viernes, 31 de mayo de 2019

La Guerra de los Mercenarios de Cartago


Mercenarios relajándose.
Saludos. En este artículo hablaremos de la terrible guerra que tuvo que afrontar Cartago justo después de finalizar la Primera Guerra Púnica, contra los mercenarios que habían servido a los propios generales cartagineses en Sicilia. Una guerra que los púnicos tuvieron que luchar vencidos, sin recursos y de forma desesperada; una guerra que Polibio denomina «sin cuartel», debido al alto número de desmanes, carnicerías y toda clase de crueldades que dieron y recibieron los contendientes.
Situémonos: Amílcar Barca acababa de firmar el tratado de paz con Roma, así que había que evacuar Sicilia. Los ejércitos cartagineses estaban formados en su mayoría por mercenarios; esos que habían luchado años bajo las órdenes de Amílcar Barca, de Giscón, de Imilcón o de Aderbaal, que eran unos generalessúper listos y que habían adiestrado a estos hombres para luchar contra Roma y convertirlos en temibles soldados. Pues bien, Cartago había perdido y debía pagar a Roma las indemnizaciones recogidas en el tratado, pero al mismo tiempo tenían que pagar a todos aquellos mercenarios que llevaban años luchando sin recibir sus pagas, y que además habían recibido todo tipo de promesas sobre recompensas y primas en los momentos más difíciles.
Amílcar Barca dimitió tan pronto como regresó de Roma, así que el encargado de organizar el regreso fue el general Giscón. Este, que conocía bien a sus hombres, tuvo la prudencia de enviarlos por grupos a Cartago para que allí, su paga fuera menos cuantioso y tuvieran tiempo para irse tras recibir su pago antes de que llegara el siguiente contingente. Fijaos si era juicioso y tenía inteligencia, el tal Giscón.
Pero en Cartago (y si como yo habéis trabajado expatriado, lo podréis entender perfectamente), no sabían cómo tratar a esos mercenarios, ni los conocían ni nada, y como andaban mal de presupuesto, pensaron que si los reunían a todos en la ciudad podrían negociar con ellos una rebaja por toda la cantidad que se les adeudaba. Sí, la gente que acostumbra a manejar el dinero vive en una burbuja y no suele saber cómo manejar a las personas, y esta guerra es un ejemplo de lo que puede ocurrir si se intenta manejar a personas con mentalidad de banquero.
Cuando los mercenarios estuvieron en Cartago, hubo muchos follones, altercados, molestias, y ante los retrasos en el cobro, reclamaron. Los sufetes les comunicaron que no podían pagarles todo y se enfadaron. El ambiente en la ciudad de Dido que volvió insoportable, así que al final los invitaron a irse y a llevarse todos sus bagajes, familias, etc. Se situaron en un campamento, no muy lejos, y allí esperaron a que las deudas fueran saldadas. Y estando allí, el ocio comenzó a envilecerlos. Imaginaban que iban a recibir mucho más de lo que les correspondía. Cartago designó a un general bastante incompetente, Hannón, con muy pocas dotes de negociación, que tuvo que enfrentar una tarea casi imposible. Allí había galos, ligures, íberos, númidas, libios... Nadie hablaba todas esas lenguas, ni era viable hacer asambleas comunes. Pero sí ocurrió que aquellos soldados se dieron cuenta de que Hannón era un pusilánime que ni quiera los conocía. No había sangrado con ellos. De modo que reclamaron a Giscón como mediador.

Las negociaciones de Giscón.

Polibio hace un relato muy humano de estas negociaciones. Se nota que él mismo había tratado con hombres bajo su mando. Cuenta que Giscón, frente a los mismos hombres que había comandado, lo primero que hizo fue reprenderles por su conducta y afearles lo que estaban haciendo. En efecto, los mercenarios se habían envalentonado. Antes de la llegada de Giscón habían acampado frente a Cartago, y todos estaban asustados y se avinieron a ceder en lo que les pidieran: que si ahora me pagas el caballo muerto, que si me vendes el trigo al precio que yo te diga... Bajo la presión, la cicatería cartaginesa desapareció. Lo «imposible» de repente se había vuelto «posible». Si hubieran pagado antes la mitad de los que les costaron aquellos días, todo habría sido muy diferente. ¿Os suena, compañeros expatriados?
Pero no ocurrió así con Giscón. Él los conocía y les regañó, y aquellos hombres bajaron la cabeza avergonzados. Luego el general se avino a pagarles, y les trató con tanta justicia que todo hubiera acabado ahí si no hubiera sido por dos personajes del bando mercenario, llamados Mato y Espendio.

Mato y Espendio
Lanceros libios
Espendio era un mercenario campano, audaz en la guerra y muy valiente. Pero también era un esclavo fugado y temía, por encima de todo, que su amo lo reclamara y fuera devuelto a Italia.
Mato era libio. Había sido el principal instigador de los disturbios y temía que su cabeza fuera el precio de la paz. Ambos comenzaron a inflamar los ánimos de los mercenarios, mintiendo sobre Giscón y sus intenciones. Y como entonces, como ahora, las mentiras son sencillas y las verdades complejas, los mercenarios se negaron a seguir aduciendo que Giscón pretendía engañarles, y en un golpe de mano capturaron al general cartaginés, saquearon el dinero de la paga y proclamaron así la guerra de liberación contra Cartago a todo el norte de África. Y, claro, Cartago había dominado la región no a base de buenas palabras, sino con puño de hierro. Habían tratado con desprecio y avaricia a todos los pueblos a los que había dominado. Mato envió mensajeros a todos los pueblos, y la revuelta subió de nivel. Ya no fue mas una disputa entre mercenarios y pagadores, sino una guerra de liberación de los pueblos africanos del yugo impuesto por los púnicos. Sólo Útica e Hipozarita se negaron a participar , así que, como primera acción, los mercenarios les pusieron sitio, mientras mantenían su campamento principal en Túnez.
Los mercenarios tenían su campamento en Túnez, y asediaban Útica e Hipozarita. Cartago designó a Hannón como general, hombre que si bien tenía muchas dotes de organización, e incluso había conquistado alguna región africana para Cartago, no estaba preparado para enfrentarse a un ejército que había luchado bajo las órdenes de Amílcar Barca una guerra total durante seis años en Sicilia. Hannón tenía incluso elefantes y caballería, pero no sabía usarla. Estaba acostumbrado a desbandar partidas de guerra enemigas no profesionales, y que desaparecían durante días tras ser puestas en fugas. Los hombres que regresaron de Sicilia sabían retirarse sin ser derrotados y contraatacar cuando no se les esperaba. Tres veces derrotaron a Hannón. La última de ellas fue tan humillante, que al senado de la ciudad no le quedó más remedio que sustituirlo, jugándose así su última carta. Adivinad a quien designaron...

Amílcar Barca toma el mando
Seguro que cuando los mercenarios se enteraron de que su antiguo general era su nuevo enemigo, la comida se les hizo bola. La mayoría habían luchado bajo su mando y le conocían. Sabían bien que no había trampa, añagaza, astucia o treta que no conociera el Bárquida. Que todo lo habían aprendido de él, pero estaban seguros de que aún guardaba más ideas en su endurecida y brillante cabeza.
Nada más tomar le mando, engañó a los africanos de Mato que vigilaban el único puente sobre el Bagradas, el río que cerraba el istmo de Cartago. El puente estaba bien defendido y las defensas de ambas orillas habían sido tomada por los mercenarios, pero Amílcar sabía que si el viento soplaba en cierta dirección, formaba una barra de arena en la desembocadura que permitía vadearlo. Y eso hizo, pillándo a todos por sorpresa. Se dirigió entonces hacia Útica, en una formación muy singular, con los elefantes al frente, la caballería detrás y la infantería cerrando la marcha. Los mercenarios abandonaron las defensas del río y se lanzaron al llano a su retaguardia desde dos lados, dirigidos por Mato y Espendio en personal. Se lanzaron a la persecución de Amílcar, pero esta ya esperaba la maniobra y les había tendido una trampa. Antes de que se dieran cuenta, los elefantes dieron media vuelta y se dirigieron a la retaguardia, seguidos por la caballería. Observad que la maniobra implicaba que lo que antes era el frente pasara a la retaguardia a formar un nuevo frente, mientras la infantería se reorganizaba. Los mercenarios, que creían que la batalla les iba a ser favorable y se habían lanzado a la persecución de cualquier manera y sin guardar la formación, fueron aplastados, puestos en fuga y perseguidos por las tropas de Amílcar, que les persiguieron de vuelta hasta el río, y les tomaron las fortificaciones y el pueblo del puente.
Amílcar tomó miles de prisioneros, y arriesgó con ellos la baza del prestigio. A los miles de prisioneros les ofreció incorporarse a su ejército, o bien dejarles marchar en paz a sus países, a condición de que no lucharan más contra Cartago. Fue el más astuto de sus movimientos porque socavaba en mucho la lealtad y el compromiso de los mercenarios hacia la causa de Mato y Espendio. Les ofrecía una salida favorable del conflicto, y ahora que tenían a Amílcar enfrente, que les había derrotado con tanta facilidad, muchos perdieron la confianza.
Tanto temieron Mato y Espendio que hubiera defecciones en masa cuando se corrió la voz de las condiciones de Amílcar, que hicieron una gran asamblea en Útica donde contaron a todos a todos que Amílcar mentía, que no debían confiar en él. Fue una asamblea bronca y desesperada, y los pobres que levantaron la voz en contra de lo que defendían los dos generales, eran apedreados hasta la muerte. Luego animaron a todos a cometer una indignidad: tomaron a Giscón y a los demás cartagineses prisioneros y los descuartizaron con saña. Su intención estaba clara. pretendía llevar a Cartago a una posición en la que la salida pacífica no fuera posible. Y lo hicieron, a un terrible y sangriento precio: sus mercenarios no desertarían más, pero todo aquel que fue capturado por Amílcar después de la muerte de Giscón, fue echado a las fieras como alimento.
Aun así, hubo un jefe númida llamado Narabás, que se acercó valerosamente desarmado al campamento de Amílcar y el propuso un pacto. Mucho debieron los cartaginses a Narabás, y Amílcar incluso le prometió la mano de su hija. Este es el punto histórico que Gustave Flaubert aprovechó para ubicar su maravillosa novela «Salambó». Salambó fue la hija de Amílcar que este prometió a Narabás.

La guerra continúa
En los siguientes meses, la guerra se endureció. Amílcar no dio más oportunidades a los mercenarios que atrapaba. Respondía así a todos los desmanes que estos cometían por el país. África se había rebelado contra Cartago, y los horrores y matanzas se extendían sin cesar. Amílcar solicitó la asistencia de Hannón y su ejército, pero las relaciones entre ambos no tardaron en ser malas, y en lugar de colaborar, se estorbaban y se saboteaban. Cartago retiró a Hannón, pero para entonces habían perdido buenas oportunidades de hacer daño a los mercenarios.
Ocurrió también por esas fechas que Cartago perdió el control de Cerdeña, que había conseguido mantener tras el acuerdo que puso fin a la Primera Guerra Púnica. Los mercenarios de Cerdeña se rebelaron y pidieron la ayuda de Roma, que en primera instancia se negó, puesto que hubiera significado violar el pacto que tenían con Cartago. Veremos que este hecho será fundamental para el origen de la Segura Guerra Púnica.

También perdió Amilcar la pequeña flota que tenía Cartago, la única que podía mantener en virtud de los pactos con Roma, y que el Bárquida usaba para abastecer a su ejército. Y por último, Útica e Hipozarita, sin terminar de ver claro el resultado de la guerra, se rindieron a los mercenarios y no tuvieron piedad con las guarniciones cartaginesas que las habían protegido.
Todos estos reveses animaron a los mercenarios, que se vieron sin esperarlo en su mejor momento, y decidieron asediar Cartago. Pero aquel fue su más terrible error.
Amílcar y el sustituto de Hannón, un tal Aníbal (no Aníbal Barca, hijo del propio Amílcar. Otro Aníbal. Jeje), habían quedado fuera del cerco. Cartago ya no tenía más apoyos en el continente. Era la última posición, y aquel asedio podría decidir su futuro, pero Amílcar y Aníbal supieron ponerse a salvo, y como única fuerza de los púnicos, supieron adaptarse a la situación. Porque desde ese momento, la mayor parte de las fuerzas mercenarias se dedicaron a asediar Cartago, pero el asedio exigía una gran cantidad de recursos y medios humanos, que quedaron así inmovilizados en el istmo. Y esos medios requerían abastecimiento. Eso dejaba a Amílcar y Aníbal, si bien en cierta inferioridad numérica, con mucha movilidad. Aquel era el tipo de guerra que más le favorecía. Mato y Espendio se habían equivocado al dar la espalda a Amílcar, y en los próximos meses, este les haría pagar.
La estrategia de Amílcar fue sencilla: usar su ejército para cortar todo abastecimiento a los mercenarios. Sin que nadie pudiera oponérseles, Amílcar fue segando sus posiciones en África, sus apoyos, sus provisiones... Así, los asediadores no tardaron en verse también asediados. No hubo partida de forrajeo, caravana o carromato que no fuera interceptado. Y en esto, Narabás y sus jinetes númidas fue de gran ayuda.
Pero, ¿y Cartago? Pues como ya no recibían provisiones de África, tuvieron que volver su vista hacia los romanos y a Siracusa. Y ambas ciudades le dieron su apoyo. Claro, que al precio que pidieron. Así, los mercados de Cartago comenzaron a recibir mercantes de estas dos ciudades, que durante semanas hicieron de «puente aéreo» a los desesperados cartagineses.
Tan efectivo fue el bloqueo de Amílcar, y tan tercamente resistieron los cartagineses con la ayuda del exterior, que Mato y Espendio tuvieron que levantar el asedio y volverse de mala gana para enfrentarse con el ejército enemigo.
La guerra en las sierras
Los mercenarios no se atrevieron a luchar en llano con Amílcar. Le acechaban en las sierras y montes que rodeaban la región. Pero ahí el Bárquida se las sabía todas. En las semanas siguientes, fue aislando bolsas de enemigos, empujándolos hacia un valle que él conocía y que sólo era accesible por un estrecho punto. Antes de poder evitarlo, cuarenta mil mercenarios se vieron rodeados por todas partes de paredes inaccesibles, fosos y defensas cartaginesas. Atrapados en un lugar que se convertiría en la tumba de muchos. Sin abastecimientos, llegaron el hambre y la sed. El canibalismo apenas tardó en aparecer. Sólo podemos imaginar los horrores a los que se enfrentaron aquellos hombres atrapados.
Al poco, Espendio en persona se acercó a negociar la rendición con Amílcar, pero este lo retuvo, como parte de las condiciones del tratado, y los mercenarios, debido a uno de los mensajeros, interpretaron que lo había atrapado a traición, de manera que no siguieron negociando. Se lanzaron en una última intentona contra las defensas cartaginesas que cerraban la salida del valle. Ninguno de ellos salió de allí con vida. Fue la derrota total de las fuerzas de Espendio. Esto permitió también reconducir la situación con los pueblos africanos que se habían rebelado contra Cartago. Se vieron forzados a negociar con Cartago y volver a someterse a ellos.
Vencido el campano y apaciguados los africanos, , a los cartagineses les quedaba recuperar Túnez, Útica e Hipozarita. Aníbal rodeó Túnez, listo para someterla a asedio, pero Mato, en una brillante acción, realizó una súbita salida que pilló a los cartagineses desprevenidos. Capturaron a muchos, entre ellos a Aníbal. Ya os podéis imaginar que fue de él. Estaban dispuestos todavía a presentar batalla.

El final de la guerra
Cartago estaba agotada, pero los últimos esfuerzos de los mercenarios mostraban también su debilidad. Amílcar tuvo que renunciar a la vía rápida, y de nuevo se centró en cortar los abastecimientos que se enviaban a estas ciudades, a conquistar aldeas, a apaciguar las revueltas, hasta que a los mercenarios no les quedó qué comer. Y Mato, viendo que ya sólo les quedaban sus últimas fuerzas, decidió jugárselo todo en una última batalla campal. Esa que Amílcar tanto quería.
En la llanura de Túnez, los mercenarios lanzaron su última carga contra los elefantes de Cartago. Fueron estas bestias las que acabaron con los desesperados guerreros, apoyados por la caballería y la infantería que le quedaba a Amílcar. Agotados, sin esperanza, aquellos hombres ni dieron ni pidieron cuartel. Fue una larga lucha, porque no tenían dónde huir. Tuvieron que matarlos a todos. Al final del día, solo el bando cartaginés quedaba en pie. La guerra llegó así a su fin.

En aquella terrible guerra, Cartago estuvo a punto de desaparecer. Si vencieron sin duda fue gracias a Amílcar, que templó su leyenda en aquellos días. Pero también, Cartago pagó un alto precio: tras acabar la guerra, comenzaron a preparar una flota para recuperar Cerdeña, pero los romanos los acusaron de romper el tratado, y con esa excusa, tomaron el control de la isla. La pérdida de Cerdeña fue muy grave, puesto que les cerraba el acceso a numerosos mercenarios. Fue entonces cuando el Bárquida desarrolló la estrategia de conquistar Hispania, que había quedado al margen de los tratados con Roma. Así fue como la guerra de Sicilia llevaría a la revuelta de los mercenarios, esta a la pérdida de Cerdeña y así, los cartagineses se lanzaron a la Península Ibérica, lo que pocos años después daría comienzo a la guerra Anibálica, o Segunda Guerra Púnica, que veremos en futuros artículos.

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