Mapa de la revuelta. Fuente: Wikipedia |
La obra de Herodoto, un jonio de
Halicarnaso, se ha utilizado a veces como germen de una concepción
dialéctica entre los pueblos helenos y persa, no tanto desde el
punto de vista geográfico y militar, sino como la de dos mundos
opuestos enfrentados: uno democrático y amante de la libertad, y
otro que es sinónimo de esclavitud y sometimiento. Como casi
siempre, acercarnos a las fuentes originales, siendo «Historia»
una obra escrita por un griego, sobre los griegos y para los griegos,
podemos descubrir que esa óptica no la tenían los protagonistas de
estos acontecimientos. Por el contrario, leyendo el texto de
Herodoto, descubrimos un texto escrito desde el respeto y la
admiración por todos los pueblos de los que habla. El propio historiador explica en su obra que si se preguntara a cada pueblo cuáles
son las mejores costumbres, todos responderían que las suyas
propias, y que por lo tanto era necio considerar a un pueblo por
encima de otro. Nótese esa capacidad para relativizar y poner en
cuestión la propia concepción del mundo.
LOS JONIOS EN LA CAMPAÑA PERSA CONTRA
LOS ESCITAS.
Para narrar la historia que me
propongo, debo elegir un momento en el tiempo, y ese será la campaña
de Darío I contra los escitas. Hacía poco que Darío había
terminado de controlar el imperio tras su dificultoso asalto al poder
presa, cuando se propuso pasar a Europa atravesando el Helesponto, y
lanzar una invasión terrestre de la estepa euroasiática cruzando el
río Istro (Danubio). Darío convocó a muchos pueblos de su imperio
para ello, y, puesto que estaban muy cerca, y tenían la flota que
Darío necesitaba, los helenos de Jonia, en la costa occidental de la
actual Turqúa, que habían sido incorporados al imperio persa desde
los tiempos de Ciro, recibieron las órdenes pertinentes.
Fueron los jonios los que tendieron en
su mayor parte el asombroso puente flotante que usó Darío, al final
del siglo VI, para cruzar con un enorme ejército el Helesponto.
Destaco esto porque se tiende a pensar que el imperio persa era
desorganizado y bárbaro en el peor de sus sentidos. Pero nada más
lejos de la realidad. En un momento en el que la propia Roma no había
salido del valle del Lacio, los persas tendían puentes a voluntad
para cruzar de Asia a Europa sin ninguna dificultad. Y no fue este el
único prodigio que acometieron.
Cruce del Helesponto. Fuente:Heritage History |
Bien, como el Istro también era una
gran barrera natural, mientras el ejército avanzaba por Tracia hacia
el norte, los jonios recibieron instrucciones para deshacer el paso,
entrar en el Mar Negro y remontar el Istro hasta el punto por donde
Darío había pensado cruzarlo y entrar en la estepa, y así
hicieron. Luego, una vez cruzado el Istro, Darío ordenó a los jonios que le aguardaran sesenta días.
Bien, lo que ocurrió en aquellos días
en los que sus tropas se adentraron en la estepa, lo
narraremos en un futuro artículo, pero adelantaremos que, pasado el
plazo, los propios escitas se acercaron a los jonios para incitarlos
a retirar el puente. Y entonces, los jonios que allí aguardaban,
deliberaron si debían marcharse o no.
Las polis de la Jonia estaban
gobernadas por tiranos apoyados por los persas. Algunos de esos
tiranos estaban allí, y muchos pensaban que debían abandonar a
Darío y así, volver a recuperar la ansiada libertad que habían
perdido frente a Ciro el grande, una generación de hombres atrás.
Pues es cierto que existía entre los jonios el deseo de Pero entre
ellos estaba uno de nuestros protagonistas, Histieo, tirano de
Mileto. Fue él el que se reunió con los demás tiranos, y les dijo
que sin los persas, sus tiranías carecerían de apoyo, y sus
ciudadanos los terminarían expulsando o acaso algo peor. Pues bien,
aquel grupo de tiranos, convencidos por Histieo, esperaron a Darío
escondidos en la orilla sur, y cuando éste llegó con su ejército a
toda prisa, volvieron a tender el puente, y así pudo el Rey de Reyes
regresar a salvo a Asia. No obstante, Darío dejó a su general
Megabazo en Tracia, con la orden de conquistarla y, enterado del
papel de Histieo en su salvación, se propuso recompensarle. Histieo,
siendo ya tirano de Mileto, no le pidió otro gobierno, sino una
posición llamada «Mircino», una ciudad junto al río Estrimón, no
muy lejos de la futura Anfípolis., cosa que Darío concedió
encantado.
Histieo no tardó en fortificar
Mircino y fortalecer sus nuevos dominios. Aquella región era muy
interesante por su riqueza de madera y en potencial humano. Estaban
cerca las colonias helenas de Calcídica, y aun más cerca, las
tribus tracias de los feronces edones, que podían ser poderosos
aliados.
La cosa tomó tal cariz a las órdenes
del más que competente Histieo, que el general Megabazo, a su
regreso a Asia, informó a Darío y le advirtió de que Histieo
estaban tomando todas las medidas necesarias para lanzar una revuelta
contra los persas. Y, en efecto, así era. Con barcos y tropas, los
jonios podrían «encerrar» a los persas tomando el Helesponto, y
una vez hecho esto, amenazar las costas de las satrapías persas y
ponerse a salvo en las islas jonias frente a Asia.
No obstante, Darío sentía verdadero
aprecio por Histieo. Se resistió a creer que tuviera malas
intenciones hacia él, así que encontró otra solución: le llamó a
Susa.
Histieo no desconfió de la llamada de
Darío. Cruzó a Sardes, y de ahí, por el Camino Real, (los romanos
no eran los únicos competentes haciendo carreteras) llegó a Susa.
Allí Darío le informó de que deseaba que se quedara con él, pues
tenía grandes planes para Asia, e Histieo, como hombre suyo de
confianza, era parte de esos planes. Así se vio de repente el
milesio encerrado en una jaula de oro, apartado de los suyos.
Apreciado, pero prisionero. Cerca del poder, pero lejos del mar de
los jonios. Y no tardó Histieo en sufrir por su nueva situación, y
en pensar cómo salir de ella.
Puente sobre el Helesponto. Fuente:The Crafoord Collection |
LA CHISPA DE LA REBELIÓN
Mientras todo esto tenía lugar, en
Mileto, en nombre de Histieo, gobernaba Aristágoras, yerno y primo
del tirano. Aristágoras, desde luego, no era tan competente como su
primo. Sin embargo, sí tenía la misma ambición o aún mayor.
Ocurrió aquellos días que desde la
isla de Naxos, llegaron unos desterrados de la isla de Naxos
perteneciente al partido oligárquico. Estos nobles fueron recibidos
por Aristágoras, y le pidieron una flota y tropas para poder
regresar a su patria y cambiar el sistema político, para ponerse al
frente. Hay que saber que aun los persas todavía no dominaban las
islas del mar jónico: Samos, Lesbos, Quíos, Rodas... Eran islas con
polis ricas y poderosas, y Darío todavía no había lanzado ninguna
campaña decisiva contra ellos. Es decir, todavía eran un imperio
continental. Se hizo cuentas Aristágoras
Pues bien, Aristágoras sabía que
Naxos era poderosa, «capaz de formar ocho mil escudos en combate»,
y él tenía una flota ni un ejército parejo. Pero sí tenía
dinero, y unos «socios» persas que mantenían la tiranía en
Mileto. De modo que Aristágoras acudió a Artafrentes, sátrapa de
Jonia, que estaba en Sardes, y le propuso el «negocio»: a cambio de
una flota y tropas, que el propio milesio podría pagar, y el
gobierno de Naxos, Artafrentes podría presentar a Darío al fin la
conquista de las islas, pues de Naxos dependían Paros y Andros, y
así podría lanzar la conquista de las islas Cícladas, y, aun más,
hasta Eubea. Artafrenes vio el trato ventajoso, pero no en los
términos descritos por Aristágoras. Pues él ponía las tropas,
tenía la fuerza, y sin decir nada a Aristágoras, anotó sus propios
objetivos en su agenda oculta. Y aunque formalmente el ejército
persa estaría a las órdenes de Aristágoras, el estratego persa que
Artafrenes puso al frente recibió sus propias instrucciones, que en
su momento tendría que cumplir.
Salida de la flota hacia Naxos. Fuente: Ancient History |
La situación para Aristágoras era
desastrosa. Los persas decidieron retirarse tras cuatro meses de
fracaso, de modo que Aristágoras no pudo entregar a Artafrenes todo
lo que le había prometido. Para colmo, el milesio se había
comprometido a pagar la expedición, pero contaba con que el poderío
persa doblegara a Naxos en pocos días. Ahora, en cambio, el sátrapa le reclamaba todos los gastos , y este no era capaz de asumirlos.
Arruinado, desprestigiado y sometido a un noble persa furioso por su
fracaso, temió que le destituyeran. Y estaba dispuesto a hacer
cualquier cosa para evitar eso. Cualquier cosa.
Fue entonces cuando llegó un mensaje
de parte de Histieo, desde Susa. Un mensaje secreto, tatuado meses
atrás en la piel de la cabeza de un esclavo, y oculto con el
crecimiento de los cabellos. Un mensaje nacido de la astucia y la
desesperación de un tirano jonio atrapado en Susa: «Rebelión».
En efecto, Histieo, desesperado por
volver a su tierra, había pensado que si se declaraba una pequeña
revuelta en Jonia, él podría convencer a Darío para que le
permitiera aplastarla. Aquella era su única esperanza de volver a
ver su ciudad. Y Aristágoras, entendió.
No se trató de un movimiento
ciudadano que luchaba por su libertad. Aquella revuelta, lo que hizo,
fue aprovecharse de las aspiraciones de los ciudadanos a los que
gobernaban para ponerlas a favor de sus intereses y mantener el poder
a toda costa. Esos dos hombres se propusieron cambiarlo todo para que
todo siguiera igual.
El milesio convocó un consejo
rebelde, y decidieron aprovechar las fuerzas helenas que acababan de
retirarse de Naxos, pues aún viajaban juntas de regreso, y estaban
ya organizados. Entonces, y esto es la prueba de mi afirmación del
párrafo anterior, Aristágoras declaró abiertamente la revuelta, y
concedió una «isonomía» nominal a su ciudad, para motivarlos a
luchar por lo que ahora «les pertenecía». Por supuesto, nadie
hubiera dado la vida por defender a un tirano del poder que le ha
respaldado. Pero sabía que los jonios sí lucharían por su
libertad, y así lo hizo. Se autoproclamó estratego, y su primera
instrucción fue ordenar la detención de los tiranos que iban en la
flota. Estos tiranos, una vez capturados, fueron entregados a sus
ciudades, cargados de cadenas, y así estas se vieron libres de
tiranías, y, de nuevo en isonomía, se unieron a la rebelión.
A su debido momento, los jonios no
pagaron su tributo a Artafrenes. La defección era oficial. La guerra
comenzaba, y Aristágoras se embarcó, aprovechando los escasos meses
de que disponía mientras los persas reunían nuevos ejércitos para
lanzarse contra ellos, buscó aliados. Corría el año 500 a.d.C.
ARISTÁGORAS EN GRECIA
Aristágoras hablando a los atenienses. Fuente: Alchetron |
Bien, Cleómbroto recibió a
Aristágoras, y este le presentó un mapa hecho en una lámina de
bronce, de Asia. Ese extraño arte de la Cartografía era desconocido
para los griegos continentales, culturalmente muy atrasados respecto
a sus parientes de la jonia (no obstante, los filósofos
presocráticos, que sobre todo eran científicos, procedían en su
mayoría de esta región). Cleómbroto no escuchó los ruegos de
Aristágoras, y cuando este le siguió hasta su casa y le siguió
rogando, la pequeña hija de Cleómbroto, llamada Gorgo, le dijo a su
padre: «Échalo, padre, o te corromperá el extranjero». Y este
hizo caso de su nenita. Así se fue el pobre tiranillo a buscar ayuda
al plan «B», Atenas.
Hacía menos de diez años que
Clístenes había dotado a Atenas de sus leyes democráticas. La
ciudad ática bullía confiada en su futuro, optimista y sabiéndose
fuerte. Cuando en nombre de sus parientes jonios (muchas ciudades de
Asia fueron originariamente colonias atenienses), pidieron ayuda,
estos se vieron obligados moralmente a contestar. Aristágoras
regresó a Jonia, pero poco después le llegaron veinte trirremes
atenienses, y cinco más de Eretria, una importante polis situada en Eubea. Y
también recibió noticias de Chipre, donde la mayoría de las polis
habían hecho defección de los persas, y contactaron con los jonios
para unir fuerzas. Chipre estaba habitada por polis helenas,
descendientes de los aqueos. Tenía muchas particularidades
culturales, y poseía el templo de Afrodita más importante del
Mediterráneo.
COMIENZA LA GUERRA
Aquellas veinte más cinco trirremes
fueron más que bien recibidas, y tan pronto como llegaron, planearon
una incursión tierra adentro. Los persas no habían tomado muchas
medidas contra la rebelión, y estaban todavía llamando a las
tropas, pues consideraban que la amenaza era baja. Y era cierto: la
rebelión en Jonia no podía triunfar porque las principales ciudades
jonias estaban en el continente, y no podían librarse de los persas.
Estos eran expertos en asedios y asaltos, y ha las habían
conquistado en más de una ocasión.
Sin embargo, aquellas fuerzas
expedicionarias de Atenas y Eretria, reforzadas con algunas tropas de
Mileto y otras polis, se adentró hasta más allá del río Halis.
Aristágoras, tal vez temiendo lo que iba a pasar, no se unió a la
expedición. En su lugar designó a otro estratego. No quería que su
nombre se asociara a una incursión a Sardes si algo salía mal,
tanto de cara a los griegos, como de cara a una futura reconciliación
con los persas.
La quema de Sardes. |
Bien, en los meses siguientes, sin
aliados continentales, Aristágoras consiguió convencer a los
carios, vecinos de los jonios, de que se unieran a la rebelión. Los
carios eran un pueblo asiático, muy belicoso, y de los que se dice
que los griegos tomaron la costumbre de adornar los yelmos con crines
de caballo.
Asimismo, Aristágoras, al frente de
la flota jonia, se lanzó al Helesponto y consiguió que las polis de
allí hicieran también defección de los persas.
LA REACCIÓN PERSA
Histieo veía que los acontecimientos
transcurrían según sus deseos. Darío, tras las noticias de la
revuelta, le convocó para echarle una bronca, y el hábil milesio,
en cambio, terminó convenciéndolo de que la revuelta era culpa suya
por haberlo apartado de Jonia. Que la región tenía muchas ganas de
rebelarse, desde hacía mucho tiempo, pero él siempre había
mantenido bajo control a los rebeldes. Y Darío le dejó ir para que
ayudara en la detención de la rebelión.
Pues bien, pocas semanas después los
persas ya estaban preparados para la guerra. Los fenicios aprestaron
sus excelentes barcos, y lugar que Darío designó para lanzar su
campaña por mar fue la isla de Chipre, pues era rica y preciada. El
rey Onésilo de Salamina envió un mensaje a los jonios pidiendo
auxilio, y estos enviaron una flota apoyarle. Decidieron que los
jonios lucharían por mar contra los fenicios, mientras que las
ciudades de Chipre unirían fuerzas para luchar contra el ejército
invasor. Los jonios rechazaron a los fenicios, pero en la batalla
terrestre, los guerreros de la ciudad de Cures hicieron defección
del bando rebelde en plena batalla. Y aunque el rey Onésilo, gracias
a su astuto maestro de armas cario, mató en combate singular al
estratego persa en uno de los combates más épicos de su tiempo, (y
del que casi ochenta años después, Herodoto se haría eco en su
«Historia»), los chipriotas fueron derrotados, y los persas
invadieron la isla y pusieron sitio a las ciudades principales. Les
llevó cinco meses someterlas a todas, pero así apagaron uno de los
principales focos de la rebelión. Entonces pusieron sus ojos en la
propia Jonia.
Hay que destacar que en esta época,
los gobernantes persas eran tipos hechos a la guerra. Darío acompañó
a su ejército en suj campaña esteparia, e incluso su hijo Jerjes
marchó al frente de su ejército en la invasión de Grecia que
ocurriría en los siguientes años. Y también los sátrapas y
estrategos designados por el rey eran elegidos de entre una nobleza
militante, hábil, comprometida con el rey y con muchos conocimientos
técnicos.
Ejército persa. Fuente: Time toast |
Los carios eran grandes guerreros.
Mucho debían los helenos a ellos en cuanto al arte de la guerra. No
dudaron en hacer frente a los persas, y aunque fueron
derrotados en la primera batalla, se fortificaron y resistieron,
aguardando la llegada de refuerzos. Los milesios les mandaron tropas,
e igualmente presentaron batalla a Daurises, y de nuevo fueron
derrotados, pero los supervivientes se echaron al monteo, juraron
venganza, y cuando este se retiraba, cayeron sobre los persas en
una terrible emboscada en la que al fin los exterminaron, y aun al propio general de Darío, que bien poco pudo disfrutar de su matrimonio
con una hija del rey Darío. Así, este frente quedó estabilizado.
Pero por el norte, Ótanes, Himayes y
ya el propio sátrapa Artafrenes se lanzaron a por las polis eolias
de la Tróade y la propia Jonia. La irrupción de estas fuerzas fue
imparable. Cime de los eolios y Clazómenas de los jonios cayeron sin
poder resistirse a los persas, y aquí, Aristágoras de Mileto, vio
claro que iban a perder. Reunió a los suyos y huyó a Mircino, la
polis con la que Darío había recompensado a Histieo tras la campaña
contra los escitas. Allí murió poco después, a manos de los
feroces tracios.
Pero la huida de Aristágoras no apagó
las ansias de libertad de los milesios y demás jonios, que ya no
luchaban por los tiranos, sino por ellos mismos.
Por esta época llegó también
Histieo desde Sardes. Artafrenes, que lo tenía mucho más calado que
Darío, le culpó directamente de lo que había ocurrido y el
milesio, que no temía a Darío, pero sí a su sátrapa, huyó de los
persas, volvió a Jonia. Huyendo pasó a Quíos, y de aquí, los
quiotas lo quisieron devolver a Mileto. Pero los milesios ya habían
probado el sabor de la libertad, y en lo desesperado de la guerra, no
aceptaron de nuevo a un tirano que los había llevado a aquella
situación. Histieo se vio así desterrado de todas partes. Pero
Histieo no era un cobarde, y en cierta forma era un hombre terrible
una vez decidido a dar guerra. Convenció a los lesbios para que le
prestaran una pequeña flota, ocho trirremes, y embarcó en ellas
con sus pocos partidarios. Navegaron hacia el Helesponto,
desembarcaron cerca de Bizancio, y se dedicaron a hacer la guerra por
su cuenta, a la piratería, y a convertir aquel enclave crítico en
una pesadilla.
EL ASEDIO DE MILETO
Batalla de Lade |
Estos, por su parte, reunieron las
últimas flotas de las islas. Cien trirremes de quíos, ochenta de
los propios milesios, pero también de las polis de Priene, de
Miunte, de Samos, de Eritrea y de los focenses. Trescientas naves en
total, que confiaron entonces al estratego focense Dioniso.
Sin embargo, los persas conocían bien
a los jonios. Mientras reunían las tropas, enviaron mensajes
individuales a cada uno de los aliados jonios, prometiéndoles que si
hacían defección no serían castigados. En cambio, si se quedaban y
luchaban, sufrirían los más terribles castigos.
La primera oleada de respuestas a los
persas fue un no, pero desde ese momento, la desconfianza comenzó a
reinar entre los contingentes jonios. Dionisos, además, había
impuesto una férrea disciplina, con ejercicios diario de la flota,
preparándose para la gran batalla. Pero pasada una semana, la moral
y la disciplina jonias saltaron por la borda, todos comenzaron a
quejarse, y cuando cada uno vio que el equipo no respondía, dejaron
de pensar como aliados, y comenzaron a pensar cada uno en sus
intereses. Los samios fueron los primeros en pactar con los persas en
secreto.
El ejército terrestre persa se
acercaba a Mileto, pero la flota fenicia se presentó a dar batalla a
los jonios, y estos, una vez formados, se lanzaron contra ellos. Y
fue entonces cuando la diplomacia persa se mostró más dañina que
sus propias armas. Los samios y los lesbios abandonaron de súbito la
batalla, y esto provocó el pánico entre los demás jonios, que se
fueron desbandando. De todos ellos, quedaron los quiotas en la
batalla, y se enzarzaron con los fenicios, y dieron una gran batalla
en la que hicieron hazañas asombrosas. Capturaban una nave por cada
una que perdían. Embestían, cortaban remos, asaltaban naves
capitanas... Finalmente perdieron, pero a un alto coste para los
persas. Estos quiotas tuvieron que huir a tierra en los pecios que
les quedaron, los encallaron y huyeron tierra adentro, donde uno a
uno fueron cazados y exterminados.
Rodeados por mar, el asedio de Mileto
se volvió desesperado. Los persas se lanzaron contra sus murallas en
terribles asaltos que los jonios rechazaron con mucho dolor y muchas
pérdidas. Finalmente, fue la mina de las defensas y el uso de todo
tipo de ingenios (arietes, terraplenes, torres de asedio), finalmente
cayó. Sin embargo, Darío no quería su destrucción, sino un
ejemplo para las demás, y deportó a sus pobladores hacia el
interior de Asia. Desde entonces, Mileto fue ocupada por persas y
carios.
Los muros milesios no resisten. |
A destacar el destino de dos
personajes: Dionsisos, el estratego focense, e Histieo. Dionisos
consiguió abrirse paso fuera de la batalla, reunió tres trirremes y
se dedicó a la piratería el resto del año en las aguas de Fenicia,
pues les había jurado odio eterno. Y, habiéndose enriquecido a su
costa, y habiendo saciado su venganza y causado mucho daño, navegó
hasta Sicilia, donde siguió siendo un gran pirata para terror de
cartagineses y etruscos. Pero nunca perjudicó a los helenos de
aquellas tierras.
Histieo, en cambio, tenía planes
mayores. Aprovechó la derrota jonia para , con sus naves, intentar
construir una nueva nación dedicada a la piratería, acosando a los
que de los jonios, habían perdido más naves en la batalla: los
quiotas. Lo saqueó a placer, y aun extendió más sus correrías por
la Jonia, rapiñando y robando todo lo que podía, hasta que en una
incursión terrestre fue capturado por el general persa Harpago, y
dándose a conocer, con la esperanza de ser entregado a Darío, de
quien sabía que le personaría, fue para su desgracia entregado a
Artafrenes, que mandó empalarlo, aun a sabiendas que Darío se lo
reprocharía.
Así terminó la rebelión de los
jonios, el sueño de libertad imposible. Seis años transcurrieron
desde que Aristágoras se rebeló en el año 500 a.d.C. Tres años
estuvieron libres, pues la represión persa comenzó en el 497
a.d.C., con el asalto a Chipre. La campaña naval de Mileto duró
entre el 495 y el 494 a.d.C. Fueron los tiranos los que avivaron las
ansias de libertad que guardaban los jonios, como un rescoldo avivado
hasta convertirse en un gran incendio. Lo hicieron por sus propios
intereses, no por los de su pueblo, y de hecho, los causantes fueron
los primeros en abandonar a su propio pueblo cuando las cosas se
torcieron. Acaso quede esa lección para la historia.
Sin embargo, Darío no olvidó la
afrenta que los atenienses y los eretrios de Eubea le habían hecho.
Y comenzó a hacer planes de venganza. Pero eso, es otra historia.
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