jueves, 24 de junio de 2021

II Guerra Médica. La quema de Atenas y la batalla de Salamina.

Saludos. Tras la rápida retirada de los griegos mientras Leónidas y los suyos retenían a los persas un día más, este ejército terrestre regresó al Peloponeso, a sus ciudades. En cambio, la flota que protegió el Artemisio se concentró en la isla de Salamina, cerca de Atenas, y la razón fue la siguiente: los atenienses pidieron a los lacedemonios dejar la flota allí porque ya habían abandonado el Ática y se habían refugiado allí, pero si la flota se marchaba, los atenienses se quedarían atrapados en la isla sin posibilidad de salvación.

A Salamina y al istmo fueron llegando las noticias del avance de los persas hacia el interior de la Hélade. Supieron así que el ejército se dividió en dos columnas: una marchó hacia Delfos, para llevarse el tesoro que había depositado y que era enorme; la segunda atravesó Beocia sin hacer daño, puesto que los tebanos y aliados se les habían pasado, salvo en el territorio de Platea, que arrasaron, y entraron por fin en el Ática.

               

EL ASALTO A DELFOS    

Delfos. Fuente: Sinnaps

Esta historia está casi olvidada, pero un importante contingente marchó hacia “el ombligo del mundo”, hacia el santuario de Delfos. Desesperados, los delfios consultaron al oráculo, y este les dijo que él, como dios, bastaría para defenderse. Que podían hacer lo que quisieran. Por lo tanto, la mayoría abandonó la ciudad en dirección a la Acarnania, pero sesenta defensores se quedaron en el santuario, haciendo terribles juramentos. Herodoto nos cuenta que se produjo un prodigio entonces, pues aparecieron las armas del dios, panoplias para los últimos defensores.

Bien, ocurrió que los persas sabían que se dirigían a uno de los lugares más sagrados del mundo, y eso les infundía mucha inseguridad. Los defensores se las apañaron para provocar varios desprendimientos a lo largo del tortuoso camino de acceso a Delfos, lo que provocó el pánico entre las filas medas, y que los defensores aprovecharon para caer sobre ellos en un lugar propicio, poniéndolos en fuga y causándoles numerosas bajas debido a lo escarpado del terreno. De esta manera, sesenta hombres no menos valerosos que los 300, mantuvieron el santuario a salvo.

 

LA QUEMA DE ATENAS

La huida de Atenas y la quema de la ciudad.
Fuente : Arts.dot

Mientras, Jerjes y el grueso de su ejército entró en el Ática y se dirigió a Atenas, ya abandonada. Pero ocurrió que sí quedaron un grupo de defensores en la Acrópolis, que fortificaron con un muro de madera (la acrópolis que nos ha llegado es la que fue reconstruida después de estos hechos, claro). Durante varias semanas, los persas fueron rechazados en sus asaltos a la ciudadela.  Los defensores pasaron terribles penurias, sin agua ya y sin comida, y en un asalto de las tropas de montaña de Jerjes, estos entraron por la noche trepando por las rocas, abrieron la puerta, y el resto del ejército se coló por ahí.

En ese momento se registraron los eventos más dramáticos. Cuenta Herodoto que, desesperados, los defensores se arrojaban al vacío, o sin fuerzas, tendían los brazos hacia los invasores, pidiendo clemencia en vano, y cayeron bajo sus golpes. Entonces, Jerjes, tras conquistar la ciudad alta ordenó la quema de los templos y la total destrucción de la ciudad. Imaginad esto: para los atenienses, era el fin del mundo.

Estas fueron las terribles noticias que llegaron a los atenienses refugiados en Salamina. En ese momento ya no tenían patria, pues había sido reducida a cenizas.

 

LAS DUDAS DE LOS GRIEGOS

 Con tan terribles noticias, la flota griega en la isla de Salamina realizó su consejo de guerra. Euribíades de Esparta, el estratego, quería llevar la flota al istmo y prepararse para la defensa del Peloponeso. Sin embargo, el ateniense Temístocles no estaba de acuerdo. Había luchado con los persas en el Artemisio, y sabía que si bien a mar abierto estaban perdidos, la isla, en la entrada del golfo Sarónico, creaba unos estrechos en los que sus enemigos no podrían aprovechar su ventaja numérica, y aun les sería un estorbo, si hubiera una batalla. Sin embargo, debía convencer a los demás, y durante ese consejo, no encontró el argumento.

Temístocles, pensativo.

Sin embargo, en un receso, tras haber decidido la retirada, un ateniense se acercó a Temístocles y le preguntó cuál había sido el resultado de las deliberaciones. Cuando este se lo contó, chasqueó la lengua y le dijo: “Si luchan con el Peloponeso a sus espaldas, cada uno pensará en su patria y se retirará para luchar por ella. En cambio, aquí lucharíamos por todos los griegos”.

Al estratego le pareció que era el argumento que necesitaba. Convenció a Euribíades para volver a retomar la sesión, y llevó el nuevo asunto a la discusión. Curiosamente, el que más se opuso fue el estratego corintio, que gritó a Temístocles que guardara silencio, puesto que ya no tenía patria a la cual representar. Entonces, el ateniense jugó su última baza: amenazar a la flota con retirar los barcos atenienses, y marchar al oeste, a Italia, siguiento un oráculo, y fundar una nueva ciudad.

Las naves atenienses eran más de la mitad de la flota griega. Sin ellos, cualquier intento de resistencia en el istmo frente a los barcos persas estaba condenado al fracaso. La estrategia espartana no serviría. De este modo, la flota griega aceptó a regañadientes el planteamiento de Temístocles, que esperaba defender en Salamina todo el Peloponeso. En efecto, si el ejército terrestre de Jerjes hubiera avanzado hacia el istmo sin la flota, los griegos podrían desembarcar a su espalda y atacarles por retaguardia. Por lo tanto, la flota persa debía avanzar. Pero para avanzar, debían pasar junto a Salamina…

 

EL CONSEJO DE GUERRA DE JERJES.

Mientras, Herodoto nos cuenta lo que ocurría en el campamento persa. Jerjes convocó un gran consejo de guerra en el que fue preguntando por orden a sus diferentes generales si debía presentar batalla naval a la flota griega. Pues bien, todos los presentes le animaron a entablar batalla, pues tras la quema de Atenas, lo que les quedaba era infligir la última y definitiva derrota a los griegos. Sin embargo, hubo una voz discordante. Una estratego extremadamente competente. Una reina caria que comandaba la escuadra jonia de Halicarnaso. Su presencia en la flota, en su lucha contra la Hélade, fue tan mal recibida por su sexo que de todos los enemigos, solo Artemisia tenía puesto precio a su cabeza por parte de los helenos. Y aun así, no había dudado en seguir a Jerjes hasta allí.

Artemisia era muy apreciada por Jerjes, y ella le recomendó no atacar inmediatamente. Buena conocedora de la política interna de los griegos, en su lugar recomendó a Jerjes esperar, pues las polis no serían capaces de mantenerse unidas. Que no atacara por mar, sino que dejara ver que su ejército de tierra se dirigía al istmo. Esto haría derrumbarse cualquier intento de unidad por parte de los griegos, que correrían cada uno a su ciudad o al istmo, comenzando por los espartanos.

Y aunque Herodoto nos cuenta que Jerjes recibe con agrado el consejo pero no le hace caso, los hechos que nos cuenta desmientes su afirmación previa, pues el ejército fue en efecto movilizado, al menos una avanzadilla, hacia el istmo, y marcharon cerca de la costa para ser vistos desde Salamina.  Y como Artemisia había predicho, esto hizo tambalearse la unidad de los griegos.

 

El consejo de Jerjes. Fuente: Fineartamerica

EL DÍA ANTES DE LA BATALLA

En efecto, la vista del ejército persa avanzando hacia el istmo hizo que los griegos, ansiosos, volvieran a convocar una nueva asamblea para tomar una nueva decisión y marchar al istmo. Esta vez ni las razones de Temístocles los convencían. Viendo que todo su esfuerzo iba a arruinarse, Temístocles tomó una decisión que sería uno de los puntos de inflexión de la historia.

Sitial de Jerjes en el Eleusis. Fuente: Pinterest

Escribió un mensaje para el rey Jerjes y envió un mensajero en barco para entregarlo. En poco tiempo llegó al Pireo, y entregó la carta. Y en ella, Temístocles informaba a Jerjes que era el momento propicio para atacar a los griegos  y vencerlos, ya que estaban muy asustados, y que en tal caso, se acordara de que Temístocles de Atenas le había hecho un gran servicio.

Que Temístocles era un experto navegando entre dos aguas, Herodoto mismo nos lo dice. Pero ya fuera para asegurarse su futuro si eran derrotados por los persas, o bien para dirigir a los persas a la batalla a pesar de que ni griegos ni persas lo deseaban, para aprovechar la última oportunidad que tenían los griegos para vencerlos, es imposible de saber.

Sin embargo, la carta convenció a Jerjes de que debían atacar ya, y al caer la tarde, siguiendo una estrategia parecida a la del Artemisio, ordenó que los trirremes egipcios aprovecharan la oscuridad de la noche y rodearan Salamina por el sur, para cerrar el estrecho al otro lado. De esta manera, a la mañana siguiente, la flota persa entraría por la otra entrada y los griegos estarían atrapados.


Fue una larga noche, pero los egipcios no supieron que desde la isla de Egina, unos kilómetros al sur de Salamina sí era posible detectarlos. De forma de esa madrugada, una nave egineta cruzó hasta Salamina y llegó antes del alba, encontrando a los griegos reunidos en consejo, decidiendo la retirada. Les informó que estaban bloqueados y sin escapatoria, así que acabaron la reunión y se dirigieron a los barcos, pues ya solo esperaban que la flota principal entrara en los estrechos desde el Pireo.

 

LA BATALLA DE SALAMINA        


La flota persa, en efecto, avanzó desde el Pireo. En primer lugar desembarcó muchos guerreros en la pequeña isla de Sitalia, que cerraba el estrecho, y luego fue penetrando en él buscando el combate con los griegos.

La flota griega salió a toda prisa y en mal orden desde dos playas. Se dice que a la luz del alba, Temístocles habló a sus hombres, arengándoles para que lo dieran todo en la batalla.

Los persas se dividieron en dos columnas, una a cada lado de Sitalia. El contingente jonio se enfrentó a los atenienses, mientras que las naves fenicias se adentraron más para encontrarse con las naves peloponesias. El resto de la flota fue entrando poco a poco, pues no había espacio.

Mucho se ha hablado sobre la supuesta genialidad táctica de Temístocles, como si tuviera un plan perfectamente pensado, todo al detalle. Sin embargo, lo que nos cuenta Herodoto no es eso. La noticia de la presencia persa llega en una asamblea en la que se está discutiendo la retirada, no la estrategia para la batalla. Los griegos se ven forzados a pelear, por lo que no hay tiempo para establecer una táctica complicada. Sin embargo, la batalla es ventajosa. He ahí el plan de Temístocles, cuyas previsiones no iban más allá de “atraer a los persas a un lugar estrecho y luego ya veremos”.

La batalla. Fuente: Deadliestblogpage

Pero solo unos pocos griegos estaban mentalizados para combatir. Para desesperación de los estrategos, no pocas naves comienzan a ciar hacia la orilla rehuyendo el contacto con los persas. Algunas vuelven incluso a la orilla. Hizo falta que una de las naves atenienses fuera embestida por otra persa, y pidiera ayuda, para que rompiera el combate al fin, y la lucha comenzara.

Desde el sitial en el Eleusis, Jerjes y sus secretarios tenían una visión clara de los estrechos, y fueron testigos del violento encuentro de las flotas. El relato nos sugiere que precisamente esto fue lo que más perjudicó a los persas. Su flota se componía de contingentes muy diversos, y sus trierarcas, conscientes de las ventajas y premios que Jerjes da a los que luchen con más valor, comienzan a realizar acciones en desorden, pensando únicamente en destacar. Por el contrario, dice Herodoto que los griegos mantuvieron cierta formación, lo que en los lugares estrechos les dio ventaja.

La lucha se dio a través de embestidas y abordajes, sin espacio posible para ninguna táctica más elaborada. Las naves se trababan unas con otras. Pero en cierto momento, según nos deja entender el padre de la Historia, los persas en primera fila empezaron a retroceder mientras el resto de su flota seguía entrando en los estrechos, lo que provocó un monumental atasco que trabó a la mayoría de las naves, dejando libres a los griegos para perseguir, con superioridad, a las pocas naves que aun estaban libres. Al menos, eso dice Herodoto, que muchas naves se perseguían y se abordaban.

Así pasó, por ejemplo, con Artemisia, que siendo perseguida, y consciente de que su cabeza tenía precio para los griegos, decidió embestir una nave persa para hacer creer a sus perseguidores que se había pasado a su bando como jonia.  Irónicamente, Jerjes interpretó desde la distancia que la nave de Artemisia había hundido una nave enemiga, en lugar de una amiga.

Artemisia de Caria. Fuente: Pinterest

Las naves de la flota persa vendieron caro el pellejo, no obstante. Hay noticias de una nave samia que embistió a unos egesteos, para luego ser embestida. Y estos samios, aliados de Jerjes, abandonaron su nave, subieron a la nueva, la capturaron y siguieron luchando, por ejemplo.

Pero finalmente, la flota persa fue puesta en fuga, y fue entonces cuando comenzó la masacre, porque una pequeña flotilla desde Egesta se había detenido en la entrada del canal, aguardando el resultado de la batalla. Cuando vieron a las naves de Jerjes huir en desbandada, comenzaron a atacarlas por sorpresa, e hicieron mucho daño. Y fue entonces cuando un ateniense vio a  la infantería desembarcada en Sitalia, que estaba atrapada en la isla, y tras reunir varias naves, desembarcó allí por una punta y salió por la otra, sin que los griegos dejaran a uno solo enemigo con vida en esa isla.

Contra todo pronóstico, la flota persa había sido derrotada, y por primera vez, Jerjes había sido detenido.

 

AL DÍA SIGUIENTE DE LA BATALLA.        

Los griegos se retiraron a descansar y a reparar sus naves, pues esperaban que al día siguiente los persas volvieran a hacer un intento. No sabía, pues, lo que ocurrió en el campamento de Jerjes.

Aunque este se resistía a reconocer la derrota, y se dieron instrucciones para cerrar el estrecho con una cadena de barcos, hizo un nuevo consejo, en el que Mardonio le aconsejó retirarse. Puesto que Jerjes había cumplido su venganza contra Atenas, su honor estaba a salvo y podía retirarse victorioso. Que él terminaría la conquista, y Jerjes reconoció que tenía razón, y se preparó para la vuelta.

Obviamente, Jerjes no pensaba huir en su flota. Retomó el camino por tierra, tras dejar a Mardonio un gran contingente con las mejores tropas, y volvió por el camino inverso al hecho. Eso sí, confió sus hijos a Artemisa, que regresó con la flota a la Jonia.

¿Por qué tantas prisas? Pues veréis, la preocupación de Jerjes era la siguiente: si la flota persa era vencida y destruida, nada impediría a los griegos navegar hasta el Helesponto, cortar los puentes, y dejar al rey atrapado en Europa. Ese fue su principal temor. Por ello se retiró por tierra mientras su flota se adelantaba al Helesponto y se disponía a protegerlo. Tardó 45 días en regresar así a Asia.

¿Y qué hizo la flota griega? Pues lanzarse en persecución de la flota persa, recapturando las islas del Egeo que habían caído en poder persa. Sin embargo, cuando llegaron a mitad de camino, el estratego espartano decidió, al no encontrar rastro de los persas, que habían ganado más y que perseguir a los persas era ya demasiado arriesgado. Temístocles, frustrado por no rematar la faena, no dejó escapar la oportunidad de beneficiarse personalmente de todo: por una parte, usó a sus tropas para extorsionar a las islas griegas que habían ayudado a Jerjes para enriquecerse personalmente a cambio de levantar los asedios contra ellas. Por otro, envió un mensaje personal a este, diciendo que gracias a él, los griegos habían sido convencidos para no demoler los puentes del Helesponto y permitirle así el regreso a Asia. Que no se olvidara de la ayuda que le había prestado. Este fue Temistocles.

Embestidas y maniobras. Fuente: Pinterest

 

Así terminó el año 479 a.d.C., con las tropas persas de Mardonio pasando el invierno en Tesalia, y la liga griega, regresando a sus hogares. Entre ellos, los atenienses, que regresaron a una Atenas destruida, ennegrecida de los fuegos, pero sobre la que edificaron a toda prisa unos pobres refugios y comenzaron la reconstrucción, rumiando su venganza contra los causantes de su desgracia.

 


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