marcha. Se detiene junto al cuerpo de un celta gigantesco, que yace moribundo abrasado por el sol. A continuación desmonta. Podemos imaginar que el celta, con varias flechas clavadas en su vientre, sangrando lentamente hasta morir, febril debido a las infecciones de sus heridas y quemado, de repente nota como una enorme silueta eclipsa el astro rey. Ante sus ojos se yergue la figura de lo que no puede ser más que un temible y hermoso dios de la guerra. Alto y de gran envergadura, con los ojos oscuros pintados con khol, luce una hermosa armadura dorada y ricos ropajes de seda. Una espada de cuidada empuñadura cuelga de su costado derecho, y un decorado carcaj del izquierdo. Su pelo cae en negros tirabuzones sobre sus hombros.
El magnífico jinete observa el cuerpo con cierta indiferencia, mientras piensa que no hace mucho, sus antepasados habrían arrancado la cara de su enemigo en el suelo antes siquiera de que expirara. De hecho, mira sobre su hombro al resto de su ejército, y sabe que algunas de las tribus de jinetes que le acompañan lo harían gustosamente. Pero no él. Ni él ni su gente. Porque ellos ya no son los bárbaros que fueron. Porque ahora, la casa de los Arsácidas, a la que él pertenece, gobierna un imperio capaz de rivalizar con la mismísima Roma en poder.
El celta busca a tientas su espada, y sujetándola por la cruz, se la lleva al pecho, convencido en su delirio de que el dios de la guerra ha venido a por él. Con las pocas fuerzas que le quedan, grita su propio nombre, para que el dios de la guerra sepa quien yace moribundo en el desierto. El jinete espera unos instantes, y cuando el celta se queda sin aliento, le responde algo en un griego impecable pero con fuerte acento oriental. Nuestro celta no lo sabe, pero lo que él confunde con el dios de la guerra, es en realidad Surena, el general parto más astuto y capaz de su imperio.
Espectacular representación de catafractos iranios. 

Los partos ya son en realidad viejos conocidos nuestros. Son una rama de los escitas, los Parni. Como tribu esteparia, Herodoto los contabilizó entre los pueblos sometidos por los persas que invadieron Grecia durante las guerras médicas, en el siglo V a.d.C. De modo que durante los tres siglos siguientes, permanecían dentro de las fronteras del imperio persa hasta que dicho imperio fue derrotado por Alejandro Magno. Una vez muerto en Babilonia en el 323 a.d.C., su inmenso imperio conquistado a lo persas, es repartido entre sus generales. Uno de ellos, Seleuco, recibe los territorios de Mesopotamia, Media, Persia y Bactria, el corazón del conquistado imperio persa. Comienza así la dinastía de reyes seleúcidas, que gobernará entre los siglos IV y II a.d.C., y tratando de expandirse hacia este y oeste, con el fin de volver a dominar todos los territorios conquistados por Alejandro.
A principios del siglo II a.d.C., Roma se ha extendido hacia el este, hasta Macedonia. La casa de los seleúcidas envía tropas de apoyo, pero el ejército macedonio es derrotado en Cinoscéfalos. Luego, la casa de los seleúcidas conquista territorios en Asia Menor, y concentra muchas tropas allí. Roma lo interpreta como una provocación, e invade el continente asiático, derrotando al ejército seleúcida en Magnesia, en el 190 a.d.C.
Mapa del imperio parto. Fuente: Worldpossible.org
Mientras, los partos, desde la satrapía oriental de Bactriana, se habían separado del reino de Seleucia en el 249 a.d.C. Bien, pues debido a las guerras de los seleúcidas con Roma, los partos aprovecharon para, desde el desastre de Magnesia, expandir su dominio político primero en el este y el sur, y luego hacia el oeste. Así, entre el 160-140 a.d.C., bajo el mandato de Mitrídates (no el rey del Ponto. Otro Mitrídates. Por lo visto, era un nombre muy común), conquistaron Media, Persia, Caracenas, Gedrosia, Asiria y Babilonia. Nacía así un poderoso imperio, que extendió su dominio hacia el oeste, hasta que se encontraron con los romanos y sus aliados armenios.

El ejército parto se organizaba en dos cuerpos principales. El primero era el de arqueros a caballo. De origen escita, los partos eran magníficos jinetes y mejores arqueros. Habían perfeccionado su arco tradicional, aumentando la rigidez de los extremos de las palas compuestas y recurvas. Esto permitía lanzar flechas con más fuerza sin riesgo de que se rompiera el arco. Además, buscaban como aliados otras tribus salvajes de las estepas (y no tanto de los territorios dominados por ellos, ya que no les interesaba que dichos pueblos adquirieran experiencia en la guerra). Los arqueros a caballo componían la mayoría de las tropas partas, y desarrollaron brillantemente las tácticas con ellos. Sus enemigos podían ver como las masas desordenadas de arqueros a caballo avanzaban a toda velocidad hacia ellos, para cambiar la dirección 90 º a unos 50 metros del frente enemigo, girando a la derecha casi al unísono, como una bandada de pájaros volando a ras de la llanura, y correr así en paralelo el frente enemigo lanzando flechas a una velocidad endemoniada. También solían lanzarse a la carrera hacia un punto del frente enemigo, y, a la distancia adecuada, parar en seco, dar media vuelta a sus monturas sobre dos patas, y mientras comenzaban a alejarse, disparar hacia atrás por encima de las grupas de sus monturas. Esta técnica se conoce desde entonces como “tiro parto”, y es verdaderamente espectacular. Desarrollaron otras técnicas de disparo a caballo, otras posiciones de ataque imposibles, que siglos después serían estudiadas por los musulmanes de Persia, tras la expansión del Islam.
El tiro parto. Fuente ArteHistoria

La otra gran división la formaban los catafractos partos. Si creéis que los caballeros medievales europeos iban acorazados, olvidadlo, porque comparado con un catafracto parto del siglo I a.d.C., es como si llevaran una armadura de cartón. Sólo los más nobles y ricos partos podían permitirse el costosísimo equipo del catafracto: casco de bronce o hierro; armadura de escamas o de láminas de hierro, cosidas sobre prendas de cuero, permitiendo la movilidad de brazos y piernas; guanteletes acorazados, protector para cuello; botas de cuero con refuerzos metálicos lamelares y barda para el caballo, desde la cabeza hasta casi los cascos, de armadura de escamas o lamelar. No llevaban escudos, sino el contos, el mismo que veíamos en los sármatas: una larga y gruesa lanza de más de tres metros y medio, que se blandía con ambas manos. Estos catafractos eran la evolución del lancero pesado acorazado desarrollado por otros pueblos de las llanuras, los maságetas, desde el siglo V a.d.C. (ver artículo de los persas). Este tipo de tropas sólo pudo ser desarrollada después de que empezara a criarse una nueva raza de caballos, distintos a los ligeros y pequeños ponies de las llanuras: los caballos niseanos, cuyos secretos consiguieron los persas, y que fueron criados en las satrapías orientales de su imperio.
Catafracto parto. Fuente. Wikipedia.
Cabe pensar que la sola carga de los catafractos era decisiva, pero los partos sabían bien que no era así. Para empezar, los caballos soportaban mucho peso y no podían galopar. Las cargas de catafractos se hacían al trote, manteniéndose pegados unos jinetes a otros, sin dejar huecos. Además, nunca fueron tantos como para ser decisivos. Cargando contra un frente de infantería fresco y firme, lo tenían muy crudo. Sin embargo, si elegían el momento de atacar, con el frente desorganizado y disperso por el fuego previo de los arqueros a caballo, los catafractos podían entrar por el hueco y causar un devastador efecto psicológico.
Los partos usaron bastante bien a los catafractos, aunque en ocasiones, se lanzaron a cargas suicidas que les costaron muy caras. Lo mejor era desordenar a las tropas enemigas con arqueros, lanzar a los catafractos y, si los enemigos se agrupaban de nuevo, detener a los catafractos y volver a disparar a las concentradas y desconcertadas tropas enemigas de nuevo con arqueros. Si éstos no volvían a agruparse, era el momento para que llegaran los catafractos, y probablemente, pondrían en fuga al resto de sus enemigos.
Los partos llegaron incluso a usar caballeros catafractos a camello, y como músicos de su ejército, llevaban grandes tambores a lomos de estos magníficos animales.

Los partos llegaron pronto a acuerdos comerciales con China, y gracias a ellos, la seda llegó a ser conocida en el mundo greco-romano. El imperio era el centro de la ruta de la seda. Los partos vestían con este tejido, y los jinetes solían llevar pantalones holgados y camisas de brillantes colores y complicados motivos.

Ilustración de una noble irania. Fuente Crystalinks
El gobierno de los partos era en realidad muy parecido a la Europa feudal. Las casas gobernantes eran siete familias nobles, entre las que era elegido un rey. El cargo no era hereditario, sino que se elegía entre los nobles, como un “primero entre iguales”. La monarquía parta, para intentar legitimar su dominio, tomó la denominación de los antiguos reyes persas: Rey de reyes. Los territorios siguieron organizándose por satrapías, (igual que con los persas), pero bajo el dominio de los nobles, a modo de señores feudales. Eran la élite guerrera, y por debajo de ellos había nobles menores y luego, una gran masa de pueblo sin rango ni categoría.
El dominio parto no era bien aceptado en los territorios del sur, sobre todo en Persia, pero mientras los partos mantuvieron su hegemonía militar, tuvieron que soportar su dominio.

Durante el siglo I a.d.C., los partos comenzaron a presionar en el oeste, ya en Siria, Palestina y Armenia, territorios romanos o aliados con ellos. El senado romano no estaba interesado en una guerra con ellos, pero trataba de mantenerlos alejados del oeste. De modo que tras duras negociaciones, se firmaron tratados de neutralidad, que fueron respetados intachablemente por los gobernantes partos. No obstante, Marco Licinio Craso, en el 53 a.d.C., se convirtió en gobernador de Siria, e, ignorando las órdenes del senado e intentando emular al propio Alejandro Magno, decidió por su cuenta avanzar por el territorio parto hasta establecer tropas en algunas ciudades de Mesopotamia. Además, consiguió tropas de Armenia como refuerzo.
Moneda acuñada por el rey Orodes. Fuente NationalGeographic
En aquel momento, el rey parto era Orodes II, y tenía un fiel lugarteniente llamado Surena. Los movimientos de Licinio Craso fueron brillantemente contrarrestados por Orodes. Dividió su ejército en dos. Él dirigió una mitad contra Armenia, como represalia y para cortar rutas de suministro. La otra mitad se la dio a Surena. Éste, un general verdaderamente astuto, dejó que Licinio Craso avanzara por la ruta más corta a través del desierto. Surena se había anticipado, y sin que Craso lo supiera, se había aliado con el jefe árabe que guiaría a los romanos hacia Partia. Por lo tanto, Surena se tomó el tiempo que le fue necesario para dejar que los romanos avanzaran por las abrasadoras arenas, agotándose, quedándose sin suministros, hasta que desplegó su ataque.

Al sur de la ciudad de Carrae, los partos hicieron su aparición. Una avanzadilla de arqueros a caballo consiguió atraer a las tropas más rápidas de los romanos, y luego fueron rodeados y asaeteados. Mientras, el grueso del ejército, básicamente infantería pesada, formando un cuadro defensivo, comenzó a sufrir una y otra vez el ataque de más arqueros a caballo, hasta que se fueron desorganizando. Desesperados, los legionarios descubrieron con amargura que las flechas partas eran capaces de perforar escudos y armaduras. Cuando comenzaron a desordenarse las filar romanas, los catafractos, que Surena había ocultado con mantas, descubrieron su disfraz. Los aliados armenios también usaban catafractos, por lo que no eran nuevos para los romanos. Sin embargo, allí, en la desértica llanura, lejos de todo, el brillo de las armaduras al sol aterrorizó a los romanos, y su carga fue terrible.
La derrota romana fue total y absoluta, y los partos aprovecharon para iniciar una guerra expansionista hacia el oeste: Armenia, Palestina y zonas de Asia Menor. Sin embargo, no supieron mantener sus conquistas contra la maquinaria romana.

Fresco decorativo estilo palaciego parto. Fuente: Crystalinks
Cuando el primer emperador, Augusto, tomó el poder en el año 27 de nuestra era, pactó con los partos para tener tiempo de organizar su imperio.
Desde entonces, la estructura del imperio parto comenzó a descomponerse lentamente. En Persia, una tierra que nunca aceptó bien el dominio de las casas nobiliarias arsácidas, comenzó un lento resurgimiento cultural que, con el periodo aqueménida como referente y fuente principal de inspiración, fue creando tensiones en dicho territorio que distrajeron a los reyes partos del oeste.
Durante los siglos I y II de nuestra era, la frontera occidental con los romanos se movió con frecuencia. A veces los romanos avanzaban hasta el Eúfrates, para ser de nuevo repelidos. Una serie de reyes incapaces permitió que los romanos incendiaran los palacios reales hasta tres veces. Sin embargo, en el 249 d.C., los romanos habían sido rechazados, y los partos concentraron sus fuerzas en el oeste para invadir de nuevo Asia Menor. Entonces, de repente, hubo una revuelta en Persia que dejó al rey parto atrapado entre dos frentes, y se desmoronó en cuestión de meses. Después de 400 años de dominio arsácida, Oriente Medio estaba de nuevo en manos de una dinastía persa, los Sasánidas, pero eso es otra historia.
El legado parto es el de un imperio que contuvo al propio imperio romano, y que reavivó la llama del poder militar iranio, hasta que ésta prendió en la dinastía sasánida.
Catafractos partos de AVentine Miniatures

La lista de DBA para los partos es la II/37. Tiene 7 peanas obligatorias de LH, que representan a los arqueros a caballo. El general es un 4Kn, es decir, catafractos. Otra peana más es de 4Kn, más catafractos, y el resto son opciones: puedes meter más LH, más Kn o incluso un Ps y un Aux, que representan contingentes de tropas irregulares aportadas por los territorios del imperio parto.
Son un ejército para terreno abierto. La caballería ligera le da mucha movilidad, permitiendo abrir huecos por donde colar los durísimos catafractos.
Muchas marcas tienena arqueros a caballo: Xyston, Essex, Donningtong, Chariot... Sin embargo, en catálogo como imperio parto, Essex y Donintong tienen toda la gama.
Ejército parto para Ímpetus. Fuente: Frater Sinister


lunes, 10 de diciembre de 2018

Sagas islandesas

SAGAS ISLANDESAS

En el siglo X un grupo de colonos nórdicos provenientes de Groenlandia establecieron un pequeño asentamiento en la isla de Terranova, en la costa noreste de Norteamérica. Este temprano «descubrimiento de América» permaneció oculto, mencionado en unas pocas sagas y documentos que apenas trascendieron a su tiempo. Debieron transcurrir otros cinco siglos para el redescubrimiento del Nuevo Mundo.


Manuscrito de saga. Fuente: ancient-origins.com
Entre los siglos XII y XIV, en el ámbito escandinavo, más específicamente en Islandia, se desarrolló un género literario propio, las sagas. Tributario de la tradición narrativa germánica, y elaborado por autores ya dentro del carácter europeo medieval, pero muy próximos a las historias que contaban, supuso una de las primeras manifestaciones de lo que hoy entendemos por novela. Esta interesante y peculiar expresión literaria pasó un tanto desapercibida en el ámbito cultural europeo, silenciada ante el empuje de las corrientes intelectuales, religiosas y estéticas propias del feudalismo. Estos dos grandes descubrimientos del pueblo nórdico, el de un continente y el del género novelístico, cayeron en el olvido para el mundo, desdibujados por las brumas que parecen envolver esta península del lejano norte.
Escena de la saga Laxdœla. Fuente: Medievalists.net
En el mismo instante en que el «mundo vikingo» toma contacto con el resto de Europa, la historia de la Escandinavia medieval, su expansionismo vitalista, la idiosincrasia de su gente y costumbres, cala en la mente global. Desde aquel «Señor, líbranos del furor de los hombres del norte», pasando por la revitalización del romanticismo y las corrientes nacionalistas, hasta las variadas manifestaciones culturales de todo tipo que encontramos hoy día, pocas realidades históricas han impregnado tanto el imaginario de Occidente. Esta popularización tiene consecuencias contrapuestas. Por una parte, la propia realidad histórica se reinventa y evoluciona según sus caminos e impulsos, sometida a las corrientes, la estética y las necesidades del momento, creando una (o varias) versiones paralelas, más o menos vistosas y acertadas. Por otra, ese interés creciente por «lo vikingo» otorga un impulso al estudio, investigación y divulgación de la historia de estas gentes, interesantísima y estimulante de por sí, sin necesidad de añadidos. La doble vertiente que referimos queda ilustrada en la representación del guerrero vikingo con casco cornudo, de gran valor como icono, pero ya superada gracias a la popularización de la realidad histórica del periodo.

Gran parte de lo que compone este fascinante mundo vikingo, del mito e imaginario (aunque no tanto de la realidad histórica), lo que sabemos sobre sus dioses, su mitología colorista, el folclore, sus temas y motivos, tiene su origen en las eddas y las sagas. Suponen una inestimable fuente de conocimiento de «lo nórdico». Son, además, unas estupendas creaciones literarias, con marcada intención estética, que aúnan su carácter como obras de autor con el reflejo historiográfico de una tradición de narrativa oral. Muchas de las obras estaban basadas en hechos históricos reales y llamativos, según el conocimiento de la época, convenientemente completados y aderezados para crear narraciones coherentes e interesantes para su público, adaptándolas a la escala de valores contemporánea.

 SAGAS E HISTORIA
En el estudio de un pueblo prácticamente ágrafo en el periodo que nos incumbe, con tan pocos textos coetáneos, resulta tentador el utilizar el material contenido en las sagas como fuente histórica. En ellas aparecen, casi con recreo por parte de sus autores, todo tipo de asuntos, ya sea de historia o intrahistoria, morales, emocionales, de vida cotidiana, bélicos y familiares… En este sentido, referir estos temas, representan un adelanto a su propio tiempo. Desgraciadamente, hay que prevenirse de considerar lo contado en las sagas como una recreación de la realidad histórica. En el momento de redacción de las sagas no existía el mundo que en ellas se narra. No solo habían pasado cientos de años desde los hechos que refieren. La misma sociedad era marcadamente diferente tras la conversión al cristianismo y la consiguiente ruptura con los usos tradicionales y la inclusión de Escandinavia en el horizonte europeo.
Lugares islandeses de la saga de Egil. Fuente: www.wikiwand.com
Además de la distancia temporal y social, debemos considerar dos aspectos: la concepción del estudio de la historia en ese tiempo, ya que puede resultar deficiente y es imprescindible ponderarla con perspectiva y sentido crítico.
Sin entrar en definiciones de las distintas clasificaciones, indicaremos que ciertas sagas se crearon con pretensión historiográfica, no exenta de sumisión a los poderes de la época. No pocas tenían intención religioso-moralizante. Algunas se dedicaron a justificar linajes y ancestros ilustres de poderosos. Incluso abundaban aquellas con un objetivo meramente literario, destinadas al entretenimiento de su audiencia. Los propios motivos, estética, lugares literarios que aparecen en las sagas son, en numerosas ocasiones, importaciones de otras culturas y no reflejo de la propia.
A pesar de todo, los productores de sagas consiguieron un imposible al conjugar dos aspectos contrarios. Por un lado eran cristianos, cuando no clérigos, dedicados a agradar a unos poderes y una sociedad cristiana, que elaboraron unos textos con marcada intención religiosa. Por otro, y esto es fundamental, sentían respeto y fascinación por un pasado y unos ancestros paganos, por un tiempo de grandeza y arraigo que ya se fue. Este gusto por la tradición, por la historia de sus antepasados y linajes, les llevó a tratar de reflejar la vida de los antiguos nórdicos lo mejor que supieron.
Por todo ello podemos considerar que hay verdad histórica en las sagas. Gracias a ellas, y tras un estudio comparado y cotejado con otras fuentes, hemos logrado conocer detalles de la vida y el sentir de las gentes que de otra manera ignoraríamos.

SAGAS Y POESÍA
Eddas y sagas emanan de una rica tradición oral que no se plasma por escrito hasta que la influencia de las hagiografías cristianas y otras obras de corte medieval que comenzaban a elaborarse en Islandia incita a sus autores a recoger las historias de sus antepasados.
Escaldo, ilustración de Christian Krohg. Fuente: mikespassingthoughts.wordpress.com
 
Aunque las sagas son narraciones en prosa tienen su origen en largos poemas mitológicos o heroicos en los que, posteriormente, se intercalaron partes explicativas en prosa. Las primeras versiones de dichas obras estaban muy próximas a la poesía y prosa poética, pero evolucionaron hacia textos en prosa, conservando figuras y ciertos elementos caracterizadores de la oralidad.
Es habitual que incluyan poemas intercalados en el texto, ya sea como parte de la narración, cita histórica o composición declamada de los protagonistas. Lejos de ser un recurso preciosista, un adorno, algunos de estos poemas tienen un peso trascendental en el propio desarrollo del argumento, o son recogidos como legado histórico que reafirma lo narrado. Más allá de eso, algunos de estos poemas tienen un valor destacadísimo por sí solos.
Esta poesía en antiguo nórdico puede agruparse en dos tipos: la poesía éddica y la poesía escáldica.
La poesía éddica, nacida de la tradición oral, se caracteriza por una métrica simple en la que las figuras poéticas propiamente nórdicas, kennings y heiti, se usan con moderación. Se trata de las composiciones más antiguas; extensos poemas mitológicos y heroicos nacidos del acervo común de los pueblos germánicos.
En la poesía escáldica la composición está sometida a rigurosas formalidades. Encontramos una métrica definida y compleja, sintaxis elaborada e intencionalmente estética y un uso extenso de las figuras poéticas, así como una elaboración y desarrollo de las mismas. Se trata de una poesía cortesana, desarrollada por poetas profesionales, los escaldos, que, al servicio de un gran señor, ensalzaban las cualidades o hazañas del mismo. Llegaron incluso a reconocerse como fedatarios de los acontecimientos, cronistas de su época.
Ejemplo de verso aliterado en castellano.
Estas poesías se valían del verso aliterado germánico, si bien en sus etapas finales incluyeron rima, por influencia europea. Aunque hoy día concebimos el verso casi exclusivamente como rimado, esto es, basado en la repetición de fonemas a partir de la sílaba tónica al final de los versos, no era así en la antigüedad, existiendo otros modos en las tradiciones poéticas occidentales. Tenemos por ejemplo la métrica grecolatina, basada en la repetición de un patrón de sílabas de larga o corta duración, o el propio aliterado germánico que nos concierne.
En el verso aliterado propio de composiciones del mundo germánico, finés y estonio, entre otros, encontramos que el verso se divide en dos partes, hemistiquios, que comparten un sonido en común, de manera que en la primera mitad dos palabras aliteran entre sí y con una de las palabras de la segunda mitad. El sonido reiterado suele ser la raíz de la palabra, por lo general su sílaba inicial. La pauta tiene más sentido en las lenguas germánicas que en castellano, donde resulta complejo de cumplir.
La necesidad de aliteración y el gusto por temas, realidad y asuntos más o menos recurrentes, dio lugar a la creación de perífrasis y metáforas. Con el tiempo, esta forma elaborada y poética de sustituir palabras comunes se desarrolló, y mucho, dando lugar a creaciones complejas, a formas definidas y reconocidas, de gran belleza.
Así pues, en vez de la prosaica palabra «sangre», se utilizó «sudor de la batalla»; en vez de «aire», «casa de los pájaros». Estos kenningars se convirtieron en un arte en sí mismo, y llegaron a evolucionar a formas realmente complicadas, creándose metáforas de metáforas anidadas.
Los heiti, por su parte, consistían en el uso de palabras o expresiones «evocadoras», en sustitución de palabras de uso habitual.
 Emplearán «corcel» en lugar de «caballo», «ave» en lugar de «pájaro». Podían usarse arcaísmos, extranjerismos, sinécdoques, referencias mitológicas… Con el tiempo también estas figuras se desarrollan, autoreferenciándose y entremezclándose con los kenningars.
En el desarrollo de su arte, los escaldos, como poetas profesionales, llevaron los requisitos formales y métricos de la poesía escáldica y  a elevadas cotas de elaboración y preciosismo.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Histórica, nº 5



Saludos. Presentamos aquí el número 5 de Histórica, hecha con la ilusión de siempre y en la que aparece por fin nuestro compañero Adonis Sánchez.
Cabe también anunciar que será el último número de Histórica como tal. Este proyecto se está haciendo más grande y los que formamos parte de él hemos iniciado una nueva etapa, con nuevo nombre, web propia y más novedades que en los próximos días verán la luz, con ánimo de seguir haciendo divulgación de calidad y entretenida. De compartir nuestra pasión con vosotros y haceros pasar un buen rato.

Con todos ustedes, nuestro quinto número de 

Histórica

domingo, 18 de noviembre de 2018

La batalla de los Campos Catalaúnicos.

Saludos. Hoy hablaremos de la última gran victoria a de los romanos antes de que su ciudad cayera para no volver a levantarse jamás. Algunos hombres doctos dicen que aquella batalla comenzó por un motivo determinado, otros dicen que por otro. Pero lo cierto es que en el año 451 de nuestra era, el Imperio Romano se descomponía como un cadáver. La antigua gloria de la Luz del Mundo estaba extinta. Los dueños de todas las tierras de un océano a otro ya no eran capaces de dirigir con eficacia ni propia región. Hacía medio siglo que se había dividido el Imperio en dos, y ahora había sendos emperadores: uno en el este y otro en el oeste. Pero las tierras ya no eran seguras.
Desde el norte, los invasores germanos habían cruzado el Rin y se habían apoderado de la Galia, estableciendo sus propios reinos. Ahora, había un rey franco que gobernaba, aunque no era reconocido oficialmente por el emperador romano.
Los visigodos habían sido empujados desde el este hacia el oeste, y habían atravesado impunemente el imperio, apoderándose de las tierras al norte y al sur de los Pirineos.
El imperio en el siglo V. Fuente: LBV


Pero el peor de todos aquellos enemigos era el enorme imperio que habían formado unos orientales que habían llegado a caballo, y que desde sus tierras al otro lado del Danubio, atravesaban las tierras del imperio romano de Oriente robando, saqueando y estableciendo tributos que estaban asfixiando los ya exiguos recursos del emperador oriental. Los hunos, gobernados por Atila, que desde su centro de poder, Tigas, la ciudad de las llanuras, podía jugar a decidir el destino de toda Europa. Había subyugado a los germanos del este, ostrogodos y gépidos, que ahora le obedecían sin rechistar. Hasta el emperador occidental se vio obligado a establecer relaciones diplomáticas con Atila, y Tigas era visitada frecuente por los embajadores romanos, tanto de occidente como de oriente. Uno de aquellos embajadores de occidente era el general Flavio Aecio.
Aecio era un romano de su tiempo, con todo lo que implicaba aquello. En su vida había conocido tanto lo que quedaba de la vieja Roma como los nuevos poderes que surgían de entre los germanos, y sus nuevos reinos. Con todos ellos era capaz de hablar en sus distintas lenguas, y hasta se ganó la confianza de Atila, que llegó a desarrollar cierta amistad personal.


Muchos dicen que todo empezó por una mujer: Honoria, la hermana del emperador Valeriano III, señor del Imperio Romano de Occidente. Honoria había sido obligada a casarse contra su voluntad con un senador romano, y a los pocos años de angustioso matrimonio, enfurecida y desesperada, sólo encontró una solución. Envió un mensaje a Tigas, a Atila, rey de los hunos, prometiéndole matrimonio y una extensa dote en forma de tierras si la rescataba de la vida que llevaba hasta ese momento.
Atila, que llevaba un tiempo sopesando y midiendo el poder del Imperio Romano de Occidente, así como a los francos y visigodos que se habían apoderado de sus tierras, no tardó en decidirse a actuar: reclamó a Honoria como esposa, y a toda la Galia como dote. Luego, reunió sus ejércitos de arqueros a caballo hunos, y sus aliados ostrogodos y gépidos, y se puso en marcha.
Cuando el desafío de Atila llegó a la corte de Valeriano, éste envió a Flavio Aecio con la orden de detener a Atila en sus pretensiones. Porque, si Atila se apoderaba de la Galia y subyugaba a los germanos francos y visigodos, Italia sería lo único que le quedaría por conquistar, y sin más apoyos, perecería irremediablemente. Aecio reunió las pocas tropas romanas que pudo antes de marchar al norte: básicamente, auxiliares no profesionales. Roma no podía reunir las legiones de antaño. Los soldados que siguieron a Aecio eran ciudadanos, campesinos y artesanos, mal equipados y con precaria formación militar. Sin embargo, Aecio consiguió infundir en ellos el valor suficiente para enfrentarse al más poderoso enemigo de Roma.
Honoria. Fuente. Wikipedia

Sin embargo, Aecio sabía que no serían suficientes. Tenía muy claro que necesitaba la ayuda de otros enemigos de Roma: los reinos visigodo y franco, los únicos con poder militar efectivo, con fieros soldados, que Aecio conocía bien por haber luchado junto a él como federados. Por ello, es astuto Aecio se dirigió a la corte e Teodorico, rey visigodo del reino de Tolosa, para convencerle de que se aliara con él contra los hunos. Se dice que cuando Teodorico vio la ruina de ejército que comandaba Aecio, decidió que sería más seguro quedarse en casa y esperar a Atila en sus propias tierras. Sin embargo, Aecio no se rindió fácilmente. Buscó apoyo en un consejero de Teodorico, Avio, que finalmente convenció a Teodorico. Luego, Aecio y Teodorico marcharon hacia los francos. Como estaban en el camino de Atila, Meroveo, rey de los francos, fue más fácil de convencer. Además, Avio consiguió atraer también a las tribus alanas que en aquel momento se habían asentado entre los francos y los visigodos. Finalmente, toda aquella última alianza se puso en marcha para interceptar a Atila. Aecio, desde una colina, vio pasar todo el ejército hacia el norte, pensando que aquél era el último poder militar que quedaba en occidente. Si aquella precaria alianza fracasaba, si la Galia caía, nada evitaría que Roma también desapareciera bajo las pezuñas de los caballos hunos. En aquel momento, un trueno retumbó a lo lejos, la brisa arreció y una fina lluvia comenzó a caer. Aecio se arrebujó en su capa y espoleó su caballo para unirse a la marcha.

Para entonces, Atila y sus germanos ya recorrían el norte de la Galia a sus anchas. Habían aprendido técnicas de asedio anteriormente, y habían asediado y saqueado Tournai, Cambrai, Amiens, Beuvais, Colonia, Mains, Traer, Metz y Reims. Lutecia (París) se había salvado in extremis, y ahora, Atila había concentrado sus tropas para asediar Aurelianum (Orleáns), ciudad fortificada que cerraba el paso del río Loira.
Se dice que los hunos ya estaban sobre las murallas Orleáns cuando el ejército de Aecio apareció en el horizonte. Atila fue avisado, y maldiciendo ordenó una rápida retirada. No lo quedó más remedio, pues no quería ser atrapado contra los muros de Orleáns, sin poder aprovechar su principal fuerza, la movilidad de sus hunos. De modo que a toda prisa, el ejército de Atila se replegó hacia el norte, a una llanura conocida como Campos Catalúnicos, o Chalons. Estableció una precaria fortificación para su campamento mediante la disposición de las carretas, y esperó la llegada de Aecio.
Éste se lanzó desde Orleáns en una rápida persecución tras Atila, y finalmente, el 19 de Junio del 451, llegó al extremo sur de los Campos Catalúnicos, donde los hunos le cortaban el paso. Aecio maldijo la astucia de Atila. En una llanura prácticamente plana, Atila podría usar mejor sus tropas montadas. Únicamente había una escarpada colina quedaba a la izquierda de los romanos, más cerca de sus líneas. La noche cayó, y ambos ejércitos se retiraron a sus campamentos.

La nubosa mañana del 20 de Junio, Aecio se reunió con sus aliados. Decidió que los romanos se quedarían en el flanco izquierdo, más a la izquierda incluso que la colina, que quedó así en el centro-izquierda de la línea de la alianza. En el centro, Aecio desplegó a sus alanos, ya que no se fiaba completamente de su lealtad o voluntad de resistir, y al menos, si huían, no dejarán los flancos del ejército expuestos. A las espaldas de los alanos se situaron los francos de Meroveo. Los alanos ni siquiera podrían huir, pues su camino estaba bloqueado por los francos. Finalmente, los visigodos de Teodorico protegerían el flanco derecho.
Atila, simultáneamente, organizó su frente. A su derecha, frente a los romanos, situó a los gépidos y vándalos. Sus hunos, sus mejores tropas, los situó en el centro, frente a alanos y francos. A su izquierda situó a los ostrogodos, que sentían una especial animadversión hacia los visigodos. En aquel momento, el número total de guerreros se aproximaba a los quinientos mil. Sería una terrible batalla.
Aecio se dirigió a sus hombres. El viento, que agitaba el penacho de su casco y hacía bailar su capa, se
llevó aquellas palabras que nadie recuerda, pero cuando habló a sus tropas, los últimos romanos, despertó algo en los corazones de aquellos atemorizados hombres, y al terminar, un grito se elevó al unísono entre sus filas, y comenzaron a marchar a paso ligero, como si fueran de nuevo el mejor ejército del mundo, guiados por él, acompañados por los espíritus de los mejores guerreros de la Antigüedad, a ocupar la colina que estaba frente a ellos. Teodorico, por su parte, en el flanco derecho, envió a su hijo, el príncipe Turismund con una avanzadilla, a avanzar más hacia la derecha aun, para desbordar por ahí a los ostrogodos si éstos se lanzaban contra el grueso de los visigodos.

Mientras, Atila lanzó directamente a todos sus efectivos a la carga. Despreciando a los romanos, había dicho a sus hombres que sólo encontrarían rivales a su altura entre los aliados germanos de Aecio. Ni siquiera se molestó en comenzar a hostigar las líneas enemigas. Sus órdenes fueron lanzar un ataque total en todo el frente, y decenas de miles de caballos se lanzaron a un galope salvaje, que hizo temblar toda la llanura.

Los ostrogodos fueron los primeros en estrellarse contra los visigodos. En un terrible choque, las caballerías pesadas de ambos bandos se trabaron en un terrible y sangriento combate. Los soldados a pie, por su parte, chillando y golpeando sus escudos, se lanzaron también unos contra otros. De alguna manera, dejaron de ser hombres para transformarse en bestias que se despedazaban unos a otros, llenando el aire con el sonido del acero contra el acero, de gritos, de huesos rotos a golpes y gritos de agonía ahogados en sangre. Y a la cabeza de sus caballeros, Teodorico, ya rota su lanza, segaba con su espada la vida de los enemigos ostrogodos adentrándose más y más en sus filas.
Hunos y gépidos se lanzaron también contra el centro y la izquierda de los romanos. Los alanos se llevaron la peor parte, y los jinetes hunos no tardaron en ponerlos en desbandada, perseguidos y asaeteados por los excelentes arqueros a caballo de Atila. Entonces, la persecución llegó hasta las líneas de los francos de Meroveo, que se lanzaron al combate con fiereza, frescos y descansados, trabando a los hunos.
La confusa batalla. Fuente. Menofthewest.

En el flanco izquierdo romano, el resto de los hunos y los gépidos se lanzaron al galope a tomar la colina, pero Aecio se les había adelantado y había tomado la posición predominante. Ordenó a sus soldados que mantuvieran la línea y aguardaran a que aquellos fieros enemigos llegaran al final de la pendiente, que no se lanzaran al combate todavía. Y los enemigos comenzaron a llegar, pero las órdenes de Aecio comenzaron a dar su fruto. Los jinetes enemigos fueron perdiendo su ímpetu inicial conforme ascendiendo, y no pocos caballos resbalaron y cayeron, empujando a otros en su caída. Los que fueron llegando a las líneas romanas no formaban un frente cohesionado, sino grupos desordenados, que los soldados romanos despacharon sin mucha dificultad, con disparos de jabalinas. Entonces, los hunos que no habían terminado de ascender recibieron la orden de desmontar, y así, renunciaron a su principal ventaja. Echaron el pie en tierra, y comenzaron a ascender disparando sus arcos. Los gépidos marchaban a su lado, pero tanto los jinetes que desmontaron como la infantería, pesadamente equipada, tenía también muchas dificultades para seguir subiendo. Aecio recorría su línea manteniendo la disciplina. Siguió manteniendo sus tropas sobre la colina, aguardando a que más hunos se agolparan al pie de la misma, y que siguieran ascendiendo con tantas dificultades. Si lanzaba sus tropas a una carga, sólo tendría una oportunidad, y no quería desaprovecharla.
Los generales hunos informaron de los problemas que tenían en la colina dominada por Aecio, pero Atila les ordenó que no retrocedieran, que tomaran la posición a cualquier precio.

En el flanco derecho de los romanos, los visigodos se impusieron tras los sangrientos combates, y los ostrogodos comenzaron a retroceder. Fue entonces, cuando, en el frenesí de la persecución, Teodorico se lanzó al galope tras sus enemigos, seguido a duras penas por su escolta. Pero en ese momento, de entre los ostrogodos apareció la figura de Andag, un noble que intentaba contener a sus guerreros y reagruparlos. Viéndose impotente para conseguirlo, Andag giró su caballo y galopando hacia los visigodos, divisó su rey al frente, segando la vida de sus guerreros. Tomando su lanza, gritó: “¡Theodorik!”. Entonces, espoleó su caballo hacia el rey visigodo. Éste, habiéndole visto, le apuntó con su espada y también se lanzó al combate. Los siguientes segundos fueron angustiosos para su escolta, que no logró alcanzar a su rey a tiempo. Andag, el ostrogodo, cuyo pueblo había aprendido el arte de la caballería de guerra de manos de los sármatas, blandió su contos y, aprovechando su mayor alcance, desvió su caballo en el último momento, girando la lanza hacia el pecho de Teodorico. El rey no tuvo tiempo para esquivar el golpe, y con un terrible grito de dolor, la lanza de Andag chasqueó y se rompió. Teodorico, con toda la punta del contos clavada en su cuerpo, desequilibró a su caballo que cayó y rodó, aplastando al rey bajo su peso. Andag volvió grupas y huyó cuando la escolta del rey llegaba hasta él, maldiciéndolos.
El mayordomo del rey desmontó y corrió hacia Teodorico. Su cuerpo estaba machacado, pero el rey todavía luchaba por vivir. Respiraba con estertores, semiahogado por su propia sangre, y la vida le abandonaba. Cuando vio a su mayordomo, tomó la espada real, y encomendándosela, susurró su última palabra: “¡Turismund!”. Luego murió.
Muerte de Theodorik. Angus Mcbride para Osprey

El mayordomo del rey abrazó la espada, y montando de nuevo, se lanzó a la busca del príncipe Turismund, en el extremo derecho de las posiciones visigodas.
“¡El rey ha muerto! ¡El rey ha muerto!”. La noticia se extendió rápidamente entre los visigodos y también entre los ostrogodos, que, entonces, consiguieron reagruparse, pues el empuje visigodo pareció flaquear. Turismund se encontraba dirigiendo un contraataque contre los ostrogodos cuando el mayordo le localizó, y con lágrimas en los ojos, le entregó la espada de su padre. Turismund, embargado por el dolor, no reaccionó al principio, pero pronto los nobles se reconocieron como el nuevo rey. Los ostrogodos se habían reagrupado y avanzaban de nuevo contra los visigodos, pero Turismund se puso al frente de las líneas. Entonó el canto fúnebre por su padre, y éste se extendió por entre los visigodos, y aquel canto se transformó, con el ritmo del paso de los soldados y caballeros, en un grito ensordecedor que los visigodos lanzaron mientras se lanzaban de nuevo a la carga, invocando el nombre de Teodorico y Turismund. El combate se reinició, tan sangriento como al comienzo de la batalla.

Las horas seguían transcurriendo, y mientras, en el flanco izquierdo, hunos y gépidos seguían subiendo por la ladera, tropezando con los cadáveres de caballos y guerreros que habían muerto ya. Cuando Aecio estimó que había suficientes enemigos, lanzó a sus tropas colina abajo. El nombre de Roma y de sus fundadores era invocado por aquellos humildes soldados, que como una marea inexorable, cargaron ordenadamente contra sus enemigos, segando sus vidas sin que nada pudiera pararlos.
Y Atila lo vio. Incapaz de romper el frente franco, a pesar del gran daño que les estaban infligiendo a las tropas de Meroveo, Atila se vio de repente bloqueado en el centro, y con sus dos flancos retrocediendo y sufriendo numerosas bajas. Y un pensamiento cruzó su mente como un relámpago, llenándole al mismo tiempo de miedo y rabia. Estaba siendo derrotado.
Cuando las tropas rechazadas de la colina huyeron, y los ostrogodos flaquearon también empujados por los visigodos, atravesando parte del centro donde Atila dirigía el ataque, no le quedó más remedio que ordenar la retirada total. Los rápidos hunos volvieron grupas y cabalgaron hacia su campamento. Ya estaba próximo el ocaso, cuando Atila irrumpió en su propia tienda. Estaba fuera de sí, y desesperado. Dio órdenes a sus sirvientes de que prepararan una pira. Si sus enemigos llegaban hasta el campamento, no le cogerían vivo.

Mientras, Aecio, Meroveo y Turismund convergieron en el centro, y entonces, Aecio tuvo que actuar rápidamente, tomando una de las decisiones más trascendentales de su vida: Turismund quería lanzar a sus visigodos a la persecución de Atila antes de que cayera la noche. Aecio sabía que si hacía eso, Atila sería eliminado, y su imperio se desestructuraría rápidamente. Si se eliminaba a la principal amenaza oriental, ¿quién podría entonces detener a los visigodos? Con la supervivencia de Roma como principal preocupación, Aecio jugó sus cartas brillantemente, y convenció a Turismund para que no continuara la persecución. De esta manera, los hunos pudieron retirarse. Atila volvió a sus dominios rápidamente, sin terminar de entender lo que había pasado.

La batalla de los Campos Catalaúnicos fue terriblemente sangrienta. Durante siglos, los campesinos de aquellas tierras contaron la leyenda de una gran batalla en la que perecieron miles de guerreros, que cada noche volvían a la vida para seguir luchando, una y otra vez. De vez en cuando, al arar las tierras, aparecían esqueletos, armaduras y armas oxidadas que mantenían con vida aquella leyenda.
25 años más tarde, Roma caería para siempre, pero aquel día en aquella llanura, se ganó ese cuarto de siglo más de vida para la civilización que había gobernado el mundo durante siglos.

CAMPOS CATALAÚNICOS PARA DBA.
Esta batalla es perfecta para jugarla tanto en DBA normal como en BBDBA.
Para jugarla en DBA normal, harán falta las listas II/83, romanos patricios, opción occidental, y la lista II/80, Hunos, opción a.
La lista romana ya lleva las tropas para representar a francos, alanos y visigodos. La Kn/Cv general y los Aux representan a los romanos. La LH representa a los alanos. Las Wb y Ps representan a los francos y los Kn y Bd restantes, a los visigodos.
La lista huna también lleva tanto tropas hunas como Wb y Kn ostrogodos y gépidos.
No creo que hagan falta reglas adicionales, salvo, si se desea, que la victoria se obtenga tras matar 6 peanas enemigas, no 4, para representar la dureza de esta batalla.
La escenografía debe incluir una colina escarpada lo más grande posible en un lado del campo de batalla, y luego, el mínimo de escenografía posible, teniendo en cuenta que se juega en territorio franco (como si los francos fueran defensores). Los atacantes serán los hunos.
Chalons, según DBA. Fuente. Heretical wargaming


Aunque si os reunís los suficientes, la batalla es perfecta para un BBDBA, con tres ejércitos por bando: II/83 Patricios, II/82 visigodos tardíos y II/72 francos tempranos para un bando, y II/80 hunos, II/71 gépidos, y II/67 ostrogodos para el otro.