Saludos. Comenzamos con este artículo una serie que
dedicaremos a un periodo fascinante: el “renacimiento persa” que se produjo
desde el comienzo de la descomposición
del califato abásida, y que duró hasta que los turcos se hicieron con el
poder efectivo del califato. Hablamos de un periodo de unos 180 años, y un
entorno geográfico que coincide ahora con una multitud de países: no solo Irán,
sino Uzbequistán, Turkestán, Azerbaiyan, Afganistán y un largo etcétera.
Pero,
¿por qué este periodo? Pues, porque fue este periodo el que dio lustre y
esplendor al Islam. Porque la fusión de
la cultura islámica y persa generó un periodo que brilló con luz propia, como
una singularidad de prosperidad en un periodo tormentoso. Es la era que vemos en novelas como "El médico". La época de la gran renacimiento de la cultura persa, que perduraría incluso tras la llegada de las dinastías turcas, que, deslumbradas por el mundo que acababan de conquistar, respetaron, mantuvieron e incluso engrandecieron lo que encontraron. Es la era que vio nacer a Ibn Sina (Avicena), Omar Khayan, Nisam al Mulk, Fidowsi, Rureki o Hassan Ibn Sabbah, Comenzamos pues.
Acompáñenos en este viaje hacia la tierra del Rey de Reyes.
Situémonos…
En los artículos anteriores hablamos de los califas ortodoxos, los Omeyas y los
abásidas. La revuelta abásida, si recordáis, se había basado en el descontentos
de los clientes árabes en los territorios conquistados. Y había conseguido
especial apoyo, y principalmente se había nutrido de tropas, dinero, y había
sido iniciada, en Irán. ¿Por qué? Bien, pensemos que los árabes y los persas eran
dos pueblos muy diferentes. La cultura árabe se abrió al mundo bajo el
estandarte de su nueva religión. Su identidad estaba íntimamente ligada a ella.
Pero esto no era así con los persas. Nos encontramos con una cultura que había
dominado gran parte del mundo hacía 1000 años atrás, y habían mantenido una
continuidad cultural hasta la conquista del Islam. El dominio helenístico se
adaptó a esta cultura. Los partos reclamaban para sí el legado aqueménida. Su
líder usaba el título de Shahanshah, como habían hecho Ciro, Darío, Jerjes y
todos sus descendientes. Y luego llegaron los sasánidas, que continuaron
alimentando la llama. Todos ellos habían vencido a otros imperios, habían
conquistado reinos, habían capturado
emperadores… La dominación árabe puso fin a este milenio, y fue una rareza para
ellos. De hecho, su islamización fue larga y difícil, y creó numerosas
tensiones contra los califas ortodoxos y los Omeyas. Fueron los abásidas los
que supieron ver esa tensión y ponerla a su favor en su revuelta. Y los
abásidas habían ganado. La nobleza irania que había nutrido sus ejércitos
esperaba algo, y ese algo no terminó de llegar con los primeros califas. La
estrella irania de Abu Muslim se apagó con su muerte. Su fidelidad fue pagada
con su propia sangre. Así que tuvieron que esperar, y el momento fue la segunda
década del siglo IX, momento en que Al Mamún se enfrenta a su hermano y califa
Al Amín. Al Mamún se nutrió del descontento y las ambiciones de las familias
persas. Fue él quien formó un nuevo ejército en Jorasán, compuesto por nobles
iranios y sus seguidores, poseedores de una tradición de caballería basada en
el arco y la excelencia en combate individual, y numerosas tropas a pie. Fue
esta nobleza irania la que fue recompensada por Al Mamún tras la toma de
Bagdad. Y de entre ellos, sobre todo, a su general Tahir Ibn Husayn. Tahir fue
nombrado gobernador en Jorasán, con plenos poderes, en el 821. Esto representó
una independencia de facto, basada en la incapacidad del califato para
sostenerse sin su apoyo.
Así
comienza la primera de las dinastías persas que estudiaremos. Estas dinastías
tomaron su nombre de su fundador, y designan tanto a sus descendientes como a
gobernadores fieles a estas familias. En
este caso, la dinastía tahírida, como su nombre indica, fue fundada por Tahir,
que llevó la capital de su nuevo reino
en Nishapur. Sobre el papel seguían obedientemente al Príncipe de los
Creyentes. Pero el asunto debía escocer
a ambas partes. En el año 822, en el discurso de los viernes, Tahir cometió la
osadía de omitir la mención al Califa y rogar a Dios por él. . Esto era un
hecho muy significativo. Era toda una declaración de intenciones. Así que el
Califa ordenó su muerte, y ante la imposibilidad de vencerle por las armas,
Tahir murió envenenado.
Después de eso, el Califa no
pidió nada complicado a sus descendientes, que siguieron gobernando con
su “bendición”, para que los gobernantes tahíridas no tuviera
que decirle que no con todo el dolor de su corazón. Y listo. Después de todo, al califato, la
independencia política del extremo oriental del Islam le preocupaba mucho menos
que los problemas más cercanos, que eran muchos. Y la relación con la dinastía,
tras ese primer traspié, era buena. Les ayudaron a formar sus nuevos ejércitos a partir de las
nuevas tropas, esos esclavos turcos que formarían los escuadrones de “ghilmen”,
el epítome del arquero acorazado a caballo de las estepas. También colaboraron en aplacar varias revueltas independentistas,
promovidas por un todavía minoritario chiismo, que aspiraban a romper
formalmente con Bagdad. Los tahíridas prefirieron apoyar al Califa para no
seguir luchando por su independencia política, y así confiar en que el tiempo y
la distancia facilitaran una independencia formal.
En la cima de su poder, llegaron
a controlar hasta la Transoxiana por el este, y las provincias occidentales de
Bagdad. Retomaron el persa como lengua de su gobierno, lengua que había sido
desplazada y se había llenado de términos en árabe, y promovieron diferentes
reformas de la actividad agrícola y las propiedades, destinadas a reparar los
cambios que los años de clientelismo a los árabes habían causado. En general,
las provincias prosperaron.
Hemos dicho que gobernaron muchos
territorios, pero no es que ellos tuvieran miembros de su dinastía en ellos,
sino que los gobernantes locales les estaban sometidos. Durante cuarenta años,
los tahíridas vieron como aparecían, sobre todo, dos nuevas dinastías que con
el tiempo les comerían el terreno. Una de ellas son los samánidas, en Jorasán,
y otra, los safáridas, en Sistán, que está actualmente en Afganistán.
Hablaremos primero de estos.
La dependencia formal del
califato del poder tahírida y su colaboración contra las revueltas chiíes dio
alas, cuando los tahíridas mostraron los primeros signos de debilidad, y en un
rincón alejado de su “reino”, a algunos líderes iranios, que centraron su apoyo
en un tal Yaqub As-saffar, un tipo verdaderamente notable. En el 861, tras una serie de exitosas
campañas, estableció su independencia del gobierno tahirí. Cabe destacar que
los tahiríes llamaron en su apoyo a los samánidas, pero Yaqub los derrotó a
todos. Con su capital en Zanj, el nuevo líder comenzó sus conquistas para
apoderarse de los territorios tahiríes. Esto no carece de gracia, porque si
consultáis por ahí los mapas de las áreas que gobernaron estas dinastías, se
solapan casi al 100%, solo que en diferentes años. En pocos años Yaqub les ganó
la mano a los tahíridas, y conquistó desde Jorasán por el este hasta las
proximidades de Bagdad por el oeste. Pero no llegó a cruzar el Oxus, al otro
lado del cual, los samánidas continuaron prosperando en la Transoxiana, es
decir, la tierra más allá del Oxus o Amir Darya, o mejor dicho, entre el Oxus y el Yaxartes .
Mientras los safáridas se hacían con el control de Jorasán, los samánidas
habían quedado libres del dominio tahírida, y esto aumentó su independencia.
Ahora debemos comentar la
política de los califas abásidas hacia estos territorios. Si algo aprendieron
del advenimiento de los safáridas era que habían descubierto el modo de
controlar a los gobernantes de estos territorios iranios sin tener que usar un
poder militar que no tenían: de repente, la competitividad entre las nacientes
dinastías se convirtió en la debilidad que ellos explotaron. En los años
siguientes, los califas “susurrarían al oído” de las dinastías emergentes,
lanzándolas contra las que tenían más poder. Los agentes del califa, sus cartas
(documentándome para estos artículos pude leer algunas traducciones que no
tienen desperdicio), y todo, estaba diseñado para lanzar a unas contra otras.
Veremos algunos de los ejemplos más impresionantes en las próximas líneas.
Aunque sin duda, las cartas más terribles eran aquellas en la que el califa
llamaba a algún gobernador a rendirle cuentas. Todos sabían lo que
significaban: irían ante el califa y este les encarcelaría o les ejecutaría, o
ambas cosas. Aun así, la mayoría siempre respondieron, pues era grande el poder
espiritual del califato. Incluso durante la independencia de facto de las
provincias iraníes.
Bien,
hemos dicho “dominio”. Pero, ¿qué forma toma este dominio? Dedicaremos unas
líneas a esto. El territorio iranio en
estar regiones de Jorasán y la Transoxiana, con recursos limitados de agua, se
articulaba en grandes ciudades amuralladas con acceso a este recurso, que
exprimían con gran ingenio, lo que permitía la explotación de huertas desde
pequeñas aldeas y caseríos alrededor de
las mismas. Tenemos testimonios como el del embajador Clavijo, o el del Ibn Battuta, que hablaban de que
avanzaban un día entero a lo largo de estas huertas antes de llegar a las
ciudades en sí. Bien sabían los aqueménidas, que construyeron los primeros
qanats en estas zonas, esas conducciones de agua subterráneas, accesibles por
pozos, y los sistemas de canales posteriores, que el agua era la clave. Y si
bien la densa red de canales que alimentaba el Oxus, por periodos estuvo
abandonada, los gobernantes iranios más inteligentes supieron reparar,
perfeccionar y enriquecer estos sistemas de riego.
Gobernar un territorio era hacerse con el
poder de la ciudad, ya fuera al asalto o por asedio, o bien saqueando su
territorio hasta rendirla por hambre. Una vez en el poder, el gobernante se
encargaba de recaudar los impuestos , mantener las defensas y los servicios, y
enviar los tributos a la capital de cada dinastía. Por ejemplo, la capital de
los samánidas, como veremos más adelante, fue Bujara. Pues todos los
gobernadores de la dinastía, o subyugados por la dinastía, enviaban sus
tributos a Bujara. Ya nada volvió a ir al califato. También los gobernadores
apoyaban las artes y las ciencias, que florecieron notablemente en este
periodo.
Duelo entre nobles. Los duelos durante la batalla eran habituales. Carácter iranio. |
Clásico combate de caballería irania |
Y eso nos lleva al tercer factor
de su éxito: Transoxiana estaba en la Ruta de la Seda, y por ella no solo
viajaban las mercancías. También viajaban sabios, ideas y libros. Los
gobernantes samánidas apoyaron como pocos el
saber: fundaron universidades, hospitales, laboratorios. La ciencia, y
el método científico, se aplicaron a la metalurgia, la minería, la química o la ingeniería, al mismo tiempo que la
filosofía y el Corán se estudiaban y comentaba en las madrasas. Y las artes y artesanías también prosperaban,
y sus prodigios tenían salida a lo largo de la ruta. Fue un proceso lento,
claro, pero aquella segunda mitad del siglo IX atrajo a la Transoxiana, o bien
dejó que florecieran, algunas de las mentes más preclaras del mundo islámico.
Todo ello ocurrió bajo el paraguas de la estabilidad que trajeron estos
gobernantes.
Bien,
sigamos con la historia de los samánidas. Habíamos dicho que Nuh gobernaba en Samarcanda. Cuando
murió, su hermando Ahmed unió el gobierno de Fergana y Samarcanda, y fue
sucedido por su hijo Nasr. Y Nasr tenía un hermano menor, llamado Ismail.
Nasr
vivió la época en la que Yaqub de los safáridas y los tahíridas luchaban por la
hegemonía, y en cierta forma supo aprovecharla para reforzar su gobierno entre
los ríos. En el año 872, una invasión de turcos desde Corasmia se dirigió a
Bukhara, y Nasr envió a su hermano Ismail, y allí este se dio a conocer como el
más brillante de los suyos. Muy pronto comenzó a destacar Ismail, tanto por su
capacidad militar como por sus dotes diplomáticas. Y como veremos en la próxima
entrega, estas dotes lo harían entrar en la Historia como el Emir Ismail de
Bukhara, el gran príncipe samánida.
LAS DINASTÍAS PERSAS EN WARGAMES HISTÓRICOS
En DBA, la lista III/43, Khurasanian, cubre los ejércitos de
las dinastías locales persas. Tiene tres variantes, pero aquí veremos sólo las
dos primeras, que cubren a los tahíridas y a los safáridas. La primera tiene
dos peanas de caballería noble irania, una de ellas de general. Luego hay dos
peanas de caballería ligera con arco; 3 peanas de lanceros, que representa a la
infantería armada de las ciudades; 3 peanas a elegir entre arqueros (una tropa
excelente contra montados enemigos) o Ps (arqueros en formación de hostigadores),
y luego una peana de 4Ax, que representa a los feroces mercenarios Dailami
(hablaremos de ellos en otro artículo) y otra de 3Wb, que representa a los
ghazis, o milicias fanáticas religiosas.
Arriba, caballería ligera jorasaní. Abajo, los temibles dailami y sus zupin, jabalinas de dos puntas. |
La variante safárida es muy parecida. Tiene 2 de Cv, 2 de
LH, y es en la parte de infantería donde cambia. Solo tiene dos peanas de
lanceros y dos de arqueros/Ps. El resto se compone de mercenarios Dailami (1
Ax) y tropas afganas e indias, pues los safáridas provienen de Sistán. Estos
afganos e indios se representan como 3Wb
o 3 Bd.
En Field of Glory, las reglas permitieron definir con mucha
riqueza las diferentes tradiciones de jinetes de esta zona. En la lista “Khurasanian”,
del libro “Decline and Fall”, los tahíridas sólo tienen acceso a la caballería
acorazada irania, irregular, acorazada con arco. Los ghilmen sólo los pueden enrolar los
safáridas (y samánidas). Los ghilmen con casi iguales, pero regulares. Los
lanceros, contrariamente a las demás dinastías musulmanas del periodo, de otros
puntos del islam, tiene la opción de estar acorazada. Esto se debe a la riqueza
y organización de este periodo, pero también, como escribió Bodley Scott en los
libros de ejército de DBM, debido a las descripciones del poema épico “Shahnameh”,
el “Libro de los Reyes”, del que hablaremos más adelante. Las caballerías
ligeras se diferenciaban entre las jorasaníes, (arco), y turcas (arco, espada).
Incluso permiten meter las caballerías ligeras beduinas (lanceros/espada), que se quedaron en aquellas regiones tras la
conquista árabe y sirvieron a las dinastías persas. Los Dailami molaban mucho en FoG, porque eran
MF superiores, regulares, acorazados,
impact foot/swordmen. Unas bestias, que podían además llevar apoyo de arqueros
en retaguardia. Las infanterías medias afganas, indias se representan como MF
lanza ligera o MF superiores Impact foot/swordmen) irregulares, lo que las hace
baratas, peligrosas y difíciles de controlar. Como eran, vamos.
Un espectacular general, Cv. |
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