Monumento al Emir Ismail |
Saludos. En nuestro anterior
artículo nos quedamos en la llegada del joven Ismail a Bujara, enviado por su
hermano Nasr desde Samarcanda, a socorrer a la ciudad ante Husein bin Tahir, de
Corasmia, que había aprovechado una cierta anarquía y divisiones internas
dentro de la ciudad. Ante la llegada de las tropas de los samánidas, Husein se
avino a negociar, y así se fue, y Bujara fue entregada a los samánidas, y
concretamente, bajo las órdenes del futuro emir. En el primer día de Ramadán
del 260 de la Héjira, Ismail realizó la entrada triunfal en la ciudad,
completando así para la familia samánida la unificación de todo Jurasán. El
prestigio de aquellos gobernantes ya era grande, y aumentó aun más con el reconocimiento por
parte del califa de Bagdad, (aunque no era más que algo simbólico), mediante
carta, del reconocimiento de Nasr, como cabeza de la dinastía, de haber sido
designados como gobernantes legítimos de Transoxiana. Nasr no necesitaba esa carta,
pero por entonces, los títulos valían más o menos como ahora. Aquello era
importante.
Lo
que Nasr pensó que no necesitaba era un hermano tan exitoso como Ismail. Desde
su llegada a Bujara, supo hacerse amar por su pueblo. Su estrella estaba en
ascenso y en el tablero de juego de aquellas dinastías, fuertemente
personalistas, y en la que cada uno de sus gobernadores mandaba sobre un
contingente nada despreciable de tropas para defender sus grandes
territorios, Nasr no podía permitirse
que le hicieran sombra. Y aun había más.
Ismail atrajo a una cierta alianzasí a Rafi bin Harthama, que estaba en Jurasán, al otro lado del Oxus, y
después de haber luchado para los tahíridas frente a los safáridas, estaba
medrando para recibir el favor del Califa, y tal vez el derecho de establecer
una nueva dinastía. Rafi podría llegar en tal caso en el futuro a intentar
conquistar la Transoxiana. Pero Ismail se alió con él. Y aunque el joven
siempre se mostró intachable en su comportamiento hacia su hermano Nasr, este
comenzó a sospechar que conspiraba contra él. Fue el retraso en el envío de los
impuestos anuales de Bujara a Samarcanda lo que le dio un motivo para marchar
contra su hermano. Nasr rápidamente un ejército y avanzó hasta Bujara. Ismail
tuvo que poner pies en polvorosa, pero supo bien dónde buscar ayuda: fue
precisamente Rafi bin Harthama quien le acogió y lo proveyó de tropas cruzando
en Oxus para entrar en la Transoxiana. Pero poco antes de la batalla, Rafi se
replanteó su estrategia, y medró para conseguir la paz entre los dos hermanos.
Llegaron a un acuerdo muy precario. Ismail ya no sería gobernador en Bujara,
sino recolector de impuestos. Y así pareció quedar todo tranquilo.
Miniatura de batalla entre arqueros montados. Shanameh. |
Pero
la estrella del futuro emir era difícil de apagar, y su fama de justo siguió
aumentando. Quince meses después de la primera intentona de Nasr, este volvió a
formar su ejército y atacó Bujara para acabar con Ismail. Solo que esta vez, él
estaba preparado. Había pactado una alianza con Husein bin Tahir, aquel a quien
una vez había expulsado de Bujara. Ismail y Nasr se encontraron en una gran
batalla, y el hermano menor derrotó de forma aplastante al mayor, que a punto
estuvo de perder la vida. Tras terminar la batalla, Ismail y su otro hermano
Ish´ak, buscaron a Nasr, y lo encontraron cautivo, custodiado por los jinetes
de Corasmia. Ismail se acercó a él. Se ha escrito que las palabras que le dijo
fueron: “Ha sido voluntad de Dios que vea el día en el que te vea así”. Nasr le
respondió: “No, Ismail. Ha sido tu voluntad, no la de Dios”. Y él se encogió de
hombros. “Confieso que así ha sido”. Y le pidió perdón, e incluso le dejó
volver a Samarcanda, y reprendió a Ish´ak por no postrarse ante Nasr. Esta narración nos da algunas
interesantes ideas sobre la política del bueno y astuto Ismail. Este tipo de
generosidad para con los vencidos fue sabiamente explotada por él. Por un lado,
conseguía convertir a sus enemigos en potenciales aliados en casos de
necesidad, como había hecho con Rafi bin Harthama y Hussein bin Tahir. Por otro
lado, servían como propaganda, pues son historias muy del gusto del país.
Podemos encontrar comportamientos similares en los personajes del “Shanameh” de
Firdowsi, que se escribió casi un siglo más tarde, pero que sin duda se inspiró
en líderes como Ismail de los samánidas, que supieron personificar ese conjunto
de virtudes, o al menos, hicieron pensar a los cronistas de la época que las
tenían, que necesitaba para ser aceptado por las ciudades de Irán.
Nasr
pasó sus últimos cuatro años de vida en Samarcanda, pero ya había cedido el
gobierno de la Transoxiana a Ismail, Cuando falleció, en el año 893, Ismail ya
había logrado unir Corasmia a las tierras bajo su dominio. Nótese el modo
deliberado con el que evito el verbo “conquistar”. Ni siquiera le hizo falta.
La misteriosa fortaleza de L´Arq, en Bujara |
La
siguiente gran crisis a la que tuvo que hacer frente fue la conspiración del
Califa. Consciente este del gran poder que estaba acumulando, el califa
abásida, sin poder efectivo en la zona, ejecutó un astuto plan. Este tipo de
intrigas era casi el único arma del Califato de Bagdad para medrar en sus
dominios en descomposición. ¿Recordáis del artículo anterior que decíamos que
los califas conspiraron para que las dinastías emergentes compitieran entre
ellas? Pues este fue uno de esos casos. Tras Rafi bin Harthama, Jurasán cayó en
manos de los safáridas, de los que la cabeza visible era Amr bin Leith, que se
había asentado en la ciudad de Nishapur. Pues bien, la cosa fue que un día, el
califa despachó dos mensajeros. El primero llevaba el nombramiento oficial de
Ismail como heredero de Nasr, y por lo tanto, gobernante de la Transoxiana y
Corasmia. Este documento le “autorizaba” a emitir moneda y a pronunciar el
discurso del viernes en la mezquita. El
otro mensaje, escrito por la misma mano, iba dirigido a Amr bin Leith, con la
orden de atacar a Ismail y acabar con los samánidas, a cambio de un
reconocimiento parejo para Amr. Ni en “Juego de Tronos”, oiga.
La
guerra entre Amr e Ismail comenzó con un feroz intercambio de cartas. Las
últimas las contestó Ismail desde su tienda de campaña, con su ejército,
después de cruzar el Oxus para invadir Jorasán. Amr, al conocer su posición,
envió a sus generales y su ejército a cruzar
en otro punto para atacar la casi desprotegida Bujara. Amr llevaba un
montón de artillería para la ciudad, y no sería de extrañar que gran parte del
equipamiento fuera suministrado o subvencionado por el propio califa. Ismail
tuvo que regresar a toda prisa, y se luchó una gran batalla frente a los muros
de Bujara, batalla a la que las tropas de Ismail llegaron tras una agotadora
marcha. Pero aun así vencieron, y los generales enemigos fueron capturados.
Entonces el joven emir hizo de las suyas, y en lugar de vender a los
prisioneros, incluido los guerreros capturados, los colmó de regalos y los
mandó de vuelta a su casa. De nuevo la jugada de convertir enemigos en futuros
aliados en caso de necesidad.
Poco
después ,Amr, furioso, inició de nuevo la campaña, pero Ismail se le adelantó y
cruzó el Oxus antes que él. Mientras Amr reunía tropas en Belk, Ismail se
presentó de súbito y le puso sitio, para asombro del safárida. A duras penas
consiguió convencer a los habitantes de Belk que no le entregaran. Se lanzó en
cambio a una salida suicida, que degeneró en otra gran batalla campal, y en la
que Amr fue totalmente derrotado. También le buscó Ismail después de la
batalla, y de nuevo encontró a Amr, más viejo que él, sobre su caballo muerto,
llorando y lamentando su suerte. Y de nuevo, Ismail fue magnánimo con el
enemigo derrotado. Incluso cuando este le ofreció su tesoro, diez mulas
cargadas de oro, Ismail se lo entregó de nuevo. seguro que con la confianza de
que así podría poner Jorasán bajo su dominio, a través de su nuevo aliado.
Pero
en cuanto la noticia de la derrota de Amr, y con ello, el fracaso de los planes
del califa Al-Mutasid montó en cólera, y en su impotencia, hizo lo único que
podía hacer para amargar la victoria de Ismail. Pocas semanas después de que
Ismail hubiera perdonado a Amr, y cuando este aun estaba bajo su hospitalidad,
llegó un nuevo mensaje del califa, reclamando su derecho como “Defensor de la
Fe” de ser el único capacitado para “castigar al ofensor”. Ismail, a pesar de
tener a Amr bajo su protección, tuvo que dejarlo ir. Ni él ni su nuevo aliado
dudaban de lo que significaba aquello. Nishapur fue puesta al mando de un hijo
de Amr, y este llegó a Bagdad reuniendo toda la entereza posible, pero tan
pronto entró en palacio, los guardias lo detuvieron y fue arrojado en las
mazmorras, donde Al-Mutasid lo dejó pudrir durante dos años, tras los cuales lo
decapitó. Pero antes, el primer día en la mazmorra, el califa bajó y le enseñó
el título que iba a enviar a Ismail: el título de gobernador legítimo de
Jorasán que le había prometido. Así le mostró el precio del fracaso.
Arqueros acorazados a caballo. |
Pocos
días después, Ismail recibió el título, acompañado de los ricos regalos de
rigor: ropas, joyas y otros atributos de su nuevo cargo. Pero podríamos a
imaginar a Ismail leyendo el título, que no era más que un papel inútil, con lágrimas en los ojos, rodeado de los
ricos presentes, que nada valían frente
al deshonor haber perdido a Amr. Por más queo rezara y realizara por dos veces
la rikaat, como un hombre piadoso haría ante los regalos
del Príncipe de los Creyentes, nada podría disminuir su amargura.
Aquí
tenemos un ejemplo de choque cultural. Los califas árabes intentaron manipular
a las dinastías apelando a su ambición, con artes muy traicioneras, ya que no
tenían fuerza efectiva. Ismail, en cambio, pertenecía a otra tradición: la
iraní. Ismail entendió mejor a su pueblo, para el que el honor (y digo “honor”
no como virtud, sino como concepto para entender el mundo) resultaba un
elemento increíblemente determinante en sus decisiones. Por honor, los nobles
iranios enemigos, tras ser perdonados se
volvían fieles aliados. Al-Mutasid apelaba a la bajeza. Ismail consiguió
increíbles resultados apelando a su
sentido del honor. En mi opinión, los árabes nunca entendieron a los iranios y
viceversa. Y así siguen.
Tabaristán
era la provincia que se extendía a la orilla sur del mar Caspio. Allí gobernaba
otra dinasía, los Álidas o Ziyáridas. Tabaristán hacía de tapón desde el este
de Irán hacia Irak por la ruta del Caspio. Alentada de nuevo por el califato,
Mohamed bin Zeyd, príncipe de Tabaristán, declaró la guerra a los samánidas, y
a pesar de las negociaciones, no se pudo evitar el arranque de las
hostilidades. Esta vez Ismail, mientras asentaba su poder en todos sus
dominios, tuvo que enviar a un general suyo, Mohamed bin Harun. La campaña
contra Bin Zeyd fue muy difícil, y los ziyáridas estuvieron a punto de vender a
bin Harun, pero en un sorprendente movimiento, Harun rodeó al ejército enemigo
y lo derrotó. Bin Zeyd pereció en la batalla, y Tabaristán fue anexionado al
nuevo reino samánida que no paraba de crecer. Ismail envió como gobernador al
propio general victorioso, pero este sucumbió pronto a las promesas susurradas
en sus oídos por los enviados del califa, que tampoco quería dejar dicha
provincia en manos samánidas. Bin Harun se rebeló, y esta vez sí tuvo que ir
Ismail en persona a luchar contra él. Lo hizo, pero esta vez no fue clemente.
La traición no podía se perdonada. Bin Harun fue ahogado en su propia sangre.
Dominios samánidas antes de la incorporación de Tabaristán |
Y
poco después llegó desde el este la última gran amenaza al emir Ismail, que ya
comenzó a utilizar esa denominación, pues gobernaba un reino independiente, por
más que reconociera de forma simbólica la sumisión a los califas de Bagdad. Fue
la primera gran invasión turca a través de la estepa la que llegó en el 904.
Los turcos se habían extendido desde los montes Altai, e incluso habían formado
el imperio Gökturk, o el Reino de los Turcos Celestiales, que había durado
poco. Sucedieron a los pueblos iranios en el control del centro de Asia. Habían
llegado en pequeñas oleadas que había permitido controlarlos. De hecho, las
primeras tribus, vencidas , habían sido convertidas en esclavos militares, y ya
desde el segundo o tercer califa abásida, habían sido incorporados al ejército
formando el cuerpo de ghilmen, o
“mozos”. Pero aquella invasión fue diferente, porque el número de tribus que se
lanzaron hacia la Transoxiana fue enorme. Era un ejército para la conquista, y
de hecho, fue el anuncio de las próximas oleadas turcas que pondrían fin al
dominio político de las dinastías iranias. Pero aun faltaba un siglo para eso.
Fue el excelente control de las fronteras que ya desde el principio habían
implantado los samánidas lo que permitió responder a la invasión. El emir
Ismail y sus tropas vencieron a los turcos en aquella gran invasión. El botín
capturado fue enorme, y los prisioneros, incontables, pues no los trató con los
mismos parámetros que a sus otros enemigos. Los turcos respondían a diferentes
motivaciones, como descubrirían más tarde con la llegada de los selyúcidas.
Tras
esta victoria, Ismail se aseguró el territorio desde la estepa por el este
hasta las provincias occidentales de Irán, así como las provincias afganas que
dominaban los safáridas, pues estos, vencidos, se sometieron a su control. Fue
como el renacer de la era sasánida o aqueménida, pero con una enorme
diferencia: el Islam. En efecto, Ismail había realizado el sueño dormido en los
iranios de recuperar su independencia,
pero el islam había penetrado profundamente en su acervo cultural. Por ello,
esta cultura irania se separa de la continuidad cultural preislámica. Aunque
nunca la olvidó. Como dijimos en el artículo anterior, al contrario que los
árabes, los iranios miraban hacia su pasado anterior al islam con sumo respeto.
De hecho, el propio “Shahnameh” de Firdowsi comienza a relatar la historia de
los reyes de Persia desde la más remota antigüedad, y el islam apenas es
mencionado. No más que el culto al fuego de su pasado zoroástrico.
Y
mientras todo esto ocurría, Bujara, que ya desde la ascensión de los samánidas
comenzó a crecer culturalmente, florecía. Para la época del emir Ismail, era la
ciudad islámica con más escuelas teológicas de alto nivel, además de tener
centros donde se estudiaba Medicina, se comentaban las leyes (siempre difícil
separar esto de la teología en el islam), y se investigaba el cielo y la tierra
en complejos laboratorios. Las artesanías, sobre todo de seda, prosperaban. En
Asia, la estrella de los samánidas brillaba con luz cegadora.
Ismail
cayó enfermo en su palacio, y falleció en el mes de Sefer del año 295 de la
Hégira, el 907 de nuestra era, a los sesenta y siete años, y tras haber
gobernado 32 años, casi la mitad de los cuales fueron bajo el dominio de su
hermano Nasr. Sería siempre recordado como Emir Ismail, libre de las ataduras
de los árabes. El hombre bajo cuyo reino, la antigua Persia renació de sus
cenizas convertía en algo totalmente nuevo y esplendoroso.
Mausoleo del emir Ismail en Bukhara |
En el próximo artículo recorreremos el resto de la dinastía samánida.
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