martes, 26 de junio de 2018

Las dinastías jorasaníes II: El emir Ismail y la era samánida


Monumento al Emir Ismail
Saludos. En nuestro anterior artículo nos quedamos en la llegada del joven Ismail a Bujara, enviado por su hermano Nasr desde Samarcanda, a socorrer a la ciudad ante Husein bin Tahir, de Corasmia, que había aprovechado una cierta anarquía y divisiones internas dentro de la ciudad. Ante la llegada de las tropas de los samánidas, Husein se avino a negociar, y así se fue, y Bujara fue entregada a los samánidas, y concretamente, bajo las órdenes del futuro emir. En el primer día de Ramadán del 260 de la Héjira, Ismail realizó la entrada triunfal en la ciudad, completando así para la familia samánida la unificación de todo Jurasán. El prestigio de aquellos gobernantes ya era grande,  y aumentó aun más con el reconocimiento por parte del califa de Bagdad, (aunque no era más que algo simbólico), mediante carta, del reconocimiento de Nasr, como cabeza de la dinastía, de haber sido designados como gobernantes legítimos de Transoxiana. Nasr no necesitaba esa carta, pero por entonces, los títulos valían más o menos como ahora. Aquello era importante.


                Lo que Nasr pensó que no necesitaba era un hermano tan exitoso como Ismail. Desde su llegada a Bujara, supo hacerse amar por su pueblo. Su estrella estaba en ascenso y en el tablero de juego de aquellas dinastías, fuertemente personalistas, y en la que cada uno de sus gobernadores mandaba sobre un contingente nada despreciable de tropas para defender sus grandes territorios,  Nasr no podía permitirse que le hicieran sombra.  Y aun había más. Ismail atrajo a una cierta alianzasí a Rafi bin Harthama, que  estaba en Jurasán, al otro lado del Oxus, y después de haber luchado para los tahíridas frente a los safáridas, estaba medrando para recibir el favor del Califa, y tal vez el derecho de establecer una nueva dinastía. Rafi podría llegar en tal caso en el futuro a intentar conquistar la Transoxiana. Pero Ismail se alió con él. Y aunque el joven siempre se mostró intachable en su comportamiento hacia su hermano Nasr, este comenzó a sospechar que conspiraba contra él. Fue el retraso en el envío de los impuestos anuales de Bujara a Samarcanda lo que le dio un motivo para marchar contra su hermano. Nasr rápidamente un ejército y avanzó hasta Bujara. Ismail tuvo que poner pies en polvorosa, pero supo bien dónde buscar ayuda: fue precisamente Rafi bin Harthama quien le acogió y lo proveyó de tropas cruzando en Oxus para entrar en la Transoxiana. Pero poco antes de la batalla, Rafi se replanteó su estrategia, y medró para conseguir la paz entre los dos hermanos. Llegaron a un acuerdo muy precario. Ismail ya no sería gobernador en Bujara, sino recolector de impuestos. Y así pareció quedar todo tranquilo.


Miniatura de batalla entre arqueros montados. Shanameh.
                Pero la estrella del futuro emir era difícil de apagar, y su fama de justo siguió aumentando. Quince meses después de la primera intentona de Nasr, este volvió a formar su ejército y atacó Bujara para acabar con Ismail. Solo que esta vez, él estaba preparado. Había pactado una alianza con Husein bin Tahir, aquel a quien una vez había expulsado de Bujara. Ismail y Nasr se encontraron en una gran batalla, y el hermano menor derrotó de forma aplastante al mayor, que a punto estuvo de perder la vida. Tras terminar la batalla, Ismail y su otro hermano Ish´ak, buscaron a Nasr, y lo encontraron cautivo, custodiado por los jinetes de Corasmia. Ismail se acercó a él. Se ha escrito que las palabras que le dijo fueron: “Ha sido voluntad de Dios que vea el día en el que te vea así”. Nasr le respondió: “No, Ismail. Ha sido tu voluntad, no la de Dios”. Y él se encogió de hombros. “Confieso que así ha sido”. Y le pidió perdón, e incluso le dejó volver a Samarcanda, y reprendió a Ish´ak por no postrarse ante Nasr.          Esta narración nos da algunas interesantes ideas sobre la política del bueno y astuto Ismail. Este tipo de generosidad para con los vencidos fue sabiamente explotada por él. Por un lado, conseguía convertir a sus enemigos en potenciales aliados en casos de necesidad, como había hecho con Rafi bin Harthama y Hussein bin Tahir. Por otro lado, servían como propaganda, pues son historias muy del gusto del país. Podemos encontrar comportamientos similares en los personajes del “Shanameh” de Firdowsi, que se escribió casi un siglo más tarde, pero que sin duda se inspiró en líderes como Ismail de los samánidas, que supieron personificar ese conjunto de virtudes, o al menos, hicieron pensar a los cronistas de la época que las tenían, que necesitaba para ser aceptado por las ciudades  de Irán.

                Nasr pasó sus últimos cuatro años de vida en Samarcanda, pero ya había cedido el gobierno de la Transoxiana a Ismail, Cuando falleció, en el año 893, Ismail ya había logrado unir Corasmia a las tierras bajo su dominio. Nótese el modo deliberado con el que evito el verbo “conquistar”. Ni siquiera le hizo falta.

La misteriosa fortaleza de L´Arq, en Bujara
                La siguiente gran crisis a la que tuvo que hacer frente fue la conspiración del Califa. Consciente este del gran poder que estaba acumulando, el califa abásida, sin poder efectivo en la zona, ejecutó un astuto plan. Este tipo de intrigas era casi el único arma del Califato de Bagdad para medrar en sus dominios en descomposición. ¿Recordáis del artículo anterior que decíamos que los califas conspiraron para que las dinastías emergentes compitieran entre ellas? Pues este fue uno de esos casos. Tras Rafi bin Harthama, Jurasán cayó en manos de los safáridas, de los que la cabeza visible era Amr bin Leith, que se había asentado en la ciudad de Nishapur. Pues bien, la cosa fue que un día, el califa despachó dos mensajeros. El primero llevaba el nombramiento oficial de Ismail como heredero de Nasr, y por lo tanto, gobernante de la Transoxiana y Corasmia. Este documento le “autorizaba” a emitir moneda y a pronunciar el discurso del viernes en la mezquita.  El otro mensaje, escrito por la misma mano, iba dirigido a Amr bin Leith, con la orden de atacar a Ismail y acabar con los samánidas, a cambio de un reconocimiento parejo para Amr. Ni en “Juego de Tronos”, oiga.

                La guerra entre Amr e Ismail comenzó con un feroz intercambio de cartas. Las últimas las contestó Ismail desde su tienda de campaña, con su ejército, después de cruzar el Oxus para invadir Jorasán. Amr, al conocer su posición, envió a sus generales y su ejército a cruzar  en otro punto para atacar la casi desprotegida Bujara. Amr llevaba un montón de artillería para la ciudad, y no sería de extrañar que gran parte del equipamiento fuera suministrado o subvencionado por el propio califa. Ismail tuvo que regresar a toda prisa, y se luchó una gran batalla frente a los muros de Bujara, batalla a la que las tropas de Ismail llegaron tras una agotadora marcha. Pero aun así vencieron, y los generales enemigos fueron capturados. Entonces el joven emir hizo de las suyas, y en lugar de vender a los prisioneros, incluido los guerreros capturados, los colmó de regalos y los mandó de vuelta a su casa. De nuevo la jugada de convertir enemigos en futuros aliados en caso de necesidad.

                Poco después ,Amr, furioso, inició de nuevo la campaña, pero Ismail se le adelantó y cruzó el Oxus antes que él. Mientras Amr reunía tropas en Belk, Ismail se presentó de súbito y le puso sitio, para asombro del safárida. A duras penas consiguió convencer a los habitantes de Belk que no le entregaran. Se lanzó en cambio a una salida suicida, que degeneró en otra gran batalla campal, y en la que Amr fue totalmente derrotado. También le buscó Ismail después de la batalla, y de nuevo encontró a Amr, más viejo que él, sobre su caballo muerto, llorando y lamentando su suerte. Y de nuevo, Ismail fue magnánimo con el enemigo derrotado. Incluso cuando este le ofreció su tesoro, diez mulas cargadas de oro, Ismail se lo entregó de nuevo. seguro que con la confianza de que así podría poner Jorasán bajo su dominio, a través de su nuevo aliado.

                Pero en cuanto la noticia de la derrota de Amr, y con ello, el fracaso de los planes del califa Al-Mutasid montó en cólera, y en su impotencia, hizo lo único que podía hacer para amargar la victoria de Ismail. Pocas semanas después de que Ismail hubiera perdonado a Amr, y cuando este aun estaba bajo su hospitalidad, llegó un nuevo mensaje del califa, reclamando su derecho como “Defensor de la Fe” de ser el único capacitado para “castigar al ofensor”. Ismail, a pesar de tener a Amr bajo su protección, tuvo que dejarlo ir. Ni él ni su nuevo aliado dudaban de lo que significaba aquello. Nishapur fue puesta al mando de un hijo de Amr, y este llegó a Bagdad reuniendo toda la entereza posible, pero tan pronto entró en palacio, los guardias lo detuvieron y fue arrojado en las mazmorras, donde Al-Mutasid lo dejó pudrir durante dos años, tras los cuales lo decapitó. Pero antes, el primer día en la mazmorra, el califa bajó y le enseñó el título que iba a enviar a Ismail: el título de gobernador legítimo de Jorasán que le había prometido. Así le mostró el precio del fracaso.

Arqueros acorazados a caballo.
                Pocos días después, Ismail recibió el título, acompañado de los ricos regalos de rigor: ropas, joyas y otros atributos de su nuevo cargo. Pero podríamos a imaginar a Ismail leyendo el título, que no era más que un papel inútil,  con lágrimas en los ojos, rodeado de los ricos presentes,  que nada valían frente al deshonor haber perdido a Amr. Por más queo rezara y realizara por dos veces la rikaat,  como un hombre piadoso haría ante los regalos del Príncipe de los Creyentes, nada podría disminuir su amargura.

                Aquí tenemos un ejemplo de choque cultural. Los califas árabes intentaron manipular a las dinastías apelando a su ambición, con artes muy traicioneras, ya que no tenían fuerza efectiva. Ismail, en cambio, pertenecía a otra tradición: la iraní. Ismail entendió mejor a su pueblo, para el que el honor (y digo “honor” no como virtud, sino como concepto para entender el mundo) resultaba un elemento increíblemente determinante en sus decisiones. Por honor, los nobles iranios enemigos, tras ser  perdonados se volvían fieles aliados. Al-Mutasid apelaba a la bajeza. Ismail consiguió increíbles resultados  apelando a su sentido del honor. En mi opinión, los árabes nunca entendieron a los iranios y viceversa. Y así siguen.

                Tabaristán era la provincia que se extendía a la orilla sur del mar Caspio. Allí gobernaba otra dinasía, los Álidas o Ziyáridas. Tabaristán hacía de tapón desde el este de Irán hacia Irak por la ruta del Caspio. Alentada de nuevo por el califato, Mohamed bin Zeyd, príncipe de Tabaristán, declaró la guerra a los samánidas, y a pesar de las negociaciones, no se pudo evitar el arranque de las hostilidades. Esta vez Ismail, mientras asentaba su poder en todos sus dominios, tuvo que enviar a un general suyo, Mohamed bin Harun. La campaña contra Bin Zeyd fue muy difícil, y los ziyáridas estuvieron a punto de vender a bin Harun, pero en un sorprendente movimiento, Harun rodeó al ejército enemigo y lo derrotó. Bin Zeyd pereció en la batalla, y Tabaristán fue anexionado al nuevo reino samánida que no paraba de crecer. Ismail envió como gobernador al propio general victorioso, pero este sucumbió pronto a las promesas susurradas en sus oídos por los enviados del califa, que tampoco quería dejar dicha provincia en manos samánidas. Bin Harun se rebeló, y esta vez sí tuvo que ir Ismail en persona a luchar contra él. Lo hizo, pero esta vez no fue clemente. La traición no podía se perdonada. Bin Harun fue ahogado en su propia sangre.


Dominios samánidas antes de la incorporación de Tabaristán
                Y poco después llegó desde el este la última gran amenaza al emir Ismail, que ya comenzó a utilizar esa denominación, pues gobernaba un reino independiente, por más que reconociera de forma simbólica la sumisión a los califas de Bagdad. Fue la primera gran invasión turca a través de la estepa la que llegó en el 904. Los turcos se habían extendido desde los montes Altai, e incluso habían formado el imperio Gökturk, o el Reino de los Turcos Celestiales, que había durado poco. Sucedieron a los pueblos iranios en el control del centro de Asia. Habían llegado en pequeñas oleadas que había permitido controlarlos. De hecho, las primeras tribus, vencidas , habían sido convertidas en esclavos militares, y ya desde el segundo o tercer califa abásida, habían sido incorporados al ejército formando el cuerpo de ghilmen, o “mozos”. Pero aquella invasión fue diferente, porque el número de tribus que se lanzaron hacia la Transoxiana fue enorme. Era un ejército para la conquista, y de hecho, fue el anuncio de las próximas oleadas turcas que pondrían fin al dominio político de las dinastías iranias. Pero aun faltaba un siglo para eso. Fue el excelente control de las fronteras que ya desde el principio habían implantado los samánidas lo que permitió responder a la invasión. El emir Ismail y sus tropas vencieron a los turcos en aquella gran invasión. El botín capturado fue enorme, y los prisioneros, incontables, pues no los trató con los mismos parámetros que a sus otros enemigos. Los turcos respondían a diferentes motivaciones, como descubrirían más tarde con la llegada de los selyúcidas.

                Tras esta victoria, Ismail se aseguró el territorio desde la estepa por el este hasta las provincias occidentales de Irán, así como las provincias afganas que dominaban los safáridas, pues estos, vencidos, se sometieron a su control. Fue como el renacer de la era sasánida o aqueménida, pero con una enorme diferencia: el Islam. En efecto, Ismail había realizado el sueño dormido en los iranios de recuperar su  independencia, pero el islam había penetrado profundamente en su acervo cultural. Por ello, esta cultura irania se separa de la continuidad cultural preislámica. Aunque nunca la olvidó. Como dijimos en el artículo anterior, al contrario que los árabes, los iranios miraban hacia su pasado anterior al islam con sumo respeto. De hecho, el propio “Shahnameh” de Firdowsi comienza a relatar la historia de los reyes de Persia desde la más remota antigüedad, y el islam apenas es mencionado. No más que el culto al fuego de su pasado zoroástrico.

                Y mientras todo esto ocurría, Bujara, que ya desde la ascensión de los samánidas comenzó a crecer culturalmente, florecía. Para la época del emir Ismail, era la ciudad islámica con más escuelas teológicas de alto nivel, además de tener centros donde se estudiaba Medicina, se comentaban las leyes (siempre difícil separar esto de la teología en el islam), y se investigaba el cielo y la tierra en complejos laboratorios. Las artesanías, sobre todo de seda, prosperaban. En Asia, la estrella de los samánidas brillaba con luz cegadora.

                Ismail cayó enfermo en su palacio, y falleció en el mes de Sefer del año 295 de la Hégira, el 907 de nuestra era, a los sesenta y siete años, y tras haber gobernado 32 años, casi la mitad de los cuales fueron bajo el dominio de su hermano Nasr. Sería siempre recordado como Emir Ismail, libre de las ataduras de los árabes. El hombre bajo cuyo reino, la antigua Persia renació de sus cenizas convertía en algo totalmente nuevo y esplendoroso.
Mausoleo del emir Ismail en Bukhara
 
En el próximo artículo recorreremos el resto de la dinastía samánida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario