Saludos. Habíamos dejado
a Aníbal victorioso en el campo de Cannas, todo cubierto con los
cadáveres de sus enemigos. Roma estaba hundida, humillada y los
últimos aliados que le quedaban en Italia la abandonaron para unirse
al bando cartaginés. Hablamos de aliados tan cercanos como Capua,
por ejemplo. Los ecos llegaron hasta Sicilia y Cerdeña, donde
agitaron los sueños de los jefes y tiranos que hasta entonces se
decían «amigos de Roma».
En este momento vamos a
poner en contexto todo esto. Estamos en el 216 a.d.C., el tercer año
de esta guerra. Y el conflicto acaba en el 201 a.d.C. ¿Qué pasó
entonces? Pues os anuncio que con este artículo terminamos, así
que... Veréis, veréis lo que pasó.
En Roma, la lección de
Cannas les hizo recapacitar sobre la oportunidad y acierto de la
estrategia de Quinto Fabio, el Procrastinador. En su hora más
oscura, los romanos reunieron los hombres, las armas y los recursos
que les quedaban y se dispusieron a resistir. Quinto Fabio fue
elegido cónsul, y repetiría en el cargo, viendo premiados así su
inteligencia y tenacidad a la hora de ceñirse a sus planes. Los
ejércitos fueron divididos en pequeños contingentes que se
limitaron a estorbar los movimientos de Aníbal, a debilitarlo
dificultando su aprovisionamiento, esperando una ocasión propicia
para atacar si llegaba, y a no dejarse arrastrar al combate en caso
contrario. Esperaban un milagro. Y sus plegarias se vieron atendidas,
porque dicho milagro llegó con el nombre de Publio Cornelio Escipión
junior.
Recordemos que Publio
Cornelio Escipión senior y Cneo Cornelio, padre y tío del joven
Escipión respectivamente, seguían en Hispania. El plan de Roma
incluía resistir en Italia para dar tiempo a estos dos de expulsar a
los cartagineses de la Península Ibérica, pues si eso ocurría, la
guerra daría un giro radical.
Aníbal, mientras, se
dedicó a recorrer Italia, repartiendo la carga del mantenimiento de
su ejército entre sus aliados, por turnos. No podía recibir más
refuerzos, y con cada baja sufrida en el camino, o emboscado durante
el forrajeo, se debilitaba un poco más, mientras que ellos romanos
se iban fortaleciendo. No asedió Roma. No se atrevió con los medios
de que disponía, pero sí aprovechó su gran éxito militar para
llegar a un acuerdo con Filipo V para atacar a Roma juntos. Este, no
obstante, tenía sus propios problemas y apenas pudo ayudar a Aníbal.
Esta situación se prolongó cinco largos años, hasta el 211 a.d.C.
Siracusa hizo defección de Roma, y estos, que todavía tenían su
flota, enviaron a Claudio Marcelo a tomarla. Fue allí donde se
encontraron con los ingenios de Arquímedes. Donde se vieron naves
romanas estallar en llamas de súbito, o volar por los aires para
destrozarse contra el agua merced a sus imponentes grúas. Una
pesadilla. Sin embargo, Claudio Marcelo consiguió tomar la ciudad, y
en la confusión del último asalto, Arquímedes, en potencia el arma
más poderosa del Mediterráneo, fue muerto por un soldado romano.
Mientras en Hispania
Asdrúbal
Barca, hermano de Aníbal, era un general competente. Tras los éxitos
iniciales de Roma sobre territorio peninsular, Asdrúbal no dejó de
intentar acabar con sus enemigos. Publio y Cneo Cornelio tuvieron que
dividir sus fuerzas cuando se lanzaron a la caza de los ejércitos
cartagineses, confiando en que sus nuevos aliados íberos
compensarían la debilidad de cada división, pues eran muchos los
que fueron haciendo defección del bando cartaginés. Sin embargo,
Asdrúbal jugó bien sus cartas, y consiguió por un lado aislar a
los ejércitos romanos, y por otro, lograr que los íberos
abandonaran a los romanos en el peor momento, estando frente a sus
enemigos. En la batalla de Baécula, Publio Cornelio fue derrotado y
muerto. Pocos días después, Cneo fue puesto en fuga, atrapado y,
una vez organizó su última resistencia en una fortificación, esta
fue asaltada y dada al fuego. Allí murió Cneo junto a sus últimos
hombres, abrasados, pero sin rendirse ni pedir cuartel a los
cartagineses.
La
muerte de su padre y su tío impresionó de forma terrible al joven
Escipión, que en aquellos momentos estaba en Italia. Y puesto que ya
era una figura prestigiosa y conocida, a pesar de su edad, y su
tragedia familiar aumentó más si cabe su popularidad.
Muerte de Publio Cornelio Escipión. Fuente: Arre caballo! |
Cuando
en el 211 a.d.C., Roma envió refuerzos a Hispania, y buscó un nuevo
general para otorgarle poderes proconsulares. Se consideró
seriamente otorgarlos a Escipión, pero su juventud (25 años) lo
impedía. No le designaron, pero fue como comandante a las órdenes
del verdadero procónsul.
Pero,
¿cómo había llegado a ser tan popular como para que se le
considerara en serio para el cargo? Pues veréis, había sido
Escipión quien, en la batalla de Tesino, siendo nombrado jefe de la
caballería, había liderado una carga suicida contra sus enemigos
para poder salvar a su padre. Además, había luchado en Cannas y se
contaba entre los escasos supervivientes, que se habían agrupado
entorno a él. A todo eso hay que añadir sus dotes innatas para el
mando y su arrolladora personalidad. Era una de esas personas entorno
a la cual el destino se curva ostentosamente, y todos lo percibían.
Mientras,
Asdrúbal, Magón y los demás generales cartagineses, según
Polibio, sucumbieron a su propio éxito y descuidaron sus
obligaciones. También agobiaron más a los íberos reclamándoles
tributos e impuestos, y, sobre todo, menospreciaron al nuevo ejército
que envió Roma.
Desembarcado en Tarraco, con diez mil nuevos legionarios, Escipión
no perdió el tiempo. Sus primeros esfuerzos fueron dedicados a
informarse a través de los íberos que le apoyaban, de las
posiciones de los cartagineses. Había tres ejércitos: el de
Asdrúbal Barca, el de Magón y el de Asdrúbal Giscón. Los tres
estaban más allá del Ebro. Pero Escipión también se informó de
la posición y defensa de
Cartago Nova. La capital de Cartago en la Península Ibérica había sido, con negligencia, protegida con una guarnición muy reducida, apenas mil hombres, pues confiaba en sus fuertes defensas naturales y altas murallas. Y Escipión, antes de que nadie pudiera interceptarlo, ordenó una marcha forzada hacia allá, a donde llegó tras ocho agotadores días. Imaginad la sorpresa de los defensores de Cartago Nova. Nadie pensó nunca que tal acción fuera posible. Allí guardaban gran parte del tesoro cartaginés, todos los rehenes íberos, grandes reservas de grano, intendencia, archivos, etc. Todo ello había sido descuidado, y Escipión lo había descubierto y aprovechado.
Cartago Nova. La capital de Cartago en la Península Ibérica había sido, con negligencia, protegida con una guarnición muy reducida, apenas mil hombres, pues confiaba en sus fuertes defensas naturales y altas murallas. Y Escipión, antes de que nadie pudiera interceptarlo, ordenó una marcha forzada hacia allá, a donde llegó tras ocho agotadores días. Imaginad la sorpresa de los defensores de Cartago Nova. Nadie pensó nunca que tal acción fuera posible. Allí guardaban gran parte del tesoro cartaginés, todos los rehenes íberos, grandes reservas de grano, intendencia, archivos, etc. Todo ello había sido descuidado, y Escipión lo había descubierto y aprovechado.
La
ciudad estaba bien amurallada y solo se unía a tierra por un istmo,
pero aun así, esto era engañoso. Uno de sus lados no daba al mar,
sino a una laguna salobre demasiado profunda para ser cruzada a pie,
pero demasiado somera para la navegación.
Tras
unos días, al fin se lanzaron los romanos al asalto por el istmo.
Durante toda la mañana intentaron infructuosamente de escalar las
murallas, pero las escalas eran demasiado altas, se volvían muy
inestables cuando estaban llenas de legionarios y los cartagineses
las derribaban sin mucha dificultad. No pocos legionarios murieron
allí, despeñados al pie de la muralla. Pero todo aquel ataque solo
era parte del plan de Escipión. Porque mientras mantenía ocupados a
los defensores por el lado del istmo, lanzaba su verdadero asalto. En
su aproximación a Cartagno Nova, había llegado a saber que en
determinadas condiciones de viento y marea, la laguna sufría un
reflujo que permitía el paso a pie, aunque con el agua por el
cuello. Por eso había esperado a asaltar la muralla, aguardando la
luna y el viento adecuados. Un gran contingente de legionarios se
lanzó a la laguna, por donde nadie los esperaba, y por donde la
muralla era más baja. Llevaban las escalas sobre sus cabezas, y
pasaron frío y penurias hasta salir de allí, pero de repente se
encontraban en la zona más vulnerable de la ciudad. Para cuando los
primeros romanos ya estaban por encima de la muralla, los
cartagineses apenas habían reunido un contingente para hacerles
frente, que sucumbió pronto a los feroces legionarios, rabiosos y
deseosos de vengar las afrentas anteriores que les inflingieran sus
enemigos. No tardaron después mucho en extenderse por la muralla,
los combates por la ciudad se resolvieron pronto, y con un gran
estruendo, las puertas se abrieron y el ejército romano entró en la
ciudad.
Esquema del asalto a Cartago. Fuente: Wikipedia |
Batalla de Baécula
Cornelio
Escipión pasó el invierno en Tarraco, y al comienzo del siguiente
verano se lanzó a por los ejércitos cartagineses. En ese tiempo,
más y más íberos se habían pasado al bando romano. Asdrúbal
Barca era consciente de que se debilitaba por semanas, de modo que
decidió plantear batalla a Escipión en las mejores condiciones
posibles, preparando, en caso de perder, su ruta de escape de la
península hacia los Pirineos e Italia, para unirse al fin a su
hermano Aníbal.
Batalla de Baécula. Fuente: Eehar |
Escipión
también era consciente de esto, y sabía que tenía que atacar
deprisa. Observó entonces que Asdrúbal, confiado en su posición,
mantenía la mayoría de sus tropas en el campamento. Si conseguía
atacar la línea con más tropas de las que Asdrúbal pudiera reunir
desde el campamento, tenía una posibilidad de asaltar la línea de
defensa cartaginesa. Y eso hizo. Lanzó sendos ataques totales por
los flancos del barranco. Alimentado el frente con sus tropas a gran
velocidad. Para cuando Asdrúbal acertó a sacar a sus hombres del
campamento y reforzar las líneas, los romanos ya se estaban
imponiendo, ganaron la superioridad numérica y de posición, y
dieron buena cuenta de las tropas que iban contra ellos en desorden.
Asdrúbal
se dio pronto cuenta de la derrota, así que retiró a todas las
tropas que pudo, dio Hispania por perdida y, a toda velocidad, se
dirigió hacia los Pirineos.'
`
Mientras, en Italia,
Aníbal sí estuvo a las puertas
Es
poco conocido que Aníbal sí que estuvo a las puertas de Roma,
aunque ocurrió años después de la batalla de Cannas.
Recordemos
que los romanos se habían decidido a no luchar más con él. Se
limitaron a acosar al propio general cartaginés y a sus aliados.
Aníbal se movía por Italia para no agotar los recursos de sus
aliados. Por lo tanto, no podía estar en todas partes. La guerra en
Italia se había estancado, Roma se estaba fortaleciendo y las
lealtades de los aliados se tambaleaban. Además, las peticiones de
Aníbal de refuerzos eran ignoradas por el senado cartaginés, para
quienes aquello sólo resultaba en costos y más costos. Bien caro
pagarían su cicatería, pero todo a su momento.
Bien,
por sus alianzas con los itálicos, Aníbal estaba obligado a
prestarles ayuda. Los romanos asediaron a la ciudad que había hecho
la defección más dolorosa: Capua. Aníbal acudió al rescate.
Intentó hacerles levantar el asedio, cosa que consiguió en la
primera intentona, pero tan pronto como se alejó, los romanos
volvieron. Entonces, tuvo que idear algo nuevo.
Se
dirigió hacia Roma, que él suponía mal defendida, para que los
asediadores tuvieran que levantar el cerco e ir a por él. Acampó a
unos 8 kilómetros de Roma. Al día siguiente de terminar el
campamento, fue a inspeccionar las murallas y los mejores sitios para
lanzar los asaltos, y tomó disposiciones par que sus tropas se
prepararan.
Lo
que de nuevo salvó a Roma fue que precisamente ese día terminaba el
plazo para que se presentaran en la ciudad los nuevos reclutas de los
alrededores, convocados por los cónsules Cneo Flavio y Publio
Sulpicio. Así que se encontraron de súbito con numerosos
defensores, aun bisoños, que salieron y formaron en el exterior de
la ciudad, bloqueando la ruta de aproximación cartaginesa.
Consideró
entonces el Bárquida que su caballería estaba demasiado mermada
como para permitirle tomar ventaja en batalla y le protegiera en el
asedio subsiguiente, así que decidió volverse a Capua a toda prisa.
Claro, por el camino, dejó numerosas emboscadas, que cayeron sobre
la avanzadilla romana que se lanzó en su persecución. Les obligó a
pagar un alto precio por acosarlo. Y cuando llegó a Capua, obligó
de nuevo a los romanos a retirarse tras atacarles por sorpresa en su
propio campamento. Y con la misma, siguió avanzando hacia el sur y
tomó Regio, la ciudad frente a Sicilia. Muchos botines tomó durante
todo este periplo.
Pero
su situación en Italia se fue haciendo insostenible. Ya no tenía la
iniciativa, ni había grandes batallas que pudieran cambiar el
sentido de la guerra. Los romanos aguardaban y daban golpes de mano
donde Aníbal no llegaba sin gran esfuerzo. El general era consciente
de eso, y no dejaba de enviar mensajes al senado cartaginés pidiendo
más recursos. Pero todos se los negaron.
Cabe
preguntarse por qué, cuando casi toda Italia estaba de su parte, no
juntaron fuerzas y se lanzaron al asedio definitivo de Roma.
Samnitas, tarentinos, sibaritas... Todos tendrían sus razones para
tratar de destruir al anterior dominador de Italia. ¿Por qué no fue
posible una estrategia como la de Cortés con sus aliados
Tlaxcaltecas? Tal vez porque los aliados itálicos no confiaban del
todo en Cartago. Su posición era cómoda, pues Aníbal luchaba por
ellos y asumía los riesgos principales. Tal vez pecaran de
conservadores y no quisieran cerrar la puerta ni a Roma ni a Cartago,
observando quién de los dos terminaría imponiéndose. Porque Aníbal
había tenido la oportunidad de eliminar a la ciudad del Tíber, y
sin embargo, ahora veían que se fortalecía de nuevo.
En
cualquier caso, aquello no ocurrió y Aníbal nunca podría tener la
fuerza que tuvo después de Cannas. Cada año se debilitaba más, al
contrario que sus enemigos.
La campaña africana
Con
Asdrúbal fuera de la península, los íberos se pasaron en masa al
bando romano. En los años siguientes, las ciudades y emporios que
Cartago mantenía en la península, como Gadir o Kart Eia, fueron
tomadas, y el último ejército cartaginés, el de Magón, fue
derrotado por Escipión en la batalla de Ilipa. Magón se retiró por
mar hasta las Baleares, y luego hacia Italia.
Hay
que decir que ni Asdrúbal ni Magón llegaron a reunirse con su
hermano. Asdrúbal fue sorprendido a su llegada a Italia a través de
los Alpes, por un ejército al mando del cónsul Livio Salinator. En
la batalla, el pobre Barca fue vencido y muerto, y su cabeza fue
conservada y transportada hasta el sur de Italia, donde la arrojaron
al campamento de Aníbal. Magón sí llegó a Italia, pero por el
norte, y no pudo reunirse con Aníbal, pues el camino estaba cortado.
Además, para entonces, los hechos de África determinaron la guerra.
En
el 204 a.d.C., Escipión ya estaba en Sicilia, haciendo los
preparativos para la campaña africana. Y como el astuto general que
era, había enviado una fuerza de avanzada al mando de Cayo Lelio,
que desembarcó en África, muy al oeste, en las tierras de la actual
Argelia, y saqueó a placer los fértiles campos, tomando contacto
con el enemigo solo en condiciones ventajosas. Pero, sobre todo, hubo
un príncipe númida del reino occidental, llamado Masinisa, hijo de
Gala, que había perdido su reino a manos de, entre otro, el rey de
Numidida Oriental, Sífax, antiguo aliado de Cartago y que en
Hispania, había cambiado de bando a favor de Roma. Masinisa vio su
oportunidad junto a los romanos, y pasó a informar a Lelio que
Cartago estaba pasando muchas penurias por su guerra con Sífax, que
estaban muy debilitados, y que si Escipión se movía rápido,
abatiría a su enemigo con facilidad.
Celtíberos contra legionarios. Fuente: Fundación Rueda Solar |
No
obstante, Roma continuó con su plan, no cedieron a las provocaciones
de Aníbal, y Escipión no fue enviado a Italia. Eso sí, su partida
se vio retrasada debido a diversas rebeliones que tuvieron que
aplacar en algunas ciudades aliadas, pero díscolas.
Fue
a la primavera siguiente, en el 203 a.d.C, cuando Publio Cornelio
Escipión llegó al fin a la tierra de la que tomaría el
sobrenombre.
Lo
primero que hizo, además de saquear y obtener grandes reservas de
grano, fue atacar Útica y ponerle sitio. Por tierra y por mar,
Escipión cerró su puño de hierro alrededor del principal aliado de
Cartago, y los cartagineses dudaron entre traer a Aníbal de vuelta,
pactar con los romanos o plantarles cara. No tenían confianza
excesiva en Asdrúbal Giscón, a quien Escipión había derrotado
anteriormente en Hispania. Pero he aquí que el senado, debido a que
por aquel entonces tenía un cuerpo de cuatro mil mercenarios
celtíberos, que por número y fiereza eran capaces de hacer frente a
los romanos, decidieron seguir la guerra. En torno a aquella
infantería construyeron un nuevo ejército con la caballería de
Sífax a un flanco y nuevos escuadrones de caballería cartaginesa,
de nueva leva, al otro.
Escipión
había dejado algunas fuerzas en el asedio de Útica y había
avanzado hacia Túnez y Cartago cuando se encontró con Giscón. Tras
varios días de escaramuzas, los dos ejércitos se encontraron en lo
que se llamaba las Grandes Llanuras. Escipión formó a sus legiones
en el centro, a Masinisa y sus númidas frente a la caballería
cartaginesa, y a la caballería romana frente a Sífax. Cuando se
lanzaron al combate, la caballería del bando romano puso en fuga a
los cartagineses en ambas alas, y la lucha quedó pendiente del
centro. Allí, los valerosos celtíberos, conscientes de que no
habría cuartel hacia ellos, ni lo pidieron ni lo dieron. Acabaron
con la primera oleada, los princeps, pero cuando los hastati llegaron
hasta el frente, ya estaban debilitados. Aun así no huyeron.
Tardaron horas en matarlos a espada, uno a uno, y allí mismo, en el
sitio donde habían luchado, cayeron. (por si algún wargamer dudó
alguna vez de si los celtíberos luchaban en formación cerrada).
Sin
embargo, aquellos mismos soldados vieron pasar poco después una
flota cartaginesa, totalmente equipada, que se dirigía a Útica, a
romper el asedio. Así que los agotados vencedores tuvieron que dar
media vuelta a toda prisa.
La
flota romana, al avistar a los cartagineses, improvisó una suerte de
defensas enlazando cargos de carga, uniéndolos con maromas y
pasarelas para luchar desde ellos, mientras las fuerzas principales
se ponían a salvo, y sólo la timidez de los cartagineses, enterados
de la derrota terrestre, les salvó de un desastre mayor. Aun así,
los cartagineses capturaron la mayor parte de los cargueros, y con
ellos se retiraron a Cartago. Pero Escipión salvó sus navíos de
guerra, en franca inferioridad.
A
continuación, los romanos se lanzaron a la persecución de Sífax,
que se había retirado a su reino, con fuerzas dirigidas por Masinisa
y Lelio, mientras Escipión tomaba Túnez y se preparaba par asediar
Cartago. En su reino, Sífax reunió a toda prisa un gran contingente
de caballería, y tomó incluso infantería a la que había estado
preparando a modo de imitación de legionarios, y se lanzó a por
Lelio y Masinisa, que devastaban su reino.
Fue
una dura batalla, y llegado el momento decisivo, puesta en fuga la
infantería africana, Sífax decidió entrar en combate con su
escolta en una de las alas para dar un vuelco a los acontecimientos.
Y quiso la fortuna que su caballo fuera herido, él cayera entre sus
enemigos y fuera capturado. El viejo león de las montañas se vio
así prisionero de Roma.
El
rey de Numidia había acudido al combate con su familia, y entre
ellos estaba su nueva esposa, Sofonisba. Tan pronto como se enteró
de que Masinisa había derrotado a su esposo, le envió un mensaje,
rogándole que se reuniera con ella y que la protegiera, que no
dejara caer en manos romanas. Después de todo, era un rehén muy
valioso, hija del principal general cartaginés en África. Masina se
entrevistó con ella, obnubilado por tal mujer, le concedió su
petición. Y cuando en frío, pensó qué hacer, volvió a la tienda
y la tomó como esposa, pues creyó que Escipión no se atrevería a
arrebatársela. Lo hizo allí mismo, ante los dioses e ídolos de
Sífax, antes de que Lelio pudiera hacer nada, y antes de que
Escipión se reuniera con ellos al día siguiente. Aquella noche la
amó desesperadamente y el amanecer, y aun el destino de África, los
descubrió enlazados, exhaustos y tristes.
La muerte de Sofonisba, por Gianbattista Pittoni |
Entró
en la tienda donde ella estaba y entre lágrimas le contó lo que
había ocurrido, y ante sus ojos preparó una copa llena de veneno,
que le ofreció. Ella la tomó de su mano, y espetándole con
desprecio que el destino de Cartago había estado a su alcance si
hubiera querido, la bebió y al punto cayó muerta. Luego Masinisa
cargó el cadáver en sus brazos, la dejó en la entrada de la tienda
de Escipión y se retiró. No habló en varios días.
El final de la guerra
Aquella
derrota convenció a Cartago para enviar una embajada a Roma a pedir
la paz, mientras enviaban barcos a Aníbal y le ordenaban abandonar
Italia y regresar a África. Aparentemente era un gesto a favor de la
paz. En realidad, intentaban ganar tiempo negociando para que Aníbal
organizara un ejército nuevo y derrotara a Escipión.
Aníbal
abandonó Italia amargamente. Habían pasado dieciséis años desde
que llegara a Italia. Catorce desde la batalla de Cannas. Todas sus
peticiones de refuerzos a Cartago para destruir Roma habían sido
denegadas, y ahora, los responsables de ello le ordenaban regresar a
luchar desesperadamente por la supervivencia de su ciudad. Consiguió
llevarse a sus lanceros africanos, los temibles veteranos de Aníbal,
y a algunos itálicos. Los demás se quedaron en Italia, a seguir la
lucha. Todos ellos murieron en los meses siguientes, muchos de ellos
quemados vivos en el templo en el que se habían acogido a sagrado.
Escipión
ya estaba cercando Cartago cuando Aníbal desembarcó. Los sufetes se
las habían apañado para reunir más mercenarios mientras:
macedonios, celtas, ligures, númidas... Hasta ochenta elefantes
pusieron a su disposición. Con la mitad de lo que habían gastado en
aquel último ejército, Aníbal podría haber acabado con Roma.
Escipión y Aníbal, frente a frente. Por Peter Dennings. |
Aníbal
habló a cada tropa en su idioma, diciendo las palabras que cada uno
precisaba. Conocía a muchos de aquellos hombres por sus nombres y
sus hazañas, y las proclamaba en voz alta ante el resto de sus
escuadrones. A los cartagineses, les señaló los muros de su patria.
A los que odiaban a los romanos, les recordó sus razones para
hacerlo. Colocó entonces los elefantes delante de las tropas, a su
caballería en ambas alas. Su centro de infantería lo organizó en
tres líneas. La primera, las tropas auxiliares de ligures y celtas,
los menos sólidos. Tras ellos, los lanceros cartagineses y las
falanges mercenarias de Macedonia. La tercera, la reserva, sus
temibles veteranos de la campaña de Italia. En ellos confiaba para
la victoria final.
Escipión
había interiorizado perfectamente la doctrina de Aníbal. Por ello
se había esforzado en superar en caballería las alas cartaginesas.
Masisinia y sus númidas se pusieron a un lado y la caballería
romana en el otro. Sus legiones estaban en el centro, formando
también en tres filas: hastati, princeps y triarios. Los primeros
manípulos dejaron grandes espacios, protegidos por los velites, para
dirigir a los elefantes entre ellos sin que hicieran daño.
Estampida de elefantes contra sus propias líneas. |
Asalto a la segunda línea de Aníbal. Por Peter Dennis. |
Pero
entonces, Lelio y Masinisa, que habían perseguido a la caballería
enemiga, regresaron y encerraron a Aníbal por la retaguardia. Era el
modo de batalla de Aníbal. Escipión lo había vuelto contra él
mismo.
Aníbal
escapó por los pelos con una pequeña escolta y entró en Cartago
tras treinta y seis años fuera. Había sido derrotado. Aquella era
la última esperanza, y ya no quedaba sino reconocer la derrota y
pedir la paz. Y eso hicieron.
Las
condiciones de Roma fueron durísimas, y Cartago no tuvo más remedio
que aceptar: compensaciones de guerra, limitaciones al tamaño de su
flota, renuncia a todos sus territorios, incluso los africanos, y lo
más doloroso: la pérdida del derecho a la propia defensa. Cartago
no podía defenderse de ningún enemigo sin permiso de Roma. Y esto,
junto a la instauración de Masinisa al frente del reino vasallo de
Numidia, provocaría un enorme sufrimiento a la ciudad, y a la larga,
provocaría la última guerra final entre Roma y Cartago. Pero eso,
amigos, es otra historia.
FIN
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