Aoteaoroa, la Isla de la Nube Blanca |
En
primer lugar, veamos quiénes son los maoríes o, como se dice en su lengua, Maori. No hay registro escrito de
aquellos días, pero se dice en los cuentos maorí que siete grandes canoas, los waka de los Grandes Padres, llegaron a Aotearoa desde el este. Cada una
de estas canoas dio nombre a las siete tribus originales. Aunque se desconoce a
ciencia cierta, se calcula por los registros arqueológicos que la llegada de
sucesivas oleadas de pobladores provenientes de diferentes lugares de la
Polinesia ocurrió entre los siglos IX y XIII. El idioma maorí puede rastrearse
hasta las islas Cook e incluso Hawai. Según sus tradiciones, Maorí provienen de un lugar mítico
llamado Hawaiki, a donde regresan las almas de sus muertos.
Si bien
hay rasgos culturales comunes con los polinesios, aquellos viajeros se asentaron
en un lugar muy diferente a las islas de los Mares del Sur. Nueva Zelanda no
tiene clima tropical, sino templado y húmedo, y muchas otras particularidades:
no hay grandes mamíferos y de los pequeños, también hay pocos. Los nichos
ecológicos tradicionales de estas criaturas fue ocupado, por caprichos de la
evolución y gracias a su aislamiento, por las aves, de las que esta tierra
tiene una variedad y una riqueza exquisita. Una de ellas, su símbolo nacional,
es el precioso kiwi, el pájaro sin alas, por ejemplo. Pero había otras aves
singulares: grandes aves emparentadas con los avestruces, pero más parecidas a
un velociraptor con plumas, llamadas moas, que podían medir tres metros de
altura y pesar más de 200 kilos. Y lo más alucinante era que había unas águilas
llamadas Harpagornis moorei, que han
sido la especie de águila más grande jamás conocida, y que cazaba moas. Guau. Si
un ave primitiva de 200 kilos impresiona, su depredador debió de ser aún más
terrorífico. Estas aves habitaban los densos bosques, que
no selvas, que cubrían casi toda Nueva Zelanda.
He
destacado estas aves porque precisamente es la relación entre los pobladores y
este medioambiente la que determina los dos grandes periodos de la cultura
maorí antes de la llegada de los europeos. El periodo inicial, o
pre-Clásico, abarca desde la llegada de
los primeros pobladores hasta la extinción de los moas, allá por el siglo XV
debido a la caza. En esta época, las tribus basaban su sostenimiento en la caza
de estas grandes aves y los frutos del bosque,
al tiempo que comenzaban a despejarlo para realizar pequeños cultivos de
un tubérculo dulce de la familia de la batata, llamada kumara. Y, ¿sabéis qué? La kumara llegó con los primeros
pobladores, y son una prueba de que la
población de la Polinesia se originó en América del Sur, justo como sostenía
Thor Heyardall, el de la expedición Kon-Tiki. La kumara era el otro pilar de su
alimentación. Y tenían un proverbio que me encanta, y que los ancianos
recitaban a los jóvenes para reprenderlos por mostrarse demasiado orgullosos:
“La kumara crece bajo tierra y no presume de su dulzura”.
Para la escala: el moa mide 3 m. de altura |
El
segundo periodo, o periodo Clásico, abarca desde el siglo XV hasta la llegada
de los europeos en el siglo XVIII, aunque se sabe que hubo contactos previos
con algún navegante español en el siglo XVI, y Abe Tasman llegó por allí
también. En alguna parte he leído que hay palabras maorí que provienen del
español, porque aquellos marinos dejaron su semilla en la isla, pero no he
podido confirmarlo Es en esta
época en la que la cultura maorí tal y como la llegan a conocer Cook y los
posteriores visitantes de la isla queda consolidada. De las siete tribus
originarias se originaron otras muchas. Estas tribus, Iwi, determinaban la
identidad del individuo de forma indisoluble. La unidad social inferior es el
“hapu”, el clan, que se compone de varias familias o “whanau”. Estas familias
incluían varias generaciones de familiares que compartían el fuego y una casa,
o bien un conjunto de casas en las aldeas o en los poblados fortificados. Cada
familia tenía asignadas parcelas de tierra, zonas de pesca y recolección, etc.
Una tribu se componía de varios hapu, que ocupaban el territorio tribal para su
explotación. . Los recursos, sin la caza del moa, escaseaban, y la dieta se
basaba más en la agricultura de la kumara, que nunca fue demasiado productiva,
los frutos del bosque y la pesca.
La
sociedad tribal estaba jerarquizada: existía una nobleza, que eran los que
podían trazar su parentesco hasta los Grandes Padres fundadores de la tribu; el
pueblo común y los esclavos. En las familias nobles, los primogénitos eran de
gran importancia, muy respetados, ya
fueran hombres o mujeres. El líder de cada tribu era el miembro de la nobleza
con más prestigio, siendo este un concepto clave en su sociedad. El “mana”, el
prestigio, era la más preciada posesión de un individuo. Se heredaba según la
línea de ancestros, aunque las acciones individuales o el fracaso en la guerra
podían hacer perder este prestigio y convertirse en un paria. La “retribución”
era un concepto fundamental para no perder “mana”. Los nobles solían
intercambiar regalos en sus encuentros. La “retribución” obligaba a regalar en
la siguiente ocasión algo al que te había regalado, y normalmente debía de ser
de más valor. Era aceptable, por ejemplo, posponer el regalo buscando que fuera
mejor, por ejemplo, hasta la cosecha, antes de improvisar y regalar algo sin
valor, porque eso acababa con el “mana”.
Whanau maorí |
Los
maoríes no desarrollaron forma escrita. Por el contrario, tenían “decidores de
palabra”, que memorizaban la historia y los linajes y eran capaces de
recitarlos, siendo el vínculo de la tribu con el pasado. Aunque no eran los
únicos polinesios que lo hacían, la imagen tradicional del maorí nos trae a la
mente sus intrincados tatuajes o escarificaciones faciales, llamadas “Te moko”.
Esas marcas situaban a un hombre en su tribu y lo emparentaba con su linaje.
Las mujeres también se tatuaban la línea de la barbilla. También son conocidos
por la danza guerrera, el “haka”. Los guerreros eran fieros, y se sabe que
practicaban cierto canibalismo ritual. Alguna vez se comieron a algún europeo
despistado.
Como
decíamos, al principio había tierra para todas las tribus, pero conforme la
población crecía, diversos grupos familiares tuvieron que escindirse en busca
de recursos. También hubo grupos desplazados tras ser derrotados en la guerra.
Estos grupos podían prosperar, y si conseguían suficiente “mana”, podían
convertirse en tribu y se daban un nombre. Seguían reclamando su parentesco con
la tribu original pero poseían identidad política propia. En este periodo, la
desaparición de la caza había obligado a la ocupación de territorios vecinos o
coincidentes entre varios grupos, lo que aceleró la aparición de conflictos.
En este
ámbito, el capitán Cook llegó a Nueva Zelanda, lo que situó a esta tierra en la
órbita del imperio británico. Pero fueron los balleneros ingleses quienes
siguieron el contacto con los maoríes, pues necesitaban avituallarse. Y fue
así, intercambiando ciertos objetos a cambio de comida fresca, algo
aparentemente inocente, como se gestó una de las mayores tragedias que jamás
viviera un pueblo. En los libros de historia anglosajones, pues apenas hay nada
publicado en español, se llamó a este periodo “Musket wars”, las Guerras
Mosquete. Para mi relato, elegí un nombre que imaginé que habría puesto un
maorí: “las Guerras del Trueno”.
Las Guerras del Trueno
Hongi Hika, Waikato y Thomas Kendall |
Bien, situémonos a principios del siglo XIX, en las costas
de Aotearoa. Allí la población maorí había prosperado durante siglos y mantenía
con frecuencia conflictos territoriales. Desconocían el metal y su tecnología
armamentística se limitaba a lanzas cortas de punta de piedra y unas hermosas
mazas de piedra (obsidiana y jade principalmente) en forma de paleta alargada.
Si tenéis conocimientos de Resistencia de Materiales no podréis dejar de
admirar, por cierto, la magnífica adaptación de la forma a la función a partir
de un material pesado y con escasa resistencia a la tracción. En caso de
conflicto, puesto que los guerreros también eran necesarios para los cultivos y
la pesca, las campañas no podían ser largas. Y con las fuerzas equilibradas, la
resolución de conflictos mediante la guerra no siempre era la mejor opción. Los
maorí desarrollaron toda una serie de recursos diplomáticos para estos
conflictos: intercambio de regalos, matrimonios políticos, duelos… Pero he aquí
que los balleneros empezaron a llegar, y una de las tribus, los Ngapuhi,
comenzaron a comerciar con ellos. Un día, ocurriría que algún jefe Ngapuhi,
podría ser uno llamado Pokaia vería a algún marinero cazando algún ave con su
mosquete. El poder de aquel arma lo impresionaría profundamente. Podemos
imaginar que aquella noche, el jefe no dejaría de pensar en lo que había visto,
y así decidió que en el próximo intercambio, el precio sería diferente: pediría
mosquetes y municiones.
Barranco de Moremonui |
En
aquellos días los Ngapuhi y los Ngati
Whatua tenían muchos conflictos y la lista de afrentas que listaban sus
decidores de palabra no cesaba de crecer. Pokaia de los Ngapuhi y Taoho de los
Ngati Whatua no cesaban de enfrentarse
en escaramuzas diversas. Pero Pokaia fue el primero en reunir algunos mosquetes
y entrenar a un grupo de guerreros en su uso. Por fin reunió 500 guerreros y su
nueva partida de arcabuceros, y
lanzó una incursión contra los Ngati
Whatua. Pero su entrada en su territorio no pasó desapercibida, y Taoho
consiguió emboscarlos en el barranco de Moremonui. Allí, la poca práctica y su
escaso número entre guerreros tradicionales no pudo influir en el resultado.
Los Ngapuhi fueron derrotados, los “portadores del trueno” pakeha, muertos y
decapitados de forma tradicional, tal vez incluso devorados. Y ahí hubiera
terminado todo si a Taoho no se le hubiera escapado un joven noble Ngapuhi que
huyó a los pantanos. Un joven que había visto caer a su tío y a sus hermanos en
combate, y que mientras corría por su vida juró venganza sobre Ngati Whatua. Se
llamaba Hongi Hika. Aquel día, el destino de todos los maorí quedó sellado.
Intercambio de mosquetes y comida |
patata, cerdos para cría y otros cultivos, y comenzó a experimentar con ellos. Obligó a muchas familias a malvivir para criar cerdos y así consiguió sus primeros mosquetes. En 1814 se embarcó con los marineros hasta Sidney y allí conoció a los primeros misioneros. Ante ellos se presentó como un salvaje ignorante anhelante de conocer a Dios. Justo como sabía que los pakeha lo veían a él. Convenció al reverendo Samuel Marsden para que estableciera una misión en Bahía de las Islas, pues así podría generar un flujo comercial permanente. Y aunque Marsden se negó a comerciar con armas, sí le ayudó a introducir las herramientas de hierro en el campo y a mejorar sus cosechas. La de 1815 fue especialmente buena, y Hongi Hika vio incrementado su mana de tal manera que pudo convertirse en el jefe de todo los Ngapuhu.
Mapa de las Guerras del Trueno |
Para
1818, tenía suficientes excedentes para mantener más guerreros que sus vecinos,
y esto le dio cierta ventaja en sus primeras incursiones. Comenzó a capturar esclavos,
alterando las guerras de la guerra, pues no luchaba por la tierra, sino por
tener más mano de obra. Hasta dos mil escalvos fueron capturados en las
primeras acciones. En los dos años siguientes aumentó su producción y consiguió
más mosquetes de los balleneros, a espaldas de los misioneros, para quienes
Hongi Hika era tan “buen salvaje” que fue invitado por el reverendo Thomas
Kendall a viajar a Cambridge, pues era de interés de la Corona elaborar el
primer diccionario maorí. Hongi, el “exótico príncipe salvaje” se fingió
honrado y aceptó encantado, y mientras los académicos anotaban las palabras
para su libro, él intentó comprar más mosquetes. Conoció a Jorge IV, del que
recibió muchos regalos (entre ellos una cota de malla que siempre usó desde entonces),
pero ningún mosquete, así que a su vuelta, cuando llegó a Sidney los vendió
todos salvo la cota, y adquirió 300 mosquetes y municiones. Y así regresó a
Aotearoa, a lanzar la Guerra del
Trueno. Con aquellas armas, el
equilibrio quedó roto a favor de su tribu, y en los años siguientes
lanzaron devastadores ataques que le permitió expandir su territorio y disponer
de muchos esclavos y mucho prestigio.
Pero sin
poder evitarlo, no hizo sino comenzar una carrera armamentística que se dirigía
a la tragedia. Para defenderse, las demás tribus comenzaron también a adquirir
mosquetes, y comenzó un terrible círculo vicioso que degeneró en una espiral hasta el desastre: los mosquetes se compraban con comida; para tener más comida con la que comerciar hacía falta más tierra y más esclavos; más tierra y más esclavos implicaba campañas más largas y con más guerreros; más guerreros implicaba un recrudecimiento de los combates y más necesidad de alimento, y más mosquetes, y vuelta a empezar. Durante diez años, las Guerras del Trueno
sacudieron Aotearoa, agotaron los recursos, extinguieron a numerosos clanes,
desplazaron a otros de sus tierras tradicionales y, a su fin, habían perecido
entre un 20 y un 30% de la población maorí original. Y no terminaron debido a
ningún acuerdo. Simplemente, combatieron hasta que ya no pudieron más, las fortificaciones mejoraron y se adaptaron al nuevo estilo de guerra, se agotó la comida, se empobreció la tierra y ya no hubo nada por lo que
valiera la pena luchar. Pero para entonces, el mapa tribal había cambiado para
siempre.
Hongi
Hika fue herido en 1828, cuando un disparo atravesó por fin su cota de malla
que tantas veces le protegió. En su lecho de muerte, recomendó a los suyos que
trajeran a más misioneros y abrazaran la nueva fe. El poder que había ganado
momentáneamente fue desapareciendo conforme los mosquetes se fueron
extendiendo, y el ocaso de su tribu llegaría poco después, víctima del mismo y
peligroso juego que ellos habían empezado. De nuevo había equilibrio. Uno
cimentado sobre miles de cadáveres.
Gran
Bretaña, en parte aprovechando el caos, y en parte sintiéndose responsable de
todo aquello, decidió colonizar aquella tierra y traer la civilización. Los
maorí y los británicos firmaron en 1840 el tratado de Waitangi, que fijó el reparto de tierras, pero basándose
en los nuevos límites tribales, no en los tradicionales anteriores a las
Guerras del Trueno. Hubo miles de desposeídos de su territorio tradicional, por
unos pocos años de guerra. Esto provocó enormes tensiones que estallaron a
mitad de siglo, cuando en tierras maoríes se encontró oro y otros minerales,
los británicos se saltaron los acuerdos y comenzaron las guerras maoríes. Allí
fue donde los ingleses descubrieron hasta qué punto se había vuelto peligrosos
los mosquetes en manos maoríes. Pero es otra historia…
En mi
opinión, lo que nos enseñan las Guerras del Trueno es que no hace falta que las
personas hagan algo especialmente malo para que ocurra un desastre. En este
artículo llamé a este efecto “paradoja del muerto en el salón”. Para los
marineros era algo natural intercambiar bienes a cambio de comida, y los
maoríes demandaron los mosquetes. Para estos, era legítimo solucionar querellas
mediante la guerra, y una vez en guerra, lo normal es hacer todo lo posible
para ganarla. El cambio de paradigma que provocó Hongi Hika fue una
consecuencia natural de su acervo cultural más la nueva variable de las armas
de fuego, que alteraron el equilibrio de un “ecosistema” aislado. Una tragedia
solamente evitable dejando de ser quién eres y de hacer lo que haces. Un
problema sin solución, creo.
Hay
rastros de estos acontecimientos, si bien no mencionados directamente, en otras
historias que he leído y que tienen mucho que ver con el contacto entre
culturas con diferente grado de avance tecnológico y esos “cambios de
paradigma” que he mencionado antes. Recomiendo la lectura de “La voz de los
muertos”, de Orson Scott Card, que aunque es un libro de ciencia-ficción
explica muy bien esta situación. En serio. También recomiendo “El secreto de la
diosa”, de Lorenzo Mediano. Ahí se cuenta con mucha maestría uno de esos
“cambios de paradigma” en una tribu prehistórica.
Y aquí
viene donde cierro el círculo… ¿Recordáis que al principio os hablé de “Ka
mate”, el haka de los All Blacks? Pues fue compuesto en esta época por Te
Rauparaha en 1840. Este guerrero estaba huyendo de sus perseguidores cuando se
escondió en un depósito subterráneo de kumara, esperando salvar la vida al
despistar a sus enemigos. Al rato, la trampilla se abrió. De haber sido un
enemigo, habría muerto, pero en cambio, fue un amigo suyo el que lo encontró y
le indicó que podía salir. Mientras ascendía del hoyo, la silueta de su amigo
se recortaba a contraluz en la abertura. Así nació “Ka mate”. La compuso el
propio guerrero. En mi relato aproveché
esta historia y la introduje como parte de la acción. Esta es la letra
traducida, que está introducida en un diálogo. Un homenaje al pueblo maorí.
¡Muero, muero!
¡Vivo, vivo!
Este es el hombre
valiente
Que trajo el sol y lo
hizo brillar
Un paso más, un paso
más,
¡Arriba, arriba!
Maorí en los wargames históricos
Parece increíble, pero Phil Barker y Bodley Scott, en las
listas de DBA y DBM, hicieron un trabajo
tan bueno que hay una lista para maoríes, que termina, justamente, en 1780.
Estos dos nunca dejaron de sorprenderme. Para DBA es la lista IVXX, y tiene 12
peanas de 3Bb. No es un ejército táctico y su presencia es testimonial.
Representan a los guerreros maorí armados con las mazas de piedra y sus
jabalinas. Debe de ser precioso pintar maoríes, con sus nobles vestidos con
capas de pluma de kiwi y sus formaciones. En DBM, estas peanas se clasificaban
como Bd(F), que tenían las características de los bd, pero se movían 50 pasos
más, como Aux.
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