Fuente: Heritage History |
Pues bien, fue el sátrapa Artafrenes
quien cerró el asunto de los jonios. Tras la deportación de los
milesios, Artafrenes se encargó de negociar con el resto de
ciudades, a las que trató con cierta justicia, aunque les impuso
pactos entre ellas para que renunciaran a sus querellas internas.
También regularizó el asunto de sus tributos, a partir de una
ambiciosa y juiciosa campaña de agrimensura y catastro, y creó, en
resumen, las condiciones para que los jonios lo tuvieran más difícil
para hacer defección de Darío, pero también, tuvieran menos
razones. Sobre todo, Artafrenes respetó los gobiernos democráticos
que se habían implantado y no devolvió a ningún tirano.
LA EXPEDICIÓN DE MARDONIO (492
a.d.C.)
A la primavera siguiente, Darío, que
seguía imponiendo una política expansionista, envió al nuevo
estratego, Mardonio, a castigar a los atenienses y eretrios. Mardonio
y su ejército descendieron hasta Cilicia. Allí, Mardonio embarcó
mientras su ejército seguía por tierra hasta el Helesponto, y la
flota reunida por los persas rodeó la costa jonia hasta el estrecho,
tendió un nuevo puente y permitió que el ejercito pasara a Europa.
Esta expedición es la primera que podemos englobar dentro de la I
Guerra Púnica.
Mardonio avanzó por la costa de la
Tracia que ya había conquistado el Mardonio anterior tras la campaña
de los escitas, y llegó hasta Macedonia, a los que venció y
sometió. Sin embargo, su flota, que le seguía por tierra, navegando
alrededor del monte Atos, sufrió una terrible tempestab que la
arrojó contra las rocas. Herodoto cuenta que entre los naufragios y
las «bestias» (¿tiburones?), perecieron casi veinte mil persas.
Este revés imposibilitó a Mardonio culminar su primera expedición
con un éxito total. Incluso se vio obligado a luchar por su vida
cuando su ejército se vio atacado por los feroces tracios brigos.
Sin embargo, los venció y sometió, y ante la imposibilidad de
descender a la Hélade con las fuerzas necesarias, regresó a Asia.
Si bien es cierto que los griegos se
habían librado, los persas ya estaban a las puertas de la Hélade
con la anexión de Macedonia.
Monte Atos, al final de la península. Fuente: Wikiwand |
EL BREVE RECESO (491 a.d.C.)
Darío seguía con la mira puesta en
Europa, y mientras preparaba la nueva expedición contra la Hélade,
envió una serie de embajadores a sus ciudades para solicitar tierra
y agua en señal de sumisión al rey. ¿Recordáis aquella famosa
escena de la peli de «300»? Pues justo así. Los persas llevaban un
cuidadoso registro de los pueblos que le entregaban tierra y agua, y
si alguno de los que lo habían hecho, más tarde se revolvía contra
Persia, lo tenían por traidor y su castigo era casi peor.
Tal vez sorprenda descubrir cuántas
polis entregaron a los embajadores tierra y agua, pero era casi
entendible: el imperio aqueménida no había sido derrotado ni
rechazado nunca, y los helenos tenían muchas cuitas entre ellos.
Tebas entregó tierra y agua. También lo hicieron los tesalios. Y de
las islas cercanas al continentes, hubo una, muy cerca del Pireo,
llamada Egina, que también lo hizo.
Atenas se sintió amenazada de forma
intolerable por Egina, y, como eran colonos de los lacedemonios,
fueron a Esparta a protestar. Por esta época, Esparta y Atenas se
llevaban muy bien. El rey Cleómenes atendió la reclamación y se
presentó en Egina a pedir cuentas.
Pero ocurrió que Cleómenes se
llevaba fatal con el otro rey, Demarato, y este tenía muchos
contactos en Egina, de manera que los movió para que los eginetas
despidieran a Cleómenes con cajas destempladas.
Cleómenes llevó muy mal esto, y tras
la fallida mediación, Egina y Atenas entraron en guerra. También
hay que tener en cuenta que Atenas no era una potencia naval, ni
mucho menos. No tenía todavía los muros largos, ni usaba el Pireo,
sino el Falero. Apenas tenían naves para luchar contra los eginetas,
y tuvieron que pedírselas prestadas a los corintios (que también se
llevaban bien con ellos puesto que Atenas no estaba abierta al mar
todavía). De hecho, los atenienses eran tan patéticos en el mar que
unos experimentados eginetas les vencieron en batalla y los
atenienses tuvieron que aguantarse.
Mientras, en Esparta, Cleómenes
conspiró contra Demarato. Aprovechando las dudas que había sobre su
verdadero padre. En efecto, había bastantes dudas sobre si el rey
Aristón, que se había casado por tercera vez tras dos matrimonios
sin hijos, con una mujer ya casada, era el verdadero padre, o bien su
esposa ya llegó embarazada de su primer marido al matrimonio. La
polémica fue aprovechada y removida por Cleómenes, hasta que los
espartanos decidieron preguntar al oráculo de Delfos. Aquí,
Cleómenes hizo valer su influencia y acordó con el Consejo Oracular
que confimarían la ilegitimidad de Demarato. Así que este rey fue
depuestos, y luego humillado en público. Esto provocó su autoexilio
de la ciudad, para desgracia de los helenos, porque Demarato
comenzaría un largo viaje hasta Persépolis, donde se puso al
servicio del Rey de Reyes.
LA EXPEDICIÓN DE DATIS Y ARTAFRENES.
(490 a.d.C)
Darío I. Fuente, National Geographic |
La flota persa era poderosa y las
tropas de tierra se emplearon bien contra las islas. Una por una, las
Cícladas fueron cayendo, y los persas reclutaban a los hombres y los
barcos como aliados, mientras tomaba a sus hijos como rehenes y
quemaba sus santuarios en algunos casos, por su participación en la
revuelta.
Así llegaron a la isla de Delos, en
el centro del Egeo. Esta isla era sagrada para los griegos, pues
creían que allí habían nacido Artemisa y Apolo, hijos de Zeus, y
había un importante templo, y un oráculo. Aquí, Datis no permitió
que sus tropas la mancillaran. Al contrario, al saber que los delios
habían abandonado su ciudad, los hizo llamar, los tranquilizó y
dejó indemne sus templos.
Hemos de entender que esta era la
política religiosa persa, que en sus conquistas respetaba las
costumbres y creencias de los pueblos a los que sometían,
conscientes de que los hombres son capaces de soportar casi cualquier
desgracia, salvo unas pocas, y entre esas pocas está la falta de
respeto a sus dioses. La maniobra persa tenía como objetivo
transmitir un mensaje: los que hicieron mal al Rey, sufrirán las
consecuencias. El resto, serán sometidos pero tratados con justicia.
Saltando de isla en isla, los persas
lanzaron finalmente el asalto a gran isla de Eubea, situada al este
de Grecia, en la que estaba la ciudad de los eretrios. Estos fueron
recibiendo noticias de la llegada de sus enemigos, y llegaron a pedir
ayuda a los atenienses, que les enviaron cuatro mil hoplitas clerucos
que tenían en la región de los calcídicos. Sin embargo, aquella
llamada había sido prematura, y la asamblea de Eretria no se
terminaba de aclarar. Algunos proponían resistir en la ciudad y
otros, retirarse a los lugares elevados de la isla. Sin embargo,
había un bando entre los aristócratas que planeó en secreto
entregar por traición la ciudad a los persas. Uno de los nobles de
la ciudad, previendo un dramático final, avisó a los atenienses
para que se largaran, y estos cruzaron a la desesperada el estrecho
que hay entre Eubea y el continente, y así se salvaron, porque muy
pocos días después, desembarcaron los persas, prepararon su
ejército y marcharon contra Eretria.
La ciudad finalmente decidió resistir
dentro de sus murallas, y durante siete días, los persas lanzaron
asalto tras asalto a las murallas, y ambas partes sufrieron muchas
bajas, pero una mina terminó derribando un trozo de muro y por ahí
entraron los persas. Cayó la ciudad, y Darío se cobró así la
mitad de su venganza. Los hombres de la ciudad fueron esclavizados y
transportados en los barcos de la flota. Ya sólo les quedaba a Datis
y Artafrenes un último paso: hacer con los atenienses lo mismo que
con los eretrios.
CORRIENDO HACIA MARATÓN
Con la expedición marchaba un anciano
Hipías, hijo de Pisístrato, ambos tiranos de Atenas. Fue él quien
indicó a Datis dónde podría desembarcar para buscar una llanura
amplia, adaptada a las tácticas persas y al uso de caballería. Ese
lugar era la llanura de Maratón, y hacia allí se dirigió la flota,
que llegó en un día de navegación tras descansar seis entre los
rescoldos de Eretria.
Pues bien, los atenienses, sabiendo lo
que se les venía encima, movilizaron a todas sus tribus y
estrategos, y pensando que no iban a ser suficientes, enviaron a un
veloz mensajero, un hombre que entraría en la leyenda: Filípides.
Dice Herodoto que el veloz mensajero llegó a Esparta al fin del
segundo días tras salir de Atenas, y les llevó el siguiente
mensaje:
«Oh,
lacedemonios, los atenienses os piden que vayáis en su auxilio y que
no permitáis que una ciudad antiquísima entre los helenos caiga en
la esclavitud por obra de unos hombres bárbaros: pues ya en la
actualidad Eretria está esclavizada y, debido a esta insigne ciudad,
la Hélade se ha
hecho mucho
más débil».
Filípides, en una representación idealizada. Fuente: Del blocao a la trinchera |
Filípides regresó igual de veloz, pero, tal vez a causa del amargo
mensaje que llevaba a Atenas, aderezó una historia estupenda. A su
vuelta a la ciudad, tras transmitir la respuesta de Esparta,
Filípides contó que en un bosque se le había aparecido el dios
Pan, y le había dicho que no entendía por qué Atenas no le rezaba,
pues él estaba bien dispuesto hacia ellos, y les pidió que le
hicieran un altar. De momento, parecía que la única ayuda que iban
a tener era la del dios de cabeza caprina. Así de cruda pintaba la
cosa.
El ejército completo de Atenas marchó hacia Maratón y acampó en
el santuario de Heracles. Allí fue donde le sonrieron los dioses,
pues sin esperarlo, cuatro mil plateos se unieron a sus fuerzas.
Platea y Atenas habían firmado ya su famosa alianza, y la ciudad
ática apoyaba a Platea frente a la presión de los beocios. Y en
aquella ocasión, los plateos honraron su alianza de forma decisiva.
Los dos ejercitos estaban acampados, cada uno a un extremo de la
llanura. Por aquel entonces, Atenas había sacado a sus diez
estrategos, uno de los cuales era Milcíades, hijo de Cimón. El tal
Milcíades, nos cuenta Herodoto, ya era conocido por los persas.
Había estado mucho tiempo en el Quersoneso, y vivió la revuelta
jonia desde aquella estrecha península en la orilla norte del
Helesponto. El territorio era muy fértil, y desde hacía tres
generaciones había sido colonizado por atenienses, llamados por los
tracios en su apoyo siguiendo un curioso oráculo. Pues bien,
Milcíades había escapado dos veces ya de la muerte: una,
consiguiendo huir de una emboscada tramada por los fenicios para
capturarlo y llevarlo prisionero al Rey. Así de efectivo había sido
en su apoyo a la revuelta. La segunda ocasión, tras ser acusado en
Atenas de gobernar en el Quersoneso por encima de las leyes; dicho de
otra manera, acusado de «tiranía». Pero también se había
librado.
Milcíades era estratego aquel año, y de los diez presentes, era el
que tenía más claro que en aquellas condiciones era posible vencer
a los persas. Los conocía. La creencia de que la falange griega
podía tumbar a la infantería persa ya circulaba por ahí.
Recordemos que, en el artículo de la revuleta jonia, Aristágoras
usa los mismos argumentos cuando intenta convencer a Cleómenes de
Esparta para que apoyen la revuelta: los persas no llevan escudo y
sus armas son ligeras. Lo que pasa es que, hasta el momento, era solo
una teoría, ya que los persas habían vencido a los jonios una y
otra vez, y ningún pueblo se les resistía.
Los héroes de Maratón, de George Rochegrosse. 1859 |
El caso es que Calímaco votó finalmente a favor de combatir. Como
entonces, cada día un estratego ostentaba el mando, los que habían
votado a favor proponían a Milcíades cederle el mando, pero dice
Herodoto que Milcíades esperó a su turno legítimo. Esto es muy
llamativo, porque en mi opinión sugiere que el ateniense no tenía
especial prisa en atacar pues no parecía que los persas esperaran
más refuerzos. Retomaremos este asunto en los párrafos siguientes.
Pues bien, por fin llegó el día de Milcíades y este sacó al
ejército, comprobó que los augurios eran buenos y arengó a las
tropas. Sin duda, el estratego tenía un plan. Calímaco y su tribu,
por derecho, formó el ala derecha ateniense, y a continuación se
colocaron las otras nueve tribus, cada una con su estratego. Sin
embargo, a estas formaciones, Milcíades les obligó a reducir su
profundidad para expandir su frente, pues quería igualar la longitud
de su frente a la de los persas. Finalmente, los plateos, formados en
falange completa y profundidad normal, ocuparon el ala izquierda. De
esta manera, las dos alas estaban bien reforzadas, pero su frente era
débil.
Entonces Milcíades reveló su plan. Había dado órdenes a todos
para que, en lugar de avanzar en formación a paso de combate,
rompieran a correr hacia la línea persa. Les separaba algo más de
1600 metros. Jo, imaginad la escena: casi 10.000 atenienses y 4.000
plateos, totalmente acorazados, entonando el peán y rompiendo a
correr por la llanura hacia sus enemigos. El suelo temblaría.
Dice Herodoto que los persas los vieron y creyeron que estaban
locos, pues los griegos no tenían ni arqueros ni caballería, y
cargaban directamente hacia ellos sin haberlos debilitados. Los
persas y sus primos los sacas (escitas) formaban el centro persa.
Eran tipos muy duros que luchaban según la formación sparabara, con
un soldado en el frente sosteniendo un gran escudo, y nueve arqueros
detrás. En las alas, los persas pondrían a sus aliados y, si estuvo
presente, a su caballería.
Fuente: History Heritage |
El choque de las líneas fue brutal, y los griegos se estrellaron
contra los spara del centro y los aliados en las alas. Y nos dice
Herodoto que fue un combate muy largo, y que los persas y sacas
lucharon con gran fiereza. De hecho, el centro griego fue roto y
puesto en fuga.
Pero, ay, en las alas, la falange llegó a formarse tras la carrera,
y se enfrentaron tropas más débiles. Los griegos se impusieron en
los extremos de la línea, y cuando ya pusieron en fuga a sus
enemigos, giraron y cargaron contra el centro, sorprendiendo a los
soldados persas. Pues bien, fue en ese combate de melé donde el
equipo griego hizo valer su mayor protección. Los persas se vieron
sorprendidos y rompieron la línea. Comenzó una terrible persecución
hacia las naves persas que dejó las orillas llenas de cadáveres,
pues volver a embarcar fue muy difícil, y los griegos fueron a por
ellos con ganas. Capturaron siete naves. Incluso intentaron asaltar
las naves que partían, pues dice Herodoto que uno de los notables
griegos fue muerto tras ser cortada su mano mientras se agarraba a
los adornos de la popa de un trirreme.
Cuando los persas se alejaron de la orilla, habían perdido a más
de seis mil hombres, contra doscientos griegos nada más. Los persas,
contra todo pronóstico, habían sido derrotados. Algo que no se
había visto jamás.
Lo que ocurrió a continuación ha sido fuente de un error que se ha convertido en leyenda. Pues no es este el momento en el que Filípides regresa corriendo a Atenas a anunciar la victoria, y cae muerto. Eso no ocurrió así. Lo que ocurrió es aun más increíble. Veréis, los persas embarcaron, fueron a buscar los refuerzos que habían dejado en una isla cercana, y pusieron rumbo a Atenas, porque sabían que el ejército estaba en Maratón, y por lo tanto, la ciudad estaba desprotegida. Esto es lo que cuenta Herodoto. No fue Filípides quien regresó a Atenas corriendo. Fue TODO EL JODIDO EJÉRCITO ateniense el que, después de haber luchado toda la jornada, tuvo que volver a paso ligero para adelantarse a la flota persa.
Fue el camino más angustioso y doloroso del que tenían memoria los atenienses. Pequeños grupos iban quedando rezagados. Algunos soldados quedaron muertos en el suelo, de puro agotamiento. Pero tras unas horas angustiosas, el ejército descendió al Falero poco antes de que la flota persa asomara, y puestos en la orilla, los persas no se atrevieron a lanzar un desembarco anfibio, algo que las trirremes no permitían debido a su construcción, si había fuerzas decididas a resistir en la orilla. Así fue como los persas se retiraron. Nunca supieron que a poco que hubieran presionado a los atenienses, estos se hubieran caído al suelo de agotamiento, pues se apoyaban en sus lanzas para no caer, les temblaban las piernas, y se apoyaban hombro contra hombro para sostenerse.
Lo que ocurrió a continuación ha sido fuente de un error que se ha convertido en leyenda. Pues no es este el momento en el que Filípides regresa corriendo a Atenas a anunciar la victoria, y cae muerto. Eso no ocurrió así. Lo que ocurrió es aun más increíble. Veréis, los persas embarcaron, fueron a buscar los refuerzos que habían dejado en una isla cercana, y pusieron rumbo a Atenas, porque sabían que el ejército estaba en Maratón, y por lo tanto, la ciudad estaba desprotegida. Esto es lo que cuenta Herodoto. No fue Filípides quien regresó a Atenas corriendo. Fue TODO EL JODIDO EJÉRCITO ateniense el que, después de haber luchado toda la jornada, tuvo que volver a paso ligero para adelantarse a la flota persa.
Batalla de Maratón, por Brian Palmer |
DESPUÉS DE LA BATALLA
En Atenas, Milcíades se convirtió en una celebridad. Había
dirigido el ejército en la jornada más gloriosa que habían vivido
jamás, y cuando él les pidió armas y barcos para hacer una
expedición, ni siquiera le preguntaron a dónde. Se lo entregaron
todo, y él la aprovechó para atacar la isla de Paros. Pero aquella
expedición, que fue al año siguiente, no salió bien. Los parios se
negaron a pagar la cantidad que pedía el estratego para librarse del
ataque, los atenienses asaltaron la ciudad y Milcíades fue herido en
el muslo y trasladado a Atenas, donde moriría semanas más tarde de
gangrena.
Pero la ciudad había conseguido algo grande, y en su espíritu,
había cambiado. En los años siguientes, los persas no volvieron, y
una veta de plata fue encontrada en el Laurión. La ciudad acordó
repartir los beneficios entre todos los ciudadanos, pero un al
Temístocles (jeje) propuso otra cosa: invertir el dinero en la
creación de una gran flota. Tan grande que ya no cabía en el
Falero, así que tuvo que acondicionarse un nuevo puerto: el Pireo.
Dicha flota no tenía como objetivo luchar contra los persas, sino
contra los eginetas. Fue en esos años de guerra contra la isla de
Egina cuando Atenas aprendió a luchar en el mar y se convirtió en
una potencia marítima.
En Esparta, el ejército salió tras la luna llena, y llegaron a
Maratón días después de la batalla, sólo para ver los cadáveres
persas, inspeccionarlos y ver cómo eran sus armas y ropas, pues no
habían visto jamás a los terribles persas.
Ocurrió en los meses siguientes que Cleómenes y sus intrigas
fueron puestas al descubierto, y él, temiendo por su vida, y con una
personalidad inestable, cayó en una depresión paranoica y
esquizofrénica, a juzgar por los datos que da Herodoto. Comenzó las
conspiraciones más peregrinas en contra de Esparta con sus amigos
aqueos, pero los Éforos lo capturaron y lo ataron a un cepo. Sin
embargo, él asustó a un hilota hasta convencerlo de que le diera un
cuchillo, y se hirió a si mismo en las piernas y en el vientre, y
terminaría muriendo. Esto provocó que la dignidad real recayera en
un tal Leónidas (jeje), que se casaría con la hija de Cleómenes,
Gorgo.
En Persia, Maratón fue un revés, pero tampoco muy grave. La
expedición tenía unas capacidades limitadas. Era «pequeña» para
el estándar persa. Salvo la derrota ateniense, todos los objetivos
militares se habían conseguido: las islas del Egeo pertenecían a
Persia, como también las tierras de Tracia y Macedonía eran
tributarias del imperio. Y la isla de Eubea había sido arrasada.
Darío se propuso, ahora así, realizar una expedición él mismo, y
ordenó a las ciudades de su imperio preparar lo necesario. Debemos
decir que los persas sabían preparar estas cosas. Durante tres años
se reunieron tropas y alimentos, y Darío nombró finalmente a Jerjes
como heredero, aunque no era su primogénito (pero sí el primer
nacido una vez fue rey). Jerjes era hijo de Atosa, hija de Ciro el
Grande. Atosa, según dice Herodoto, tenía todo el poder en la corte
y desplazó a la primera esposa de Darío, aunque también nos dice
el de Halicarnaso que por estos días, Demarato, el rey espartano
depuesto, llegó a la corte de Darío y le sugirió que Jerjes era la
mejor opción, basándose en esa misma costumbre, pues era la que se
aplicaba en Esparta.
Al cuarto año hubo una revuelta en Egipto que obligó a cambiar los
planes de Darío y a planear un ataque a ambos frentes. En este punto
le alcanzó la muerte, y así su hijo Jerjes subió al trono.
De lo que pasó en adelante, hablaremos en el siguiente artículo.
EL EJÉRCITO ATENIENSE DE LA PRIMERA GUERRA MÉDICA
En DBA, esta lista es la I 52, variante e. Es una lista muy sencilla: 10 peanas de hoplitas, una de ellas general, y dos peanas de psilois. En esta época todavía los atenienses no habían desarrollado su ejército clásico con peltastas y caballería.
Para AdlG, la lista es completamente análoga. Masas de hoplitas, infantería pesada con lanza, acorazada, y un número muy limitado de infantería ligera con jabalina. Duro y correoso, pero muy limitado en maniobra. Se puede entender bien por qué lucharon como lo hicieron en Maratón.
EL EJÉRCITO ATENIENSE DE LA PRIMERA GUERRA MÉDICA
En DBA, esta lista es la I 52, variante e. Es una lista muy sencilla: 10 peanas de hoplitas, una de ellas general, y dos peanas de psilois. En esta época todavía los atenienses no habían desarrollado su ejército clásico con peltastas y caballería.
Para AdlG, la lista es completamente análoga. Masas de hoplitas, infantería pesada con lanza, acorazada, y un número muy limitado de infantería ligera con jabalina. Duro y correoso, pero muy limitado en maniobra. Se puede entender bien por qué lucharon como lo hicieron en Maratón.
Ejéricto ateniense, I 52e. Fuente: Dux Homunculorum |
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