Malik ar-Rahlm, el último príncipe Búyida |
Saludos. En el artículo anterior nos quedamos en el
fallecimiento de Adud-ad-Daula, con el que el imperio de los Búyidas alcanzó el
cénit de su esplendor. En este artículo trataremos del ocaso de esta dinastía,
pues sólo nos quedan tres generaciones de príncipes dailami antes de que su
estrella se apagara para siempre.
La
sucesión de Adud no fue sencilla. Su hijo Samsam ad-Daula, que gobernaba en
Fars, estaba en Bagdad en ese momento. Su hermano Sharaf ad-DAula gobernaba Kirman.
Mu´ayd, hermano de Adud, gobernaba en Rei. Samsam ocultó la muerte de su padre
y distintas cartas con sus ello fueron enviadas, con el nombramiento de Samsam
como “Emir Mayor”. Pero Sharaf tenía sus apoyos en Bagdad. En secreto se le
envió una carta informándole de la muerte de Adud. Reunió entonces a sus tropas
y en cuanto estuvo listo, invadió Fars desde Kirman, cortando así el acceso a
Samsam a su fuente principal de recursos. Este se mantuvo en Iraq, pero en los
meses siguientes tuvo muchas dificultades con sus mercenarios turcos y dailami,
y su debilidad fue aprovechada por Badr, el príncipe kurdo, que tomó la
provincia de Diyabakr y obligó a Samsam a reconocer su legitimidad en dicho
territorio.
Mientras,
el viejo tío Mu´ayd agonizaba. Su visir, llamado Sahib bin Abbas, que también
sirvió a Rukn ad-DAula y el propio Adud ad-Daula, y que fue el verdadero
ideólogo del imperio, hizo llamar entonces al hermano rebelde de Adud, Fakhr
ad-Daula, que se había refugiado primero junto a Quabus, príncipe de los
Ziyáridas en Tabaristán, y que ante el ataque de Adud, ambos habían huido a
Bukhara, hogar de la casa Samánida. Sahib llamó a Fakhr, y este se apresuró a
retornar. La decisión del visir respondía a la preferencia de los guerreros
dailami, que eran la verdadera base de su poder. Y Fakhr, aconsejado por Sahib,
no dejó que Quabus regresara, sino que se apropiaron de sus dominios en
Tabaristán, que no eran nada despreciable, a pesar de haber ayudado a Fakhr
cuando lo necesitó y haber soportado el destierro junto a él.
Pero
Adud tenía dos hijos más jóvenes que también querían una oportunidad. Se
llamaban Taj ad-Daula y Diya ad-DAula, que marcharon a Khuzistán cuando Sharaf
invadió Fars. Khuzistán era la provincia entre Irán e Iraq, punto de paso
obligado. Allí se proclamaron “reyes”.
De modo que ya no había tres
aspirantes, sino cinco. Esta situación tan caótica fue el resultado de una
condición endémica de esta dinastía: la falta de una política establecida de
sucesión. Cuando a la muerte de un Emir Mayor no había un sucesor fuerte y que
todos respetaran o temieran, los emires o príncipes se lanzaban unos contra
otros hasta que la situación se equilibraba de nuevo tras muchos y duros
combates y otras acciones escasamente diplomáticas. Pero tras la muerte de
Adud, ningún aspirante tenía una posición clara. Ninguno era lo suficientemente
poderoso como para recibir la aceptación sin lucha de ninguno de los demás.
Samsam pasaba grandes apuros en
Bagdad. Aunque convenció al gobernador de Omán para que hiciera defección del
emirato de Fars (entre otros argumentos, Samsam custodiaba al hijo del
gobernador, que estaba estudiando en Bagdad), su hermano Sharaf no dudó en
enviar a uno de sus mejores generales y
en una gran batalla recuperó la región. Poco después, Samsam tuvo noticias de
los Qarmasíes: habían invadido Iraq desde Arabia. Los Qarmasíes eran una feroz
tribu árabe, de confesión chií, que habitaban la costa este de Arabia y sus
islas en el Golfo Pérsico. Habían sometido al resto de la península a un
régimen de terror y depredación que les hace merecedores de un artículo
separado en el futuro. Baste decir que tenían un visir permanente en Bagdad,
con acceso directo al emir mayor de los Búyidas. Pues los Qarmasíes, viendo la
debilidad de Samsam, entraron en Iraq y tomaron Kufa. La ciudad pudo ser
recuperada, pero los turcos se rebelaron de nuevo en Bagdad y proclamaron al
joven hijo de Sharaf como Emir. Hasta el
califa les apoyó, pues prefería a un joven poco hábil al propio Samsam. Y en
verdad estuvo a punto de perderlo todo. Cuando aquella noche fue a ver al Califa, se encontró que este le daba
con la puerta en las narices. Ahí fue cuando se sintió perdido de verdad pero
Samsam se apoyó en uno de los generales turcos que traicionó la revuelta y en
un ataque por sorpresa puso en fuga a los rebeldes. Y, ¿sabéis qué? El propio
Califa le otorgó de nuevo vestidos y honores y le felicitó por el control de la
rebelión. Porque así de complejo era ese mundo.
Todos los nombramientos venían acompañados de las vestiduras honoríficas. |
Al final Samsam tuvo que rendirse
a Sharaf. En una de sus subsecuentes crisis, Sharaf avanzó desde Fars y Samsam
decidió entregarse en contra de la opinión de sus visires cuando acampó a las
puertas de Bagdad. Sharaf le encerró en una tienda de campaña y fue allí, tal y
como dice la crónica, tumbadobo sobre dos cojines, con la cabeza colgando por
uno de ellos y mirando la tela, lo único que impedía que los soldados de
Sharaf, a los que se habían unido los mercenarios no pagados por Samsam,
entraran a matarlo, cuando lamentó haberse entregado sin lucha. Así fue como Sharaf
unificó los dos emiratos, tras enviar a Samsam a Fars. Sin embargo, al año
siguiente Sharaf comenzó una campaña contra los kurdos que no pudo terminar,
pues entró en ese selecto club lleno de jóvenes talentosos y malogrados que
murieron con la misma edad: Jim Morrison, Kurt Cobain, Janis Joplin y Sharaf
ad-daula. La crónica de la época dice que cuando estaba en su lecho de muerte,
se dejó convencer por fin de que era necesario matar a Samsam. Bien, Sharaf no
permitió que lo mataran, pero sí ordenó que lo cegaran, cosa que solo lograron
parcialmente.
Cuando Sharaf murió, el tercer
hijo de Adud-ad-Daula, que recibió el título de Baha ad-Daula, tomó el poder en
Iraq. Mientras, Samsam escapó y tomó el control de Fars, y Fakhr intentó entrar
desde Rei. Pero este último movimiento sólo hizo que Baha y Samsam se aliaran
contra su tío y lo rechazaran. Desde este momento, Baha y Samsam se toleraron y
decidieron que ambos podían llamarse “reyes” en lugar de “emires”. Fue una
decisión quizás infantil, pero lo que mostró es que el imperio unificado de los
Búyidas era cosa del pasado y ya no habría poder para volver a unirlo.
En cuanto al emirato de Rei y
Fakhr ad-Daula, este estaba concentrado en recuperar esa unidad. El visir Sahib
convenció a Fakhr de que en lugar de centrarse en Iraq, debería volver la vista
al este y conquistar Khurasán. Pero por aquellos días, los Samánidas, en horas
bajas, como vimos en su artículo, habían cedido el control a los Gaznávidas, y
Mahud era un hueso demasiado duro de roer. Entre el 984 y el 988, los Búyidas
se desgastaron y se estrellaron contra los elefantes turcos. Y para colmo de
males, Sahib falleció, por lo que el emirato de Rei perdió el último sostén del
imperio que una vez tuvieran los dailami.
El poder también se hallaba en el harem y en las dependencias de las Reinas Madres |
En fars, Samsam se vio agobiado
en este periodo por el avance de los Safáridas desde Kirman (ver Dinastías
Jorasaníes I), donde habían sobrevivido como vasallos durante el dominio
Samánida y el Búyida, y en ese momento se veían con fuerza suficiente para
lanzarse sobre Fars. De modo que Samsam buscó apoyo en Fakhr, y terminó por
reconocerlo como “Emir Mayor”, pero le serviría de poco, porque el viejo
dailami falleció dejando dos hijos demasiado jóvenes para gobernar: Majd y
Shams ad-Daula. Y una viuda, una mujer con arrestos y carácter, y que tomó las
riendas de la regencia con mano de hierro. La Reina Madre, la “Saída”, es
decir, la “Señora”.
Esto no debe sorprendernos,
aunque en las crónicas se evita mencionar los logros políticos de las mujeres
de la casa Búyida (o de cualquier otra casa, en realidad), esos mismos textos
dejan indicios inequívocos de la importancia de las Reinas Madres y Reinas
Consortes en este periodo. En la “Continuación a la experiencia de las naciones”,
en un pasaje se cuenta el consejo de un visir al propio Samsam sobre la
elección del secretario de su madre. El candidato ya se había hecho también con
un cargo importante y controlaba los almacenes del emir, y el visir le previene
que si además controla la secretaría de la Reina Madre, se haría demasiado
poderoso y terminaría “tutelándolo”. Es de suponer (en mi opinión, tras leer
las crónicas), que las mujeres búyidas tuvieran un gran peso en las relaciones
entre las casas de los emires. Eran los vínculos entre ellas. La Saída, por
ejemplo, cuando tuvo que defender una de sus provincias y no tenía medios,
asignó dicho gobierno a una rama kurda de su familia, los Kakuyíes. En otro
pasaje, también se menciona que la madre
de Samsam influye fuertemente en el nombramiento de otros visires, y llega a
conseguir que Samsam otorgue idénticos poderes a su visir favorito y al
candidato de su madre. Imaginad, dos visires con idénticos poderes y rivales
políticos. Aquello fue un desastre.
Mientras la Saída tomaba las
riendas de Rei, Baha se había fortalecido y estabilizado en Iraq y se vio con
fuerzas para invadir Fars. Se alió con los kurdos para ello. Samsam ya no le
reconocía y se convirtió en su enemigo. Entonces, la tragedia se consumó, pues
uno de los hijos de Izz-ad-daula, un primo de Samsam, escapó de su
confinamiento y mató a Samsam, ejecutando una larga venganza por haber
desplazado su rama de la línea hereditaria de Iraq. Fars quedó sin líder y cayó
rápido, y Baha ad-Daula unificó de nuevo dos emiratos.
Mientras,
el emirato de Rei, gobernado de facto por la Saída, tenía sus propias
dificultades. Para empezar, un príncipe ziyárida llamado Qabus, que había
ayudado a Fakhr ad-Daula y juntos habían huido a la corte de los Samánidas, regresó a la muerte de su anterior amigo y
tomó Gurgan. Lo hizo por venganza, pues Fakhr, tras regresar a Rei, en lugar de
ayudarle a regresar a su trono, le arrebató sus provincias y le pidió a los
Samánidas que lo retuvieran lejos. Pues Qabus regresó y tomó la provincia de
Gurgan. La Saída organizó un contraataque, pero dice la crónica que a la
primera carga de los dailami de Qabus, el ejército del pequeño Majd ad-Daula,
dirigido por uno de sus peores visires, se descompuso. Por otro lado, como
mencionamos antes, puso la Saída puso a los Kakuyíes al frente de Isfahan. Pero
estos parientes se volvieron díscolos, y en los años que restaban de poder
búyida serían un incordio y se aliarían con sus peores enemigos.
Fueron casi veinte años de
guerras del emirato contra los Gaznávidas y Ziyáridas, guerras que agotaron los
recursos de la anteriormente rica región. Y todo se perdió. Khurasán, Gurgan y
Tabaristán y tuvieron que reconocer finalmente a Baha para poder contar con su
apoyo, en el año 1010. Parecería que por fin iban a unirse los emiratos, pero
en 1012 falleció Baha ad-Daula, cuando de nuevo nada estaba estabilizado, tras
haber perdido Iraq casi por completo frente al avance fatimí y de las nuevas
dinastías beduínas que le fueron arrebatando el país. Y de nuevo el violento
juego de sucesiones comenzó, aunque en esta última generación de príncipes
búyidas la partida se jugaría entre los cuatro hijos de Baha. Pongo sus
títulos, no sus nombres persas: Sultan, Musharraf, Jalal y Qarwam ad-Daula.
Mahud de los Gaznávidas. Fuente: Epic World History |
Sultán ad-Daula fue reconocido
como “Emir Mayor” y heredero de Baha, y recibió sus ropas ceremoniales de
califa. Sus hermanos marcharon como emires a los demás principados y reinos,
pero la situación no les contentó y pronto comenzaron las disputas. Disputas
alentadas además por los Kakuyíes en Isfahan y los Gaznávidas en el este, pues
no deseaban un nuevo estado dailami bien estructurado y fuerte, sino que se
pelearan entre ellos, y aquellos príncipes búyidas antepusieron sus intereses
personales a los de su propia casa, y sentenciaron su imperio. Desde el 1018,
Qarwam atacó desde Kirman al emirato de
Fars, antiguo núcleo de Adud ad-Daula, la
tierra que conoció veinte años de paz y prosperidad. En otro momento, el
ejército se rebeló a Sultán y le forzó a nombrar como jefe a Musharrif, etc.
Las traiciones y maniobras se sucedían, pero ninguno tuvo poder para imponerse
sobre los demás, lo que provocó conflictos más largos y profundos que socavaron
completamente su poder. Los cuatro
hermanos acordaron incluso llamarse “reyes”, en lugar de “emires”, compartiendo
aquellos honores a los que aspiraban. Prostituyéndolos, en realidad, pues ni
aun así les satisfizo.
En
1025, Musharrif y Sultán habían muerto. Poco después les siguió Qarwam,
envenenado (las crónicas relatan las escenas en las que dichas muertes son
decididas y las órdenes impartidas. Da escalofríos). Las tropas dailami eligieron a Jalal como
nuevo “Emir Mayor”, en perjuicio del hijo de Sultán, Abu Kalijar, que contaba
con muchos partidarios. Y mientras estos peleaban, el primer emirato en caer
fue Rei. Un torpe y apenas emancipado de su madre Majd ad-Daula tuvo la
ocurrencia de pedir ayuda a Mahud de los Gaznávidas para sofocar una revuelta
de sus mercenarios dailami. Sus parientes no le ayudaron. Y Mahud estaba muy
por encima de Majd. Le arrebató Rei. Indiferentes al verdadero significado de
aquella pérdida, Abu Kalijar y Jalal siguieron disputando hasta que, con la
bendición califal, el primero se hizo con el título que tan caro lo había
costado.
Entonces la estepa vomitó una
nueva oleada de jinetes turcos, los Seljuk. Hablaremos de ellos más adelante,
pero baste decir que entre el 1036 y el 1040 destruyeron a los Gaznávidas y
tomaron la Transoxiana, Khurasán, Kirman y parte de Fars. Se convirtieron en una nueva
potencia, y todos los enemigos que les quedaban a los Búyidas se volvieron
hacia los Seljuk para pedirles ayuda y acabar con la dinastía dailami. Y Togrul
Bei, su jefe por aquellos días, había comprendido cómo aprovechar la estructura
de poder que habían creado los Búyidas alrededor del califato, y poco a poco,
los suplantaron.
En
1040 murió Jalal y en el 1048, Abu Kaljar. El último príncipe búyida se llamó
Malik ar-Rahl. Demasiado joven, demasiado engreído, criado en la corte entre
almohadones, Malik nunca llegó a entender que su mundo se venía abajo. No
debemos pensar que la corte le dio la espalda. Al contrario. Todo seguiría como
siempre: le ofrecerían honores, se postrarían ante él, el Califa le recibiría…
Todo ello mientras éste intercambiaba mensajes secretos con los Seljuk y
conspiraba, creyéndose lo suficientemente inteligente como para engañar a
turcos y dailami.
En el 1053, el califa envió el
nombramiento a Togrul Bei como “Segundo Emir Mayor”, sólo por debajo en honores
a Malik. Togrul estaba lejos y no parecía querer pisar Bagdad. Esto debió
tranquilizar a Malik. Pero el viejo turco era un hombre muy asututo. Tres años
tardó en presentarse en la capital, y no lo hizo al frente de un ejército, sino
vestido de peregrino y con una escolta reducida, para que su visita no
pareciera una amenaza militar. Togrul llegó por sorpresa para todos menos para
el califa, claro, que “se vio obligado” a recibirle y darle su hospitalidad,
mientras Malik miraba todo aquello sin entender. Aquella tarde, la escolta de
Togrul entró en Bagdad y causó grandes destrozos. La población se volvió hacia
Malik y le pidió que castigara a aquellos brutos turcos. Entonces Malik lo hizo,
pero al día siguiente, Togrul, “ofendido” por la osadía de Malik, lo hizo
llamar a su campamento. Malik se presentó con una escolta muy reducida,
exigiendo explicaciones a Togrul, mientras este sonreía y sus hombres daban
buena cuenta de la escolta de Malik. Para eso había ido a Bagdad. Para detener
a Malik y deponerlo. Él, el único con honor y poderes suficientes como para
detener a un “Emir Mayor”. Así acabó el poder de los Búyidas, y comenzó el
dominio turco del Islam. Pero esa es otra historia, amigos.
Estupendo árbol genealórico realizado por Carmen Chorda para su blog "Genealogía Universal de los Pueblos hasta la Edad Moderna" |
No hay comentarios:
Publicar un comentario