Mercenarios relajándose. |
Situémonos: Amílcar Barca acababa de
firmar el tratado de paz con Roma, así que había que evacuar
Sicilia. Los ejércitos cartagineses estaban formados en su mayoría
por mercenarios; esos que habían luchado años bajo las órdenes de
Amílcar Barca, de Giscón, de Imilcón o de Aderbaal, que eran unos
generalessúper listos y que habían adiestrado a estos hombres para
luchar contra Roma y convertirlos en temibles soldados. Pues bien,
Cartago había perdido y debía pagar a Roma las indemnizaciones
recogidas en el tratado, pero al mismo tiempo tenían que pagar a
todos aquellos mercenarios que llevaban años luchando sin recibir
sus pagas, y que además habían recibido todo tipo de promesas sobre
recompensas y primas en los momentos más difíciles.
Amílcar Barca dimitió tan pronto
como regresó de Roma, así que el encargado de organizar el regreso
fue el general Giscón. Este, que conocía bien a sus hombres, tuvo
la prudencia de enviarlos por grupos a Cartago para que allí, su
paga fuera menos cuantioso y tuvieran tiempo para irse tras recibir
su pago antes de que llegara el siguiente contingente. Fijaos si era
juicioso y tenía inteligencia, el tal Giscón.
Pero en Cartago (y si como yo habéis
trabajado expatriado, lo podréis entender perfectamente), no sabían
cómo tratar a esos mercenarios, ni los conocían ni nada, y como
andaban mal de presupuesto, pensaron que si los reunían a todos en
la ciudad podrían negociar con ellos una rebaja por toda la cantidad
que se les adeudaba. Sí, la gente que acostumbra a manejar el dinero
vive en una burbuja y no suele saber cómo manejar a las personas, y
esta guerra es un ejemplo de lo que puede ocurrir si se intenta
manejar a personas con mentalidad de banquero.
Cuando los mercenarios estuvieron en
Cartago, hubo muchos follones, altercados, molestias, y ante los
retrasos en el cobro, reclamaron. Los sufetes les comunicaron que no
podían pagarles todo y se enfadaron. El ambiente en la ciudad de
Dido que volvió insoportable, así que al final los invitaron a irse
y a llevarse todos sus bagajes, familias, etc. Se situaron en un
campamento, no muy lejos, y allí esperaron a que las deudas fueran
saldadas. Y estando allí, el ocio comenzó a envilecerlos.
Imaginaban que iban a recibir mucho más de lo que les correspondía.
Cartago designó a un general bastante incompetente, Hannón, con muy
pocas dotes de negociación, que tuvo que enfrentar una tarea casi
imposible. Allí había galos, ligures, íberos, númidas, libios...
Nadie hablaba todas esas lenguas, ni era viable hacer asambleas
comunes. Pero sí ocurrió que aquellos soldados se dieron cuenta de
que Hannón era un pusilánime que ni quiera los conocía. No había
sangrado con ellos. De modo que reclamaron a Giscón como mediador.
Las negociaciones de Giscón.
Polibio hace un relato muy humano de estas negociaciones. Se nota que él mismo había tratado con hombres bajo su mando. Cuenta que Giscón, frente a los mismos hombres que había comandado, lo primero que hizo fue reprenderles por su conducta y afearles lo que estaban haciendo. En efecto, los mercenarios se habían envalentonado. Antes de la llegada de Giscón habían acampado frente a Cartago, y todos estaban asustados y se avinieron a ceder en lo que les pidieran: que si ahora me pagas el caballo muerto, que si me vendes el trigo al precio que yo te diga... Bajo la presión, la cicatería cartaginesa desapareció. Lo «imposible» de repente se había vuelto «posible». Si hubieran pagado antes la mitad de los que les costaron aquellos días, todo habría sido muy diferente. ¿Os suena, compañeros expatriados?
Pero
no ocurrió así con Giscón. Él los conocía y les regañó, y
aquellos hombres bajaron la cabeza avergonzados. Luego el general se
avino a pagarles, y les trató con tanta justicia que todo hubiera
acabado ahí si no hubiera sido por dos personajes del bando
mercenario, llamados Mato y Espendio.
Mato y Espendio
Lanceros libios |
Mato
era libio. Había sido el principal instigador de los disturbios y
temía que su cabeza fuera el precio de la paz. Ambos comenzaron a
inflamar los ánimos de los mercenarios, mintiendo sobre Giscón y
sus intenciones. Y como entonces, como ahora, las mentiras son
sencillas y las verdades complejas, los mercenarios se negaron a
seguir aduciendo que Giscón pretendía engañarles, y en un golpe de
mano capturaron al general cartaginés, saquearon el dinero de la
paga y proclamaron así la guerra de liberación contra Cartago a
todo el norte de África. Y, claro, Cartago había dominado la región
no a base de buenas palabras, sino con puño de hierro. Habían
tratado con desprecio y avaricia a todos los pueblos a los que había
dominado. Mato envió mensajeros a todos los pueblos, y la revuelta
subió de nivel. Ya no fue mas una disputa entre mercenarios y
pagadores, sino una guerra de liberación de los pueblos africanos
del yugo impuesto por los púnicos. Sólo Útica e Hipozarita se
negaron a participar , así que, como primera acción, los
mercenarios les pusieron sitio, mientras mantenían su campamento
principal en Túnez.
Los
mercenarios tenían su campamento en Túnez, y asediaban Útica e
Hipozarita. Cartago designó a Hannón como general, hombre que si
bien tenía muchas dotes de organización, e incluso había
conquistado alguna región africana para Cartago, no estaba preparado
para enfrentarse a un ejército que había luchado bajo las órdenes
de Amílcar Barca una guerra total durante seis años en Sicilia.
Hannón tenía incluso elefantes y caballería, pero no sabía
usarla. Estaba acostumbrado a desbandar partidas de guerra enemigas
no profesionales, y que desaparecían durante días tras ser puestas
en fugas. Los hombres que regresaron de Sicilia sabían retirarse sin
ser derrotados y contraatacar cuando no se les esperaba. Tres veces
derrotaron a Hannón. La última de ellas fue tan humillante, que al
senado de la ciudad no le quedó más remedio que sustituirlo,
jugándose así su última carta. Adivinad a quien designaron...
Amílcar Barca toma el mando
Seguro
que cuando los mercenarios se enteraron de que su antiguo general era
su nuevo enemigo, la comida se les hizo bola. La mayoría habían
luchado bajo su mando y le conocían. Sabían bien que no había
trampa, añagaza, astucia o treta que no conociera el Bárquida. Que
todo lo habían aprendido de él, pero estaban seguros de que aún
guardaba más ideas en su endurecida y brillante cabeza.
Nada
más tomar le mando, engañó a los africanos de Mato que vigilaban
el único puente sobre el Bagradas, el río que cerraba el istmo de
Cartago. El puente estaba bien defendido y las defensas de ambas
orillas habían sido tomada por los mercenarios, pero Amílcar sabía
que si el viento soplaba en cierta dirección, formaba una barra de
arena en la desembocadura que permitía vadearlo. Y eso hizo,
pillándo a todos por sorpresa. Se dirigió entonces hacia Útica, en
una formación muy singular, con los elefantes al frente, la
caballería detrás y la infantería cerrando la marcha. Los
mercenarios abandonaron las defensas del río y se lanzaron al llano
a su retaguardia desde dos lados, dirigidos por Mato y Espendio en
personal. Se lanzaron a la persecución de Amílcar, pero esta ya
esperaba la maniobra y les había tendido una trampa. Antes de que se
dieran cuenta, los elefantes dieron media vuelta y se dirigieron a la
retaguardia, seguidos por la caballería. Observad que la maniobra
implicaba que lo que antes era el frente pasara a la retaguardia a
formar un nuevo frente, mientras la infantería se reorganizaba. Los
mercenarios, que creían que la batalla les iba a ser favorable y se
habían lanzado a la persecución de cualquier manera y sin guardar
la formación, fueron aplastados, puestos en fuga y perseguidos por
las tropas de Amílcar, que les persiguieron de vuelta hasta el río,
y les tomaron las fortificaciones y el pueblo del puente.
Amílcar
tomó miles de prisioneros, y arriesgó con ellos la baza del
prestigio. A los miles de prisioneros les ofreció incorporarse a su
ejército, o bien dejarles marchar en paz a sus países, a condición
de que no lucharan más contra Cartago. Fue el más astuto de sus
movimientos porque socavaba en mucho la lealtad y el compromiso de
los mercenarios hacia la causa de Mato y Espendio. Les ofrecía una
salida favorable del conflicto, y ahora que tenían a Amílcar
enfrente, que les había derrotado con tanta facilidad, muchos
perdieron la confianza.
Tanto
temieron Mato y Espendio que hubiera defecciones en masa cuando se
corrió la voz de las condiciones de Amílcar, que hicieron una gran
asamblea en Útica donde contaron a todos a todos que Amílcar
mentía, que no debían confiar en él. Fue una asamblea bronca y
desesperada, y los pobres que levantaron la voz en contra de lo que
defendían los dos generales, eran apedreados hasta la muerte. Luego
animaron a todos a cometer una indignidad: tomaron a Giscón y a los
demás cartagineses prisioneros y los descuartizaron con saña. Su
intención estaba clara. pretendía llevar a Cartago a una posición
en la que la salida pacífica no fuera posible. Y lo hicieron, a un
terrible y sangriento precio: sus mercenarios no desertarían más,
pero todo aquel que fue capturado por Amílcar después de la muerte
de Giscón, fue echado a las fieras como alimento.
Aun
así, hubo un jefe númida llamado Narabás, que se acercó
valerosamente desarmado al campamento de Amílcar y el propuso un
pacto. Mucho debieron los cartaginses a Narabás, y Amílcar incluso
le prometió la mano de su hija. Este es el punto histórico que
Gustave Flaubert aprovechó para ubicar su maravillosa novela
«Salambó». Salambó fue la hija de Amílcar que este prometió a
Narabás.
La guerra continúa
En
los siguientes meses, la guerra se endureció. Amílcar no dio más
oportunidades a los mercenarios que atrapaba. Respondía así a todos
los desmanes que estos cometían por el país. África se había
rebelado contra Cartago, y los horrores y matanzas se extendían sin
cesar. Amílcar solicitó la asistencia de Hannón y su ejército,
pero las relaciones entre ambos no tardaron en ser malas, y en lugar
de colaborar, se estorbaban y se saboteaban. Cartago retiró a Hannón,
pero para entonces habían perdido buenas oportunidades de hacer daño
a los mercenarios.
Ocurrió
también por esas fechas que Cartago perdió el control de Cerdeña,
que había conseguido mantener tras el acuerdo que puso fin a la
Primera Guerra Púnica. Los mercenarios de Cerdeña se rebelaron y
pidieron la ayuda de Roma, que en primera instancia se negó, puesto
que hubiera significado violar el pacto que tenían con Cartago.
Veremos que este hecho será fundamental para el origen de la Segura
Guerra Púnica.
También perdió Amilcar la pequeña flota que tenía Cartago, la única que podía mantener en virtud de los pactos con Roma, y que el Bárquida usaba para abastecer a su ejército. Y por último, Útica e Hipozarita, sin terminar de ver claro el resultado de la guerra, se rindieron a los mercenarios y no tuvieron piedad con las guarniciones cartaginesas que las habían protegido.
Todos
estos reveses animaron a los mercenarios, que se vieron sin esperarlo
en su mejor momento, y decidieron asediar Cartago. Pero aquel fue su
más terrible error.
Amílcar
y el sustituto de Hannón, un tal Aníbal (no Aníbal Barca, hijo del
propio Amílcar. Otro Aníbal. Jeje), habían quedado fuera del
cerco. Cartago ya no tenía más apoyos en el continente. Era la
última posición, y aquel asedio podría decidir su futuro, pero
Amílcar y Aníbal supieron ponerse a salvo, y como única fuerza de
los púnicos, supieron adaptarse a la situación. Porque desde ese
momento, la mayor parte de las fuerzas mercenarias se dedicaron a
asediar Cartago, pero el asedio exigía una gran cantidad de recursos
y medios humanos, que quedaron así inmovilizados en el istmo. Y esos
medios requerían abastecimiento. Eso dejaba a Amílcar y Aníbal, si
bien en cierta inferioridad numérica, con mucha movilidad. Aquel era
el tipo de guerra que más le favorecía. Mato y Espendio se habían
equivocado al dar la espalda a Amílcar, y en los próximos meses,
este les haría pagar.
La
estrategia de Amílcar fue sencilla: usar su ejército para cortar
todo abastecimiento a los mercenarios. Sin que nadie pudiera
oponérseles, Amílcar fue segando sus posiciones en África, sus
apoyos, sus provisiones... Así, los asediadores no tardaron en verse
también asediados. No hubo partida de forrajeo, caravana o carromato
que no fuera interceptado. Y en esto, Narabás y sus jinetes númidas
fue de gran ayuda.
Pero,
¿y Cartago? Pues como ya no recibían provisiones de África,
tuvieron que volver su vista hacia los romanos y a Siracusa. Y ambas
ciudades le dieron su apoyo. Claro, que al precio que pidieron. Así,
los mercados de Cartago comenzaron a recibir mercantes de estas dos
ciudades, que durante semanas hicieron de «puente aéreo» a los
desesperados cartagineses.
Tan
efectivo fue el bloqueo de Amílcar, y tan tercamente resistieron los
cartagineses con la ayuda del exterior, que Mato y Espendio tuvieron
que levantar el asedio y volverse de mala gana para enfrentarse con el ejército enemigo.
La
guerra en las sierras
Los
mercenarios no se atrevieron a luchar en llano con Amílcar. Le
acechaban en las sierras y montes que rodeaban la región. Pero ahí el Bárquida se las sabía todas. En las semanas siguientes, fue aislando
bolsas de enemigos, empujándolos hacia un valle que él conocía y
que sólo era accesible por un estrecho punto. Antes de poder
evitarlo, cuarenta mil mercenarios se vieron rodeados por todas
partes de paredes inaccesibles, fosos y defensas cartaginesas.
Atrapados en un lugar que se convertiría en la tumba de muchos. Sin
abastecimientos, llegaron el hambre y la sed. El canibalismo apenas
tardó en aparecer. Sólo podemos imaginar los horrores a los que se
enfrentaron aquellos hombres atrapados.
Al
poco, Espendio en persona se acercó a negociar la rendición con
Amílcar, pero este lo retuvo, como parte de las condiciones del
tratado, y los mercenarios, debido a uno de los mensajeros,
interpretaron que lo había atrapado a traición, de manera
que no siguieron negociando. Se lanzaron en una última intentona
contra las defensas cartaginesas que cerraban la salida del valle.
Ninguno de ellos salió de allí con vida. Fue la derrota total de
las fuerzas de Espendio. Esto permitió también reconducir la
situación con los pueblos africanos que se habían rebelado contra
Cartago. Se vieron forzados a negociar con Cartago y volver a
someterse a ellos.
Vencido
el campano y apaciguados los africanos, , a los cartagineses les
quedaba recuperar Túnez, Útica e Hipozarita. Aníbal rodeó Túnez,
listo para someterla a asedio, pero Mato, en una brillante acción,
realizó una súbita salida que pilló a los cartagineses desprevenidos. Capturaron a muchos, entre ellos a Aníbal. Ya os
podéis imaginar que fue de él. Estaban dispuestos todavía a
presentar batalla.
El
final de la guerra
Cartago
estaba agotada, pero los últimos esfuerzos de los mercenarios
mostraban también su debilidad. Amílcar tuvo que renunciar a la vía
rápida, y de nuevo se centró en cortar los abastecimientos que se
enviaban a estas ciudades, a conquistar aldeas, a apaciguar las
revueltas, hasta que a los mercenarios no les quedó qué comer. Y
Mato, viendo que ya sólo les quedaban sus últimas fuerzas, decidió
jugárselo todo en una última batalla campal. Esa que Amílcar tanto
quería.
En
la llanura de Túnez, los mercenarios lanzaron su última carga
contra los elefantes de Cartago. Fueron estas bestias las que
acabaron con los desesperados guerreros, apoyados por la caballería
y la infantería que le quedaba a Amílcar. Agotados, sin esperanza,
aquellos hombres ni dieron ni pidieron cuartel. Fue una larga lucha,
porque no tenían dónde huir. Tuvieron que matarlos a todos. Al
final del día, solo el bando cartaginés quedaba en pie. La guerra
llegó así a su fin.
En
aquella terrible guerra, Cartago estuvo a punto de desaparecer. Si
vencieron sin duda fue gracias a Amílcar, que templó su leyenda en
aquellos días. Pero también, Cartago pagó un alto precio: tras
acabar la guerra, comenzaron a preparar una flota para recuperar
Cerdeña, pero los romanos los acusaron de romper el tratado, y con
esa excusa, tomaron el control de la isla. La pérdida de Cerdeña
fue muy grave, puesto que les cerraba el acceso a numerosos
mercenarios. Fue entonces cuando el Bárquida desarrolló la
estrategia de conquistar Hispania, que había quedado al margen de
los tratados con Roma. Así fue como la guerra de Sicilia llevaría a
la revuelta de los mercenarios, esta a la pérdida de Cerdeña y así,
los cartagineses se lanzaron a la Península Ibérica, lo que pocos
años después daría comienzo a la guerra Anibálica, o Segunda
Guerra Púnica, que veremos en futuros artículos.
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ResponderEliminarMuy bueno,pone en antecedentes la llegada a Hispania de los Cartagineses y la Segunda guerra púnica.
ResponderEliminarExcelente...
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